“Un día entras en el mundo adulto y sabes que ya no eres un niño”, nos dice Ana Juan, ilustradora valenciana que nos recibe en su casa de Madrid. Nos habla de su trayectoria profesional, desde aquellos primeros años en La Luna y Madriz hasta sus recientes portadas en The New Yorker y su próximo libro, La Revolución en la tienda de animales, que sale ahora en septiembre; de cómo es ilustrar para niños y de cómo es tratar con los adultos que editan estos libros. Amable, encantadora y cercana; poseedora de un sentido autocrítico que es el que tal vez ha hecho de Ana Juan la magnífica ilustradora que ahora conocemos.
Ya desde niña dibujabas constantemente y copiabas ilustraciones de libros. ¿De ahí surge tu vocación, de observar e intentar reproducir?
Supongo que sí. De pequeña lo que más me gustaba era dibujar, y empiezas copiando. Mediante la copia vas aprendiendo y luego, poco a poco, vas desarrollando tus propios dibujos.
Llegaste a Madrid recién salida de la universidad, en plena movida madrileña. ¿Cómo fue ese choque?
Pues muy bien: tienes 20 años, estás en Madrid y tienes trabajo dibujando, que es lo que te gusta. Lo disfruté muchísimo.
Viéndolo con perspectiva, ¿en qué crees que ha mejorado el arte gráfico en España desde entonces?
Son momentos muy diferentes. Por aquel entonces todo era posible, estábamos viviendo un momento de eclosión; de todo aquello ha quedado un poso que hace que ahora un libro ilustrado sea algo de consumo normal.
En aquella época surgen tus, de momento, únicas historietas. ¿Eras aficionada al cómic?
No mucho. Estaba empezando y tuve la suerte de que me publicaran y así, mientras publicaba, iba aprendiendo. Luego cada uno va buscando la manera de contar las cosas como quieres, y me di cuenta de que ése no es mi medio.
Entonces descartas volver a trabajar la historieta.
Sí, me gusta explicar historias, pero no así.
Has trabajado en países tan distintos a España y entre sí como Estados Unidos o Japón. ¿Qué es lo mejor de cada uno de para trabajar como ilustradora?
Cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes. En Estados Unidos estás muy bien remunerado y tus derechos se contemplan. En España, en cambio, se paga mucho peor y siempre has de estar peleando, crear conciencia de que un ilustrador no es un fotógrafo, es un artista plástico. Y Japón es más parecido a Estados Unidos. Pero, eso sí, en España hay más libertad.
¿Tenéis que tener mucho cuidado los ilustradores en Estados Unidos debido al auge de la corrección política?
El editor siempre tiene miedo de que se le echen encima y de cometer una incorrección, de que toques temas que no quieren tocar para no meterse en jaleos. Sin embargo, en España se es mucho más libre, no hay ese miedo al problema que pueda generar una ilustración, una imagen.
Hace unos años, desde Frida, empezaste con la ilustración de libros infantiles, de otros autores o escritos por ti. ¿Qué diferencias encuentras entre ilustrar los cuentos de un autor ya muy reconocido y establecido y tu propia obra? ¿Dónde te sientes mejor?
Me siento igual de bien. Cuando ilustras la obra de otro autor estás buscando otras cosas, te enfrentas a problemas que en tu propia obra no tendrías, pero eso no significa que no me encuentre igual de bien superándolos.
¿No te sientes más incómoda al ilustrar tu propia obra?, ¿no te exiges más?
Estás luchando contra la autocomplacencia, contra lo que conoces y es lo que te gusta, y es un reto. Pero ese mismo reto lo puedes encontrar ilustrando a otro autor.
¿Hay alguna obra que te gustaría ilustrar?
Es una pregunta que me han hecho muchas veces y siempre digo que me gusta que me sorprendan. No sé, podría decir que me encantaría ilustrar Alicia en el País de las Maravillas, y luego encontrarme ante ella y no sentir nada especial. Prefiero que la vida me vaya ofreciendo cosas. Incluso una obra de la que a priori no te esperabas demasiado puedes encontrar cosas buenas cuando estás sentada ante ella.
Para ti el silencio es muy importante. ¿Es el ruido el anatema del ilustrador?
El silencio es importante, pero es muy difícil de conseguir. Más aún viviendo en la ciudad y en esta plaza (risas). Pero me he acostumbrado a trabajar en cualquier sitio y me puedo crear mi propio silencio.
A pesar de que ya se puede hablar del estilo “Ana Juan”, ¿cuáles crees que son las principales influencias que has tenido?
Todos llevamos una maleta, y esa maleta se va cargando con todo lo que en algún momento de la vida te impresiona, cuando has estado deprimida, lo que te ha gustado, lo que no… desde las primeras imágenes de pinturas, hasta el cine y literatura. Todo eso lo vas cargando y asimilando, y al final queda un poso que es lo que marca tu diferencia.
Cuando quieres comunicar algo y no es fácil de hacer con tu estilo, ¿intentas mantenerlo o es más importante el mensaje que pretendes transmitir?
Si no hay comunicación no sirve para nada tu trabajo. Lo importante es hacer tuyo el mensaje y luego enfrentarlo al público.
¿Piensas mucho en el público?
Yo trabajo para mí. Y lo que a mí me gusta y me satisface; a unos gustará más que a otros, pero sin esa comunicación es imposible, porque yo trabajo para comunicar. Un cartel, por ejemplo. Por mucho que me guste a mí, si no recoge y transmite la idea que quería comunicar no sirve de nada.
En los trabajos por encargo, como por ejemplo las portadas de The New Yorker, que normalmente han de ceñirse a un tema muy específico, ¿cómo es el proceso para conseguir esa imagen?
Es muy difícil. Estás hablando de un caso en concreto que es muy difícil. Puede ser algo que salga motu proprio, elaboras unas imágenes, las envías, son aprobadas y entonces ya las desarrollas; siendo así un proceso que ha durado horas. Pero también puede durar semanas o meses y, en el último momento, antes de ser publicada, se cae. Hasta que no pasa todo ese filtro no sabes si está funcionando o no.
También hay mucho de prueba y error, entonces.
Claro. Podría parecer que es muy fácil, que tú tienes la idea y que enseguida te la publican, pero no. Hay muchas lecciones de humildad. Estás trabajando para un editor que quiere las cosas de una determinada manera. Si tú encajas ahí bien, pero si no encajas no hay forma.
El mundo creativo e imaginario del autor, ¿es un talento natural fruto de cierto tipo de personalidades o puede trabajarse?
Puede haber una cierta tendencia, algo innato que permite desarrollar o contar lo que quieres con las imágenes, con la plástica; pero hay mucho trabajo detrás. Quizá yo tenga el mismo talento que tiene mi hermana, pero ella no ha querido hacerlo. Yo, en cambio, me he empeñado en desarrollar ese germen de talento que pueda tener.
¿Qué temas son los que más te atraen para que te decidas a ilustrar un texto?
No busco que me enamore el texto. Muchas veces aprendes a quererlo a través del conocimiento, igual que con la gente.
¿Crees que una buena ilustración puede mejorar un texto sin brillo?
O salvarlo. Con la ilustración lo estás arropando, y puedes darle empaque, o hacerlo más visible.
Tu estilo es un tanto onírico. ¿Alguna vez has usado alguna idea proveniente de un sueño?
Me gustaría recordar mis sueños, pero olvido inmediatamente lo que he soñado, así que no, en mi trabajo no plasmo mis sueños, no los recuerdo (risas). Ojalá.
En tu trabajo como ilustradora de literatura infantil, ¿has perdido la inocencia y el texto pierde el encanto al verlo desde una mirada adulta, o te sientes incluso más fascinada al acercarte a él desde una perspectiva más profunda?
Hombre, la inocencia se pierde cuando toca perderla. Un día entras en el mundo adulto y sabes que ya no eres un niño, es imposible ver las cosas con inocencia. Ahora es mi trabajo, mi profesión, y miras un texto por encima y ya ves qué vendrá detrás o qué es lo que le tienes que aportar ahí.
Algunas de tus ilustraciones, sin llegar a ser autorretratos, recuerdan bastante a ti.
Es totalmente involuntario, pero suele pasar. Es lo que notas, al ver retratos de pintores… es la persona que más conoces, a la que has visto más veces en tu vida.
Tus trabajos más importantes, en cuanto a desarrollo de tu carrera, podrían ser los realizados para The New Yorker, Frida en el mundo de la literatura infantil, o El comenoches como ilustradora y narradora… ¿Los pondrías como ejemplo de tu carrera o sientes predilección por alguna de tus obras menos conocidas?
Snowhite, por ejemplo.
¿Y algo de lo que no estés muy orgullosa, alguna oveja negra dentro de tu obra?
Como en todas las familias (risas). Tampoco estoy excesivamente orgullosa de ninguno de mis trabajos porque es imposible verlos con objetividad. Sé lo que hay detrás y sé que muchas cosas son mejorables, cambiaría muchas otras. No soy objetiva.
El hecho de hacer ilustraciones para The New Yorker ¿no supone una presión o miedo a no saber comunicar al público?
No es fácil trabajar con ellos, pero bueno, una sabe lo que hay y acepta las reglas del juego. Te lanzas e intentas hacerlo lo mejor que puedes. Si lo consigues bien, y si no tampoco es el fin del mundo.
¿Hay una frontera entre la ilustración para adultos y para niños?
La frontera la marca el mundo editorial y el mercado.
¿No crees que tu estilo puede marcar un punto de ayuda en la madurez del niño?
Ahí está el problema. El que marca esa frontera siempre es el editor y sus miedos de “esto es para infantil” o “esto no es para infantil”.
¿Has tenido alguna polémica con algún editor? ¿Qué tipo de ideas te han rechazado?
Siempre, pero es lo normal. Siempre hay polémica. Yo tengo que defender mis ilustraciones. Pero igual que pasa en el mundo del cine… hay que pelear por lo que quieres. Siempre hay una negociación con el editor: tú le acercas un poco a tu terreno, él al suyo…
El editor puede argumentarte que esto le va a dar miedo a los niños o, peor, va a darle miedo a los padres y no lo comprarán…
El último problema lo he tenido con La revolución en la tienda de animales, que va a salir ahora en septiembre. Y el problema que tuve en Estados Unidos es que, después de tres años de no existir ningún inconveniente, me dicen que tenemos que buscar otro título, porque la palabra “revolución” les da miedo. Ellos solos se autocensuran. Pero cómo después de tantos años me vienes a decir que esto da miedo, que no…
Si en la ilustración de portada figurara un grupo de animales ondeando banderas rojas les hubiera dado un síncope.
Y en realidad la palabra revolución simplemente implica derribar un sistema para imponer otro, no indica cuál, simplemente eso, si lo miras así. Les dije que la única palabra que aceptaría porque mantendría el sentido sería “motín”, pero les pareció muy carcelario y aceptaron “revolución”, supongo que porque evocaron algo muy carcelario, muy sudoroso, muy varonil (risas). Les dio miedo. Pero es así, en Estados Unidos una cosa es la costa este o la costa oste, pero en medio hay todo un mundo, ya sabes: las mojigaterías, el puritanismo, las iglesias, que alguien te haga una mala crítica y decida que ese libro hay que quemarlo. Eso es Estados Unidos también. En Nueva York o San Francisco no pasa nada, y todo parece maravillo, pero entre ellos hay todo un mundo con millones de personas y una sensibilidad muy distinta.
Plantéale a un granjero redneck del sur profundo que compre un libro que se titula Revolución…
Claro, y ahí también hay librerías, colegios, bibliotecas, ahí también hay un mercado.
Siguiendo con los campos de ilustración que has tocado, te iba a pedir que nos recomendaras un cómic.
Maus, de Art Spiegelman.
Un ilustrador de prensa.
El Roto.
Un portadista.
Edel Rodríguez, el director de arte del New York Times.
¿Has cogido ideas del cine?
La que más me impactó, en su momento, fue La naranja mecánica. Pero hay tantas que no podría listarlas.
¿Y algún autor cuya música te haya inspirado imágenes?
Michael Nyman. Luego a lo mejor pienso: ¿pero qué he dicho?. Hay muchos.
Hemos leído que califican tu obra como expresionismo y cubismo…
Hay dos o tres definiciones que se repiten continuamente en la red. Es algo así como “Ana Juan parte del expresionismo más acervado evolucionando posteriormente hacia el cubismo”. Y no. (risas) ¡Cubismo, no, por Dios! (Nos enseña una ilustración suya) ¡Esto no es cubista! ¡Y que soy naíf! Lo pusieron en todas partes como referencia, y cuando me dieron el premio nacional todo el mundo reprodujo lo mismo… el único que no lo recogió así fue El mundo, porque me llamaron y les dije que cómo voy a ser yo naíf, naíf es un dibujo instintivo, si a mí precisamente lo que me sobra es formación académica.
Bueno, pues Jot Down le quiere dejar claro a todo el mundo que la obra de Ana Juan no es ni cubista ni naíf.
No puedo ser naíf porque tengo una formación académica. A lo mejor mi trabajo puede dar una sensación de ingenuidad, vale. Pero naíf como tal no. Y cubista tampoco.
Un estilo de línea clara, que dirían Faemino y Cansado.
Pero es que la Wikipedia es la primera en la frente. Empieza algo así como “Ana Juan, que firma con su nombre de pila…”. ¿Pero cómo va a ser mi nombre de pila? ¡Ana vale, pero Juan no! Y es que mira que mi nombre es sencillo, pero me han llamado de todo. Lo más frecuente: Ana de Juan. A veces digo “Ana Juan”, y me preguntan por el apellido. Mira lo que dicen aquí: “ilustraciones de corte fantástico y clara influencia naíf”. Si es fantástico no es naíf. Del expresionismo al cubismo… y todo esto se ha extendido. Mira: ¡todo esto no es cubista!
Podrían definir entonces tu obra como “cubismo naíf radical expresionista con un toque de fantasía onírica y firmando con su nombre de pila».
(Risas) ¡Exacto! El mundo fue el único que no lo recogió así, y menos mal. Llegó un punto en que decía: «¡un momento, que ya no puedo repetir más esta tontería continuamente!»
¿Entonces cuáles fueron los estilos que te gustaban en tu juventud?
Cuando era joven y estaba aprendiendo quería dibujar, por ejemplo, como la época azul de Picasso, pero el cubismo nunca. Y el expresionismo… claro. El naíf tampoco me entusiasmó.
¿Y el tema onírico?
Eso ya es cosa del que lo recibe. Yo no pretendo ser onírica. Si el receptor lo lee así, pues bueno, no es premeditado por mi parte. Como tantas otras cosas que el espectador recibe de una forma diferente a como tú lo habías planteado.
Pues muchísimas gracias, Ana, creo que lo mejor es cerrar con esta conclusión: estás harta de que te cataloguen como cubista.
Absolutamente.
Fotografía: Bárbara de Bragaza
Encantadora. Como su obra.
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