Cuando puse en marcha mi editorial, y no bien empecé a fraguar la primera obra, me prometí que jamás incurriría en la vulgaridad de ir por las librerías colocando mis títulos en lugares visibles. Estratégicos, decía yo por entonces. Lo cierto, no obstante, es que pocos editores se resisten a ver cómo sus criaturas se hacen un hueco en el cruento ecosistema editorial, y yo no fui una excepción. Al poco del lanzamiento, me di al merodeo de puntos de venta con la esperanza de que mis librillos tuvieran el protagonismo que merecían. En el súmum de la coquetería, llegué a aguardar a que fueran mis acompañantes (y sobre todo, mis acompañantas) quienes me dieran la alerta. «Mira, ahí está tu libro.» Y yo, con el aire de soberana indiferencia que sólo podrían permitirse un Jason Epstein, un Carlos Barral o cualquier otra leyenda del oficio, exclamaba: «¡Anda, pues no me había fijado!». Falso, claro; cualquier editor que no sea un burócrata acaba desarrollando una suerte de gen x para localizar sus libros a los pocos segundos de pisar moqueta. Perdí la honra en La Casa del Libro del Paseo de Gracia al ver cuatro ejemplares de mi Ebro/Orbe, de Arcadi Espada, sepultados en la sección de ‘Viajes’, junto a una guía de Ecuador (y Galápagos) y un Todo Estambul o Estambul y sus secretos o Estambul y Ful, ya no recuerdo. Consternado, me dirigí al responsable del desaguisado y, tras mostrarle mi placa, le hice notar lo absurdo de semejante ordenación para, acto seguido, conminarle a que colocara mis libros en la mesa de Novedades o, cuando menos, en la de Periodismo. El (ir)responsable me contestó que el criterio por el que se regía el establecimiento era ese mismo y que a él nadie le daba lecciones de cómo hacer su trabajo. Él lo ignoraba, pero había creado un monstruo. Durante las semanas que siguieron, me lancé a una fanática cruzada (pleonasmo) que me llevó por librerías de toda la ciudad. Mi modus operandi consistía en rescatar el ejemplar de la sección de Parapente, Macramé o donde buenamente lo hubiera alojado la diosa incuria para, aparentando hojear las temperamentales fotografías de Juan Peiró, ir acercándome a la zona hot del establecimiento. Unos años más tarde, por cierto, se me ocurrió que aquellos ajustes de cuentas eran algo así como el negativo de un hurto, como una rapiña a la inversa. Sea como sea, el monstruo en que me convertí acabó tomando una deriva inclemente, sectaria. No satisfecho con poner mis libros a pleno sol, comencé a arrojar los de la competencia a pozos abisales tipo Estambul y sus galápagos. Y quién era mi competencia, se preguntarán. Ése es el problema: cuando uno emprende un viaje hacia la monstruosidad, detrás de cada locura se cierne una locura mayor. En un principio, la competencia eran los ensayitos de actualidad política catalana; al cabo, lo fueron todos los sellos editoriales de Salses a Guardamar y del Cabo de Gata hasta Finisterre. Hice cosas terribles, cosas cuya sola mención le revolvería las entrañas al mismísimo Tony Soprano. Qué digo Soprano; a mi lado, señores, el Mr. Kurtz de Conrad hubiera pasado por un diletante. Los trabajos de preparación del segundo libro tuvieron la virtud de aquietar a la bestia que llevaba fuera. La obra, un compendio de artículos de Xavier Pericay cuyo eje era el sistema educativo español se tituló, en virtud de una acertada sugerencia del autor, Progresa adecuadamente. Pensé que había recobrado una cierta paz de espíritu para proseguir mi actividad sin sobresaltos hasta que, una tarde, me adentré en La Casa del Libro y un pálpito me golpeó las sienes. Me dirigí raudo a la sección de ‘Formación’ y ahí vi mi Progresa adecuadamente, junto a un manual de Oposiciones para la Xunta de Galicia y un Portugués práctico. Mucho me guardaré de explicar lo que hice. Sí les diré que desde entonces vivo a salto de mata, meditando sobre el destino mientras creo ver la noche por última vez; que desde entonces, en efecto, soy portero delantero, que es como llamamos a los fugitivos en las tabernas del barrio.
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Pues no me atrevo ni a imaginar de qué serías capaz al ver tu Libre directo entre un manual de pesca con mosca y otro de iniciación al pádel…
Yo lo encontré en el Fnac al lado de un libro sobre piraguismo, mi olfato no me falló, me fuí directa a buscarlo a la sección de deportes.