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Antonio J. Rodríguez: El muñón y la otra mano invisible

Cuando uno pone de manifiesto su malestar ante el actual estado de las cosas, se arriesga a dos reacciones habituales. La primera alude a la ausencia de propuestas con que mejorar nuestras democracias. La segunda califica como utopistas a quienes plantean propuestas. ¿Pero existe mayor utopía que la de considerar el mercado como institución autorreguladora?, ¿cabe pensar en una quimera aún más falaz que la de la «mano invisible»? En 1998 Pierre Bourdieu se quejaba de que el giro hacia la utopía neoliberal venía dada por la destrucción de todas las «medidas políticas tendentes a poner en tela de juicio todas las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro» (La esencia del neoliberalismo). Más contundente si cabe, para el analista Timothy Garton Ash, «el libre mercado es la utopía más reciente en Europa Central.».

Pero el problema real, como ya han visto otros críticos, es que esa utopía neoliberal no ha existido jamás. Al contrario, residimos en economías fuertemente intervenidas, pues a fin de cuentas, siempre que se deroga una ley es porque otra la sustituye. Lo anterior obliga, como es lógico, a preguntarse a favor de quién se produce esa intervención. Warren Buffet: «hay lucha de clases, es cierto, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra. Y vamos ganando». O como apuntaba Carlos Castiñeiras el pasado sábado en el foro financiero celebrado bajo el lema Toma la bolsa: «Esto no es capitalismo. En el capitalismo, si alguien lo hace mal, pierde. Ahora, si lo hacen mal, no pierden». Es por ello por lo que el célebre concepto de Adam Smith, en nuestro tiempo, solo puede pasar por eufemismo o mentira. Antes que regidos por una mano invisible que mueve los hilos de los mercados, casi se diría que sobre nosotros manda un monstruo que se ha cercenado a sí mismo las extremidades. Y no es lo mismo.

Aunque esa primera mano invisible jamás haya existido, la otra mano invisible, la de la clase obrera, la de los empleos industriales y deshumanizadores, sigue tan vigente hoy en Occidente como hace un par de siglos. Esta es la idea que Isaac Rosa pone de manifiesto en su última novela, La mano invisible. Puede decirse así que el texto encuentra su centro gravitatorio en el enunciado de José Luis Pardo que cierra el volumen; allí leemos que «el trabajo, en sí mismo considerado, parece ser inenarrable». En este sentido el texto de Rosa es extremadamente conceptual —al mismo tiempo que desgarradoramente realista—, y su tarea, la de recordarnos esa «corrosión del carácter» paralela a los empleos que en nuestro capitalismo dábamos ya por olvidados, no poco compleja. Hay aquí, pues, un contrato que debemos aceptar para poder avanzar en la lectura: que la narración de una rutina mecanicista sólo puede ser pesada y angustiosa. Hacer de esta novela una experiencia agradable traería consigo convertir a sus protagonistas en bufones. Rosa da otra vuelta de tuerca a la novela en el momento en que desvela que sus trabajadores, sin saberlo, se encuentran protagonizando un espectáculo. ¿Qué hacemos aquí?, es la pregunta que no pueden dejar de hacerse. Son ahora ellos los que están siendo observados, en lugar de permanecer escondidos en espacios de trabajo sobre los cuales nadie desearía reparar o reflexionar. El iceberg se da la vuelta.

Con los perdedores del mejor de los mundos es el magnífico título que Günter Wallraff eligió para su última colección de crónicas como periodista encubierto, donde indagaba en las pésimas condiciones laborales de nuestro tiempo. Tal vez, el testimonio más desagradable de aquella colección fuese el del call center. Allí encontrábamos a precarios asalariados obligados a estafar por teléfono a personas cuya existencia era tan mala o peor que la suya. En La mano invisible encontramos el retrato de una ex empleada en un centro de unificación de deudas, en el que, con la burbuja inmobiliaria, logró arruinar a trabajadores que no pudieron plantar cara a sus deudas. Superada aquella época y el malestar que le causaba sentirse una estafadora, el personaje puede decir que sus condiciones han mejorado, ahora que se dedica a realizar encuestas telefónicas sobre el grado de satisfacción del encuestado en su trabajo. Y de hecho, es éste uno de los asuntos más crudos que se abordan en la novela: la solidaridad nula de la clase trabajadora. El hijo de Saturno devorándose a sí mismo y con el beneplácito del padre.

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Un comentario

  1. Uuuff… ¡qué simplificación de todos los conceptos mencionados! Clase obrera, mano invisible, capitalismo, mercado… todo descrito en modo panfletillo UGTista. Cuando quieras te ayudo a entenderlo un poquito más en profundidad. De nada.

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