He fotografiado a bastantes musulmanas con muy distintos velos. Muchas de ellas posan y miran con una gracia y picardía que no siempre tienen las catetas progresistas ni las beatas carcas.
Las californianas en paños menores pueden tener su encanto. También pueden caer en la exposición trivial y gratuita luciendo grasas y silicona con una vulgaridad de publicidad de sopas de sobre. Otro tanto ocurre con las señoras y señoritas europeas puestas en la tesitura de quitarse la camiseta y los pantalones con cualquier pretexto.
Ninguna de las musulmanas que he fotografiado se ha quitado ni siquiera el velo. Incluso han buscado un tortuoso pasillo del metro parisino para ser fotografiadas en esa «intimidad» carcelaria. Sin embargo, tras el velo, salta a la vista la picardía de esas miradas de musulmanas veladas, dejándose fotografiar por un señor de Murcia.
Y esa picardía -en su encantadora trivialidad- habla de un proceso histórico: la lenta liberación de las mujeres musulmanas tirándose a la calle para protestar contra la tiranía, exponiéndose libremente y con placer ante la mirada de un desconocido, gozando de la callada revelación de su identidad más íntima.
Revelación carnal y espiritual. El cordobés Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma, uno de los más grandes tratadistas del amor de todos los tiempos, ya nos recordaba que, en verdad, el erotismo comienza con el intercambio de miradas.
Fotografía: JP Quiñonero
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