A los «próximos», por ejemplo, tuvo que referirse hace un año Vanity Fair para poner las intimidades de los príncipes de Asturias en su boca. Cuando hablan «los próximos» normalmente habla el protagonista, que no se quiere rebajar a hacer declaraciones por cuestiones del cargo, por megalomanía o porque hay mucho imitador de Salinger con el interés de que todo el mundo sepa cómo es la vida de Salinger. Esas lecciones no hace falta aprenderlas con la monarquía. Un concejal de Sanxenxo me tenía media hora al teléfono hablando sobre licencias urbanísticas y acababa: «Pero esto no te lo digo yo, ¿eh? Ponle tú fuentes conocedoras de su intimidad o lo que sea». Y luego yo, que andaba a verlas venir, la montaba parda: «Fuentes próximas al edil aseguran que está molesto: ‘¡Cómo no voy a estarlo!». Uno ha de tener sensibilidad en tratar a los «próximos», porque su invisibilidad da la medida de muchas cosas y conviene no menospreciar a quien es capaz de hablar de sí mismo imaginando que es una tercera persona la que lo hace. Más que nada porque a veces el propio entrevistado llega a nombrarse a sí mismo como si ya nombrase a otro y adopta el papel de «próximo» con tanta pasión que acaba recordando, casi trastornado, las maldades de «ese señor», que son las suyas propias, con tanta violencia y ensañamiento que termina rogándole al periodista el anonimato.
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Yo creo que seria mas «with it» denominar a los que llamas «principes de Asturias» por sus respectivos nombres como cada hijo de vecino: Felipe de Borbon y Leticia Ortiz.