Hay en Salt una Juana francamente conmovida por la clase de individuos que milita en su partido, Plataforma por Cataluña. Al parecer, son racistas, un atributo algo difícil de apreciar a simple vista, sobre todo teniendo en cuenta la sutileza retórica con que invisten sus proclamas. La Juani siempre sospechó algo, no vayan ustedes a creer que ella se chupa el dedo. No en vano, algunos de los tipos que acudían a los mítines calzaban botas de punta de acero, vestían cazadoras de aviador y llevaban en la manga unas cataplasmas de lo más tremebundo. Tampoco ayudaba mucho que el líder, Josep Anglada, reclamara para sí el franquiciado español del lepenismo, o que una de las consignas del partido fuera ese ‘Golpe de fuerza‘ que parece salido de la garganta misma de Millán Astray ni, por supuesto, que el candidato a la alcaldía de Badalona fuera un ultra condenado a ocho años de cárcel por terrorismo (se le atribuyen atentados contra la compañía teatral Els Joglars, la clínica Dexeus y locales gais). Muy multicultis, en fin, no parecían, pero quién iba a decir que fueran nazis, eh, quién iba a decirlo…
Cuando, a principios de mes, a Juana le dijeron que eligiera entre la carne o el cargo todo empezó a encajar, a cobrar un prístino e inequívoco sentido: las razones energúmenas, las llamadas al estallido social, los cabezas rapadas y aun el camisa parda ‘primer els de casa’ que tildó al follonero de charnego de mierda por hablar en castellano. Y es que la xenofobia empieza en Rabat pero es un misterio dónde acaba. Ahora, tras haberse formulado las preguntas que cualquier mujer de su tiempo ha de formularse, Juana al fin se ha caído del caballo.
El que todavía cabalga es el camerunés. Porque de acuerdo con que militar en un partido racista y salir con un negro es una extravagancia, pero no más que ser negro y salir con una concejal racista. Aunque, bien mirado, a la edil y su chorbo les va que ni pintado el chiste de Eugenio; ya saben, ese en que el encuestador pregunta a uno que pasa: «¿Y usted qué opina de que los curas se casen?». A lo que el paseante responde: «¡Si se quieren!».
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