Capitales de todo el mundo han celebrado este miércoles el 75 cumpleaños del que fuera presidente checoslovaco y checo Vaclav Havel. En Bucarest, una exposición del fotógrafo y amigo de Havel Oldrich Skacha organizada por la Embajada checa muestra estos días impagables escenas cotidianas del Havel disidente, ciudadano, dramaturgo, presidente y ex-jefe del Estado. Havel ligeramente abrumado fuma y se asoma a la plaza repleta de ciudadanos tras su elección como presidente en 1990. Havel se abraza a su primera mujer Olga, bromea con la segunda Dagmar, bebe cerveza con Obama o departe cigarrillo en mano con otros disidentes en una casa de Praga.
Supe por primera vez de Havel a través de las crónicas de Hermann Tertsch cuando estudiaba periodismo en Madrid. Eran lecturas dolorosas las de aquellos martes por la mañana en los bancos de la facultad. A la izquierda y en página par, bajo el título en cursiva negra y el nombre de Tertsch fino y en mayúscula, se desplegaban historias centroeuropeas de coraje, esperanza y generosidad. Mientras asistía con angustia a la zafiedad de la realidad inmediata imaginaba a Havel en pantunflas recibiendo cerveza en mano a periodistas y estudiantes en el castillo de Hrad, pensaba en las reuniones disidentes clandestinas de lo mejor de Polonia y Checoslovaquia en los montes Tatra o me emocionaban lo limpias que quedaban las calles de Praga tras las multitudinarias manifestaciones anticomunistas que contaba en su libro Eguiagaray.
Nunca olvidaré la impresión desagradable y placentera a un tiempo que me producía el contraste entre la luz de los artículos de Tertsch y las tinieblas de la ignorancia satisfecha y vulgaridad orgullosa. Leer aquellos martes en los bancos de la facultad ese rincón de El País tenía algo de inmolación, y fijó para siempre unos referentes morales a los que volver cuando el realismo cínico parece posibilidad única o acecha la desesperanza. Quizá Havel sea el primero de estos referentes, y su vida un ejemplo para renunciar a atajos tentadores y vivir en la verdad a cualquier precio.
Ni siquiera en la exigencia y la hostilidad del poder hizo Havel su piel más gruesa y se blindó de las complejidades, del mundo y del alma. No se ha traicionado ni ha cedido al muy comprensible escudo de la mezquindad y por eso es absoluto su triunfo.
Con cerveza checa ante el teclado y un cigarrillo en su honor, con esta canción querida que es una de sus favoritas, ¡larga vida, presidente!