Que un director de cine consiga seguir haciendo películas durante su vejez siempre resulta bastante insólito, pero que sean precisamente sus últimos años los más revolucionarios de su carrera hasta el punto de hacer reconsiderar el peso de todo su legado artístico, es algo que probablemente sólo ha sucedido con Akira Kurosawa, el director japonés más grande de todos los tiempos. Y eso que a principios de los setenta Kurosawa parecía condenado al retiro. Como le sucedía a Alfred Hitchcock o a Billy Wilder por aquella misma época, la industria parecía haber perdido el interés en su trabajo. Su declive profesional le llevó incluso a un intento de suicidio. Cuando su futuro en el cine parecía finiquitado, llegó un providencial rescate desde el lugar más insospechado: la Unión Soviética. Los rusos le ofrecieron la posibilidad de dirigir un nuevo trabajo con el que el genio nipón no sólo pudo recuperar su posición de prestigio en el mundo del cine, sino que también marcó el inicio de una gloriosa última etapa en la que estrenó cuatro películas que asombraron por su grandeza a la misma industria que antes le había dado la espalda.
El Kurosawa clásico: los años en blanco y negro
Los inicios de Kurosawa en el cine japonés no fueron cómodos. Rodó sus primeras películas bajo el ambiente de nacionalismo exacerbado de la Segunda Guerra Mundial y tuvo que sufrir la “supervisión artística” de las autoridades. El talento de Kurosawa era evidente incluso para los obtusos militaristas que gobernaban el país, pero su estilo era considerado “demasiado occidental” y no se le permitía tomarse muchas licencias. Kurosawa había despreciado el cine japonés en su adolescencia y de hecho se consideraba un discípulo del cine occidental: idolatraba especialmente al director norteamericano John Ford. Pero en plena histeria bélica el joven Akira se vio obligado a rodar películas con mensajes nacionalistas y veleidades orientalizantes que iban en contra de sus propios gustos. Kurosawa no solamente amaba el cine de Hollywood, sino también el cine europeo y la literatura occidental en general. Su pasión por escritores como Shakespeare o Dostoievsky planearía a lo largo de toda su obra, así como la afición por pintores como Vincent van Gogh (el propio Kurosawa tenía un talento pictórico apreciable). Pero en el Japón cerrado y chauvinista de la era bélica, todas aquellas influencias tenían que ser dejadas de lado.
Al terminar la guerra, sin embargo, Kurosawa disfrutó finalmente de mayor libertad artística y fue entonces cuando se erigió como primera espada del cine japonés a nivel internacional. Sus películas, que empezaron a amoldarse cada vez más a patrones occidentales, gozaban de un gran éxito en Japón y empezaron a dar que hablar en círculos cinéfilos del extranjero. Su autonomía artística fue creciendo hasta el punto de poder comportarse como un verdadero dictador en los platós: durante los rodajes su palabra era ley y su perfeccionismo enfermizo era la pesadilla de sus empleados. Las dos grandes especialidades de Kurosawa eran el melodrama social y el cine de acción. Sus dramas retrataban el convulso Japón de la posguerra, marcado por la pobreza y la corrupción, y estaban repletos de mendigos, borrachos, delincuentes, prostitutas e individuos sin perspectivas de futuro. Desde el médico alcohólico de El ángel borracho hasta el policía que pierde su pistola en El perro rabioso, pasando por la pareja de novios sin dinero de Un domingo maravilloso, los dramas de Kurosawa basculaban entre el sentimentalismo moralista de un Frank Capra y la denuncia social del neorrealismo italiano. Quizá uno de los ejemplos más impactantes de aquel drama existencialista es ¡Vivir!, la historia de un gris hombrecillo que lleva una vida vacía y rutinaria hasta que descubre que a causa de un cáncer le quedan sólo unos meses de vida, en los que intentará buscarle un sentido a su existencia.
Si los dramas de Kurosawa tenían un gran éxito en su país pero eran poco conocidos más allá de sus fronteras, fueron sus películas ambientadas en el Japón tradicional las que le dieron fama internacional. Aunque en occidente se las consideraba “películas exóticas” porque estaban basadas en historias japonesas y repletas de escenografía tradicional, estas películas eran generalmente una excusa para la reelaboración de géneros tan poco orientales como el western, que a Kurosawa tanto le gustaba y que disfrazaba con espadas y trajes de samurai. Los siete samuráis convirtió en estrella internacional al carismático actor fetiche de Kurosawa, Toshiro Mifune, y fue adaptada con mucho éxito en —cómo no— un western, Los siete magníficos. También Yojimbo fue adaptada al western (esta vez sin permiso) por Sergio Leone en Por un puñado de dólares. La conexión entre su cine y el género norteamericano por excelencia era más que patente: Kurosawa había bebido del western y ahora el western bebía de él. Pero también se hizo evidente la habilidad del director para adaptar las tragedias de Shakespeare, como en la espectacular Trono de sangre, su particular versión de Macbeth. La influencia de Kurosawa en el cine occidental no terminaba ahí: como anécdota curiosa, dos personajes de La fortaleza escondida sirvieron de modelo para que George Lucas crease a R2-D2 y C3PO, los célebres robots de La guerra de las galaxias.
Mención aparte merece Rashomon, para muchos la obra maestra de todo su cine en blanco y negro. Fue la película que proyectó el nombre de Akira Kurosawa en el resto del mundo y curiosamente se trata de uno de sus films más experimentales e inusuales. Rashomon narraba una misma historia desde diversos puntos de vista, introduciendo elementos teatrales —que en occidente, claro, se empeñaron en ver como una herencia del kabuki japonés, pero que en realidad tenían tanto o más de teatro clásico griego— y novedosas técnicas de filmación facilitadas por Kazuo Miyagawa, el inconmensurable genio de la dirección artística que, entre otras cosas, consiguió rodar las primeras secuencias en que el sol aparecía directamente en una pantalla de cine (logro técnico que dejó atónitos a los observadores occidentales). Las poderosas imágenes simbólicas (incluyendo la fijación de Kurosawa por la lluvia y otros elementos del clima, presente en muchas de sus películas), las escalofriantes interpretaciones y el virtuosismo visual de la filmación hicieron que Rashomon arrasara en festivales y entregas de premios, incluyendo el León de Oro en Venecia y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. El triunfo de Rashomon incluso permitió a Kurosawa conocer a su antiguo ídolo, John Ford, quien al encontrarse con el director japonés dijo: “sí que le gusta a usted la lluvia”, a lo que, orgulloso, Kurosawa respondió: “sí que ha visto usted mis películas”. Pero John Ford no fue el único gran icono cinematográfico en alabar al director japonés. Ingmar Bergman se declaró admirador incondicional de su cine y Federico Fellini ponía a Kurosawa como ejemplo de lo que un director “debe llegar a ser”. Incluso Robert Altman empezó a intentar imitar obsesivamente las técnicas de Kurosawa al quedar boquiabierto tras asistir a un pase de Rashomon.
Hecatombe en Hollywood
A mediados de los años sesenta, Kurosawa deseaba rodar su primera película en color y ello le llevó a un primer y único acercamiento a Hollywood, donde la tecnología era más avanzada. Tras un proyecto que nunca llegó a despegar (Runaway train) se involucró en la superproducción Tora! Tora! Tora!, un insensato despilfarro de dinero destinado a conmemorar el bombardeo de Pearl Harbor desde el punto de vista americano y también desde el punto de vista japonés: dos películas en una, rodadas por dos directores diferentes con dos equipos diferentes. Kurosawa se comprometió a dirigir la “parte japonesa” del film cuando se le aseguró que su admirado David Lean (el genial pero imprevisible autor de Lawrence de Arabia y El puente sobre el río Kwai) dirigiría la parte occidental. La idea de una película que combinase los talentos de Kurosawa y David Lean era sencillamente apoteósica, pero nunca llegó a suceder. David Lean no se comprometió con el proyecto —con la consiguiente decepción de Kurosawa— y el propio director japonés fue finalmente despedido cuando sus métodos resultaron incomprensibles para los norteamericanos. La incomprensión entre un Kurosawa acostumbrado a hacer las cosas a su manera y un Hollywood que tenía otro sistema de trabajo, así como las barreras idiomáticas y de mentalidad, provocaron el desencuentro final. Tora! Tora! Tora! fue terminada con otros directores, con un presupuesto enorme y un pinchazo en taquilla: perdió una gran cantidad de dinero y los productores americanos se apresuraron a culpar, entre otras cosas, al tiempo que habían perdido intentando entenderse con Kurosawa y soportando sus arrogantes veleidades. Aquello dañó considerablemente la reputación internacional del director japonés, que cargó con el peso del fracaso de un film que ni siquiera había rodado (aunque, eso sí, los americanos usaron su guión sin darle crédito por ello). En occidente, Kurosawa pasó a ser considerado un individuo con el que no se podía trabajar, así que regresó a Japón para intentar recuperar el timón de su carrera.
En su país natal rodó finalmente su primera película en color, Dodeskaden, la crónica de un grupo de gente que vive en torno a un vertedero de basura y donde mostró su gusto por los colores chillones al estilo Van Gogh. Sus películas con contenido social siempre habían resultado exitosas en Japón, pero Dodeskaden no fue entendida y supuso un sonoro fracaso de taquilla, el primer batacazo realmente importante de su filmografía. Akira Kurosawa, que contaba por entonces con sesenta años, creyó que su carrera había terminado y se sumió en una profunda depresión. Intentó suicidarse haciéndose más de treinta cortes en las venas, pero fue rescatado a tiempo. Aunque su rápida recuperación física sorprendió a los médicos —físicamente era un toro, con una estatura muy superior a la media de Japón— su salud emocional no dejó de constituir una seria preocupación: el director no parecía capaz de adaptarse con éxito a una vida sin rodajes y su psique se había vuelto muy frágil. Lo que nadie podía sospechar es por entonces estaba en camino la película que le haría resucitar como director. Cuando ya nadie parecía confiar en él, le llamaron para ofrecerle trabajo desde el lugar más inesperado: la Unión Soviética.
La resurrección del genio
La contratación de Kurosawa para rodar una película ambientada en Rusia con actores y equipo ruso, despertó escepticismo tanto en Japón como en occidente debido a la debacle de su paso por Hollywood y los cinco años transcurridos en el dique seco desde su intento de suicidio. Pero los soviéticos supieron tratar a Kurosawa, dándole libertad y capacidad de maniobra para extraer lo mejor de él. El resultado fue Dersu uzala, su segunda película en color, estrenada en 1975. El film asombró a la crítica mundial y ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, veinticinco años después de que lo hubiera conseguido Rashomon. A sus sesenta y cinco años, Akira Kurosawa parecía un director joven, dispuesto a revolucionar técnicas y estilos. La sobrecogedora belleza visual de la película, así como la conmovedora historia de amistad entre un militar ruso y un viejo cazador que vive en los bosques, pusieron un nudo en la garganta de los críticos y de muchos de los grandes cineastas del extranjero. No era una película “comercial” ni fácil para el público. Kurosawa acentuaba su tendencia a ralentizar la narración hasta extremos insólitos, “orientalizando” por primera vez su cine… si es que puede decirse así, porque directores como Stanley Kubrick o Andrei Tarkovsky habían seguido ese camino incluso antes que él. Curiosamente, aquella película rodada en Rusia y que no tenía nada de japonés excepto su director, era —artísticamente hablando— su film menos occidental hasta la fecha.
La gloria en la senectud
Pasaron otros cinco años hasta que se estrenó la nueva película de Akira Kurosawa, Kagemusha, una ambiciosa producción basada en episodios bélicos del Japón medieval cuya espectacularidad y tono violento recordó su antigua Trono de sangre. El respeto que los nuevos cineastas sentían hacia Kurosawa quedó bien patente cuando la productora japonesa se quedó sin dinero para terminar el film. Fueron George Lucas y Francis Ford Coppola quienes convencieron a la poderosa 20th Century Fox para que terminase de pagar la producción. La película fue gran éxito en Japón y también obtuvo buenas dosis de publicidad en el resto del mundo. Los amantes de Kurosawa pensaban que quizá podría tratarse de la última obra del maestro y no escatimaron en elogios. No podían sospechar que, tras otros cinco años de silencio, Kurosawa iba a golpear al mundo del cine con una de sus mejores obras.
La palabra para definir la recepción de su nueva película, Ran, es “asombro”. A sus setenta y cinco años, Kurosawa había tenido la energía y la inspiración para parir una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la obra de William Shakespeare. Ran estaba inspirada en una de las obras más célebres del escritor inglés, El rey Lear, y casi podría decirse que resumía toda una carrera cinematográfica porque en ella se reunían todas las virtudes que habían hecho de Kurosawa uno de los directores más admirados de la Tierra. Había interpretaciones magistrales y fascinante teatralidad como en Rashomon, maravillosos desvaríos esteticistas como en Dersu Uzala, intensidad dramática como en Trono de Sangre o ¡Vivir!, y las secuencias de batallas más espectaculares de toda su filmografía, amén de un diseño de producción descomunal: Kurosawa llegó a construir todo un castillo para rodar y prenderle fuego después. Aunque Ran no ganó un Oscar, le valió su primera y única nominación como mejor director y un diluvio de premios de asociaciones de críticos y cineastas de todo el mundo.
Si algo hay que agradecerle a George Lucas es que otra vez emplease su influencia en la industria y sus recursos para conseguir que el anciano Akira Kurosawa pudiese seguir rodando con la mayor libertad artística posible. El director japonés tenía un proyecto muy querido —pero también muy complicado de financiar— que era el de llevar a la pantalla algunos de los sueños que había tenido mientras dormía. Planeaba una película totalmente anticomercial, centrada en el aspecto visual, en la que alguno de los diferentes episodios apenas tendrían argumento. Sacar adelante semejante proyecto era algo que sin el apoyo de sus admiradores en Hollywood nunca podría haber conseguido. El resultado, Sueños, es la película más experimental y difícil de Kurosawa, a causa de su lentísimo ritmo y algunas larguísimas secuencias cuya única función es la de parecer pinturas en movimiento. Pero también es una de las obras más visualmente fascinantes de la historia del cine, un auténtico deleite estético cuya escalofriante belleza es difícil de describir con palabras. A sus ochenta años, Kurosawa era más vanguardista que sus docenas de discípulos jóvenes, creando una imaginería hipnótica que nadie ha igualado desde entonces. Realmente consiguió provocar la sensación de que los episodios del film eran sueños filmados, y hay secuencias de una magia indescriptible, como cuando vemos a un joven Kurosawa pasear por dentro de varios cuadros de Van Gogh, por ejemplo.
Sueños fue la última obra maestra de Akira Kurosawa y cerró una tetralogía mágica que a lo largo de veinte años le convirtió en un mito viviente del cine. Pero aún tuvo tiempo de rodar otra dos películas menos ambiciosas: la primera fue Rapsodia en agosto, una denuncia del bombardeo atómico sufrido por Japón en la Segunda Guerra Mundial y sus ecos sobre varias generaciones, que fue tildada de chauvinista incluso por algunos críticos japoneses y en la que Kurosawa contó con una colaboración de Richard Gere. La siguiente, Madadayo, era un film biográfico sobre un profesor japonés y su relación con sus antiguos alumnos.
Akira Kurosawa falleció a los ochenta y ocho años. Para entonces su nombre figuraba ya en el Olimpo del cine junto a los más grandes maestros. Los cuatro ases con los que en sus dos últimas décadas conmocionó el arte de hacer películas, le hicieron trascender más allá de la figura de director de prestigio hasta transformarle en un referente artístico universal. No sólo consiguió reivindicar toda su carrera anterior, sino que atrajo las miradas del público occidental hacia toda una rica historia de cinematografía japonesa que iba más allá de la serie B o la saga Godzilla, erigiéndose en revulsivo de otros grandes creadores japoneses como Yasujiro Ozu o Kenji Mizoguchi. Y todo ello lo consiguió, como decíamos antes, a una edad en que otros muchos genios son pasto del retiro, la monotonía o la indiferencia general. Quizá como reacción al día en que intentó suicidarse, Kurosawa se forjó una segunda carrera cinematográfica, como un director que ha tenido dos vidas. De hecho, la magnitud de su obra equivale a la de varias carreras de otros directores. O, dicho en otras palabras:
“Lo que le distingue del resto es que él no hizo una o dos obras maestras. Hizo, ya sabes, como unas ocho obras maestras” (Francis Ford Coppola)
Gran repaso de la carrera de Kurosawa. Hace poco volví a ver Ran y me quedé con la boca abierta.
A ver si me pongo a ver las policíacas de la primera época, que son las que me quedan pendientes.
Un saludo!
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Es un artículo excelente. Estoy de acuerdo al 95%… pero claro, discrepo en algo… «las secuencias de batallas más espectaculares de toda su filmografía». Kurosawa narró muchas batallas, pero mostró pocas. En Kagemusha narra una batalla sin mostrar una sola lucha, simplemente nos muestra los rostros que van poniendo los generales. Este artículo se abre con una foto de Ran, tras acabar la batalla por el tercer castillo; esa batalla se reduce a apenas un par de planos en que vemos caer abatidos por flechas a Taro y a los últimos soldados de Hidetora. Similarmente, de la batalla entre Jiro y Saburo poco más vemos que arcabuceros disparando. Kurosawa es un poeta de la imagen, no es Einsestein.
También se narra una sorprendente batalla en ‘Trono de Sangre’ sin que se muestre nada de ella. Buen apunte.
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Precioso el artículo lo he leído dos veces y me parece que resume muy bien el arte de un gran director.
En respuesta a Ignacio, una buena película muestra historias increíbles, las películas espectaculares muestran escenas apasionantes, las obras maestras…. esas son las que tu imaginación las crea, son en las que te sumergen en la estética y la historia hasta tal punto que bajo una simple insinuación, toda una historia es creada por tu imaginación….
Eso ocurre en Ran, no muestra poco de las batallas, muestra lo justo y necesario para que tu imaginación vuele.
utiliza unos escenarios impresionantes en sus películas
Los siete samurais es la pelicula más sobrevalorada de la historia.
Menudo peñazo.
Y eso lo dice alguien que se pone de nick «epicuro».
XD, estas bromeando verdad?
si, faltaba steven seagal para que la pudieras apreciaer
Felicidades por el artículo. Muy completo, bien escrito y documentado. Admiro a Kurosawa profundamente. Es un cineasta de una calidad inigualable, con un profundo conocimiento del género humano, al que analiza a la perfección en muchos de sus films. Personalmente, Dersu Uzala es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Un canto a la solidaridad, a la naturaleza, a la amistad, con imágenes inolvidables. Impresionante la secuencia cuando Dersu y el capitán construyen el refugio con el matorral de la taiga para refugiarse de la tormenta.
Creo que merece también recordar «Infierno de Odios», genial thriller, del año 1963.
Sin duda. Para mí, su mejor película junto a «Trono de sangre». Por cierto que era una de las películas preferidas de Susan Sontag, lo cual me ha llevado a preguntarme muchas veces si la forma de colocar a los personajes en el salón de aquella casa pudo tener alguna influencia en el trabajo compositivo de Annie Leibovitz. Pura especulación.
pues mi mensaje es de que las respuesta estan muy bien
Genialísimo artículo, pena que no mencionéis Barbarroja, para mí su mejor película. Por lo demás, excelso. Gracias, mil gracias.
¿El mejor por encima de Ozu?
Eso solamente depende del gusto de cada persona, para mi Kurosawa es el mejor director de la historia del cine… nada más
Raúl, por circunstancias diversas he llegado a estudiar tanto la obra de Kurosawa como la de Ozu, y cuanto más profundizas en ello te das cuenta de que son directores incomparables. Puede parecer una respuesta fácil a un asunto espinoso, pero no lo es. Para empezar, ambos trabajan a escalas muy distintas. Por ejemplo, Kurosawa era un maestro del scope, los movimientos internos del plano y la composición horizontal, cosa inimaginable en un director de espacios profundos y superficies supuestas como Ozu, donde lo minúsculo y lo perecedero adquiere mayor relevancia que lo épico y lo legendario.
Magnifico artículo sobre el gran maestro Kurosawa, al que se ignora completamente en las televisiones abiertas y en las de pago. Parece que su destino es ser ignorado por los que manejan el tinglado a pesar de ser maestro de muchos directores que están omnipresentes en todo tipo de plataformas. Como se dice en el artículo, quiso ser pintor aunque luego desistió, pero en su obra está presente la pintura de manera implícita y explícita:
https://docs.google.com/open?id=0B9fzgLJj4IFlNEVaUzE4QjBUR3c
http://enfilme.com/notas-del-dia/los-inigualables-storyboards-de-akira-kurosawa
Y para los forofos de la Guerra de las Galaxias, una video en el que se ve a las claras la gran influencia e inspiración en «La fortaleza escondida» de Kurosawa:
https://www.youtube.com/watch?v=4g8r0LhpMzk
Mas cine japonés en Jotdown.
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