Es una de esas preguntas que quizá nunca podamos responder pero que tampoco podremos dejar de formularnos:
“Pero, ¿quién mora en esos mundos, si es que están habitados? ¿Somos nosotros los señores de la creación o lo son ellos? ¿Y cómo, entonces, estarían todas las cosas hechas para el hombre?”
Una frase pronunciada en el siglo XVII por el astrónomo Johannes Kepler, quien contemplaba los cielos y ya en aquella época concluyó que el universo era demasiado grande como para estar habitado únicamente por el hombre. Aunque poco podía imaginar por entonces cómo serían las cosas en pleno siglo XXI: a Kepler le hubiese disgustado sin duda la noticia de que el programa SETI —la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre— está en un callejón sin salida. Si el planeta Tierra es el barco en que navega la humanidad, SETI ha sido el catalejo con el que hemos intentado localizar señales de vida en las lejanas orillas de otros mundos. Pero en pleno 2011, tras varias décadas de búsqueda infructuosa, quienes financiaban el programa parecen haber decidido retirar su soporte económico: SETI es un catalejo bastante caro, especialmente teniendo en cuenta que no produce beneficio económico directo y que jamás ha encontrado el más mínimo rastro de señales inteligentes en el espacio. La retirada de la financiación de SETI es un triste hecho pero no una sorpresa: primero nos quedamos sin dinero para volver a la luna —ni soñar con viajar a Marte—, después nos quedamos sin dinero para transbordadores espaciales y ahora también podríamos quedarnos sin dinero para seguir rastreando los cielos en busca de mensajes de otros planetas. Quizá importe poco si alguien más habita el Universo o no, porque en la práctica y si desaparecen los programas como el SETI, podríamos estar condenados a creernos solos para siempre. Durante cincuenta años la humanidad ha intentado localizar compañeros en la galaxia, pero en el 2011 podríamos estar tirando la toalla. Pero, ¿de verdad no hay nadie allí fuera o es que no hemos sabido dónde buscar?
Como niño con catalejo nuevo
“¿Dónde están?” (Enrico Fermi, premio Nobel de física)
El programa SETI comenzó sus actividades en los años sesenta pero no ha sido un sistema homogéneo y constante de búsqueda de vida extraterrestre. Su forma de trabajo siempre ha dependido de la tecnología del momento y de la disponibilidad de los grandes radiotelescopios, estructuras muy caras cuyo uso está muy solicitado por diversas ramas de la ciencia. Durante muchos años SETI usó recursos que, vistos desde hoy, parecen bastante rudimentarios. Aun con todas las limitaciones, se ha conseguido rastrear una buena porción del espacio visible en busca de señales de radio de posible origen artificial, que son el rastro que suponemos (o suponíamos) producirían las civilizaciones avanzadas. El humo de las hogueras alienígenas que esperábamos divisar con nuestro catalejo.
En aquellos alegres años sesenta los científicos se mostraban muy optimistas con la posibilidad de recibir algún tipo de señal radiofónica emitida por una civilización lejana. Aunque todavía no existían pruebas de la existencia de planetas extrasolares, el sentido común dictaba que debía haberlos y además en abundancia (hoy ya sabemos que, al menos en esto, acertaban). Se pensaba que, por pura probabilidad, la existencia de otras civilizaciones tecnológicas en nuestra galaxia de cien mil millones de soles debía ser relativamente abundante. Esta idea se plasmó en la famosa “ecuación de Drake”, que cifraba —de una manera razonable según los conocimientos científicos de entonces— unas posibles 10.000 razas tecnológicamente avanzadas habitando la Vía Láctea. La ecuación de Drake era una especulación como cualquier otra, aunque la cifra de 10.000 posibles civilizaciones a casi nadie le parecía una estimación exagerada. Algunos científicos podían estar más de acuerdo que otros, pero como cifra de consenso resultaba perfectamente aceptable. Se adoptó ese número como un estándar aproximativo. Diez mil civilizaciones equivalían a diez mil posibilidades de captar señales de radio.
El programa SETI comenzó a rastrear las estrellas en busca de esas señales, una tarea similar a la de encontrar una aguja en un pajar… aunque cuando pensamos que en el pajar podría haber diez mil agujas, el aliciente para continuar buscando es importante. Teniendo en cuenta el número de estrellas a indagar y la supuesta abundancia de culturas avanzadas, se pensaba que en no más de unas décadas podría localizarse algún tipo de señal de radio alienígena. De hecho, en los años sesenta y setenta no era rara la creencia de que para comienzos del siglo XXI ya habríamos detectado a los extraterrestres. No, no era una veleidad de los excéntricos de turno: científicos muy serios consideraban que el optimismo no estaba fuera de lugar. No podía garantizarse un plazo concreto, pero tampoco se conocían motivos para pensar que la búsqueda tendría que alargarse más de treinta o cuarenta años.
Y bien, han transcurrido esos “treinta o cuarenta años” y no hemos encontrado absolutamente nada.
El silencio de Dios, la paradoja de Fermi y la hipótesis de la Tierra Especial
“Somos como los habitantes de un valle aislado de Nueva Guinea que se intentan comunicar con las sociedades de los valles vecinos —sociedades bastante diferentes, debo añadir— mediante corredores y tambores. Cuando se les pregunta cómo se comunicaría una sociedad muy avanzada, puede que supongan que mediante un corredor extremadamente rápido o unos tambores extremadamente grandes. No podrían imaginar una tecnología que vaya más allá de su comprensión. Y sin embargo, en ese mismo instante, un vasto tráfico radiofónico internacional pasa sobre ellos, alrededor de ellos y a través de ellos…” (Carl Sagan)
Las décadas transcurrieron y en ningún rincòn del firmamento se localizó el más mínimo indicio de emisiones de radio artificiales. La búsqueda de SETI ha resultado completamente estéril. No hemos localizado emisiones de radio artificiales o cuya naturaleza resulte lo bastante ambigua como para despertar esperanzas. Por lo que a nosotros respecta, el cosmos está vacío de comunicaciones inteligentes. Esto ha obligado a replantear algunos de los supuestos sobre los que se trabajaba a la hora de evaluar la existencia de razas alienígenas avanzadas.
Por un lado estaba la famosa “paradoja de Fermi”: el premio Nobel de física Enrico Fermi creía que, de existir otras civilizaciones en la galaxia, deberíamos poder detectarlas de algún modo. También pensaba que la aparición de dichas civilizaciones era muy probable. Dado que no eran detectadas, cabía suponer que las civilizaciones avanzadas tienden a autodestruirse, de lo cual era un buen indicador el desarrollo de armas nucleares en el que Fermi contribuyó decisivamente. El estúpido desarrollo de un arsenal nuclear era signo de que la raza humana, única civilización tecnológica conocida, muestra esa tendencia a autodestruirse. Fermi, pues, extrapolaba ese comportamiento a otras civilizaciones. Hoy en día podemos seguir pensando con motivo que las culturas avanzadas están condenadas a provocar su propia extinción, pero también es cierto que no necesariamente deberíamos ser capaces de captar señales de radio procedentes de ellas, como Fermi pensaba. Dicho de otro modo, la ausencia de señales de radio no significa necesariamente que no estén ahí fuera.
A principios del siglo XXI, el uso masivo de emisiones de radio como medio de comunicación principal de la humanidad está empezando a decaer y es posible que en unas décadas la Tierra se vuelva radiofónicamente silenciosa. Las ondas de radio son sustituidas por comunicaciones digitales y los terrícolas sólo habremos emitido ondas de radio al espacio durante un brevísimo periodo de no más de cien años, si es que llega. En otros planetas podría suceder lo mismo y por eso no recibimos señales radiofónicas. Si otras razas han desarrollado sistemas similares a Internet y las comunicaciones digitales, y si al igual que nosotros han terminado considerando que la comunicación por radio está obsoleta, nunca detectaremos el más mínimo rastro de su presencia en el cosmos. Al menos mientras sigamos buscando ondas de radio.
Pero aparte de los problemas técnicos de comunicación, hay quien piensa que la vida inteligente podría no ser tan común como se pensaba antes. Es la hipótesis de la “Tierra especial”, que afirma que el planeta Tierra reúne por pura casualidad una serie de condicionantes para el desarrollo de vida inteligente que tal vez no se produzcan habitualmente en otros mundos. Es decir: la vida inteligente en la Tierra sería producto de una carambola cósmica. Por poner sólo un ejemplo: la tierra goza de cierta estabilidad —climática, electromagnética, gravitatoria— gracias a la presencia de la luna, que equilibra su eje (además de servir de escudo para los meteoritos). Pero la luna no es un satélite cualquiera: si nos fijamos en los demás planetas del sistema solar, ningún otro planeta tiene un satélite tan grande en relación a su propio tamaño. De hecho, los satélites son siempre diminutos en relación a los planetas en torno a los que giran: fijémonos en Marte, que tiene por satélites unos meros pedruscos capturados por su campo gravitatorio. Incluso Ganímedes, el mayor satélite del sistema solar —de algo menos del doble de tamaño que nuestra Luna— es minúsculo, apenas otro pedrusco, comparado con el gigante Júpiter en torno al que gira. En cambio, nuestra luna es enorme en comparación con lo que debería ser un satélite “regular” del planeta Tierra. La luna es tan grande y está tan cerca de la Tierra que es capaz de mover nuestros océanos e incluso determinar nuestros ciclos vitales. De hecho, puede decirse que Tierra y Luna, más que ser únicamente un planeta y su satélite, forman un sistema planetario doble.
Así pues, la Tierra, el tercer planeta del sistema solar y el único donde ha surgido una civilización tecnológica, es un planeta doble. Pero por lo que vemos en nuestro sistema solar, un planeta doble es la excepción, no la regla. Podríamos deducir que los planetas dobles tampoco son muy abundantes en otros sistemas solares. Si por ejemplo se necesitase esa condición de planeta doble para desarrollar una civilización, las probabilidades de que aparezcan razas tecnológicamente avanzadas en el espacio podrían reducirse considerablemente. Este es sólo uno de varios ejemplos de factores que harían de la Tierra un lugar “especial”. Sin embargo, la teoría de la Tierra Especial es tan buena, o tan mala, como cualquier otra. Ya creamos en esta teoría o en cualquier otra, siempre nos encontramos con el mismo problema: sólo sabemos de un lugar donde haya surgido vida —nuestro planeta— y no tenemos criterios de comparación como para afirmar qué condiciones son realmente necesarias para que la vida surja; mucho menos para que surja la vida inteligente. Ni siquiera sabemos exactamente cómo surgió la vida aquí en la Tierra. Es un misterio dentro de un enigma envuelto en un interrogante.
Una de cal, otra de arena… y otra de Carbono, Hidrógeno, Oxígeno, Nitrógeno, Fósforo y Azufre
“La vida existe en el universo únicamente porque el átomo de carbono posee ciertas propiedades excepcionales” (James Jean, astrónomo)
Lo que sí sabemos desde los años cincuenta es que la materia orgánica aparece con extrema facilidad a partir de la materia inorgánica más común. El norteamericano Stanley Miller, en uno de los experimentos más célebres, simples y bellos de la historia de la ciencia, introdujo algunos gases simples y algo de agua en una probeta, simulando los elementos comunes presentes en los principios de la Tierra, y aplicó una corriente eléctrica a la mezcla. El resultado fue una especie de barrillo pardo de aspecto no muy interesante, pero que contenía, como por arte de magia —esa magia llamada química—, diversos aminoácidos orgánicos, esto es: los componentes básicos de la vida. Miller, pues, obtuvo materia orgánica a partir de la inorgánica. Demostró que esa materia orgánica podría formarse continuamente en muchas partes del universo a partir de los elementos más abundantes. Y la experiencia parece demostrar que así es: ya hemos localizado materia orgánica en otros puntos del sistema solar, más allá de la Tierra.
Pero materia orgánica no es sinónimo de vida. La materia orgánica que Miller fabricó o la que hay en otros planetas es el equivalente de los ladrillos que forman la vida, pero nada más: no contiene vida en sí misma. La materia orgánica surge con facilidad pero la vida, al parecer, no. Es como decir que los ladrillos surgen con facilidad en el universo… pero de tener un montón de ladrillos a tener una casa completa, hay un largo trecho. Jamás se ha creado vida en laboratorio. No sabemos qué es lo que convierte los ladrillos en una casa. Podemos suponer razonablemente que a lo largo de miles de millones de años y tras trillones de trillones de reacciones químicas, hubo un día en que sobre la faz de la Tierra un montón de ladrillos dio lugar a la primera casa. ¿Por qué motivo? Imposible decirlo. ¿Qué hace falta para ello? Pues… agua líquida, algo de energía, los elementos fundamentales de la vida (que son como decimos los más abundantes del universo) y algún otro factor que por ahora se nos escapa. Pero al menos nos consta que la materia orgánica no es producto de una coincidencia milagrosa. La hay en otros mundos. Incluso nos lleva a pensar que en planetas como Marte pudo haber vida en otro tiempo. No tenemos pruebas, ni tan siquiera indicios, pero baste decir que en el suelo marciano podrían plantarse vegetales, porque la tierra marciana es como la tierra de jardín. Alcalina, no tóxica, repleta de nutrientes… perfecta para la vida. Sabemos que en otros tiempos corrió el agua por la superficie de Marte y el planeta rojo tuvo una atmósfera más densa: ¿hubo también árboles y hierba junto a esos ríos? Quizá sí, quizá no, pero lo importante es que pudo haberlos. No es imposible ni inconcebible. Una buena noticia para la vida: la Tierra es especial, pero no tanto. También Marte es, o fue, un buen candidato.
Más buenas noticias: ya sabemos con seguridad que existen planetas en torno a otras estrellas. Varios cientos de planetas extrasolares han sido descubiertos desde los años noventa y unos cuantos de ellos podrían contener agua líquida, si atendemos a la temperatura media estimada de sus superficies. También sabemos que los elementos fundamentales de la vida están presentes por todo el cosmos, incluidos esos mundos que reciben la energía necesaria de sus respectivos soles. El cosmos es una especie de gran experimento de Miller… así que la deducción más razonable es que varios de esos planetas contengan materia orgánica en abundancia. Pero, ¿habrá vida? Eso ya es otro cantar: si la hay, es tan grande la distancia que nos separa de aquellos mundos que no tenemos forma de averiguarlo. Esos planetas están demasiado lejos como para estudiarlos con tanto detalle y bien podrían estar, en este preciso momento, cubiertos de densas selvas y habitados por dinosaurios… sin que tengamos la más mínima noticia de ello.
Y ahora las malas noticias: ni siquiera conociendo la ubicación concreta de nuevos planetas se han podido localizar señales susceptibles de tener origen artificial, así que, en el fondo, las buenas noticias astronómicas han terminado propiciando la agonía del programa SETI. Hemos confirmado que existen muchos otros planetas pero también hemos confirmado que desde ellos no llega mensaje alguno. No parece haber nadie ahí fuera con capacidad o deseos de comunicarse… y el interés por seguir financiando el programa SETI ha sufrido las consecuencias. La crisis económica ha hecho que retire su apoyo uno de sus mayores benefactores, el gobierno de California. Incluso el multimillonario Paul Allen, cofundador de Microsoft y que financió el famoso radiotelescopio ATA —bautizado así por él: Allen Telescope Array— parece haber pedido la motivación para seguir invirtiendo dinero en la causa. No corren buenos tiempos para el programa SETI. Podría terminar en el baúl de los recuerdos, como le sucedió al programa lunar y a los planes para visitar Marte.
Si Mahoma no va a la montaña…
“Hasta donde yo sé, en cada historia donde se habla de inteligencias alienígenas que interactúan con los seres humanos lo hacen como iguales, ya sea como amigos o como enemigos. Se asume que esa inteligencia alienígena será amistosa, ansiosa por comunicarse y comerciar, o que será un enemigo que combatirá, matará o posiblemente esclavizará a la raza humana. Pero hay otra y más humillante posibilidad: las inteligencias alienígenas son tan superiores a nosotros, tan indiferentes, que quizá ni se den cuenta de que existimos. Ni siquiera codician la superficie del planeta en el que viven, porque ellos habitan la estratosfera. Nuestras más grandes obras de ingeniería son para ellos como formaciones de coral, es decir: o bien no las perciben o bien no las consideran importantes. Para ellos no somos ni siquiera una molestia. Y ellos no son una amenaza para nosotros, excepto porque su ingeniería podría perturbar ocasionalmente nuestro hábitat, así como la construcción de una autopista perturba las madrigueras de las ardillas” (Robert A. Heinlein, escritor de ciencia ficción)
Pensemos un momento en la posibilidad de que los extraterrestres nos visiten. ¿Es algo que realmente queremos que suceda?
Stephen Hawking piensa que los extraterrestres podrían ser peligrosos y no le faltan motivos: la única civilización tecnológica que conocemos, la humana, es bastante destructiva e impredecible. De hecho, Hawking ha abogado recientemente por no enviar señales al espacio, porque no sabemos quién las va a captar y si serán capaces de llegar aquí o con qué intenciones. Enrico Fermi, en cambio, pensaba que los alienígenas se autodestruirían antes de ser remotamente capaces de visitar la Tierra. Y como vemos en la cita del escritor Robert A. Heinlein, otros creen que los alienígenas podrían no tener ningún interés en conocernos y les resultaríamos básicamente indiferentes. Aunque hay otros, los más optimistas, que sostienen que si una muy raza avanzada ha sido capaz de sobrevivir a los peligros que indicaba Fermi, sería síntoma de que han desarrollado un evolucionado entramado ético que les convertiría en seres compasivos y amistosos. Para nuestra suerte, si es que decidiesen visitarnos.
Quédense ustedes con la posibilidad que más les guste. Sea como sea, da lo mismo: actualmente no tenemos más motivos para esperar la visita de los alienígenas que para esperar la visita de los Reyes Magos. El viaje interestelar no es estrictamente imposible, pero sus condicionantes (cantidades de tiempo empleado y de recursos necesarios) son tan prohibitivos que resulta difícil imaginar una nave tripulada apareciendo en nuestro planeta de repente, trayendo emisarios de estrellas lejanas. Quizá, y sólo quizá, podría aparecer una sonda no tripulada. A fin de cuentas los terrícolas ya hemos enviado alguna sonda no tripulada al espacio… pero hasta hoy no ha habido ni rastro de sondas alienígenas tampoco. Salvo para quienes quieran creer en la historia de Roswell y similares, claro.
Basándonos en nuestros actuales condicionantes tecnológicos, la idea de que nos visiten otras civilizaciones es muy improbable, por no decir irrazonable. Sin embargo y siempre sobre el papel, muchos científicos no descartan la posibilidad de que existan fenómenos físicos y cuánticos que no conozcamos en profundidad y que permitiesen algún tipo de viaje interestelar por ahora impensable, pero eso es algo que entra en el terreno de la pura especulación. Si alguna de esas teorías es cierta, los alienígenas podrían habernos visitado, aunque no a bordo de un platillo volante (en pleno 2011 y hablando de viajes espaciales basados en agujeros de gusano y demás, el clásico “platillo volante” empieza a parecer el equivalente del Seat 600 cósmico) sino de maneras que escapan a nuestra imaginación. Pero por el momento todo esto es poco más que ciencia-ficción. Como toda especulación, es opinable y también cada cual puede escoger la posibilidad que le haga más feliz, pero no existe prueba de que hayamos sido visitados alguna vez. Porque si existen esas otras formas de viaje espacial y efectivamente los alienígenas pudiesen venir a la Tierra, ¿por qué no se manifiestan abiertamente? Es una pregunta con muchas posibles respuestas: no se manifiestan porque no les importamos, o no se manifiestan porque la realidad es tan triste como parece y el viaje interestelar es una empresa casi imposible.
Así que los extraterrestres, que sepamos, no han venido ni vienen a visitarnos y quién sabe si vendrán alguna vez. Lo único que podemos hacer es lo que ahora estamos haciendo: mirar al cielo y decidir si queremos seguir escuchando o no. Pero parece evidente que las señales de radio no son lo que debemos rastrear si queremos localizar otras culturas en otros planetas. Quizá los extraterrestres envíen señales al espacio cuya naturaleza sobrepase a nuestra tecnología o a nuestra imaginación, como insinúa la cita de Carl Sagan sobre la tribu que intenta comunicarse mediante tambores mientras las ondas de radio atraviesan sus propios cuerpos sin que sean conscientes de ello, porque carecen de la tecnología que les permita captarlas. O quizá los extraterrestres se parecen tanto a nosotros que no envían señales porque están demasiado ocupados con sus versiones alienígenas de la Blackberry, el iPhone y el Facebook, como para preocuparse de que alguien más en la galaxia sepa de su existencia.
¿Debemos continuar buscando?
Había una vieja historieta de cómic en la que un hombre miraba el televisor, sentado en un sillón, con un vaso de agua y una caja de pastillas junto a él. En su época la raza humana ya había descubierto el vuelo interestelar, había explorado hasta el último rincón del universo y no había encontrado a ninguna otra criatura inteligente. En la televisión el locutor daba una mala noticia: se había visitado el último planeta que quedaba por explorar y tampoco en él había vida inteligente. La conclusión era ya definitiva: el ser humano estaba completamente solo en el universo. El hombre del sillón, al escuchar la noticia, echaba un par de pastillas efervescentes en el vaso de agua y se lo bebía… mientras el locutor confirmaba que se estaba produciendo una catastrófica ola de suicidios sobre la Tierra, porque la ausencia de otra raza inteligente había matado la esperanza. Una historia un tanto oscura pero que ejemplifica a la perfección una de las necesidades básicas de la raza humana: la necesidad de tener preguntas que responder y la esperanza de que las respuestas a esas preguntas le muestren un mundo más rico, más complejo y más atrayente.
Decía el escritor polaco Joseph Conrad que durante su infancia, allá a mediados del siglo XIX, solía tomar algún atlas de la estantería para contemplar los mapas durante horas, perdiendo la mirada en las regiones más vacías, en las que no había marcados nombres de ciudades ni caminos, Regiones que aún estaban inexploradas y cuyos misterios estimulaban su imaginación. Un buen día, el pequeño Conrad señaló el corazón de África —un territorio ignoto que en el mapa aparecía carente de detalles— y se dijo: “quiero ir allí”. Aquello se convirtió en la motivación principal de su vida durante toda su juventud; el ansia de saciar su curiosidad fue lo que le hizo convertirse en marino. Si bien es cierto que lo que encontró en África y en otros lugares del mundo no se parecía a sus sueños, y a menudo le decepcionó o incluso le horrorizó, habían sido las “manchas en blanco” de los mapas las que habían dirigido su existencia. Le habían dado un propósito, fuerza y esperanza. La misma fuerza y esperanza que hicieron que el pequeño Roald Amundsen durmiera con las ventanas abiertas en pleno invierno noruego: tal era su deseo de estar preparado cuando se convirtiera en adulto y pudiese ir a explorar los polos, cosa que efectivamente hizo. Se convirtió en el primer hombre que pisó el polo sur y todo estuvo originado en aquellas noches heladas en que un tozudo niño noruego se obligaba a soportar el frío, tal era su deseo de convertirse en explorador.
La mente es la principal herramienta y seña de identidad de la raza humana. También es nuestro principal motor, y los interrogantes y misterios son su principal gasolina. La curiosidad y la necesidad de respuestas han propiciado todos nuestros descubrimientos y avances. A menudo hemos realizado grandes descubrimientos mientras estábamos buscando otras cosas. En ocasiones, lo que hemos descubierto por puro accidente era mejor y más útil que aquello que pretendíamos descubrir en un principio. Así que cabe preguntarse: ¿qué más da que el programa SETI no haya dado resultados? El mero hecho de observar el espacio en busca de señales nos obliga a hacernos muchas preguntas sobre el origen de la vida, de la inteligencia y sobre posibles formas de comunicación que desconocemos. En una sociedad cada vez más resultadista, la imaginación es desestimada si no produce beneficios inmediatos. Arthur C. Clarke habló de los satélites de comunicaciones en sus novelas cuando aún no habían sido inventados y dicha función era inconcebible; muchos consideraron su ocurrencia una idea estúpida, propia de las revistas de ciencia ficción donde Clarke publicaba y que eran consumidas principalmente por adolescentes. Pero hoy en día no concebimos nuestro planeta sin dichos satélites y la órbita en la que trabajan se llama “órbita Clarke”, en honor del hombre que los imaginó. El hombre que los soñó, en definitiva. Algunos de aquellos adolescentes que corrían al quiosco para comprar su revista barata de historias espaciales se convirtieron después en los técnicos y científicos que fabricaron dichas naves; todo ello como resultado de haber estimulado su propia imaginación.
Un programa como SETI es como nuestra gimnasia científica. La gimnasia es costosa, no siempre apetece hacerla y sus beneficios son cualquier cosa excepto inmediatos. Pero a la larga produce resultados. Abandonar SETI ahora es una triste decisión. Porque SETI nos fuerza a cuestionarnos realidades científicas básicas —a menudo incómodas— y más que ninguna otra actividad nos enfrenta a nuestra propia ignorancia. Además nos otorga perspectiva: nuestras cuitas cotidianas y nuestras pequeñas guerras no significan nada en un universo donde existen estrellas inmensas que podrían devorar al sol en minutos, orbitando a distancias que ningún cerebro humano puede concebir y en donde podrían habitar seres cuya encarnadura, organización social y propósito sobrepasen nuestro entendimiento. El programa SETI genera preguntas y las preguntas, siempre, generan respuestas. Pueden no ser las respuestas que buscábamos inicialmente y puede que no recibamos un mensaje directo de los alienígenas, pero la búsqueda nos obliga a imaginar nuevas formas de comunicación y nos hace preguntarnos por los motivos de que el cosmos esté en aparente silencio. Tal vez seamos como esos indígenas que tratan de escuchar tambores lejanos mientras formas más avanzadas de comunicación les rodean constantemente. En tal caso, merece la pena seguir intentando escuchar: algún día inventaremos nuestra primera radio y tal vez entonces el cosmos dejará de parecernos silencioso. ¿Qué encontraremos? Sólo hay una forma de averiguarlo… larga vida al programa SETI.
“Existen dos posibilidades: que estemos solos en el Universo, o que estemos acompañados. Ambas posibilidades son igualmente aterradoras” (Arthur C. Clarke)
Pingback: ¿Dónde están los extraterrestres?
Yo también creo que «algunos extraterrestres han desarrollado un evolucionado entramado ético que les convertiría en seres compasivos y amistosos». Tanto que hasta podrían protegernos no solo de nosotros mismos sino de otras razas alienigenas (¿abducciones?). Por ahí circula un video antiguo de un ovni, capturado por un satelite, que le dispara a otra nave que trata de entrar a la tierra y esta se aleja ante el peligro… ¿serán los ángeles de los que se describen en la biblia?
También me encanto la historia del escritor polaco Joseph Conrad durante su infancia y su objetivo de la niñez…
Extraordinario post Emilio, gracias. :D
Salu2
Felicidades. Gran artículo.
La diferencia, me parece a mí, y problema de SETI queda bien plasmado en el artículo con el ejemplo de los satélites. SETI, para la gran mayoría y creo que para la minoría que trabaja en él también, es algo pasivo, es un sumidero de pasta que a estas alturas de vida del proyecto no tiene estímulos, ni intelectuales ni económicos. Las preguntas seguirán ahí, se estén procesando ondas de radio o no pero la capacidad de tomar la iniciativa de la especie humana para buscar vida inteligente no ha cambiado en las últimas décadas y es que la física y la tecnología nos limitan y no damos para más en este asunto, las dimensiones espaciales no es que estén acotadas por nuestros inventos sino por nuestras teorías científicas, por los límites de la física, ¿cómo se puede afrontar lo físicamente imposible si no desarrollando una nueva teoría? Pero, ¿esa teoría es posible o nos hemos acercado ya a los acantilados de la ciencia y en esta dirección no hay mucho más allá?
Me parece que lo que habría que hacer sería reinventar SETI y la única forma, quizá, sea que aparezca un nuevo Clarke y su imaginación se proyecte a estos asuntos, pero seguir mantiendo este proyecto vivo no tiene más sentido que el disfrute de los que miramos a las estrellas con esperanza, nada más, y por desgracia ni el euro ni el dólar sueñan con monolitos, sueñan con ovejas eléctricas y su leche gratuita supervitaminada.
Amigo, no necesitamos el proyecto SETI para cerciorarnos que existen los aliens. De hecho, ya se pasean calmuflados como turistas entre nosotros. Oa’lo que sutve el SETI es botar dinero. Lo unico que estan interesados los aliens son en nuestras mujeres, sus ovarios, y los bancos de DNA de los humanos. No son de ningun beneficio. Para ellos nosotros somos inferiores, una primitiva civilizacion cuyas armas que poseemos son como los arcos y las flechas de los indios. Y esta plabeta ya ha sido tomado como el resto de nuestro sistema solar, de manera que no hay ningun planeta available que colonizar puesto que es propiedad de los mismos que nos hibridizaron del hominido dotandonos de cualidad de mente. Ellos no estan interesados en nuestro contacto oficial y a menudo se dejan ver surcando nuestros cielos con total impunidad y preocupacion de las autoridades. Para nosotros no hay mas destino que el mosquito que se posa en tu piel para succionar tu sangre.
Acabo de descubrir su revista llena de excelentes artículos. Este es, sin duda, uno de ellos.
Creo que hay mucha información a la que todavía no has tenido acceso. Busca las entrevistas a Gordon Cooper, Edgar Mitchell, Marina Popovich, todos astronautas, Paul Hellyer ex ministro de defensa de Canada, Joseph Bloomrich, ingeniero aerospacial de la Nasa, William Cooper, quien avisó en junio de 2001 de que Usa iba a atentar contra su propio país y culpar a Osama Bin Laden, y que fue asesinado por el gobierno, Robert Dean, Clifford Stone y Philip J. Corso, ex militares de las fuerzas aéreas estadounidenses, y cuando tengas toda esa información que te es ocultada, vuelve a escribir, y me encantara leer lo que escribas. Un saludo y que tengas un maravilloso día.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Miquel Barceló: “En nuestra sociedad mercantilista, si alguien puede sacar beneficio de clonar un humano lo hará, y punto”
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Un artículo bien equilibrado, sí señor, en un tema tan propenso al disparate. Enhorabuena
Excelente artículo. Es tan bueno que parece corto. Gracias al autor
«Las ondas de radio son sustituidas por comunicaciones digitales»
Esto no tiene ningún sentido, las comunicaciones digitales viajan por el espacio en ondas de radio. Cómo si no?
La única diferencia de una señal digital con respecto a una analógica es que ésta se muestrea y cuantifica en intervalos discretos. Una imagen vale más que mil palabras: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9a/Digital.signal.svg
Creo que el autor del artículo se ha expresado mal. A la expresión «comunicaciones digitales» quizás tenía que haber añadido «a través de fibra óptica». Y por supuesto, todas las comunicaciones digitales que viajan por el aire y no a través de cables utilizan señales de radio o de microondas.
A mi lo que mas me aterra es que la humanidad llegue a tener esas respuestas, pero nosotros no vamos a vivir para verlo.
Siempre he sentido mucha impotencia al pensarlo.
Si ya de por si la inteligencia humana puede ser el fenómeno mas raro y sorprendente del universo mucho mas seria coincidir en espacio-tiempo con civilizaciones tecnologicas ETs…tal vez seamos los primeros alguien debe serlo o lo mas aterrador que seamos los ultimos,
«El viaje interestelar no es estrictamente imposible, pero sus condicionantes (cantidades de tiempo empleado y de recursos necesarios) son tan prohibitivos que resulta difícil imaginar una nave tripulada apareciendo en nuestro planeta de repente, trayendo emisarios de estrellas lejanas.»
Eso es bajo nuestros propios y no muy avanzados estándares actuales. Le recuerdo que el Motor Alcubierre, o si lo prefiere, el motor de curvatura basado es el efecto Casimir, es algo más que una especulación teórica. Hace unos años, la cantidad de energía negativa que se suponía era necesaria para activar esta clase de motor equivalía a la masa de Júpiter. Hoy en día necesitaríamos sólo una masa equivalente a la de un autobús.
Si para nosotros un motor de curvatura que pudiera llevarnos a las estrellas es algo cada vez a nuestro alcance, ¿qué no habrá logrado una civilización que nos lleve MILLONES DE AÑOS de ventaja tecnológica?
Pingback: Cinco grandes preguntas (y cuatro grandes respuestas) sobre el contacto extraterrestre
Brillante artículo sobre un apasionante tema. Bien detallado y minusiosamente escrito. !Enhorabuena!
Me ofresco para tener sexo con una extraterrestre a poco desian que no teniamos nada que entregar…
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