Opinión Portero delantero

Pepe Albert de Paco: Ratón

Los aficionados a los toros solemos perderle la cara a los encierros, ensogados y demás epifanías de esta España de tubarro, moscas y calimocho. A mí, por ejemplo, me parecen un espectáculo polvoriento, famélico, susceptible de la más regia de las prohibiciones, y sé de otros taurinos que, asimismo, lamentan que la fiesta nacional se confunda con esos bodegones alcohólicos que no son sino una mera extensión retórica del ‘forasteros al pilón’, del adagio que muscula el paisaje de Fraga a Mahón y del Cabo de Gata al de Finisterre: ‘Aquí nadie tiene que venir a decirnos cómo tenemos que hacer las cosas’. Así nos van, las cosas.

Tal vez imbuidos del discurso que identifica la defensa de la fiesta con la defensa de la libertad, los taurómacos hemos titubeado a la hora de menospreciar la bravuconería de garrafón, ese heroísmo ínfimo que tiene por brazo armado la garrota del ‘no se fía’. En el afán de acogernos a sagrado invocando la Constitución, no hemos logrado más que situar en pie de igualdad civilización y barbarie. De las diferencias entre ambas no sólo da cuenta la suerte de los animales sino también, y muy principalmente, la de los hombres. Rara es la vez en que alguna de esas animalistas que da en untarse las tetas con pintura roja ha sido agredida a las puertas de la Monumental. Bien es cierto que en los últimos tiempos, y ya con la prohición a cuestas, la policía se ha interpuesto entre público y ecololós, aunque no por ello el balance puede considerarse desalentador. A diferencia, por cierto, de lo que ocurre con los del yugo y las sogas, que gustan de moler a palos, con el alcalde al frente, a cuantos levantan la voz contra sus correrías. No en vano, y como dejó dicho el profesor Savater en estas mismas páginas, «la violencia es utilísima». Máxime la que se ejerce en nombre de la tradición; véase Cataluña, donde el granerillo de votos de los pueblos del Delta llevó a sus señorías a promulgar la barra libre para los encierros de la región; me refiero a las mismas señorías, claro está, que pocos días antes sepultaron las corridas de toros invocando el progreso y aun la ciencia. No deja de ser un consuelo que, en la voluntad de erosionar lo español, hayan prohibido la Cultura y tolerado la tosquedad.

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Un comentario

  1. Esa sonora a la vez que vacua identificación de la Defensa de la Fiesta con la Defensa de la Libertad, así, con campanudas palabras y sin el más mínimo vestigio de vergüenza ajena, es un ilustrador ejemplo del devenir de la historia de España: un esperpento que sería gracioso si no nos hubiera tocado en suerte precisamente a nosotros. Aquí los fraudes intelectuales tienen caché.

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