Si José Val del Omar hubiese nacido en París, o Nueva York, tendría una hornacina en el panteón de los grandes profetas y patriarcas de la poesía visual.
Pero nació en Granada (1904) y murió en Madrid (1982). Ese destino lo condenó a ser un proscrito en vida; y un olvidado en la tumba, abandonada.
Val del Omar fue un visionario en mucho terrenos: la fotografía, el cine, las tecnologías audiovisuales, la poesía, la teoría de las artes por venir.
En los festivales cinematográficos de Berlín (1956), Bruselas (1958) y Cannes (1961, el año de Viridiana) fue ovacionado como un precursor inmenso. Pero las más selectas historias del cine (carpetovetónico) llevan años condenándolo al ostracismo.
Los más grandes museos, el Reina Sofía (en Madrid, casi ayer mismo), el Palau de la Virreina (en Barcelona, hoy), llevan años intentando rescatarlo. En vano. Sus más firmes defensores (Victor Érice) son ellos mismos víctimas del mismo «modelo» de la pavorosa incultura cainita. En definitiva, la obra cinematográfica de Val del Omar también es víctima de la misma industria de la incultura que condena a la marginación veinte o treinta años de la obra de Jean-Luc Godard: un modelo de distribución que solo distribuye las películas de la industria comercial, insensible a las creaciones de los grandes artistas capaces de crear nuevas formas visuales.
En cierta medida, ese modelo de distribución quizá no se equivoca: las películas de Val del Omar (Fiestas cristianas y fiestas populares, 1934 / 1935), Aguaespejo granadino (1953 / 1955), Fuego en Castilla (1958 / 1960), Acariño galaico (1961 / 1981 – 1982 – 1995) no son películas; son… poemas visuales, «documentales» líricos, reflexiones fílmicas, qué se yo: creaciones poéticas, creadas con medios cinematográficos, visuales, a la manera del Buñuel de Tierra sin pan y casi toda la obra del Godard de los últimos veinte o treinta años.
Val del Omar es muchas otras cosas. Un técnico visionario, capaz de anticipar técnicas y artes audiovisuales, con medio siglo de adelanto. Un teórico radical y visionario de las nuevas formas poéticas: es decir, un proscrito subversivo. De ahí mi simpatía y recuerdo.
Fotografía: JVDO, fotograma de Aguaespejo granadino.
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