HBO anuncia precuela de Sexo en Nueva York, la vaca dorada a la que ya le han quitado tanta leche que sólo queda preñarla. Se exhibirá en la nueva serie la adolescencia de Carrie, su proyecto de magazine llevado al instituto. Vestidas de Louis Vuitton y con los pies en unos manolos, uniformadas en una vida como en la otra, las chicas ya presentaron por el mundo su fascinación en metraje largo, cultivando la estética vanity fair no tanto de femme fatale, que deberían, sino de una muy estudiada y adictiva vacuidad de brioche y champán; estetas tan a la última que llegaron al principio sin que nadie las avisase. Dejamos a Carrie ya no publicando columnas en The New York Star sino en Vogue, y en ese cambio venía implícito el desastre; Sarah Jessica Parker escribe además sin cadencia, “de vez en cuando”, sus cositas en la prensa, y qué estilazo de prensa. No en vano llegó a la ciudad diciendo que el poco dinero que tenía para comer se lo gastaba en la Vogue porque alimentaba más. Si la serie triunfó por el sexo y lo que suponía como guía turística, su fecha de caducidad está ya al aire, destapada como la de un yogur que exige comerse en frío, desenterrada como un cadáver divertido al que yo no queda carne para que los gusanos jueguen. El sexo cada vez interesa menos y está más pasado de moda y pronto desaparecerá, al menos entre dos y cuatro personas: lo vino a estropear todo internet y su serie de cortos que ofrecen personalizarlo todo, hasta el color del panty. Sólo cuarentonas con posibles y homosexuales divinos seguirían hoy Sexo en Nueva York (Sex in the City, para los iniciados en Prada) con un mínimo exigible de pasión. Si hubo revolución, ya pasó. A las señoras de veinte años les da la risa cuatro tipas envueltas en marcas que pasan los días y las noches en fiestas tan salvajes como las reuniones parroquiales de un cursillo prematrimonial. Ni el East Village ni el consumismo pitiminí al que se someten diariamente las muchachas disfrazan su filosofía del terror, a caballo entre la gracieta de medio pelo y un drama de inquietantes momentos sabrosones, casi caribeños. También Patrick Bateman y sus chicos de Wall Street quedaban en cafés y se divertían luego entre copas por aquel infame NY, pero al menos puteaban mendigos y de vez en cuando Bateman se homenajeaba con la sierra eléctrica para escándalo de los leñadores vascos, que no sabían cómo se encendía. Nosotros los jóvenes escépticos, impostores de nosotros mismos, deseamos una ficción más gore, menos tontuna, más Brilliant Disguise y menos Bette Midler; un Pascual Duarte merendando bocadillos a las puertas de Tiffany’s.
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Querido M.,
En la variedad está el gusto dicen. Las que visten Manolos y huelen a Prada rascando rascando muchos huelen a pan de hogaza aunque se pongan capas y capas de «Titanlux» para ocultarlo. La serie de la que usted habla es un estilo de vida impostada a cuatro mujeres neoyorquinas con una trayectoria directa, al fin y al cabo al matrimonio y la vida familiar (así acabamos o mas solos que la una). Exhibicionismo rotundo de marcas de alta gama imposibles para mortales de a pie. Un guión facilón y estilo de vida nada entendible en esta nuestra realidad. Algunos ricos viven de tal manera y los que vivimos de la moda raro es el que puede mantenerlo. La gallina de los huevos de oro les explotará de tal manera que ni siquiera sus groupies querrán recordar lo que fue un éxito en su día. De todas formas veo que le rechina el tema, sin acritud eh? Personalmente me hubiera gustado oler a hogaza, olor que añoro rascando rascando…
Siempre suya, P.
Jeje y usted que hacía viendo esa serie de futuras cougars con ínfulas? porque en mi caso, con los avances de programación que me caen por sorpresa en el bar tomando el café por cierto, ya tengo bastante para desarrollar una intolerancia alimentaria. Eso si, queda muy a tono con el artículo el anuncio de corsés 3×1 de la publicidad colateral
Usted huele a lo que elija oler, como todas las privilegiadas.
¿Dónde está el comentario que envié ayer?
Manolo:
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Hola. Permíntenme un comentario al respesto.
Por suerte en los tiempos en que vivimos, el gusto es aun subjetivo, aunque a veces parezca que se pretenda lo contrario. Y me refiero en todos los aspectos. Y me refiero también a Sexo en NY, sutil crítica a nuestra falsa e hipócrita sociedad con la que se nos bombardean cada día, para que al final de nada sirva ser fashion, triunfadora, ideal de la muerte y monísima, porque eso no te garantiza tener una persona (hombre o mujer) que te quiera y por lo tanto ser feliz.
Y me sorprende que haya críticos (en los medios de comunicación y en general) que se mofan de las situaciones de estas mujeres ardientes de sexo (en NY). Como si no ocurriera lo mismo con los hombres!
Son los mismos que se burlan de la literatura femenina y chic, como si leer a Corin Tellado significase que sólo eres capaz de leer libros de 5 euros. Eso no es incompatible con leer a cualquier premio Planeta.
En la vida real hay una amalgama perfecta de personajes para que cada cual se identifique con alguno. Solo que hay una marcada tendencia a comportarnos de manera individualista, destinado a quedar de la manera más aristocrática delante de los demás. Y esto incluye altas dosis de impertinencia y narcisismo.
Por cierto, Deméter, la diosa de la rubia cabellera de espigas de trigo maduro acompañada de su mascota blanca huele a pan de maíz, y eso es comida solo apta para los Dioses.