Al regresar de las vacaciones de verano siempre me encuentro la mesa del periódico atiborrada de invitaciones a exposiciones, presentaciones de libros y conciertos en Pontevedra, Ourense, Torrevieja, Málaga y una vez Roma. Para resistir, miro películas de Woody Allen. En una sola hay más programación cultural que en un año en Pontevedra, así que convalida. Recuerdo ahora al matrimonio suyo con aquella galerista de arte que quiere establecerse por su cuenta en Poderosa Afrodita, y cómo la mira el hombre que puede hacer realidad su sueño («Si a mí me mirase así le daría una bofetada o le besaría la boca»). Las escenas de Manhattan, y los diálogos en los museos («¿Van Gghog, lo llamó Van Gghog? ¿Y dijo que le parecía chanchi su obra? ¿Oí chanchi?»).
Por llegar, un año hasta llegó a Galicia una exposición de Botero, por lo que imaginamos que hubo que desmontar Oviedo. ¿Qué hacer? ¿O que no hacer? Yo, desde la cama, como Proust, aconsejaría primeramente asistir: que lo vean a uno. Marsé dijo que cultura es estar tomando una cerveza solo y en paz con todo el mundo; Marsé hace performance y queda a gusto. Lo que es cultura es estar donde está la cultura: decir presente cuando alguien pasa lista. Nada de liarse la bufanda al pescuezo y abrirse paso a por los canapés a sopapos, que era lo que hacía Umbral en los cócteles. Tampoco se llevan los gafapastas ni las jipis del malditismo; clichés que marchitan. Hay que ser normal e ir vestido de persona normal, como quien pasa por ahí, y no hacerse el enterado delante de un espacio vacío.
—Es una metáfora de la metáfora, algo así como la metominia subida al cubo.
—Y a mí que me parecía tu madre haciendo una mamada.
Siempre hay que explorar los límites en:
a) la presentación de un libro de poesía. No separar la mirada de la del autor y cuando empiece a incomodarse decirle, casi susurrando con los ojos muy abiertos: «Poesía eres tú»
b) la presentación de la novela de un famoso deluxe. A los diez minutos de filosofía de pexiglás, pedirle al autor que lea el primer capítulo: comprobar que el 80% no sabe leer.
c) un estreno teatral. Acercarse al final de la obra al director, y comentarle: «Se abrió el telón y se bajó el telón, pero yo no cogí el chiste».
Si la cosa se pone aburrida en este otoño siempre podremos juntar a los viejos artistas, como Picasso juntaba a sus viejos amigos, y proponerles una orgía: «Yo traigo alcohol», dijo uno. «Yo pongo la música», otro. «Yo acerco a las mujeres», un tercero. Y el anciano Picasso mirando alrededor: «Ya, muy bien. ¿Pero las pichas? ¿Quién pone las pichas?».
No escriba si bebe.
jajajaja, que cabrón