Cuentan Boix y Espada en un pasaje de El Deporte del Poder las circunstancias de la elección de Samaranch como presidente del CIO. Cuando supo de la victoria de su hombre, Raimundo Saporta entró eufórico en la habitación y gritó: «¡Hemos ganado!». La mujer de Samaranch, Bibis Salisachs, le cortó implacable: «¿Cómo, hemos? El que ha ganado es él, Juan Antonio.» Cuando este verano leía el libró paré en seco al encontrar la frase. Dejé la páginas impresas sobre la mesa y pensé unos minutos en la intervención de Bibis antes de volver a leer. ¡Qué magnífica mujer! ¡Qué golpe certero de autoridad, lealtad y orgullo! Ha ganado él, ha ganado el mío, no hemos ganado todos.
Y aunque menos que Juan Antonio quizá habían ganado todos, qué bonito es que el amor se imponga a veces a la justicia. Están bien vistas, y está muy bien, la falta de prejuicios, la transigencia y la ecuanimidad. Pero qué bien nos vienen a veces estas demostraciones de chovinismo, que afloren sin contemplaciones estos instintos de protección y posesión arrogantes. Muchos los critican, pero todos agradecemos un prietas las filas que reduce siempre nuestra exposición.
Prietas las filas, recias, marciales, de aquellos que nos son importantes, y la incondicionalidad sectaria nos permite descuidar los riñones y desplegar las alas hacia la generosidad, el descubrimiento y el encuentro del otro.