Historia Sociedad

El corazón de la secta (si lo tiene)

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Cuando uno pronuncia la palabra secta sabe de antemano el tipo de reacción que suscitará en su auditorio: sospecha, desconfianza, posible indignación, tal vez incluso miedo. Tales son las connotaciones peyorativas del término que su mero uso supone adentrarse en un territorio minado. Pero de minas chungas y jodidas de verdad, plantadas por iluminados kamikazes y secuaces histéricos, feligreses que se borran del tablero de la vida con un chupito de tang naranja con arsénico, o inmolándose en una granja perdida en el quinto coño mientras los federales aporrean la puerta del establo. Poco importa que esta pésima imagen pública sea el fruto de un modelo religioso que se ha currado a pulso un lugar de honor entre las grandes infamias de nuestra era o al morboso trajinar de la industria del entretenimiento, los mass media y su insaciable apetito por lo grotesco. La cruda realidad es esa. La palabra secta es hoy día sinónimo de fanatismo, suicidio en masa, atentados en el metro tokyota, cantautores mesiánicos interesados en la fabricación casera de explosivo plástico y Dimmu Borgir.

Sin embargo la realidad, como en tantas otras ocasiones, no es tan sencilla como se presenta en los tabloides. Basta con insuflar cierto rigor al estudio de estas manifestaciones religiosas para comprender que, lejos de tratarse de un caso más de locura colectiva causada por la MTV y refrescos con burbujas de amariconeantes efectos, se trata de una forma de vivir las creencias absurdas en el más allá —sea este el paraíso terrenal cristiano o un prostíbulo de cinco estrellas enclavado en el tercer anillo del ojete de Orión— exactamente como cualquier otra. Para llegar a esta conclusión hay que preguntarse, antes que nada, de qué hablamos cuando utilizamos la palabra de marras, y si realmente «hay para tanto».

Secta, unidad y política

Una búsqueda rápida en Google nos proporciona una vaga idea acerca de lo que son las sectas: asociaciones religiosas minoritarias, de aparición repentina, fundadas por un líder carismático y con pretensiones de mesías, que se valen de técnicas de control mental (y más concretamente el cacareado brainwashing) para asegurarse la lealtad de sus fieles, que frecuentemente presentan un carácter semidelictivo, sostienen sospechosos vínculos con el mundo del hampa, fiscalmente opacas y propensas a albergar en su seno comportamientos violentos, extorsión, abusos sexuales, uso de drogas y un montón de salvajadas más. ¿A alguien le suena?

Antes de que salte algún avispado a señalar a la Santa iglesia Católica Apostólica de Roma diremos que nuestra impresión es ésa precisamente, pero que lejos de pretender ofender a los seguidores de tan respetable institución (y por miedo a que Jot Down acabe protagonizando alguna cruzada judicial a manos del brazo ejecutor de Cristo digna de El Jueves, lo que posiblemente provocaría la castración de éste, su humilde servidor, a manos de la dirección) nos centraremos en lo esencial del aserto: la principal y puede que única diferencia relevante entre una secta y cualquier otra religión consiste en ser minoritaria, de aparición relativamente reciente y no haber sido incorporada al aparato del poder establecido.

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La Iglesia administra una dosis de amor a un disidente cátaro

Resulta curioso que este estatus fuese instituido precisamente durante la época en que la Iglesia Católica, que también tuvo que habérselas con un estado reticente y represivo (¿se acuerdan ustedes de los leones?) manejaba el cotarro. Los orígenes del cristianismo son los de una secta cualquiera, una reducida comunidad, más o menos desorganizada, que orbitaba en torno a un líder, propugnaba una ética «alternativa» y no se llevaba demasiado bien con quienes por aquel entonces controlaban la maquinaria del estado. Lo que vino después es conocido, y desde Constantino puede decirse que la secta cristiana se deshizo del estigma, pasando de perseguido a perseguidor. Pues fue precisamente desde Roma que se diseminó esta tirria hacia los grupúsculos de disidentes desaliñados obsesionados con el fin del mundo. Buenos ejemplos son los de las herejías maniquea y cátara. En ambos casos se trata de cultos religiosos que no contaban con la aprobación del vaticano y que ejercían cierta crítica sobre la política vaticana. Las dos variantes del cristianismo originario (pues eso eran al fin y al cabo) propugnaban un regreso a los orígenes, la verdadera palabra y obra de Cristo, tocados con una vena de ascetismo casi radical en el segundo caso (llegaba a practicarse un tipo de suicidio piadoso por inanición) que rechazaba la opulencia resultante del orden económico de la época, y del que la Iglesia, como propietaria del aparato burocrático de las incipientes monarquías europeas durante la alta edad media, sacaba tajada. Esta es la idea, la de la secta como una hermandad de locos que da por saco a quien en ese momento cuenta los euros.

De ahí el carácter desestructurado del invento. Al no tratarse de una proyección vertical de una visión del mundo (sumamente beneficiosa desde un punto de vista pecuniario para la Iglesia mayoritaria) sino de un fenómeno más o menos espontáneo, la organización se genera en base a un sentimiento de unidad transmitido de manera informal. Victor Turner supo caracterizar este proceso con la lucidez que le era propia, hablando de comunidad (communitas) existencial: la unidad que surge de una experiencia común y un sentimiento compartido (el del mensaje evangelizante), y que al progresar en un momento histórico termina por pillar cacho en el gobierno, convirtiéndose entonces en una comunidad normativa, una estructura de poder político y económico. Algo muy parecido a la palabra del israelita que, gracias a una serie de felices acontecimientos, pasó del chamizo al palacio real.

Declarándose en rebeldía: la sociedad oculta

El concepto de secta se puede encontrar también entre las sociedades esotéricas y ocultistas que proliferaran durante el siglo XIX. Si bien no se trataba de religiones en sentido estricto compartían con éstas algunas de sus características, amén de que muchas de ellas pretendieron (como la Orden del Alba Dorada o la sociedad Teosófica de Helena Blavatsky) revitalizar la creencia en fuerzas y potencias sobrenaturales. Aunque bien es cierto que algunos casos de sociedad oculta sectaria diferían de la secta prototípica a la que nos hemos referido más arriba en el elitismo de sus bases —un caso paradigmático sería el de la masonería—, a pesar de lo cual compartían con ellas el impulso regenerador, digamos alternativo, crítico o al menos independiente de la ideología dominante (el racionalismo burgués y la religión cristiana en todas sus variantes). Desde este punto de vista se puede afirmar de ellas que anuncian la llegada de la contracultura y su afición por resucitar tradiciones culturales ahogadas por la Iglesia, con cierta querencia por lo exótico, pagano y dionisiaco.

Claro que la contracultura hippie y su antecesor beatnik fueron autoconscientes en este sentido, postulándose desde su misma concepción como alternativas al modo de vida capitalista. Como buenas protosectas que eran repudiaron cualquier tipo de jerarquía y organización formal de sus integrantes, haciendo honor al idead de communitas turneriano. Igualmente las cabezas visibles del movimiento fueron personalidades carismáticas y estrellas del rock (como Timothy Leary, Allen Ginsberg o John Lennon), así como gurús y santeros que proliferaron durante el verano del amor, de los cuales Mr. Natural, el libidinoso personaje de Robert Crumb, sería una fiel parodia.

Su «modo de vida» no se fundamentaba en una serie de normas formales y explícitas sino en un sentimiento de hermandad expresada a través de máximas sencillas («haz el amor y no la guerra») destinadas a conmover las vísceras antes que el entendimiento. Resulta irónico que en este caldo prebiótico sectario, tan benéfico y buenrrollista él, brotase uno de los máximos y mejores exponentes de secta destructiva: la familia Manson.

La secta cuando todo se desmorona

Como decíamos al comienzo de este artículo, la acepción actual de secta se mimetiza con la secta destructiva. Los 60 y 70 fueron buenas épocas para la aparición de cultos delirantes y explosivos (a veces literalmente), fundados por personajes excéntricos como Jim Jones o Charles Manson. Asimismo destacábamos que una de sus atributos es la de la manipulación psicológica de sus miembros mediante medios diversos. Dicho de otra forma, las sectas destructivas se especializan en la instrumentalización de sus integrantes aprovechando sus debilidades. Desde la caída del imperio del folleteo libre en los sesenta se impuso en la sociedad norteamericana una mentalidad menos ingenua, más pesimista y cínica. El lsd y la marihuana dejaron paso a la cocaína y el jaco, la música psicodélica y el rock´n roll declinaron en favor del punk y el heavy metal. El contexto de desesperanza de este periodo fue el idóneo para que entrasen en escena los siniestros manipuladores que han dado a las sectas su mala fama, ya fuese con objeto de lucrarse a costa del sufrimiento ajeno o para realizar escalofriantes sueños ególatras, sublimar traumas infantiles, o lo que sea.

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El reverendo Jim Jones junto a una instantánea de su obra

Según se cuenta, el Reverendo Jim Jones era un hombre inusualmente empático, con una enorme facilidad para conectar con su auditorio, detectar sus preocupaciones y enunciarlas en voz alta. Una persona de intelecto penetrante y verbo facilísimo, con madera de demagogo y que sabía muy bien qué decir para ganarse la simpatía de la audiencia. Su discurso se nutría con la problemática social de las familias de clase baja (paro, drogadicción, violencia callejera) con un toque subversivo. Sus homilías eran ceremonias catárticas de intensidad creciente llenas de llamadas a la rebeldía durante las cuales el gran gurú se desgañitaba como un tertuliano de Intereconomía, llegando a arrojar la biblia al suelo y pisarla con saña, interpelando directamente a la audiencia en un discurso de gran agresividad. La fidelidad que llegaron a profesarle los miembros del Templo de los Pueblos allanó el camino para el trágico suicidio en masa acaecido en Guyana en 1978. Tras varios meses de estancia en un campamento religioso 900 de los miembros del culto de Jones se quitaron la vida o fueron asesinados en uno de los peores casos de este tipo que se recuerdan. Investigaciones posteriores demostraron que muchos de ellos ingirieron el veneno (una mezcla de limonada y cianuro) en contra de su voluntad, otros fueron ejecutados, los restantes perecieron tratando de escapar del campo de prisioneros en el que se había convertido la colonia. Las grabaciones efectuadas durante la matanza muestran al enloquecido reverendo tratando de mantener la calma de sus seguidores por megafonía sobre el estrépito del griterío y los disparos en un documento sonoro francamente escalofriante.

Pero no fue el único pastor empeñado en guardar su rebaño en un campo de concentración. En Chile, Paul Schäfer, antiguo oficial nazi exiliado a Latinoamérica, fundó Villa Baviera, posteriormente conocida como Colonia Dignidad. Se trataba de un hombre de carácter puritano, celoso de preservar la pureza sexual de las personas que le siguieron a la aventura tanto con los alemanes que le siguieron a Chile como con los nativos que una vez allí, se sumaron a su culto. Y como todos los puritanos obsesionados con la castidad era un pederasta y un pervertido de tomo y lomo. Aún hoy son muchos los que piensan que el único objetivo de Colonia Dignidad era el de proveer a su fundador de carne infantil sobre la que ejercer violencias de la peor especie. Así, mientras los miembros más jóvenes de la comunidad eran atiborrados a psicofármacos destinados al parecer a erradicar el deseo de sus mentes y los recuerdos incómodos de su base de datos, Paul Schäfer se dedicaba a violar a cuanta criatura le pusiesen por delante. Sin embargo parece que éste no era el único objetivo de Shäfer y su colonia. Este campo de concentración, diseñado al milímetro a imagen y semejanza de los campos de extermino nazis (incluyendo vigilancia constante, sensores de movimiento en todo el perímetro y varios kilómetros de alambre de espino) tuvo una historia más sórdida si cabe y que no ha sido del todo aclarada, incluyendo interminables sesiones de tortura con disidentes del régimen del general Pinochet (ese gobernante que dejara un país moderno y ejemplar, según un célebre vocero de la derecha española al que no vamos a nombrar, pero del que diremos tiene costumbre de hacerse apalear en bares de copas de reputación cuestionable a las tantas de la mañana), quien por supuesto dio su visto bueno al asunto. El que se encontrase un sistema de telecomunicaciones sumamente sofisticado para la época, aparentemente conectado con otros países sudamericanos en el área de influencia de la CIA, no ayuda a esclarecer los hechos ni a tranquilizar a los denunciantes del infame Schäfer.

Lo de David Koresh no llegó a tanto, un cantautor fracasado que, rumiando los motivos por los que el público no apreciaba su inconmensurable talento, llegó a la conclusión de que debía tratarse de alguna especie de mártir outsider como Jesucristo. Sabe Dios lo que le pasaría por la cabeza al pobre loco. El caso es que el encierro de su orden davidiana terminó como el rosario de la aurora, muchos de ustedes lo recordarán, cuando el asalto al rancho en el que mantenía a sus concubinas fue asaltado por el FBI durante la ya tristemente conocida tragedia de Waco.

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Aum Shinrikyō se prepara para expeler una nube de gas sarín

Igualmente, Aum Shinrikyo no pudo contentarse con algo tan trillado y mainstream como ordenar la muerte de sus súbditos, y quiso poner su firma en el libro de la historia japonés (historia de sangre y demencia, pero historia al fin y al cabo) en el célebre atentado con gas sarín en el metro de la capital nipona. ¿Por qué esa predilección por el veneno en las sectas destructivas?

Y quien dice veneno dice agente bacteriológico. La Orden de Osho, otro iluminado emperrado en iniciar a sus seguidores por vía vaginal, fundó una variante cutre de religión hindú llamada Rajneeshpuram. Aunque en principio esta secta parecía más inocua que las de Jones, Schäfer o Koresh, también sintió la llamada del apocalipsis, y fue objeto de investigación federal acusada de envenenar con salmonella en varios establecimientos (ejem) culinarios en la ciudad de Dallas. La Orden del Templo solar o Puerta al cielo, junto a otros muchos, se sumarían a la lista de sectas homicidas

Impliquen o no actos violentos de tanta magnitud no es fácil ejercer de abogado de estas simpáticas creencias, pese a lo explicado al principio del artículo. El catálogo de tropelías es demasiado largo, y por supuesto no acaba en estas líneas. Se trata de un fenómeno que pervive a día de hoy, aunque sus representantes no sean tan amenazadores. En España las incursiones de este tipo han sido menos frecuentes, quizás debido a que la influencia de la Iglesia Católica sigue siendo fuerte, consintiéndose la presencia de órdenes heterodoxas y rarunas como Los Legionarios de Cristo (formada por un pedófilo para variar) o el Opus Dei (fundada por un santo, pero que seguro también daba un cachete de vez en cuando). En EEUU, donde la pluralidad de confesiones del pasado colonial hacen de ella una nación bastante permisiva con las religiones minoritarias inspiradas en la Biblia, se han convertido en elementos del show business como otro cualquiera, corporaciones más interesadas en la exacción de tributos y la evasión fiscal que en la regeneración religiosa. Si acaso hoy en día la gente se apunta al satanismo laveyano, una doctrina de corte más humanista que otra cosa, o se junta con los simpáticos (por inofensivos) Hare Krishna. Como mucho se dejan lavar el cerebro (y los bolsillos) por L.Ron Hubbard.

Pero tampoco pasa nada, a los Cruise/Travolta de este mundo les sobra la pasta.

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2 Comentarios

  1. Jeje, no sabía que David Koresh hubiera sido un cantautor de poco éxito… Conozco a un par, les avisaré de esa posible salida profesional como líder de secta.

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