Ya es un lugar común que el western constituye una genuina épica norteamericana. Si bien me he acercado al género muy a menudo en películas y cómics (especialmente europeos: Blueberry, Comanche, Ken Parker…), ahora mismo no soy capaz de recordar ninguna novela del Oeste que me haya echado a los ojos. Estoy casi seguro de haber tenido entre las manos, de chiquillo, alguna novela de Lafuente Estefanía que enseguida me repelió por su fealdad material (papel amarillento de mala calidad, medio deshecho por haber estado mucho tiempo en el rincón más húmedo del trastero de mi casa). Por lo que Warlock, la excelente novela de Oakley Hall (1920-2008), es seguramente la primera de este tipo que disfruto (y la primera vez en esto, como en casi todo, espero que venga seguida de muchas más). Bien es verdad que los argumentos de autoridad que avalan el libro, de Thomas Pynchon y Richard Ford en la contracubierta además del prólogo de Robert Stone, me habían animado a encararme con las 687 páginas del libro.
El western es un género fundamentalmente violento. Sus dos temas predominantes (la conquista del territorio de los indios y la implantación de la ley) suponen una incursión en territorio salvaje, donde el más fuerte impone su razón. En la década de 1880 el pueblo de Warlock, situado más allá de la frontera y esperando a que el Gobierno de EEUU le confiera reconocimiento oficial, está sujeto a los caprichos de cuatreros y borrachos, quienes intimidan y asesinan impunemente a la población y a todo aquel representante de la ley que se atreve a hacerles frente. Para remediar esto, el Comité de Ciudadanos (esto es, la agrupación de empresarios locales) decide contratar a un pistolero famoso, Clay Basedell, para que tome posesión del cargo de Comisario y mantenga a raya a la banda del más peligroso de los cuatreros, Abe McQuown. Pronto se hace sentir la gravedad del cargo: el Comité no quiere cargar sobre sí la responsabilidad de los muertos que el ejercicio de las tareas de Blaisedell acarrea. El Comisario, por su parte, siente sobre su conciencia los tiroteos que podría haber evitado.
En el tratamiento de estos aspectos se halla una de las mayores virtudes de la novela: el uso de múltiples perspectivas para enfocar cada asunto, la atención a las voces a menudo contradictorias que surgen inevitablemente sobre cualquier tema, la ponderación de todos los intereses en juego. En una palabra, la complejidad. Las historias del Oeste están construidas a partes iguales por mentiras y mistificaciones, con un pequeño componente de verdad. La estructura de Warlock revela cómo los hechos son deformados y, a veces, creados a voluntad, siendo el rumor y la habladuría los mejores narradores de todo el territorio. La palabra de un ciudadano tiene el mismo valor que la de un cuatrero. Y probablemente sea esta última la que el plumilla de turno elegirá para garrapatear un relato ilustrado.
El variado muestrario de personajes que transita por Warlock da cuenta de la abigarrada fauna que mascaba polvo por aquellas tierras: desde el fullero, gélido y tercamente fiel a sus amigos Tom Morgan, hasta el iracundo y manipulador Abe McQuown, pasando por la rencorosa Kate Dollar y el penosamente íntegro John Gannon. Todos se ven arrastrados por el fatal vacío de poder en que se encuentra Warlock, vacío sólo colmado en parte por la velocidad a la hora de desenfundar el revólver. Luchas y orgullos de jóvenes, casi niños, que recuerdan a la canción de Johnny Cash:
[…] and his mother cried as he walked out:
Don’t take your guns to town, son
Leave your guns at home, Bill
Don’t take your guns to town
La influencia de Warlock se deja ver en westerns posteriores, como es el caso de la famosa Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). En una escena de la película, Little Bill, el curtido sheriff interpretado por Gene Hackman, lee el relato novelado de de un tiroteo en que estuvo presente y lo encuentra lleno de falsedades y exageraciones. Ello se debe a que el autor del relato (Saul Rubinek) ha tomado como fuente principal a un psitolero, Bob el Inglés (Richard Harris), que fue protagonista de la anécdota pero de una forma mucho más baja y grotesca a como le gustaría verla en letras de molde. La historia la cuentan los supervivientes, claro que siempre a su conveniencia. En el caso de William Munny (Clint Eastwood), el asesino de mujeres y niños, corren muchas historias sobre su pasado llenas de acción y persecuciones y ávidamente recogidas por el joven Schofield Kid (Jaimz Woolvett), pero pocos saben que todo ese valor se debía al alcoholismo de Munny, vicio que le volvía temerario e insoportablemente cruel. Las leyendas se crean con grandes omisiones y no poca inventiva, como constata Morgan leyendo el Duelo en el corral Acme que protagonizaron Blaisedell y él mismo, y que al poco tiempo corre en forma ficcionada, siendo llamado en ella “el Crótalo Negro de Warlock”. Estos libruchos, llenos de hipérboles y de hechos deformados, tienen un efecto similar al de los libros de caballerías en la reseca mollera de don Quijote, como puede verse en la fallida El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007), o en el ya mentado Schofield Kid.
Pero donde observo una influencia definitiva del libro de Oakley Hall es en la extraordinaria Deadwood, una suerte de Warlock a lo HBO, hiperrealista y cruda, sin ahorrarle al espectador nada de violencia, muerte o sexo. La serie de David Milch roba descaradamente numerosos temas de la novela: el pueblo a la espera de ser anexionado a los EEUU, el maquiavélico dueño del salón, el pistolero famoso, los problemas del nuevo sheriff, los conflictos por la explotación minera… Y le añade los impagables parlamentos de Al Swearengen (Ian McShane), uno de los villanos más carismáticos que en la televisión han sido.
Magnífico, me han entrado ganas de leer Warlock y de ver de nuevo Deadwood.
Entonces he conseguido mi propósito. Una extraodinaria novela y una serie magnífica. Una lástima que la cancelasen.
Una entrada magistral sobre el tema del Oeste. Y si dice que le gusta El Teniente Blueberry, ahora ya más. Es usted mi idolo!
Saludos luneros.
Me halaga usted, amigo Lorenzo. Blueberry es relectura obligatoria cada cierto tiempo.
Un saludo!
He llegado a este artículo poniendo «Deadwood Warlock» en Google, pues leí la novela hace como año y medio (de lo mejor que he leído últimamente), y ahora, al empezar a ver la serie (voy por el tercer capítulo) he encontrado grandes paralelismos (tramas, personajes, escenarios…). ¿Este «tomar prestado» de los guionistas estará acreditado (vamos, que si lo reconocerán claramente) o más bien huyen de la referencia explícita? Habrá que investigar.
No sé qué decirle, amigo Corle. Vi Deadwood hace tiempo y cuando lei Warlock hace no mucho me pareció que el robo (esto es, la intertextualidad o el homenaje) estaba claro. Yo diría que el creador de la serie, David Milch, tenía un modelo ideal en la novela de Hall y le fue añadiendo temas de su cosecha.
Qué envidia, disfrute de la serie y, sobre todo, de Al Swearengen.
Hola Álvaro, en primer lugar agradecerte la revelación de la novela Warlock que no la conocía. En segundo recomendarte, en el caso de que no las conozcas, Blood Meridian (para mí de las mejores novelas Western) de Cormac MCCarthy y en general toda su bibliografía. Todos los caballos bellos es también espectacular pese a que la violaran cinematograficamente. Finalmente True Grit de Charles Portis y cuya película de los Cohen (su foto encabeza tu artículo) me pareció también brillante. La ley más allá de la frontera es un tema que creo que siempre seducirá al ser humano.
Un saludo
Hola, Álex, gracias por las recomendaciones. He leído a Cormac McCarthy y me encanta. De sus adaptaciones al cine he evitado Todos los hermosos caballos precisamente por lo que comentas. No he leído la novela True Grit pero la peli de los Coen no estuvo mal, no siendo sus directores santos de mi devoción.
Por cierto, Galaxia Gutenberg ha editado otra novela de Oakley Hall, ‘Badlands’, y pese a no llegar al nivel de ‘Warlock’, está muy bien.