Música

20 años de «Nevermind»

Nirvana Nevermind Imagen DGC Records.
Nirvana ‘Nevermind’. Imagen: DGC Records.

24 de septiembre de 1991: se publica el disco que va a cambiar el rumbo de la industria discográfica durante años y va a desatar una corriente juvenil que los sociólogos aún deben de estar intentando comprender. Pero, ¿por qué precisamente ese disco y no otro? ¿Qué hizo a Nirvana diferentes? ¿Por qué se convirtió su líder en un símbolo generacional? ¿De verdad había para tanto o fue todo un invento de la prensa?

Sabemos que la historia terminó en 1994, cuando Kurt Cobain, cantante, guitarrista y compositor de la banda se pegó un tiro en la cabeza en su casa de Seattle. Su muerte produjo una especie de canonización en torno a su persona, pero ya antes se había convertido en un icono de enrevesados contenidos simbólicos. Había aparecido de la nada como el involuntario Mesías de toda una generación, había predicado tres años como Jesucristo y finalmente sacrificó su vida por nuestros pecados. O por los suyos. O por los de su familia. Quién sabe.

Éxito por sorpresa

En Seattle nunca pasaba nada. Hoy nos parece casi irreal, pero en 1990 las compañías discográficas ignoraban por completo la escena musical de la ciudad. Incluso las giras de los grandes artistas norteamericanos se saltaban Seattle, pese a ser una población de más que razonable tamaño. Todo de lo que la ciudad podía presumir de cara al mundo era haber sido lugar de nacimiento del dios de la guitarra eléctrica, Jimi Hendrix. Poco más. Los grupos que tenían que llegar a algún sitio ya habían llegado: Alice in Chains o Soundgarden se habían labrado cierto nombre dentro del circuito metálico aunque nadie esperaba que se convirtiesen en fenómenos comerciales (y de no ser por Nirvana, probablemente no se hubiesen convertido). Screaming Trees habían obtenido cierta repercusión en los todavía minoritarios círculos del “rock alternativo”, una etiqueta que, como tantas otras, no tenía ningún significado concreto. Aquello era todo lo que había dado de sí una efervescente escena local —que alguien, por algún motivo, bautizó como “grunge”— que para entonces estaba ya en franca decadencia. La modesta explosión musical de Seattle había muerto casi al instante de empezar. Algunos músicos del lugar sólo habían conseguido triunfar al emigrar, como Duff McKagan, que en pleno 1991 era bajista en Guns N’ Roses, para lo que había tenido que abandonar su ciudad. No era nada nuevo: incluso Hendrix tuvo que huir de Seattle para llegar a alguna parte en el mundo de la música.

Pero había alguien en la ciudad que no se daba por vencido y seguía teniendo ambiciones. Un chaval de Aberdeen —un pequeño suburbio de las afueras— pensaba que podía llegar más lejos de lo que permitían las breves fronteras del norteño estado de Washington. Lideraba un trío de pseudopunk llamado Nirvana pero apenas había conseguido repercusión tras publicar su primer disco en la principal discográfica local, Sub Pop. Buscando una mayor proyección comercial Cobain decidió firmar con una filial de Geffen, la misma compañía que había convertido a los Guns N’ Roses en el grupo de rock más exitoso del planeta. Aunque nadie en Geffen confiaba en que  Cobain y los suyos dejasen de ser una banda de culto, tenían la esperanza de que Nirvana podría convertirse en un grupo con cierto renombre, al estilo de Sonic Youth o los Pixies. Pensaban vender unos doscientos mil discos en total, una cantidad respetable pero modesta si tenemos en cuenta la magnitud del mercado norteamericano y lo que conlleva en gastos de publicidad y distribución. Con esas doscientas mil copias se hubiesen dado con un canto en los dientes. En 1991, el punk melódico y retorcido de Nirvana no era algo que pareciese tener cabida en las listas de éxitos. Pero el segundo disco del grupo, Nevermind, fue publicado en septiembre y al poco ya vendía doscientos mil discos no en total, sino por semana. Todo causado por la reacción histérica del público ante el primer videoclip del grupo, Smells like teen spirit, emitido por la MTV en horario nocturno. Por algún motivo, aquella canción fue el catalizador de una reacción juvenil que se extendió como la pólvora. No resulta fácil entender por qué.

Explicando lo inexplicable

Sobre un escenario, Kurt Cobain no era un tipo especialmente carismático. Tenía una gran voz, había una extraña energía rodeándole, pero no era precisamente un imán para las miradas. No era Freddie Mercury, ni Prince, ni David Lee Roth. Kurt Cobain no tenía madera o vocación de estrella. En los videoclips o en las fotografías, sin embargo, la cosa cambiaba. Ahí emergía un diferente tipo de carisma que resultaba invisible o inexistente en otros ámbitos. Había algo en él que para los adolescentes le convertía en “uno de los nuestros”. Aunque era un tipo guapo, no era alto, ni musculoso, ni de ninguna manera imponente. Era desgarbado, vestía de forma desaliñada y escondía su rostro detrás de una melena como queriendo decir “no me importa si soy guapo o no, y a vosotros tampoco os importa”. No salía al escenario descamisado y consciente de su propio sex-appeal como Chris Cornell. Y desde luego no parecía dispuesto a vestirse de traje y corbata para deslumbrar con su —inexistente— sonrisa a las clientas para venderles el último modelo de aspiradora. Kurt Cobain era un tipo tímido y acomplejado. Su físico, en algunos aspectos, recordaba al del “perfecto chico americano”: rubio, ojos azules, rasgos armoniosos. Pero su aspecto y su actitud contradecían ese estereotipo. No quería ni podía ser el perfecto chico americano. Distaba mucho de considerarse tan perfecto y no se molestaba en disimularlo. Parecía incluso levemente molesto consigo mismo. Se percibía en su postura, en su ropa, y desde luego en su música. Era diferente a lo que solía verse en la MTV, era un inadaptado.

Daba la casualidad de que el mundo estaba lleno de adolescentes más o menos inadaptados —o simplemente descontentos— que se identificaron instantáneamente con esa actitud, como años antes otra generación de jóvenes descontentos recibió como agua de Mayo a los Sex Pistols y su comportamiento desafiante y contestatario. A principios de los 90, especialmente en occidente y Japón, había muchos adolescentes que habían crecido en unas sociedades ricas donde tenían las necesidades básicas cubiertas, pero que al mismo tiempo eran presa de carencias que ellos mismos no eran capaces de identificar o expresar. Carencias afectivas, familiares, de autoestima… siempre es difícil encontrar un adolescente contento consigo mismo, pero por entonces el fenómeno parecía haberse multiplicado. Aquel videoclip de Nirvana y aquella canción cuya incómoda descarga de energía chocaba frontalmente con un pop imperante que invitaba a la despreocupación y el desenfado, actuaron como un espejo en donde jóvenes de medio mundo se vieron reflejados de repente.

A través del espejo

Cobain siempre pecó de estar demasiado mediatizado por la imagen de lo que él creía debía ser un músico “alternativo” o “antisistema”. Su música era auténtica, sus letras también, así como la mayor parte de sus comportamientos y declaraciones; pero a veces el papel que quiso representar como “estoy dentro de la industria musical pero no formo parte de ella” le quedaba un tanto forzado. Es comprensible en cierto modo, porque formaba parte de una “ética  underground” que había heredado de los círculos en donde se movía. Se creó un personaje, el enfant terrible del panorama rockero, que no tenía demasiado sentido aunque él por momentos parecía pensar que sí. Pero más allá de eso había algo en lo que Cobain era irremediablemente sincero: estaba jodido. Y aunque antes de su suicidio poca gente sospechaba cuán jodido estaba, todos sabíamos que algo no iba bien en su cabeza. Pero bueno, también lo sabíamos de otras estrellas del rock.

Cobain canalizó la angustia de una generación porque esa generación vio más allá de la pose que él pretendía transmitir y captó bastante más que meros retazos de su verdadera personalidad. Cuando los detalles de su biografía fueron haciéndose públicos empezó a resultar evidente qué era lo que habían visto los adolescentes en él. Cobain, efectivamente, no se hacía el inadaptado: era de verdad un inadaptado. Había crecido en una familia disfuncional, había mostrado desequilibrios emocionales importantes siendo sólo un niño y arrastraba traumas, inseguridades y heridas desde su más tierna infancia. Había sido despreciado y maltratado por compañeros de escuela. No era exactamente un ídolo del rock subido a un pedestal, un virtuoso de la guitarra al que un joven quisiera imitar, como Slash o Eddie Van Halen, sino más bien alguien más terrenal con quien sencillamente resultaba fácil identificarse a distancia. Ni siquiera sus propios seguidores hubieran creído de antemano que podrían admirar a alguien tan aparentemente insignificante como Kurt Cobain, que sí, tenía talento, pero no era exactamente un “dios del rock”. Era más bien como el tipo raro de la clase al que un día le cuentas tus problemas y no sólo los entiende, sino que resulta que los suyos son aún peores.

Además hacía la música que los jóvenes querían escuchar: furiosa y desencantada, completamente opuesta al pop comercial que, con pocas aunque sonadas excepciones, dominaba las listas. Obviamente, su enorme talento como escritor de canciones —especialmente componiendo melodías memorables— hizo el resto. Después del impacto inicial que producían sus aires de “rebelde sin causa”, la gente descubrió que había todo un disco repleto de energía explosiva y canciones con vocación de clásico. El Nevermind era un pedazo de dinamita, pero dinamita recubierta de diamantes.

Moda, debates y parafernalia

El éxito del Nevermind provocó dos fenómenos extramusicales paralelos que no se habían producido, por ejemplo, con el éxito aún mayor —aunque mucho menos repentino— del Appetite for destruction de los Guns N’ Roses, quienes eran más como la típica banda clásica a la que un seguidor contempla y admira desde fuera, imitándolos quizá, pero sin realmente identificarse con ellos. Lo de Nirvana fue distinto: causaron una avalancha de expresividad juvenil y el mundo adulto quedó repentinamente atónito al comprobar el nivel de descontento acumulado por sus, a priori, felices hijos del primer mundo. Los adolescentes aprendieron de Cobain conceptos y palabras que no siempre sabían usar de manera atinada, pero que daban a entender que no eran exactamente felices: cosas como “estoy deprimido” o “el mundo es una mierda” no era lo que cabía esperar oír en el seno de familias teóricamente libres de grandes problemas. El huracán sociológico desencadenado por Nirvana no se apagó rápidamente ni mucho menos: cuando la industria musical quiso explotar —y explotó— el filón de grupos musicales de Seattle, resultó que un buen número de ellos transmitían también mensajes oscuros repletos de melancolía y desesperanza.  El asunto llenó páginas de prensa y muchos minutos de debates televisivos; se popularizaron conceptos como el de la “generación X” en el apresurado intento de responder al misterio “¿Qué demonios les pasa a nuestros hijos?”.

El otro fenómeno fue más sencillo pero no menos llamativo: la moda. Una palabra como “grunge” que no significaba nada en concreto y que sólo había servido para etiquetar a un puñado de grupos de mala muerte condenados al anonimato en la gran ciudad más ignorada de los EE.UU., se convirtió en una etiqueta comercial como otra cualquiera: de repente, los vaqueros rotos y las camisas de franela tradicionales entre los jóvenes de la fría Seattle empezaron a venderse en boutiques para ricos a precios astronómicos. Modelos masculinos y femeninos aparecían en elaborados montajes fotográficos para revistas pijas con atuendos “grunge” y luciendo sus palmitos en pose desencantada, como una especie de cruda y cruel ironía que parodiaba sin pretenderlo la actitud rebelde y el hastío vital de Kurt Cobain. Incluso en películas de Hollywood se puso de moda hablar del “grunge” hasta extremos en ocasiones sonrojantes. El propio Cobain, que había sido el chico menos “guay” de su instituto y que había aguantado burlas y palizas, contemplaba ahora con disgusto cómo diferentes industrias comercializaban su imagen porque era lo que estaba de moda y lo que quedaba bien: de repente ser un inadaptado era “ser guay”… siempre y cuando fueses lo bastante guapo y delgado como para que te quedase bien el uniforme de inadaptado pret-a-porter, claro. Aquella comercialización del “grunge” fue tan ridícula que hasta los propios músicos hablaban de ello con más que notoria repugnancia.

La industria musical fue la que cambió de manera más radical y duradera a raíz del Nevermind. Como decíamos, las compañías discográficas se lanzaron de cabeza a Seattle para lanzar a cualquier grupo originario de la ciudad e intentar convertirlos en los “nuevos Nirvana”. Alice in Chains o Soundgarden fueron redescubiertos para un público general y nuevas bandas como Pearl Jam se convirtieron en la nueva sensación de la temporada. El rock “alternativo” dejó de ser una alternativa para convertirse en la moda predominante y aparecían grupos “alternativos” hasta de debajo de las piedras. ¿Qué significaba ser “alternativo”? Pues básicamente tener un sonido basado en guitarras saturadas, con melodías melancólicas y letras que hablasen de angustia existencial. En lo musical, la moda duró bastantes años. Michael Jackson y Madonna tuvieron seria competencia durante una buena temporada.  Nirvana había establecido un nuevo paradigma discográfico que se prolongaría durante el resto de la década de los noventa.

Muerte y canonización

Mientras el tsunami “grunge” arrasaba el mundo del espectáculo —música, cine, televisión, moda— a causa de su éxito, Kurt Cobain iba siendo absorbido por una espiral autodestructiva incrementada por las presiones de la fama, la persecución de la prensa del corazón y su tormentoso matrimonio con Courtney Love, probablemente la última mujer que le convenía a alguien con los problemas de Kurt.

La drogadicción de Cobain era bien conocida y a nadie le sorprende algo así en una estrella del rock. Las letras de sus canciones, sin embargo, daban una buena pista de hasta qué punto estaba destrozado por dentro, pero como suele ocurrir, resultaba difícil decir a priori qué parte correspondía a la realidad de la persona y qué parte era ficción del artista. En sus entrevistas también dejaba indicios sobre lo miserable de su existencia, pero muchos podían pensar que se trataba simplemente de un mal bache o incluso que eran exageraciones producto de la pose, como sí ocurría con algunos otros músicos de la era grunge. El resultado fue que Cobain era uno de los individuos más famosos y admirados del mundo pero estaba hundiéndose en la miseria sin ninguna ayuda efectiva. Su mujer le martirizaba con continuos chantajes emocionales y ataques destinados a destruir su autoestima, mientras la prensa le desequilibraba aún más con continuas habladurías, cotilleos y rumores grotescos. Kurt Cobain estaba solo y la presión estaba quebrándole. Hubo algún intento de suicidio con somníferos que fracasó y que mucha gente vio como una simple llamada de atención: sí, Cobain no está bien, pero ¿se suicidaría alguien que está ganando tantos millones? Seguro que en cuanto se le pase la neura del momento y se deshaga de la maléfica Courtney le veremos liado con actrices y modelos, viviendo la vida a todo tren.

Pero no: sus problemas eran mucho más graves de lo que nadie podía sospechar. Irónicamente, uno de los últimos individuos con quien habló cara a cara —quizá el último— y por quien conocemos algunos detalles previos a la muerte del cantante fue un miembro del “grupo rival”, Guns N’ Roses, con quienes Nirvana habían tenido varios enfrentamientos (estúpidos, todo hay que decirlo), tanto cara a cara como en los medios. El Bajista de los Guns N’ Roses, Duff McKagan y Kurt Cobain coincidieron en un vuelo de regreso a Seattle y se sentaron juntos. Conversaron sobre cualquier cosa excepto sus respectivos problemas de drogas y alcohol, pero a Duff le dio la impresión de que Cobain estaba realmente deprimido y aquello le preocupó bastante. Consideró la idea de invitar a Kurt a su casa porque le parecía que “se sentía muy solo”, pero cuando bajaron del avión y la gente les vio juntos se montó un pequeño revuelo, del que un asustado Cobain huyó rápidamente tan pronto como Duff le perdió de vista por un minuto. Dos días después, Kurt Cobain era encontrado muerto en su casa.

Antes de su muerte Kurt Cobain era ya un icono generacional, pero la noticia de su suicidio le elevó prácticamente a los altares. La misma prensa que le había insultado con regularidad comenzó a ensalzarlo con términos igualmente exagerados. Se reavivaron los debates sobre el existencialismo juvenil aunque en realidad la muerte de Kurt Cobain fue también la muerte sociológica de la “era grunge” y el concepto de “generación X”, por un sencillo motivo: la juventud se había identificado con él, pero no todos los jóvenes estaban tan, tan dañados como él lo estuvo. Identificarse con su descontento era fácil, pero identificarse con su suicidio no. Sus fans tenían que seguir adelante y pasar página. No le iban a dejar de admirar por haberse quitado la vida —de hecho en muchos casos fue al contrario, quizá porque aquello demostraba que Kurt había sido sincero— pero ya no tenía sentido imitarle. La gente, aunque esté jodida, suele querer vivir. Eso sí, la noticia de la muerte de Cobain causó un considerable impacto, similar al que había producido años atrás el asesinato de John Lennon. Kurt Cobain fue ascendido al mismo Olimpo en el que moraban Lennon, Jim Morrison, Janis Joplin o su paisano Jimi Hendrix. Casi nadie discutió el que Cobain fuese incluido en ese club, lo cual nos deja con una última pregunta…

¿Realmente era para tanto?

Sí. Cobain fue casualmente el icono de una generación, pero su talento musical respaldaba el fenómeno sociológico. Nevermind y su sucesor, el más crudo In utero, están repletos de momentos de sublime inspiración. Era un gran escritor de canciones. Se le acusó repetidamente de imitar el estilo de otros, acusación innecesaria porque él mismo lo admitía abiertamente. Podía haber copiado las formas de los Pixies, los Replacements o quien fuera, pero existía una más que sutil diferencia: las melodías de Kurt Cobain eran con frecuencia mucho más memorables que las de bastantes de los grupos a los que él admiraba e imitaba. Muchos otros músicos —entonces y ahora— reconocieron abiertamente la capacidad de Cobain para escribir canciones sencillas pero que tenían vida por sí mismas, además de que poseía una voz extrañamente efectiva y desde luego única en su género. El Nevermind fue más que una moda: era y es un disco impresionante de principio a fin, donde prácticamente todas las canciones tienen entidad y peso específico. Atesoraban lo que la música popular de hoy tanto echa en falta: una melodía única, característica y emotiva.

Han pasado veinte años y no se ha vuelto a producir un fenómeno similar. Para empezar podríamos debatir si se ha vuelto a publicar un disco con la misma capacidad de impactar que aquel Nevermind: algunos opinamos que no. Pero aunque admitamos lo contrario, ya no vivimos en la sociedad de los noventa. El descontento juvenil sigue existiendo sin lugar a dudas, pero hoy existen otras entidades que al parecer amortiguan, absorben o diluyen ese descontento, como Internet. Quizá los más jóvenes ya no necesitan un icono generacional en el que proyectar sus inquietudes, porque pueden volcar esas inquietudes en la red. Tampoco el estado la industria musical favorece el fenómeno: la gente ya no compra música, la descarga, y las discográficas han respondido apostando más que nunca por el monopolio de productos estándar y música fabricada en serie. Es bastante probable que si se publicase Nevermind hoy en día sólo un puñado de seguidores quedarían maravillados por su contenido mientras el resto del mundo seguiría sin enterarse de que en una recóndita ciudad llamada Seattle —que como mucho nos sonaría por alguna película, ya que allí los rodajes son baratos— había un grupo llamado Nirvana, que en una realidad alternativa había provocado una revolución generacional. Demos gracias, al menos, de que aquel disco aún se publicase en una época donde dichos fenómenos inesperados podían todavía producirse, porque hoy podemos disfrutar de la música que contiene y, aún más, de toda la música de tantos otros artistas que hizo posible que llegase a nuestros oídos. No por nada Kurt Cobain está en el Olimpo junto a los más grandes.

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36 Comments

  1. Pingback: 20 años de “Nevermind”

  2. Gracias por este extraordinario articulo. Me has puesto la piel de gallina. Nada mas que añadir.

  3. Fawkes

    Magnífico artículo.

  4. sico_pata

    Muy interesante, aunque como seguidor de Pearl Jam, y tras celebrar su 20 aniversario en la historia de la música y a un nivel más que respetable de actividad y con relativa buena crítica musical especializada me parece un tanto injusto que se considere en el artículo poco menos que surgieron de la nada (de debajo de las piedras) para alimentar el tirón de Nirvana

    Desde luego el tirón de Nirvana fue importante para la mayor presencia en los medios, pero concretamente con Pearl Jam la fama fue casi simultánea en el tiempo, de hecho hace escasos días también se celebraba el 20 aniversario del albúm. PJ mantuvo el tipo gracias a la emisión de los videos en la MTV, a un excelente unplugged y a un grandioso 2º disco, Vs.

    Bush, Stone Temple Pilots (sin ser malos grupos) sí puede considerarse que fueran grupos a la estela de los de Seattle. Y evidentemente Mudhoney, Soundgarden, Alice in Chain, Screaming Trees fueron también relanzados con la «denominación de origen»

  5. Una descripcion perfecta de lo que sentimos los que vivimos los primeros 90. Yo tenia 16 años cuando Kurt se volo la cabeza y aun recuerdo como me impacto.

    Hoy en día aun escucho su música.

  6. Miguelote

    Precioso artículo. Las groupies histéricas del rubiales se lo agradecemos.

    Sólo un apunte chorra: lo de «grunge» vino a raíz de que Mark Arm (Mudhoney) pusiese a parir a no sé qué grupo en un fanzine local. Curiosamente a partir de ese momento se utilizó para hablar de bandas de su generación y un poquito antes.

  7. VinsentVega

    Excel·lent recordar la meua infància amb Nirvana. Especial. Molt bon post

  8. Que gran articulo, me ha encantado.

  9. Javier

    Dios, es imposible leer el texto de la cantidad de leísmos que tiene. ¿Cómo puede alguien escribir asi?

    Repasemos:

    Donde dice: «Había algo en él que para los adolescentes LE convertía en “uno de los nuestros”.»

    ¿Le convertía qué?

    Debería decir: «Había algo en él que para los adolescentes LO convertía en “uno de los nuestros”.»

    Donde dice: Su mujer LE martirizaba con continuos chantajes emocionales.

    ¿LE martirizaba qué? ¿Los dedos? ¿Las gónadas? Noooo. Al que martirizaba era a él por tanto LO martirizaba. ¡¡¡LE y LO no son lo mismo!!!

    Por lo tanto, debería decir: Su mujer LO martirizaba con continuos chantajes emocionales.

    Hay muchos ejemplos mas que dan dolor de ojos y que hacen díficil para alguien no español (o sea, no leísta) poder leer esto.

    • Leída lentamente su legítima letanía, le levanto alegato —yo lego en letras, alelado y lerdo— de que le impele el leísmo al telele. Y aunque me rebele, sé que tanta ele le repele y me duele… me duele.

    • Tersites

      En el apartado de resolución de dudas de la página de la Real Academia Española se puede leer lo siguiente:

      «Dada la gran extensión en el uso de los hablantes cultos de ciertas zonas de España de la forma le cuando el referente es un hombre, se admite, únicamente para el masculino singular, el uso de le en función de complemento directo de persona: ¿Has visto a Jorge? Sí, le vi ayer en el parque»

      Para más aclaraciones: http://www.rae.es/rae/gestores/gespub000018.nsf/(voAnexos)/arch8100821B76809110C12571B80038BA4A/$File/CuestionesparaelFAQdeconsultas.htm#ap1

      Por supuesto el uso del lo es lo más correcto, pero la Real Academia Española, reconoce y admite la sustitucion del «lo» por el «le» en el caso del masculino singular.

      Por otra parte, gran artículo y gran trabajo.

    • Juan Manuel

      es imposibole lerrlo?solo por los leismos ya te es imposible leerlo?no me lo creo.esto es España, y por tanto uno se rige por la real academia de la lengua española. y da la casualidad que dicha academia acepta ese leismo.

    • Ahora vas y LO cascas, Javier. LE felicito, Miguel, genial respuesta.

    • Zencki

      LE Propio de los Madriles, y ya muy aceptado, mas que nada por LO del hastío vamos.

  10. Karkhov

    Gran artículo.

    Lo que hace que estos músicos lleguen como bien has dicho al Olimpo, y no otros, es como leí en un sitio, que su música toca el alma. Ese para mí fue el motivo, en un tiempo donde la música Pop predominaba, además de ser prefabricada.

    Era una época donde no había grandes cambios, ni movimientos sociales, como ocurrió en los 60 con Woodstock, donde los músicos se salían de los patrones establecidos, the doors, Hendrix, Janis Joplin, etc… En los 90 se vendía ese estado de Bienestar si vivías en la clase media o alta. Donde todo era perfecto, etc… y eso era un reflejo en la música Pop y como bien has dicho la música de Nirvana no era para nada así y por eso se convirtió en el centro de ese movimiento cultural

  11. kitzOgen

    Excelente artículo. Y tú, Javier, déjate de dolor de ojos y preocuparte tanto por el uso del lenguaje ajeno que se entiende todo bien y tiene mucha faena trabajarse un artículo como este. A tu casa a quejarte.
    Salud

  12. pepote

    Grandisimo articulo y grandisima banda que aun hoy en dia me pone los pelos de punta cuando escucho alguno de sus discos

  13. Gándalf

    Bien muerto está por versionar a Bowie. Mal muerto está porque si no lo estuviera la historia le habría puesto en su sitio: el de los mediocres.

  14. danidelacuesta

    He aquí otro seguidor de Pearl Jam algo molesto con el tratamiento que le ha dado al grupo de Vedder. Sin ir más lejos, el Ten salió al mercado un mes antes que el susodicho Nevermind.

    De todas formas, quede aquí mi felicitación por el artículo que humaniza a alguien tan cosificado en estos años como Cobain, teniendo él poca parte de culpa en ello.

    Ah, y sobre todo le felicito por la respuesta al mensaje del leísmo, que es brillante.

  15. aritza

    El mejor artículo que he leído en la última década. Enhorabuena Miguel.

  16. Pingback: link-o-matic: septiembre | Ono Sendai

  17. Samuradi

    Yo creo que la música de Nirvana ha soportado muy mal el paso del tiempo. Revisitar Nevermind hoy en día me lleva a sentir cierta sensación de decepción; y no tanto porque el disco no sea tan transcendental como lo venden, sinó porque a muchos nos tocó muy hondo en su momento… Momento que, una vez pasó, hizo perder buena parte del aura de grandeza a todo lo que tocó Cobain. Nirvana eran la suma de su música, Cobain y el momento histórico que les tocó vivir. Y en esa ecuación, el último elemento tuvo bastante más peso que el resto.

    Y me encanta Nirvana, pero reconozco que es algo más emocional que objetivo. Los discos de los Guns siguen siendo cojonudos hoy en día. Nevermind es un trallazo que se apagó, y hoy en día queda poco más que su desdibujada estela.

  18. Miguelote

    Al contrario yo pienso que la música de Nirvana se conserva de fábula. Es más, ahora que el torbellino mediático se ha esfumado no resulta extraño encontrarse con gente que los reivindica sin miedo junto a otros grupos de Seattle que en su momento fueran víctimas de la tirria propiciada por los medios, el bombardeo post-mortem (unplugged, directos, bootlegs, recopilatorios, etc) y la mercadotecnia rapaz.

    Lo de G&R nunca lo he entendido. Vulgar sleazy inflado de tópicos y solos de guitarra.

  19. Babarack Obabama

    Muy bueno. Me ha gustado lo de «Aunque esté jodida, la gente suele querer vivir».

  20. elrobotijo

    Un artículo flojo cuando se trata de rendir homenaje al disco «Nevermind» y se acaba cayendo en todos los lugares comunes de la crítica hacia Nirvana y Kurt Cobain.

    Un saludo.

  21. Nibelungo

    Samuradi, hay gente que le pasa justo al revés.
    Escuché Nevermind como adolescente, en cinta grabada y a diario durante más de un año.

    Un tiempo después no es que renegara pero lo dejé de lado (junto al resto de la discografía del grupo). Es lo típico, te vas formando una identidad, en este caso gracias a la música pop, y cada nuevo descubrimiento personal (Los Who!, Love! Screaming Trees! Elvis! los Beatles!los Stooges! el soul! etc…eterno que todos tenemos) te parece mejor.

    Años después vuelves a ponerte el Nevermind (o In Utero) que me gusta casi más y te das cuenta del discazo que es. Tiene sus debes, quizás la falta de matices, pero un montón de pros. Para empezar, una gran colección de canciones.

  22. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Kurt Cobain: El anti-grunge

  23. Alberto

    Muy buen articulo enhorabuena, auqnue creo que se es injusto con Pearl Jam, dando la impresión de que se aprovecharon de la situación, cuando el disco Ten, fue lanzado antes que el nevermind, y con el segundo disco pearl jam consiguió consagrarse musicalmente bastante mas que nirvana con in utero. Pienso que la imagen de nirvana, mas agresiva, vendió mas en aquella época haciendo que a la postre sean recordados como describes. La realidad, es que en el lugar donde tuvo lugar el movimiento, en eeuu, Pearl jam han resultado un grupo mas de culto a la postre, ya veces es una pena qie sigan en algunos aspectos a la sombra de nirvana.

  24. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Pepe Colubi: “La reflexión a través del humor me parece una actitud vital, filosófica”

  25. ZiggyJagger

    No coincido en que «las melodías de Kurt Cobain eran con frecuencia mucho más memorables que las de bastantes de los grupos a los que él admiraba e imitaba», sin ir más lejos, los Pixies tienen un cancionero bastante superior a Nirvana: «Where Is My Mind», «Hey», «Velouria», «Dig For Fire», «Bone Machine», «Gigantic», «The Happening», «Wave of Mutilation», etc, etc, etc…El exito de Cobain tuvo mas de estar en el lugar y momento adecuado, «pegarla» con un video, que con el puro talento. Se convirtió en el icono de una generación, como tantos otros (mucho adolescente prefabricado» lo han hecho, con la inestimable ayuda de la mass media, industria de la moda y musical. Y por su aspecto, hay que decirlo. Nadie niega que fuera sincero, pero el fenomeno fue mas extramusical que otra cosa. Hoy dia, «Nevermind» es un disco que ha envejecido mal, apto para adolescentes que se introducen en el mundo del rock, para niños de 15 que tienen angustia existencial, pero que no resiste el paso del tiempo, aburre, pierde la magia. Eso es algo que no pasa con un disco de The Beatles, The Clash, los Stones. Cuando algo esta demasiado pulido para venderse en su tiempo, ahí se queda, y como dije, hubo otros, incluso varios años antes que Nirvana, que hicieron cosas musicalmente similares e infinitamente mejor.

    Como dicen: «Unos cardan la lana, y otros se llevan la fama…»

  26. Pingback: ¿Cuál es la separación de un grupo musical que más nos afectó? - Jot Down Cultural Magazine

  27. Fortuita

    «Love, probablemente la última mujer que le convenía a alguien con los problemas de Kurt». «Su mujer le martirizaba con continuos chantajes emocionales y ataques destinados a destruir su autoestima»

    Esto es tal cual? Links, referencias, documentos, noticias relacionadas o algo (he buscado y no encuentro nada)
    Porque me suena mas al manido «la culpa la tiene Yoko Ono»….

  28. Vincent Millay

    Artículo pésimo. No solo está mal redactado, sino que además es un relato muy subjetivo que no se presenta como tal. No digo que el autor no posea un gran conocimiento sobre el tema ni que no se haya documentado, pero, desde luego, el artículo no lo refleja. Una pena.

  29. Pingback: Fishbone: la banda que debió (y no pudo) reinar

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