La vida de Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) bien pudiera servir como argumento de una novela. Ingresó en el seminario con catorce años para posteriormente abandonarlo por amor, estudió la carrera de Historia y en 1992 ingresó en el cuerpo de los Mossos d’Esquadra. Ha escrito tres novelas hasta la fecha. Ganó el Premio Tiflos de Novela con El peso de los Muertos y quedó finalista en el premio Fernando de Lara con El abismo de los sueños. Con La tristeza del samurái, publicada por la editorial Alrevés, Víctor comienza a ser conocido por el gran público y la novela ya va por su segunda edición.
¿En qué momento diste el paso para convertirte en escritor?
No es un paso consciente. No eliges tú el momento, el momento te elige a ti. Escribo desde que era un chaval, pero a la par iba viviendo, iba trabajando… y siempre he intentado que me publicaran, desde muy jovencito. Mandaba mis manuscritos o, cuando no tenía dinero, los llevaba personalmente a las editoriales o agencias literarias y me presentaba a concursos y a premios. Siempre he sido consciente de que era escritor, nunca he sabido en qué momento podría ganarme la vida con esto, que es lo que he querido siempre.
Que tu madre te dejara en la biblioteca mientras trabajaba habrá tenido algo que ver.
Ahí lo que encuentras es el gusto por la escritura y el mundo de los libros. Cuando éramos pequeños mi madre nos dejaba en la biblioteca –no había, como ahora, chiqui parks para los críos- y allí era leer o leer. De alguna manera, mi vida sí que se encaminó hacia la literatura. El paso de leer lo que otros escribían a escribir mis propias historias fue como muy natural. Tú escribes siempre, pero te conviertes en lo que entendemos como escritor cuando llegas al lector. Ese momento no lo eliges, te elige el momento a ti.
¿Para que te publiquen y te promocionen hay que tener buenos padrinos?
Yo no tengo padrinos, lo que tengo es una fuerza de voluntad tremenda. Hay dos maneras de llegar al público: bien tienes la suerte de fichar por una editorial pequeña, como es Alrevés, o bien caes en una editorial potente como es Planeta que te haga una campaña de marketing de no sé cuántos millones de euros y entonces, por saturación, por agotamiento, se te conoce. Prefiero ser cabeza de ratón que cola de león. Creo que no hacen falta padrinos, hacen falta dos cosas: escribir bien y ser perseverante. En España se publican alrededor de 70.000 títulos al año. Un uno por ciento sobrevive más de un año. El mecanismo que yo utilizo es el ir de boca en boca, eso suple el tema de marketing. Llega un momento en el que empiezas a ser conocido. Ocurre entonces como con los futbolistas y los ojeadores: llega un agente literario, como en mi caso sucedió con Antonia Kerrigan, ve que tu novela tiene posibilidades y es cuando comienzan a venderse los derechos en EE.UU y otros países. Volviendo al tema de los padrinos: no creo en ellos, porque si pides favores luego tienes que devolverlos.
¿Cómo se forjó la idea de La tristeza del samurái?
Yo siempre escribo con una fórmula a través de preguntas y respuestas. Me surgen una serie de preguntas y necesito darles respuestas. La idea de La tristeza del samurái nace a raíz de un libro sobre la Yakuza. Explicaba un poco el origen de la mafia japonesa y hablaba de un samurái del siglo XVIII que aparece mencionado en mi novela. Me llamó la atención porque ese personaje era un líder sanguinario, pero que tenía una vida privada que era totalmente diferente de lo que la gente conocía; era una persona culta, sensible, que detestaba la sangre. Este hombre representaba un papel de cara a la gente y por otro lado tiene una vida interior totalmente distinta. Y me pregunté cómo se vive esa lucha interna entre lo que sientes que eres y lo que debes ser, lo que los demás te imponen que seas. ¿Quién se come a quién?, ¿la máscara se come a la persona o es al final la persona la que acaba quitándose la máscara? A partir de ahí nace La tristeza del samurái.
La trama de La tristeza del samurái comienza en 1941 y termina en el 23-F. En El peso de los muertos la acción transcurre en 1975, aunque existe una relación con una muerte producida en 1945. ¿Por qué has elegido esos dos períodos de la historia de España para tus novelas?
La época del franquismo y sobre todo la transición creo que han marcado lo que somos ahora. Si para saber hacia dónde vas, has de saber de dónde vienes, en el caso de España es paradigmático. Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si la II República hubiese prosperado, si el alzamiento de los nacionales hubiera fracasado, qué tipo de país seríamos ahora. Por la misma razón, el hecho de que tuviéramos una dictadura durante 40 años y que la transición se hiciera como se hizo – que fue una ley del silencio- nos ha condicionado como sociedad. Para mí es muy importante esa época, porque el 23-F fue el último estertor del franquismo. El último intento de volver las cosas al pasado. Eso condicionó que hoy tengamos la monarquía constitucional que tenemos, por el papel que jugó el rey. Marcó que ganaran los socialistas por mayoría absoluta y, a partir de ahí, el tema famoso de la OTAN, el Mercado Común, el hecho de que hoy estemos en la U.E…
La División Azul aparece en una parte de la trama de La tristeza del samurái…
La historia militar me resulta muy atractiva. La participación española en la II Guerra Mundial está poco estudiada y, en todo caso, desde un punto de vista muy técnico. A mí me interesaba mucho compaginar este gusto por lo militar con el sufrimiento de personas a las que las sacan de su país para mandarlas a un país como la Unión Soviética que no tiene nada que ver con España y encima, bajo mando militar de un ejército extranjero, como fue el alemán, y que además está en retirada. Es la desgracia de las desgracias. La gente de la Legión Azul – porque en la época que se describe en la novela ya no es la División, ya que apenas queda un reducto- estaban abandonados por todo el mundo. Imagínate: gente a los que Franco manda allí para quitárselos de encima, como son los camisas viejas, porque para que Franco unificara el Movimiento le estorbaban los seguidores de José Antonio. Gente, como el caso de algunos personajes de la novela, que los mandan para expiar sus “culpas”: o te vas a la cárcel o te ofreces voluntario para ir a Rusia. Todos ellos abandonados por la Wehrmacht, porque como son españoles, si hay que sacrificar a alguien, que sea a ellos. Y luego un ejército enemigo, el soviético, que ha estado pasando las de Caín durante la primera parte de la II Guerra Mundial y, que cuando toma la ofensiva, se quiere vengar de todas las perrerías que les han hecho los nazis, los que se encuentran ahí son los de la Legión Azul. Para mí es el paradigma de la tragedia.
La tristeza del samurái ha sido traducida a varios idiomas, incluso antes de ser publicada en España. ¿Tu ilusión sería que la novela fuera publicada en Japón?
Hombre, claro (ríe) A mí me gustaría ir a Japón a ver a Murakami, tomarme unas cervecita en su bar de jazz y hablar de literatura con él. También me gustaría que se publicara en China, que es un mercado emergente. Pero lo que me parece más interesante de que mi novela sea publicada en otros países es que no importa donde escribas las cosas, porque al final te das cuenta de que hay grandes temas que son patrimonio de la humanidad. Hay cosas que pueden entender un chino, un hindi o un norteamericano. El que lo puedan leer en otros países me llena de orgullo. Y luego hay otra cosa, que en este país somos así, esperpénticos, que para triunfar aquí, muchas veces tienes que triunfar antes en el extranjero. Así funcionan las cosas y así hay que aceptarlas.
Breivik, el autor de las recientes matanzas en Noruega, ha pedido ser reconocido por psiquiatras japoneses, ya qué, según su abogado, “piensa que los japoneses entenderían mucho mejor su sentido del honor que los europeos». ¿Los psiquiatras japoneses también comprenderían mejor a alguno de los personajes de la novela?
Creo que no, porque la mentalidad de los personajes es básicamente occidental. Por ejemplo, la idea de los japoneses del dolor o del sacrificio por el bien común está muy por encima del individualismo occidental. Aunque en apariencia alguno de los personajes de la novela, como Fernando o Recasens o la misma María, pueda parecer que tengan unas ideas altruistas, en el fondo, lo único que buscan es su satisfacción personal: cerrar sus deudas personales. Piensa que en la cultura japonesa, por lo poco que sé sobre ella, el paradigma del individualismo exacerbado no lo tienen. No creo que fuera comparable. Y, evidentemente, este tipo, Breivik, lo único que busca es notoriedad. Un samurái podría ser muchas cosas, pero no un psicópata.
Actualmente, asistimos a un boom de la novela negra llegada del frío, ¿qué ofrecen estos autores nórdicos para qué tengan tanto éxito fuera de sus fronteras?
Aquí en España creo que lo que ofrecen es que no son españoles. Creo que tenemos muy mitificada la cultura nórdica. Luego tenemos el precedente de Mankell, que es el primero que introdujo un poco la novela negra nórdica en España. Creo que llama mucho la atención los paisajes, la idiosincrasia de los personajes, que son muy distintos a los latinos. Se supone que son gente muy civilizada, muy fría… y descubrir la parte oscura de todo ese mundo, tiene su morbo.
¿Crees que un escritor ha alcanzado la fama cuando le invitan a formar parte de los “abajo firmantes” en cualquier manifiesto?
No.
¿Te ves preparado para participar en alguna tertulia radiofónica?
Sí, claro. El hecho de interactuar me encanta. Volviendo a la pregunta anterior, lo tengo clarísimo. Los escritores, los “abajo firmantes” como dices tú, me parece bien que tengan su opinión. Y me parece bien que la expresen. Pero lo que no me parece bien es que te conviertas en un guía de nada y de nadie. Por el hecho de escribir, por el hecho de que alcances cierta relevancia pública, no te conviertes en el maestro del ágora. Detesto mucho los asertos: me gusta la gente que debate. Evidentemente habrá manifiestos que yo firmaría, pero los firmaría no como Víctor del Árbol escritor, los firmaría como Víctor del Árbol ciudadano. El hecho de ganar un premio o ser un superventas no te convierte en referente de nada, en todo caso serás un referente literario. En cambio, la tertulia radiofónica es como un ágora, y aunque parezca contradictorio con lo anterior, creo que no lo es. Porque debatir no es discutir, no es pelear. Hay opinadores profesionales que los ves en una tertulia de radio, en una columna de La Vanguardia, en un programa de televisión… y opinan de todo y con una seguridad tremenda. Yo participaré en cualquier cosa que me pidan, siempre y cuando sea productivo. Entendiendo como productivo no económicamente, sino a nivel de ideas. Tiene sentido gastar saliva si esa saliva va a servir para algo. No soy una persona que vive encerrada en casa y solo escribe… no, no. Yo vivo la vida; soy protagonista de mi vida y participo de mi vida: como tú y como cualquiera. Si me llaman para ir a cualquier sitio a dar mi opinión sobre algún tema, el 15-M o lo que sea, daré mi opinión, pero siempre dejando claro que es mi opinión y que es susceptible de cambiar si alguien me convence que estoy equivocado.
Escribes en tu propio blog, tienes una cuenta en Facebook, otra en Twitter, ¿cómo llevas lo de comunicarte con tus lectores a través de estos medios?
Me gusta más el trato personal o incluso el mail, pero entiendo que, llegados a cierto punto, eso ya no es posible: por volumen, ya no puede ser. Estoy empezando a entender la estructura, la cultura y la filosofía de este mundillo, pero me sigue pareciendo peligroso. Todo es bueno, hasta que deja de serlo. Todo tiene un sentido, hasta que deja de tenerlo. Y Facebook y todas estas historias son buenos, siempre y cuando tengas claro que la realidad virtual no es la realidad carnal. Siempre preferiré esta última, pero como medio para llegar y para que te lleguen, me parece bien. Aunque hay que tener cuidado, ya que, en esos mundos y con el anonimato, tendemos a crear personajes más que personas.
¿Has recibido cartas manuscritas en tu buzón?
No, y lo echo de menos. Me gusta mucho escribir a mano. De hecho, mis borradores los escribo a mano. Y lo de las cartas… ahora ya ni postales de Navidad. Ahora ya lo único que escribimos son sms, tuits y cuatro comentarios en el Facebook. Echo de menos la pausa que te daba el estilo epistolar; pensar antes de escribir, tachar, volver a escribir otra vez. Eso ya se ha perdido. En Facebook, a veces cometo alguna falta tipográfica y eso me irrita profundamente. Es la inmediatez, lo rápido: clac, clac, clac, pam.. y cuando te das cuenta, ya no puedes rectificar.
¿Qué libros te han marcado?
Muchos: La iguana, de Vázquez Figueroa, que es un libro para adultos muy recomendable. A Vázquez Figueroa se le considera en este país un escritor betselleriano, pero tiene novelas muy buenas, y una es La iguana. Luego están Señor presiente o Los hombres del maíz, de Miguel Ángel Asturias y, evidentemente, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. El realismo mágico lo había descubierto anteriormente con Miguel Ángel Asturias, pero Márquez comienza el gran boom de los escritores sudamericanos. Consigue que Macondo forme parte del ideario universal. Cien años de soledad pasará a la historia como pasó el Quijote. Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, es buenísima, muy recomendable también. El extranjero de Albert Camus es una de las mejores novelas que he leído. Me recuerdo siempre leyendo y cada libro, en cada momento, te deja algo. Sin embargo, una novela que he intentado leerla tres veces pero soy incapaz de acabarla, es el Ulises, de James Joyce. Me fusilarían por ello, pero no puedo con ella.
¿Tienes en mente presentarte alguna vez al Planeta?
No, y aquí sin matices. Ciertos premios literarios, son una forma encubierta de esclavitud y no me interesan. Te condenan a un cierto tipo de lector, a una relación determinada con unas ciertas editoriales y te condicionan para futuras novelas que escribas. Y los favores, luego hay que devolverlos.
¿Qué sentirías al ver tu libro en un top manta?
Sé que hay gente que se está descargando La tristeza del samurái “pirata”. Yo no soy de la SGAE; no me importa. Lo que me importa es que la gente lea. Y si algún día veo en un top manta La tristeza del samurái me dará pena si ha ido a parar allí porque forma parte de un fondo editorial que no se ha vendido, pero si alguien lo lee, me parece estupendo. Cuando entro en la biblioteca de mi pueblo y veo a alguien leyendo mi novela, no pienso “un libro menos que vendo”, sino que pienso “un lector más”.
¿Tienes en mente algún nuevo libro?
Sí. Tiene título, tiene argumento, estoy desarrollando la trama y tiene esa pregunta que yo necesito para que empiece a funcionar una historia. Lo único que te puedo decir es que si El peso de los muertos hablaba sobre el peso de la memoria y La tristeza del samurái sobre el peso de la culpa, este habla sobre la pérdida, de qué manera afrontamos la pérdida de un ser querido.
¿Igual que los clubes de fútbol llevan sus trofeos a diferentes vírgenes, ofrecerías tu libro a La Moreneta?
El primer ejemplar que tuve de La tristeza del samurái está en la gruta de la Virgen de Montserrat. Lo hice con ese libro, con una dedicatoria a la Virgen y lo hago con cada libro que escribo. Una vez al año me voy una semana entera a las celdas que hay en Monasterio de Montserrat a escribir. Cada uno tiene sus creencias, su fe y sus historias y en mi vida, la imagen de la Virgen de Montserrat es muy importante. Me gusta ser agradecido con el universo. Me gusta devolver lo que recibo. Pienso que alguien encontrará mi libro en esa gruta y se lo habrá llevado.
No le parece un buen tema para una proxima novela escribir sobre los entresijos de los mossos d’esquadra?….todos los ingredientes para la universalidad literara…corrupcion, poderes ocultos que iintentan silenciar pruebas, manipulaciones de medios, tentaciones y polis buenos…una novela etica con un trasfondo que debe conocer de primera mano… Un saludo…
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