Al principio Mourinho era un don nadie. Para cuando era el mejor, ya ninguno podía mirarle con indiferencia. Pertenece a esa clase de biotipo de uno entre un millón, un tipo de personalidad tan gigantesca que alumbra un personaje justo a su lado. Esta dualidad se vuelve indistinguible cuando se añaden la celebridad de lo histórico y lo mediático, al punto de convertirlos en efigies de sí mismos. Se apoderan del lugar por el que pasan. Ponen a sus pies a los suyos y hacen que sus enemigos los odien con fiebre. Son gobernadores, bonapartes de un tiempo a devorar. A dos siglos vista, la historia de José Mourinho no parece tan diferente de la historia del Emperador Napoleón.
Cuando Mourinho aterrizó en Madrid ya era The Special One. Nada menos que dos Champions le contemplaban, amén de los campeonatos domésticos de Portugal, Inglaterra e Italia. Ningún currículum más apabullante en el planeta fútbol y, sin embargo, la figura de José Mourinho no se explica del todo por los títulos. Aunque sean fundamentales para avalar su fórmula lo que le hace singular es su política, una manera de entrenar dominada por el pragmatismo y la controversia, fundada en una retórica inflamable, prácticamente belicosa, cuyo único fin es convocar la victoria por el camino más corto. Todo el periodismo español se frotó las manos cuando supo que José Mourinho era el sustituto de Manuel Pellegrini al frente del Real Madrid porque el técnico portugués siempre garantiza titulares. La lista de grandes declaraciones de Mou es casi tan larga como su impresionante nómina de títulos. Si fuera un personaje histórico tendría casi tantas citas como se atribuyen a Napoleón Bonaparte.
La caricatura de traductor que se hizo de él en Barcelona es muy reveladora, un buen atajo para entender la magnitud de su ascenso. Hijo de un modesto futbolista de Setúbal, la capacidad de Mourinho para pegarle patadas al balón parecía inversamente proporcional a sus dotes de gestión y dirección, advertidas desde temprano. Por alguna razón no servía para jugar sino para ordenar el juego. No es que no fuera un hombre de fútbol, todo lo contrario: entendía tan bien sus resortes que estaba destinado a administrarlos. No es que no fuera un hombre de acción, todo lo contrario: dominaba tan bien la lógica de la competición que era capaz de manejarla desde el banquillo. Y no sólo desde la banca: cuando se trata de minimizar pérdidas o capitalizar recursos, las ruedas de prensa no tienen secretos para Mourinho.
Pero al margen de su dominio del factor mediático, la principal clave de su éxito es su capacidad para hacer del vestuario —e incluso del club— una hermandad de sí mismo. Mourinho es máximo representante de un modelo de equipo basado en un técnico muy dominante, un entrenador plenipotenciario que convierte al club en una suerte de república presidencialista de su propia persona. Esto no se consigue necesariamente por un modelo de organigrama al servicio: responde más bien a la insuperable capacidad de adhesión de un tipo al que sus devotos seguirán hasta el fanatismo, ganados por su irresistible liderazgo. Es la misma historia de la ascensión fulgurante de Bonaparte, del despótico emperador al que sigue todo un país en convulsiones, la Francia de la Revolución, la misma historia del jefe militar que no pierde una sola batalla empujado por su genio y por su ejército. Ambos representan la idea moderna de la ascensión burguesa, la verticalidad del mérito y del talento. Napoleón solía decir: “Dadme generales con suerte”. La capacidad de seducción de Mourinho es tan grande que hace de la fortuna un hábito de explotación particular, una implacable rutina. Cuando gana parece que simplemente tenía que ganar, que fue la fuerza de la naturaleza. Por eso la gente le aclama, por la misma razón por la que aclaman la victoria: porque los hace competitivos. Mourinho es un sueño de dominio, una promesa de fuerza y de gloria.
Pese a su discurso prácticamente antagónico, el FC Barcelona de Pep Guardiola es casi exactamente el mismo modelo de equipo. Es algo que se constata al observar que actualmente todo lo culé es sinónimo de guardiolismo, una apuesta ganadora no exenta de las contraindicaciones de cualquier absolutismo. Pero la diferencia estriba en las formas: Mourinho apenas tiene manual de estilo. Es capaz de criticar el calendario, al entrenador rival, a algún jugador tanto propio como ajeno, es capaz de hacer cortes de manga a la grada, de intimidar al cuarto árbitro, de meterse con su propia directiva… El repertorio del genio de Setúbal es tan inacabable como impredecible y no entiende de decoro. Nada que ver con los modales de un Pep al que apenas se le conocen salidas de tono. Este antagonismo —que como decimos comparte las raíces comunes de lo autocrático— entró en colisión en el transcurso de los famosos cuatro clásicos, un espectáculo tan planetario como miserable.
De aquella guerra el Barcelona salió victorioso por estrecho margen ante un Real Madrid que apretó hasta el último extremo imaginable. Sólo en un clima de locura colectiva y de tensión insoportable se entiende la famosa rueda de prensa de Guardiola, la comparecencia del puto amo, la central lechera y la del cuál es la cámara del señor José. Sólo en un clima de locura colectiva y de tensión insoportable se entiende la famosa rueda de prensa de Mourinho, la comparecencia del por qué, de Unicef y de la Champions que a mí me daría vergüenza ganar. Y sólo en un clima de locura colectiva y de tensión insoportable se entiende que jugadores del Real Madrid de la talla deportiva y humana de Iker Casillas o Xabi Alonso, por ejemplo, pudieran lanzarse a secundar el mantra del robo arbitral, así como otros jugadores azulgranas insistieran en incendiar los partidos con repetidas provocaciones. Este es, efectivamente, el ecosistema Mourinho, un clima de guerrillas al que el entrenador portugués suele sacar increíbles réditos. A su sobresaliente capacidad deportiva se suma un control absoluto del arte de la guerra –de todas las guerras—; en suma, una actualización futbolística de la máxima de el fin justifica los medios.
Es revelador deducir que, de haber fichado por el Barcelona, el club catalán también sería de Mourinho. La afición que ahora tanto le odia le hubiera recibido con los brazos abiertos, por la sencilla razón de que José garantiza títulos y títulos es justamente lo que se demandaba después del ocaso de la era Rijkaard. Tal es el poder del líder omnímodo que pone a su servicio a la institución para la que trabaja, y no al revés. Y es que un año le ha bastado a Mourinho para acaudillarse del Real Madrid, habiendo recibido en su segunda temporada plenos poderes de mánager deportivo. Jorge Valdano nunca contó para Florentino Pérez, que desde el primer día se sintió cautivado por la arrolladora personalidad de José. “Bonito no es jugar en el Real Madrid, bonito no es entrenar al Real Madrid: bonito es ganar en el Real Madrid y ésta es mi motivación”, dijo Mourinho el día de su presentación, una filosofía rubricada por Florentino en infinidad de ocasiones. La Copa del Rey ganada en Mestalla, un título que el Madrid jamás habría ganado tan pronto con otro entrenador en el banquillo, supuso la defenestración efectiva de un Jorge Valdano cuyo espacio sería rápidamente devorado por un Mourinho que llevaba todo el curso cercándolo.
En fin. Suena a broma macabra, pero postular a Mourinho como presidente del Real Madrid es una boutade recurrente plagada de ficciones fundadas. Sí que existe, en todo caso, una meta deportiva que le falta por conseguir al técnico luso: la Copa del Mundo. Es bien conocida su intención de entrenar a la selección portuguesa, un objetivo expresado en múltiples entrevistas y que quedó en evidencia cuando la federación de Portugal le ofreció el puesto el otoño pasado y él estuvo a punto de liarse la manta a la cabeza. ¿Quién no imagina a Mourinho ganando el Mundial? ¿Quién no le imagina ganando cualquier cosa, por grande que sea? De ocurrir así, se le puede visualizar arrancando la copa de las mismísimas manos de Blatter sin esperar a que el presidente se la entregue, tal y como hiciera Bonaparte con su corona de Emperador en 1804. Podemos imaginarle sin esfuerzo consiguiendo su última meta, la más grande, coronándose a sí mismo como el mejor entrenador de la historia. Como si estuviera predestinado con el signo de lo irremediable.
pues a mi no me parece tan bueno.
Sería un gran entrenador para el betis o el atleti. No lo veo con la filosofía de un grande…
Ya, la filosofía. Claro.
Oye, ¿os queda papel? http://tinyurl.com/3g8gfg9
http://3.bp.blogspot.com/-aOiOAPnfY6Y/Tl05r2a4CsI/AAAAAAAACSs/jOZ2c-HwFzY/s400/293904_2045630138501_1176818671_31912434_4590728_n.jpg
Yo pensaba que Mourinho ya era presidente del Madrid.
¿Que tú hacías qué?
Buena mezcla entre deporte y un poco de historia.
«…cuyo único fin es convocar la victoria por el camino más corto».
¿Cómo es ese camino? ¿Hay otros?
«Pese a su discurso prácticamente antagónico…»
El único discurso que existe es el del F.C.Barcelona.
«…el FC Barcelona de Pep Guardiola es casi exactamente el mismo modelo de equipo».
Totalmente de acuerdo.
«Nada que ver con los modales de un Pep al que apenas se le conocen salidas de tono».
De las salidas de tono de Pep no hay pruebas. Ni las habrá.
«…ante un Real Madrid que apretó hasta el último extremo imaginable».
Hasta el último extremo, no. Ni hasta el penúltimo. Ni hasta el antepenúltimo. No trató, por ejemplo, de sobornar a jugadores rivales (1992).
«Este es, efectivamente, el ecosistema Mourinho».
Sólo Mourinho ha fomentado la «locura colectiva» y la «tensión insoportable». «Tensión insoportable» que él mismo no lleva sufriendo desde que fichó por el Madrid.
«…una actualización futbolística de la máxima de el fin justifica los medios».
Los medios deportivos, sí.
«Tal es el poder del líder omnímodo que pone a su servicio a la institución para la que trabaja, y no al revés».
Que ha venido a servirse, y no a servir (García Pérez). El «líder omnímodo»… que es un «empleado» (Rosell) de Florentino Pérez.
«…plenos poderes de mánager deportivo».
Como Guardiola. ¿Zubizarreta? Je.
«La Copa del Rey ganada en Mestalla, un título que el Madrid jamás habría ganado tan pronto con otro entrenador…»
Imposible saberlo.
«…supuso la defenestración efectiva de un Jorge Valdano cuyo espacio sería rápidamente devorado por un Mourinho…»
Devorar es lo que hacen las fieras. O los aznaourinhos lupus.
«…se le puede visualizar arrancando la copa de las mismísimas manos de Blatter sin esperar a que el presidente se la entregue».
Violencia y más violencia.
Por supuesto que hay caminos largos a la victoria. El actual modelo del Barcelona no era una garantía cuando se instauró, hace más de 20 años. Apostar por la cantera, por un estilo de juego, por entrenadores sin experiencia pero con total conocimiento del proyecto histórico del club… Todo eso no garantiza éxito inmediato. Ni siquiera a medio o largo plazo. No hay nada que garantice el éxito. El Barcelona lo ha conseguido pese a que ha estado a punto de abandonar este proyecto histórico en varias ocasiones: al final del cruyffismo, al final del nuñismo, durante toda la era Gaspart, al final de la era Rijkaard… Afortunadamente para el Barcelona, hubo gente que intentó siempre recuperarla, y hoy podemos disfrutar del mejor equipo de la historia.
El Madrid actual, sin embargo, es un equipo de urgencias, que un año se gasta 300 millones en fichar a todas las estrellas en el mercado porque eso garantiza éxitos inmediatos. Que al año siguiente echa al entrenador que ha firmado la mejor liga de la historia blanca para traer a otro que garantiza éxitos inmediatos. Que incendia semana sí, semana también el ambiente del fútbol español porque eso garantiza éxitos inmediatos.
El problema es que no hay nada que garantice éxitos inmediatos. Por eso no puedes entregarle la economía del club a un sólo año, ni su política e imagen a un sólo hombre. El Madrid tiene delante al que posiblemente sea el mejor equipo de la historia. Y mientras el Barcelona siga teniendo a jugadores como Xavi, Iniesta, Messi, Valdés, Piqué, Alves, ahora Cesc… Depende de sí mismo, de tomar decisiones acertadas y de su propia ambición para continuar con el ciclo ganador. Hasta que el propio Barcelona no se autoconsuma, el Madrid tendrá que esperar. No digo de brazos cruzados, todo lo que suponga un esfuerzo por superarse y una pelea con deportividad por destronar al Barcelona hará más bonita la liga española y más difícil para el Barça continuar con este ciclo. Pero ni los dispendios millonarios en fichajes, ni las bravatas de Mourinho, ni las Marceladas, Pepadas o Arbeoladas os van a ayudar a que el dominio del Barcelona se acabe antes.
El problema es Florentino. Vendería a su mujer por tal de ganar y ni siquiera tiene la autoestima suficiente como para acortar el poder de Mou.Lo que sea por ganar copas
«Al principio Mourinho era un don nadie».
Como todo el mundo. Yo mismo, sin ir más lejos.
«Para cuando era el mejor, ya ninguno podía mirarle con indiferencia».
Únicamente el necio mira con indiferencia «al mejor». Hay que mirar más a los mejores (hay que dejar a Messi que juegue, que desarrolle su talento [Platini]).
«La capacidad de seducción de Mourinho es tan grande que…»
Mourinho no seduce. Me explico : el «mourinhismo» es una reacción a algo anterior: el antimourinhismo; por lo tanto, el mourinhismo tiene una rázón de ser. El antimourinhismo, no. O sí, quién sabe. ¿Quién puede saberlo?
Otro día sigo, que mi mamá me está llamando para que haga los deberes.
Es verdad que Napoleón fue un Gobernante brillante y un estratega superdotado. Es verdad que lo logro todo, y conquisto practicamente toda europa. Tan verdad como que su vida no termino en su coronacion (el simil de la Copa del mundo y la coronacion). Napoleon termino derrotado en dos batallas cruciales (la de las naciones y posteriormente Waterloo). Deportado por los ingleses y muerto en una isla. ¿Como terminara Mourinho?
Tambien es cierto que la vision romantica de una gobernante trabajador y dotado , asi como un estratega de otro mundo no es universal. La otra vision es que fue un gobernante despota , megalomano y que fue responsable de la muerte de millones de europeos. Si queremos hacer un simil con Mourinho hagamos lo completo, digo yo. Es un personaje que no deja indiferente y que es sin duda extremadamente habil en muchos aspectos. Pero es igualmente repudiado, visto como un elemento negativo y que le ha hecho mucho daño a este deporte, exaltando los aspectos mas oscuros de la competencia.
Me decía mi novia el otro día: En el futuro los locos se creerán Mourinho. Andarán con camisa de fuerza y dirán todo el día: ¿Por qué?