Tal vez lo peor que trae el invierno sea el cambio en la indumentaria. De los vestidos ligeros, las minifaldas, las camisetas de tirantes y los escotazos pasamos al predominio del pantalón (Bye bye, shorts/Bye bye, happiness), el jersey y el abrigo largo. Ya se ven en el horizonte las negras nubes de los gorros, las bufandas, los guantes y toda la moda de invierno que es, por supuesto, infinitamente práctica, pero cubre con severidad conventual todo lo que nos suliveya en una mujer. Aunque siempre queda un grupo de irreductibles que lucha contra los elementos: las jennys de 16 años que, a dos bajo cero, salen a las calle con un vestido compuesto por la misma tela que una servilleta, medias finísimas y taconazos, en busca de los richys de turno. Pero esto es más un caso sociológico.
Lo peor de la llegada del frío es el paulatino enfundamiento de las piernas femeninas en pantalones y faldas largas. De golpe, en pleno destape, involucionamos a la época en que los censores suprimían las escenas de beso. Y añoramos con los ojos en blanco y la boca abierta cuando el buen tiempo hizo que las piernas comenzaran a exhibirse impúdicamente en busca de los primeros colores del moreno. Las minifaldas se combinaban con sandalias o, en el mejor de los casos, con tacones (ese invento que, según Indro Montanelli, sirve para que las romanas corrijan su gran defecto: el culo bajo), con lo que la columna se erguía y se tensaban las piernas, cargando el paso de un erotismo que se nota en la mirada (en la mirada del hombre, me refiero; de ahí surge la “cara de loco”).
No todo es leche y miel en la tierra prometida, sin embargo. No todas las piernas son bonitas ni todo les sienta bien. Aunque no sepa formularla, supongo que habrá una proporción áurea entre la carnosidad del muslo y el dibujo del gemelo. Ni la finura ni la robustez garantizan una pierna bella, y el par de piernas más espectacular puede verse saboteado por conjuntar una falda y unas playeras. Me da la impresión de que el gusto general se inclina más bien al fetichismo de los pies que al de la pierna en su conjunto (o al de los tobillos: grande Bill Clinton en Padre de familia dirimiendo un concurso de Miss Tobillazos). Aquel imponente trío liguero-medias-tacones, que hizo las delicias de todo hombre antes de la irrupción de la minifalda, se ha visto relegado al ámbito de la moda retro por su aparatosidad. Si es una fecha especial y hay algo que celebrar, puede que tu chica te alegre la noche con uno de esos.
Podría objetarse que el artificio y la incomodidad son condición necesaria de la belleza. No basta el haber nacido guapa (hablo de mujeres porque la situación es más acusada, pero el caso de los hombres cada vez tiene más tela), hay que hacer ingeniería con el pelo, aplicar chapa y pintura en pómulos, labios, pestañas y cejas, embalsamar el cuerpo con cremas, embutirlo en vestidos varias tallas por debajo de la correspondiente, por no hablar de los zapatos que vuelven un suplicio el caminar. Son necesarios la doma y el modelaje del cuerpo para que dé lo mejor de sí. Al natural sólo es hermoso tumbado en la cama, especialmente post-coitum, pero para el juego social hay que ir pertrechado con la mejor artillería. Una narradora fundamental de nuestros días, la mexicana Margo Glantz, ha escrito con hondura y sagacidad de los autocastigos que las mujeres inflingen a sus cuerpos y del fetichismo de la ropa (especialmente los zapatos). La suya es una escritura aferrada al cuerpo, una escritura de dolor, de misterio y de gozo. La primera vez que leí Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador no pude acabarla por el impacto que me causó la visceralidad de sus últimas páginas.
Y hay un director de cine (aparte de Tarantino) para el que el mundo giraba alrededor de las piernas femeninas: François Truffaut. Es palmario en L’homme qui amait les femmes, en la que el protagonista acaricia con la mirada a todas las mujeres que pasan frente a él y pronuncia esta memorable frase: Les jambes des femmes sont des compas qui arpentent le globe terrestre en tout sens, lui donnant son équilibre et son harmonie. Pero me quedo sin duda con una escena de La peau douce, melancólica y hermosísima obra maestra, en la que Jean Desailly parece medir la extensión y la suavidad de la pierna de Françoise Dorleac, confundidas la media y la piel en el toque ávido de la mano.
Ya tengo nuevo fondo de escritorio.
También nos quedarán esas Chelseas,Katys.. paseando en sandalias pero con gorro y bufanda, o con camisetas de tirantes,minifalda y botas de invierno.
Muy cierto, se me olvidaba, jaja. Las chelseys sólo tienen frío por partes.
Me parece reseñable el reciente afán de los «gurús» de la moda por vestir a las mujeres como auténticas putas de carretera. Primero con los leggins para sordomudas (leyéndose bien los labios) y ahora con la fórmula minishort y zapato de tacón altísimo con plataforma. Desde un punto de vista masculino se disfruta pero tambien se sufre por no poder poseerlas a todas. Ha sido una tortura dar un simple paseo este verano con tanta plataforma y short. Un eterno paseo por la Casa de Campo.
Bonito analisis de las pierna femeninas. Cierto es que no todas son admirables, algunas con gemelo de conejo dan más grima que gusto verlas.
Además otra cosa que no dice usted, es que tienen fecha de caducidad. Pasados los cuarenta se abomban, engordan y algunas son pasto de las varices. Entonces ya les podemos dar bula para que se empantalonen siempre que quieran. Y lo de los tacones; nadie les obliga que yo sepa, es un sacrificio que ellas aceptan con «gusto».
Tiene razón, amigo Lorenzo, la norma general es que con los años las piernas se hinchen como el hígado de una oca; sin embargo (¡oh, sin embargo!) hay excepciones, y se ven algunas mamis con unas piernas admirables (generalmente, paseando con una hija tirando a feona).
Bien ya veo…. toditos sacados de la escuela sostriana o dragodiana. A ustedes les daba yo un repaso, pero ni ganas. Me pongo el liguero, los tacones y charlo un rato con Berlanga. No me esperen.
Muy bonito el articulo y muy bonita la foto.
Pero qué mierdas es esto, leyendo los comentarios me he creido en un maldito foro de FHM, por no habalar del tono boyeur-viejo-baboso del artículo, en fin, graso error de sección, me pregunto si hay colaboradoras.
Y sí, claro, ahí va la típica pseudofeminista fea y paticorta,3,2,1.