Leo
Planeta de Agostini
Leo es el sobrenombre-acróstico de Luiz Eduardo de Oliveira, autor brasileño de agitada biografía plena de exilios por motivos políticos, antes de asentarse definitivamente en París como ilustrador de comics, a principios de los ochenta. Pero no fue hasta casi quince años después que, enmarcado en la fértil industria de las bandes desinées, que publica Aldebarán, su obra cumbre.
Los cinco álbumes de Aldebarán constituyen el primer tomo de lo que quiere ser una saga de tintes humanísticos, incluso metafísicos, con resonancias del Solaris de Stanislaw Lem. En un planeta en su mayor parte acuático, la pequeña comunidad de primeros colonos espaciales viven en una suerte de civilización pre-industrial desde que cien años atrás perdieran contacto con la Tierra. De forma repentina, una serie de sucesos inexplicables (esculturas marinas, comportamientos extraños de los animales,…) desemboca en tragedia a manos de una criatura desconocida. Los protagonistas, dos jóvenes colonos y unos misteriosos científicos, intentan descubrir el origen del peligro mientras poco a poco vamos recorriendo el planeta, conociendo sus maravillas, confrontadas al despótico régimen que camufla una teocracia con unas instituciones pseudodemocráticas de poder meramente cosmético.
Desde luego, Leo no intenta en ningún momento escribir una obra de temática original, ni rompedora. Un viaje iniciático que casi podría clasificarse de cliché del género, el misterio de la criatura se nos antoja enseguida un pretexto para que, por un lado, descubramos las peculiaridades del mundo imaginado por el autor, y por otro lado, para que los personajes se enfrenten al sistema, corrupto y despótico. Así pues, la aventura llamémosle pura, ese recorrido del lector por los recovecos de planeta desconocido, se va mezclando de forma gradual con una serie de situaciones y reflexiones políticas, históricas, sociológicas. Es imposible esconder que con Los mundos de Aldebarán el autor, más que una obra de anticipación en el sentido estricto o distópico de la palabra, más que una nueva vuelta de tuerca al discurso canónico de la ciencia ficción más convencional, aspira a ilustrar una serie de ensayos metafóricos acerca de la raíz misma de la colonización espacial. Con un guión relativamente simple que vuelve a remitir a obras clásicas del género, el brasileño lanza su mirada a través del prisma de la Historia, preguntándose si el progreso científico que concede la conquista del espacio conlleva un verdadero progreso político, o por el contrario se perpetuarán los errores del pasado. Nos enfrenta así el autor a la posibilidad de que la colonización espacial, en un amargo reflejo de la colonización americana, desemboque en un régimen despótico y autárquico, en el que sea la religión más que la política la punta de lanza del movimiento.
Desde el punto de vista gráfico, Leo demuestra un trazo limpio, clásico, que puede resultar a veces demasiado hierático, demasiado inexpresivo, pero que encuentra en la representación de la exótica fauna y flora del planeta Aldebarán sus momentos más brillantes. Allí donde los personajes humanos son extrañamente uniformes, de expresión rígida, los animales y plantas son un derroche de exuberancia visual y cromática, y es sin duda lo más destacable del dibujo del brasileño, que sigue sorprendiendo y agradando en Betelgeuse, segundo tomo de Los mundos de Aldebarán.