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Javier Gómez: Democratizar la democracia

Bambi ha gobernado ocho años… y Flamby podría gobernar otros ocho. Raúl del Pozo le puso apodo de cervatillo a Rodríguez Zapatero: esa renuencia al combate, esa sonrisa algo bobalicona, ese buenismo crónico. Flamby es una marca de flanes, amén del apodo de François Hollande. Ya imaginan: blandito, renuente al combate, obsesión por el consenso: socialismo caramelizado.

Enfrente, Nicolas Sarkozy, un malo de las películas de Chuck Norris. Hace unos años, hubiera valido como malvado de James Bond. Sí, como Bardem, qué paradoja: imponente, pérfido y partidario de limpiar los barrios bajos igual que conquistó a la Bruni, a manguerazos. Tras un lustro en el Gobierno, da menos miedo. Flamby le supera en los sondeos y eso que el Partido Socialista navegaba en estado terminal. En 2002, la ultraderecha de Le Pen les apeó de la segunda vuelta. En 2007, una frivolité de cartón-piedra como Ségolène Royal no duró ni un par de asaltos. Su candidato en 2012, DSK, bastante tiene con haberse librado de la trena por un calentón.

El Partido Socialista francés no tiene ideas. Sus postulados económicos, en España, podrían asemejarse a Izquierda Unida. Desde la posguerra, sólo ha gobernado el Elíseo con Mitterrand. ¿Por qué hoy Flamby tiene alguna posibilidad de ganar? Porque decidió democratizar la democracia. Dos millones y medio de personas votaron hace una semana en el partido de ida de las primarias… y pagando. Un euro para los gastos. Ayer fueron 2.700.000.

Si una quinta parte de ellos, medio millón de franceses, hubiese decidido manifestarse en París contra la globalización y con el lema “no nos representan”, habríamos abierto telediarios, tendrían fotos de portada, y hasta diríamos que “millones de personas desfilaron en París”, porque la cuenta de la vieja suele llenar titulares por lo alto. Como los dos millones y medio respetaban las filas, no gritaban y no pedían democracia, sino que la ejercían, bastó con unas cuantas crónicas sueltas.

El ser humano, cuanto más mullido sea el sillón, mejor. Pero si le dejan participar, se levanta, aunque sea para volver a sentarse a la hora del partido y de paso comprar unas birras. Esto no tiene que ver con la izquierda y la derecha, sino con una forma de entender la política. Esperanza Aguirre pidió primarias; Rajoy y Rubalcaba, con parecida idea de la democracia interna, liquidaron ambos hasta la posibilidad de un congreso con rivales. Próxima estación, Bulgaria.

El PSOE presentó hace dos días su programa electoral. ¿Alguien recuerda una sola propuesta? Rajoy ni siquiera las anuncia, porque no quiere que se sepan o porque no las tiene. Pregunten en los partidos: dicen que lo importante es el programa. Y una leche. Desde hace mucho, lo que importa es la cara y los valores que encarna el candidato. Su entusiasmo. Su relato. Miren a Obama. Incluso a su reverso, Berlusconi. Ninguno ganó por su programa, sino por lo que representan.

Si no hay tanta diferencia entre izquierda y derecha, las formas son ya tan importantes como el contenido. Ahí radica el cáncer del desafecto creciente por la política en España. Ausencia de participación. Listas cerradas. Diputados convertidos en resortes aprietabotones. El birlibirloque de un tal  D’Hont. Cero política. Disfruten las elecciones.

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