Al día siguiente de que el Barça ganara la Supercopa de España (y no saben cuánto me habría gustado ahorrarme el complemento), los baños San Sebastián de Barcelona eran un hervidero de ancianos soltando espumarajos contra Mourinho. Que algunos de esos ancianos tuvieran alrededor de 30 años no menoscababa un ápice su condición. Es sabido que ciertas portadas del Sport tienen más de lápida que de iPad, por lo que a su vera cualquier edad del hombre se conjuga en pretérito perfecto. Si, en ese instante, se hubiera aparecido el extraterrestre de Sin noticias de Gurb, alguien habría tenido que aclararle que la rabia que presidía el ambiente era, en realidad, puro alborozo. No ya porque la turba piscinera que roía el índice de Mourinho se supiera campeona sino, sobre todo, por el maltrato infligido a los suyos la noche anterior. No en vano, el júbilo convulso que experimentan los barcelonistas al doblegar al Madrí se vuelve casi levítico cuando, además, el Madrí se pone el mono de zulú y se rinde a la demencia, ya sea descabellando a Cesc frente a las tablas o tratando de remedar en la fosa ocular de Vilanova el descorche de una botella de champán. Para un culé la verdadera gloria es indisociable del dolor, la humillación y, last but not least, la Injusticia. Laporta, con su querencia por la felicidad, siempre fue un verso suelto, una anomalía antológica, un venturoso tocón de criaditas. Cuando, a eso del mediodía, las primeras salpicaduras infantiles sepultaron el aleteo de los periódicos, el socorrista, que por algo se siente cerca del cielo, cerró la partida: «Lo que no entiende Mourinho es que esto del fútbol es como las películas: al final siempre ganan los buenos». De vuelta a casa, mientras iba reuniendo los restos del día, recordé las notas que injertara Ray Loriga en su inmarcesible Lo peor de todo: «La gente buena no se conforma con lo buena que es y tiene que estar mirando siempre lo malos que son los demás. Lo mismo les pasa a los hinchas del Barcelona».
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Al final del partido de España de hoy se ha visto a los boy scouts de Guardiola atizando canela fina.
El empujoncito de Iniesta lo ha comenzado todo. Después Arbeloa y Busquets -otro joven castor- han completado la gresca.
Se les veía sueltos con el mamporro. Era de esperar en Arbeloa o Ramos que son los golfos apandadores. Pero a las cheer-leaders de Pep se les presupone el talante.