Fueron ellos los culpables de todo. Yo iba para Barcelona, entusiasta cruyffista y convergente de izquierda. Había cumplido los 16 y soñaba emplearme en un diario de allá, limpio y civilizado. Participaría sin celo en la construcción nacional y comentaría desdeñoso la fealdad de Madrit, pero sobre todo me mandarían fuera, a ver y enseñar que si estábamos mal aquí era sólo porque éramos como los europeos. Tendría 16, decía, y venturosos azares me trajeron de profesor de Historia y de Ética a un hombre llamado Manolo Saborit. Su dandismo burlón de corte berliniano, perfecto envoltorio de su genuino temperamento liberal británico, me enseñaron el primer desvío a la derecha. Era un desvío porque me apartaba de la ruta trazada, pero tenía el atractivo de una autopista alemana. Recuerdo muchas de sus anécdotas, marcadas todas por aquella forma de estar y mirar al mundo. Pero el mayor lujo eran las proyecciones de 007 comentadas que nos ofrecía en las horas de Ética. Moonraker, From Russia with love. La más recta estética occidental asumida sin culpa, puro hedonismo culto e inteligente. Jamás ha habido clases tan alternativas a la religión.
Al año siguiente vino Esteban Esono, profesor de Lengua Española y originario de Guinea Ecuatorial, un escéptico cultísimo, misterioso y solitario que había llegado a España como sacerdote y volvía a la Biblia para muchas de sus mejores bromas. «Expulsada del paraíso», decía de las rechazadas llorosas, y siempre contaba que cuándo en medio de la selva guineana se encontró a dos monjas hablando en catalán vio confirmado para siempre que «entre Dios y los hombres están los catalanes». Su liberalismo individualista tenía profundas raíces africanas, pero era en realidad un anarquismo de derechas mediterráneo. Con él pasé un mes de agosto en Guinea y aprendí que los hombres pueden tocar el piano y fletar contenedores en el puerto. Mis libros de entonces me hablaban de mundos mejores y mal de poetas, y la vida ya me había puesto enfrente a un irresistible antimoderno.
Has oblidat a Alfons Morós.