Miguel Noguera
Ultraviolencia, editorial Blackie Books
Miguel Noguera, ¿humorista? Supongo que el formato que utiliza es ese, el del humorista. Tipo sobre el escenario que habla, supuestamente con el objetivo de hacernos reír. Se podría cobrar incluso por carcajada, ya que estamos. El empresario negrero, que invierta en una máquina que mida las risas, y que pague al humorista según el resultado. Una máquina grabando todos los sonidos, esa carcajada del público, que es como la carcajada de un solo ser. Medirla y tal. Esto, por ejemplo, ya es muy MN, ya se me pegó un poco su locura. Cada gesto y cada palabra y cada inflexión de la voz en los monologuistas tiene esa intención, la de hacernos reír. Reíos o me pego un tiro. Uno tiene esa presión del humorista; uno va a reírse, uno quiere reírse, por el amor de dios. Lo otro es muy embarazoso, sobre todo para el que viene a hacernos reír. Es un buen tipo, no podemos no reírnos. Se fuerza la risa, se deja uno contagiar la risa por poco que se rían los otros, también contagiados del primero, que seguramente es hermano del humorista o su representante. Ese fracaso de la risa, en una película o en un monólogo o en una sobremesa, es una desgracia, un hundimiento. El hundimiento de uno mismo y el hundimiento del humorista. Sin ese colchón de risas al humorista sólo le queda salir volando por la ventana. Pero lo de MN no puede quedarse sólo en humorismo. No se queda, y a veces no llega, a veces se pasa, como el niño que jugando a esconderse acaba desapareciendo para siempre. Más allá de la risa qué hay. Quizá el ataque epiléptico. Quizá el nirvana. Más allá del orgasmo qué hay. ¿La levitación? ¿La muerte? No sé quién dijo, dónde lo leí, que en el orgasmo se da por unos segundos la lucidez del momento anterior a la muerte. Qué locura. El orgasmo sería como tocar a la muerte con los dedos, y volverse.
En MN hay que aprender que, quitando el formato comercial de venir a contarnos algo (algo como chistes), la cosa no se queda en hacer reír. Puede que sea lo de menos. No hay nada menos chistoso que un chistoso. El chistoso es el antigracioso, el reverso oscuro del humor. El chistoso es el señor que va repartiendo depresiones, en lugar de flores, pues la depresión, aunque sea a pequeña escala, está en la incapacidad de reír, en no encontrar gracioso lo que supuestamente es gracioso. El hombre chistoso es el aniquilador de la gracia que pueda tener el mundo; ante él el mundo se nos desinfla. El que nos cuenta chistes en el pasillo es un desaprensivo, quizá involuntario. Quizá se deba a todo ese juego de autoestimas encogidas que al parecer ha dado grandes criminales. Después la risa forzada es el acto de caridad que nos violenta. Diríamos que buscar el humor, ese humor de desesperado por hacer reír, tiene muy poco humor. Otra cosa es que haya chistes buenos, un conjunto de palabras que pronunciadas en un tono neutral, no necesariamente simpático, puedan tener su gracia. Suelen ser exageraciones que nos llegan; uno se identifica con esa maldad subterránea del chiste, que anima todo chiste bueno. Otra cosa, también, es el hombre equivocado con la razón de su propia gracia, que no está en el chiste, ni mucho menos, ni en su profesionalidad al contarlos, sino en él mismo. Cuanto menos sabe hacerlo, cuanto más negligente, más cómico.
Chiquito de la Calzada, qué grande, nos cuenta chistes por no contarnos qué ha soñado o qué ha comido. Simplemente cuenta, y da igual qué.
El humor, como la literatura, son dos cosas que se dan más y mejor allí donde se renuncia a ellas.
Está también la risa nerviosa, incluso, que duda. ¿Será bueno que me ría? Para reírse con lo de MN uno tiene que darse permiso a sí mismo. No es obligatorio reírse, o incluso es obligatorio no reírse. Esto debería estar escrito en el programa de sus actuaciones. Hay, digamos, que familiarizarse, tal como recomiendan hacer con las lavadoras, con ese aparato de ver otra realidad que es MN. La risa, entonces, como algo secundario. Carcajada mental que a veces sale al exterior, baja a la garganta, al aire. O cosas que se asumen muy poco a poco, cosas que podríamos llevarnos como un hueso y enterrarlas en nuestro jardín para disfrutarlas más tarde, a solas con nuestra vegüenza.
Yo en mi casa me río de lo que me da la gana, y entonces no está presente esa risa social, el contagio. Tampoco la risa prohibida, la risa exageradamente asincrónica. La enfermedad mental, que es reírse a destiempo. Nunca he visto en directo un Ultrashow, que es como llama a sus apariciones en público. Nos trae un mundo muy chalado, que no es el de los relojes derretidos y los burros paseándose por los tejados, como en un Chagall. Es más bien un razonador del surrealismo, el hombre que explica lo que no se ve, lo que se ve, lo que le da la gana. El hombre racional del surrealismo. El delirio de la casuística. Se divierte en esa tierra de nadie que hay entre lo racional y lo irracional. Es el que explica los burros en los tejados; los explica y los abandona. Pone burros y cacas de burro en los tejados. Sí, también lo escatológico. Ya se sabe, somos la generación del cacaculopedopis; lo feo y lo hermoso al mismo nivel, lo trágico y lo cómico en el mismo párrafo del telediario. ¿Humor negro? El humor siempre es negro. Nos reímos de alguien, sea gordo, calvo, paralítico, homosexual, enano, monja o gallego.
Está incluso, antes que el humor, el desconcierto. Esa al menos es la primera reacción; hay que perderse en esos pasillos del desconcierto. Hay incluso que sentirse estafado un poco, pues uno paga para que el cuerpo se ría, como se paga para que nos den un masaje o para que el estómago se llene con comida o bebida. Evita el giro, el ingenio final, lo acabado; desarrolla la idea buscando una escenificación de lo absurdo. Absurdo, no sé, por decir algo.
Se sube a un escenario y presenta sus ideas. Él las define como ideas, aunque también como “sueñecitos estúpidos”, y donde dice ideas podría haber dicho ocurrencias, pero ocurrencias son cosas que no valen para nada, que se pierden en sí mismas, que buscan un efecto. Ideas está bien. Ya he dicho que no busca el efecto, más que compartir con los oyentes o lectores los extraños de la realidad. Ideas, pliegues no advertidos de lo real. El placer está en detallar la idea. En verla, hay que verla. La describe, se anima, sucede, se detiene, se abandona. Nunca se cierra. No hay nada más. Era eso. El círculo abierto.
Yo imagino un descontrol de carcajadas, una irregularidad, poca sincronía en las risas. El público ya huido del psiquiátrico, o en camino. Bueno, algún gesto, cierta exageración, no es un monje el tipo. El personaje se hace predicador; eso está buscado. El tono serio y casi a gritos de MN choca con su máscara bienhumorada, de estar pasándoselo bien. No precisamente una mirada de predicador, de fanático, de hombre milagro tocando frentes y curando ciegos e inválidos y hasta muertos. Interpreta MN ese papelón de fanático religioso para reírse de todo y de todos. Eso sí, sin la necesidad de reírse. A gritos desecha cierta asociación primera; eran ideas para ser susurradas. A gritos nos salva de la cordura.
Veo mucho Ramón ahí. Greguerías que han sobrevivido a la Guerra Fría y al pelotazo español, a Aznar, e incluso al posmodernismo. MN es uno de aquellos niños de la Operación Plus Ultra que ha crecido demasiado.
http://camabarca.blogspot.com/
Ilustración: Héctor Quintela
«(…)o gallego.» Pero esto que es? Vergonzoso, escoria.
Son tan respetables los gordos, calvos, paralíticos, homosexuales, enanos y monjas, como los gallegos, Alexandra. No veo razones para ofenderse. Y te lo dice un gallego.
Donde dice «gallego» podría decir «uno de Lepe». Por ejemplo. Pero no va a escribir «uno de Lepe» un gallego. Ahora espero que nadie de Lepe me ponga «vergonzoso, escoria», porque yo soy gallego.
Un saludo.
Y es una pena porque me estaba encantando el artículo, pero ese patinazo no se puede obviar.
Mujer, si quieres ser políticamente correcta, selo con todos, no solo con los gallegos…
No, por favor, aquí no. Ya están los medios suficientemente llenos de bienpensantismo hipócrita, así que al menos en estos entornos, dejemos de rasgarnos las vestiduras por cosas estúpidas.
El humor es un tema inacabable. Hace poco escuché a Miguel Noguera entrevistado por un hombre que realizaba una tesis doctoral sobre Filosofía y Humor, un debate interesantísimo, claro, pero inacabable.
Lo único que he visto que despeja un poco las incógnitas de cómo es Miguel Noguera, qué piensa y siente, la he visto en esta crónica, con entrevista en vídeo al final:
http://vidasajenas.es/miguel-noguera-la-idea-de-un-hombre/
Saludos