Friedrich Torberg
Sajalín editores, 2011
Mía es la venganza, o la supremacía del horror. Una vez más debemos a los editores de Sajalín el descubrimiento de un libro asombroso. Literal y literariamente asombroso. Y es que resulta difícil pensar que a estas alturas, después de Primo Levi, Jonathan Littell y tantos otros, una historia sobre el holocausto pueda añadir un poco más de horror a un horror ya de por sí intolerable. Es la vuelta de tuerca que conduce del infierno a la locura, como le sucede al narrador de la historia del campo de concentración de Heidenburg, una historia que como bien nos advierte el narrador “no es una historia que se explica para pasar el rato y se escucha para pasar el rato”. Y, efectivamente, Torberg nos va a hacer pasar un mal rato… un maravilloso mal rato.
Friedrich Torberg es el seudónimo del escritor y traductor austríaco Friedrich Ephraim Kantor, que emigró a Suiza en 1938 y participó como voluntario en el ejército de liberación checoslovaco en Francia. Tras la ocupación de París, fue elegido como uno de los “diez eminentes escritores antinazis de lengua germana” a quienes el PEN Club logró enviar a Estados Unidos, donde ejerció durante un tiempo de guionista para Hollywood y periodista del Time, y, claro está, donde escribió Mía es la venganza, una venganza personal y literaria que se convierte también en un emblema (como texto que ayuda a elucidar un dilema moral) antiesvástico de un pueblo programado para la extinción. Una vez acabada la guerra, Torberg regresó a Austria. Murió en 1979, veinte días después de recibir el Grosser Staatpreis für Literatur, máximo reconocimiento literario austriaco.
La historia es ejemplarmente sencilla: Una mañana de 1940 un hombre espera en el muelle de Nueva Jersey la llegada de unos amigos procedentes de Europa. En más de una ocasión su mirada se detiene en la figura frágil y encorvada de un extranjero que arrastra inquieto su pierna izquierda por la sala de espera y el muelle. Cuando el hombre le pregunta a quién espera, el extranjero le responde que son muchos, exactamente setenta y cinco, los que deberían llegar… pero nunca llega nadie. Luego, apremiado por la curiosidad del hombre, el extranjero evoca con todo detalle el estremecedor recuerdo de lo sucedido años atrás en el campo de concentración de Heidenburg, cerca de la frontera holandesa, y el dilema planteado entre los judíos allí encerrados: abandonar toda resistencia y conceder la venganza a Dios (Romanos 12:19 “… nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: mía es la venganza, Yo pagaré”) o morir ejecutando al verdugo.
Todo parece indicar que vamos a leer la típica narración sobre campo de concentración y exterminio, sazonada con descripciones horribles de crueldad, sufrimiento y resistencia humana. En fin, hemos leído ya mucho sobre campos de exterminio alemanes y soviéticos, y no nos habría llamado tanto la atención. Sospecho que Torberg está más interesado en las raíces del horror que en la descripción del horror, en el mal absoluto que en la descripción sumaria de toda suerte de calamidades. Y no digo que la mera descripción no sea efectiva, porque ahí está por ejemplo Las benévolas, cuyo metodo de conocimiento es la saturación. El método de Mía es la venganza es la condensación, el cambio de fase de la dimensión física del horror a la dimension conceptual. Resulta complicado ejemplificar todo esto sin violar el principio de no destriparle al lector los pormenores de la trama. Baste decir que el comandante de las SS Herman Wagenseil ha ideado un “método” muy particular de exterminio personalizado de los judíos del campo de Heidenburg, que básicamente consiste en enfrentar a la víctima con un dilema… un dilema que implica la toma de una decisión. Dicho así, parece baladí, pero aseguro que en el contexto de la narración es profundamente estremecedor. Todo el asunto tiene que ver con el sometimiento de los judíos a los tenebrosos dilemas del comandante Wasengeil, quien parece disfrutar con la incapacidad de los judíos para elegir, puesto que está convencido de que no tienen elección por ser orgánicamente inferiores. Y es así como esta historia tremenda de unos judíos en un campo de concentración pasa a ser paradigma de la Historia del pueblo judío y de su persecución a lo largo de los tiempos. “Y mientras uno solo de nosotros base sus esperanzas en ese a lo mejor, mientras haya uno que crea que pasará alguna otra cosa antes de que lo alcance el destino que ya ha alcanzado a otros, mientras alguien aún tenga la esperanza de que les tocará a todos, pero a él no; mientras tanto, nos seguirá tocando a todos”. Porque el dilema ha sido siempre el mismo ante todos los comandantes Wasengeil que han sido.
No hacen falta más explicaciones. Torberg ha concentrado miles de páginas de literatura sobre el holocausto y la particular idiosincracia del pueblo judío en poco más de sesenta paginas memorables. Tan bien escritas, además, que causa asombro.
Para no aburrir más al lector, diré que es la primera vez que leo un relato sobre el holocausto desde un punto de vista completamente gótico. Si dejamos aparte las consideraciones intelectuales a que da pie la historia, el texto funciona y cumple con los presupuestos del relato gótico de terror. Si no os lo creéis, haced el favor de leerlo y luego me decís…
N.B. Debo el conocimiento de este libro al insigne librero de la librería Zubieta de Donostia, Adolfo López Chocarro, que tuvo la amabilidad de regalármelo acompañado de unos deliciosos dulces chinos llamados barba de dragón.
Muy interesante la reseña, ya estoy buscando el libro.
Saludos
¿Campos de exterminio soviéticos? La de gilipolleces que hay que leer Dios santo. Si no metemos la cuña ideológica no nos quedamos agusto.
«Susurros», o la incapacidad de ver lo que realmente importa.
Campos de concentración soviéticos…¡Qué ignominia!
Curioso. Este mismo libro me lo recomendó ese mismo librero en esa ciudad maravillosa llena de mar y arena, y cierta salvación. Y el libro me dejó maravillada, dolorida y sorprendida. Recordaba a Kertesz y a Levi, mi gran Levi, y continuaba con la lectura como podía. Fantástica esta reseña y hermosamente maldito –o malditamente hermoso– el recuerdo.
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