Cuando hace un mes y medio me trasladé a Barcelona (en adelante Carcelona), mi biblioteca se redujo a cinco volúmenes de trabajo y dos o tres textos de relectura por pasatiempo; entre estos últimos se encontraba una novela sobre la tan sonada burguesía carcelonesa de rancio abolengo, estamento social al que, por lejano e improbable, atendí con curiosidad de zoólogo. Puesto que ahora resido en un barrio donde los supermercados españoles dedican un tercio de su espacio a productos con etiquetado en lenguas extracomunitarias, y además mi radio de acción en la ciudad se encuentra reducido a no más de un kilómetro cuadrado, no puedo dejar de preguntarme por esa Carcelona que protagoniza unos titulares de periódico tan ininteligibles y marcianos como los etiquetados de salsas arábigas y tahinis pakistaníes en el Raval. Entre los recortes más llamativos de esa agenda informativa desde que estoy aquí recuerdo: 1) la retirada de las presuntas chapas sediciosas e inmorales en la librería La Central del Raval, donde Carcelona quedaba representada por cacos que roban bolsos o agentes de la Ley y el Orden que actúan como policía política; 2) la discusión sobre la lengua vehicular en los colegios, que llevó a Felix de Azúa a enunciar aquello de que «la realidad siempre ha sido el peor enemigo de Cataluña»; y 3) la discusión interminable sobre las procaces escenas de prostitución en el Gótic.
Carcelona, no lo he dicho aún, es un concepto que le debo a Marc Caellas (1974), que acaba de publicar un pequeño y divertídisimo libro de crónicas así titulado. «La Virgen de la Merced es la patrona de Carcelona. Por aquellas afinidades electivas de la vida moderna, coincide que la Merced es también la patrona de las instituciones penitenciarias […] No sorprende entonces que esta cárcel de la impotencia y el conformismo que es Carcelona también celebre su fiesta el mismo día», dice el autor. Aunque pocas cosas hay más románticas e inútiles que tratar de buscar idiosincrasias y caracteres según qué geografías, agradezco a Caellas esta especie de guía para no iniciados. Seis años sin salir de Madrid es una asignatura cuya recuperación exige un lento aprendizaje. O eso es lo que yo creo al leer estas crónicas, si bien en el momento en que escribo esto ya haya desarrollado cierta agorafobia o fobia social hacia Las Ramblas y el turismo.
Dictadura del civismo, secuestro del espacio público, «la Santísima Trinidad que forman la Caixa, la Iglesia Católica y el Fútbol Club Barcelona», la batalla contra el pis y los pañales para los juerguistas con problemas de contención, las cacas de perro y los cagarros de las ratas voladoras, las vanidades y la inclinación al rústico cotorreo de corrala sobre cuernos y fornicio, las firmas periodísticas locales a evitar, la catástrofe de Woody Allen con Vicky Cristina Barcelona y, desde luego, el superávit de turismo y su repercusión en el ánimo local son algunos de los temas que serpentean esta escatológica Ciudad Condal de Caellas. Y hace ya tres años desde que Melusina, la misma editorial que ahora lanza Carcelona, publicó la colección de crónicas titulada Odio Barcelona, donde varios autores barceloneses nacidos en la década de los setenta —por lo demás, los mismos que asistieron a las consecuencias de artefactos como los Olímpicos, el Fórum y Carcelona como marca turística— se dedicaban a hacer saltar por los aires la imagen de la ciudad. ¿A qué se debe esa obsesión por la administración local en los escritores barceloneses?, ¿y por qué no ocurre lo mismo con los contemporáneos madrileños?, ¿no existen allí motivos suficientes para alimentar la queja?, son algunas de las cuestiones que ambos títulos obligan a cuestionarse a cualquier espectador casual. Incluso subtitulada, Carcelona aparece aquí como cinta de Serie B para connoisseurs.
¿No era «Madriz me mata»?
Ahora es Carcelona.
Sí.
¡Pero vosotros teneis a Mourinho! ¿No es esa ya suficiente penitencia? Ale, a seguir haciendo el moderno, majo.
Se debe al normal interés de la clase intelectualoide por la cosa pública y al hecho que meterse a especular con la cosa nacional catalana o española, desde BCN, es una inversión con pérdidas aseguradas.
Un motivo más para solventar de una vez por todas los pesados pleitos nacionales españoles.
Acabo de leer «Carcelona» y me ha gustado mucho. Adjunto el enlace a la breve reseña que he hecho en mi blog por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2013/02/03/carcelona/
Saludos,
iago lópez