Es muy bonito, ¿verdad?, que los políticos se lleven bien fuera de las instituciones. Muy bonito y muy edificante. Esta semana que nos precede, lo sabrán, los diferentes ambientes chill-out del poder legislativo celebran sus últimos aquelarres y los mass media de la nación se han empeñado en descubrir que, en realidad, los integrantes de la casta política española se llevan bien entre sí, repito, se llevan bien entre sí. Por como lo cuentan en El Mundo, por ejemplo, se detrae que hay algo de mágico y entrañable en que Pío García-Escudero y Zapatero se declaren mutuo respeto en sus últimas intervenciones en el Senado en lugar de, pongamos, escupirse como llamas. O en que José Bono, por poner otro ejemplo, reuniese el otro día a todos los portavoces parlamentarios del Congreso para invitarles a almorzar. El evento,informa Europa Press, trascurrió en un ambiente de cordialidad y al final no acabaron intercambiando reproches ni lanzándose indirectas ni las sillas los unos a los otros ni nada. Tanto así que, de hecho, intercambiaron regalos; Bono repartió entre los portavoces pequeñas estatuillas de los leones del Congreso y ellos, los portavoces, le obsequiaron con una bandeja de plata firmada por todos, que quieras que no es un regalo muy bonito y muy fino y además queda muy bien encima de un sinfonier. Fue todo tan bonito y tan hermoso que el presidente del Congreso hasta se lanzó por bulerías, fíjense, y les deleitó después de los postres con algunas anécdotas de su dilatada carrera política, spoilers en exclusiva del primer tomo de sus memorias, que por cierto se publicarán en 2012 y de ningún modo en absoluto van a tener el mismo peso y volumen que una caja de campurrianas. Un digestivo que ni bicarbonato a puñados, estarán conmigo, y entertaining cosa mala, sobre todo viniendo de alguien que habla como un ent. El único que se lo perdió fue el portavoz del Benegá, Francisco Jorquera, que no fue al almuerzo alegando que ya le hubiera gustado, pero que tenía que afinar el violín. Ni al almuerzo ni a la afoto posterior en las escaleras del Congreso, a la que los portavoces acudieron sin sus estatuillas para que no pareciera que venían de los Emmy. En ella, según reseña La Vanguardia, pudimos ver la cara más humana y más amable de los diputados portavoces. La de José Antonio Alonso, por ejemplo, felizmente recuperado de su telele, o la de Soraya Sáenz de Santamaría, gorda y radiante como una cebolla de pueblo porque está embarazada, no sé si lo saben, y el 20 de noviembre le ocurrirá lo que al resto del Pepé; que saldrá de cuentas. También estaban Rosa Díez, que no llamó demagogo a nadie, y Gaspar Llamazares, que se abstuvo de tuitear el almuerzo en directo para desilusión de sus followers y descrédito de su timeline, por cierto, otrora infalible y riguroso como la estratificación geológica del iridio pero últimamente muy descuidado, las cosas como son, por el empeño denodado que ha puesto en anunciar que mola. Gaspar, digo. Y después se fueron todos al famoso bar Casa Manolo, que está en frente del Congreso, a que en El País les sacaran otra afoto y les hicieran otro arreportaje, esta vez con nombre de tango o de canción de Jorge Drexler; El último café. En el que nos cuentan que cuando no están en la Cámara Baja, sus señorías y señoríos se cuentan entre sí unas chuminadas gordísimas, oye. Como tú y como yo. Súper llanos y súper campechanos porque la friedship es lo que tiene, querida amiga; que never ends, como decían las Spice. Y además todo lo puede. Que se lo digan al 15M, quiero decir. O a los que piden democracia real ya. O a los que ponen en sus webs esos banners tan graciosos que rezan PPSOE o No les votes. O a los que han votado a “clase política, partidos políticos” como tercer problema de España en los últimos barómetros del CIS, sólo por detrás del paro y la economía. A los que ya se habían dado cuenta, en resumen, de que en la casta brahmánica son más amigos de lo que les gusta reconocer. Seguramente, fíjense, hasta estén de acuerdo con los periódicos. Con El País, con El Mundo y con todos los que nos descubren, a estas alturas del mondongo, la importancia de llamarse Ernesto. Que la amistad, pues eso. Que todo lo puede. Porque es muy bonita y muy hermosa.
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Cuántas oportunidades perdidas. Un almuerzo al que van todos los diputados, y nadie envenena a nadie. Un bar donde se reúnen los políticos, y ni una mala pelea de bar, al mejor estilo western, con gran estropicio de cristales y botellas, y duelo al atardecer entre Rubalcaba y Rajoy. Coñe, que se hacen una afoto todos juntos y ni siquiera se ponen los cuernos.
No. Ahora resulta que todo es amor y concordia entre los políticos. Que, mientras se acusan mutuamente de arruinar el país, hacen manitas en los escaños del parlamento y quedan para luego en un motel de las afueras. Los del PSOE con los del PP, los de IU con los del PNV, los de CiU con los de UPyD…
En fin, que la democracia es un coñazo. ¡El pueblo quiere sangre!
Un año después nada desmiente lo dicho. Muy al contrario la casta es mas obviamente uniforme que nunca.