En Europa nos gusta pensar que siempre hemos sido personas abiertas y tolerantes, avanzadas y “liberadas”. En la sociedad de consumo hay espacio para todo y para todos, no importa los bizarros o estrambóticos que parezcan a ojos de la mayoría de la población, esa gente ortodoxa que sólo a veces duda en calificarse de “normal”.
El caso es que la impresión general de la gente es la de que estas cosas son inventos modernos, prácticas y costumbres de nuevo cuño que se han popularizado durante los últimos dos siglos, cuando la industrialización y la sociedad del bienestar despojaron a las personas de muchas de sus obligaciones y les permitieron gozar de tiempo libre que dedicar al ocio: leer, viajar, comprar y hacer cosas raras.
Así la asunción de roles sexuales que no se acomodan a la lógica binaria, para la cual los atributos destacados como de uno y otro género son natalicios e inamovibles, son tratados en forma de “inversiones” o cruzamientos que en el mejor de los casos responden a motivaciones patológicas. Otros referentes más cercanos como el travestismo/cross dresser o el fenómeno drag tienden a interpretarse en términos de escaparatismo burlesque para hedonistas liberados, decadentes y excéntricos de diversa ralea. Huelga decir que el academicismo convencional ha pasado olímpicamente de algunas cuestiones esenciales a este respecto (como las tensiones entre identidad sexual y orientación sexual) otorgando a todas aquellas manifestaciones que violasen el orden normativo un carácter anecdódicto hasta la quiebra del modelo en las décadas de los sesenta y setenta. La irrupción del SIDA, los movimientos contraculturales, el feminismo y el advenimiento del estado del bienestar propiciaron una estampida fuera del armario en el mundo (sic) civilizado. No se nos permita, sin embargo, reducir el marasmo vitalista y poliédrico de la comunidad trans a la condición de epifenómeno de la movida gay.
La realidad es que estas prácticas son más viejas que la katana. Es más, gracias a la influencia del cristianismo hemos llegado a convertirnos en una de las civilizaciones menos permeables a las sexualidades heterodoxas (aquí un pedorro construccionista foucaltiano posmoderno brasas diría “heternormativas”, no hay pega) y que peor y con más saña han tratado a todas aquellas personas que por H o por B no vestían, hablaban ni follaban como querían sus padres. Pero no brotaron espontáneamente en la sociedad de la abundancia, simplemente perdieron su estatus sub-rosa.
Vamps & tramps
Uno de los casos más significativos de transexualidad legitimada es el de los Hijra de la India. Algún lector avezado reconocerá el palabro gracias a la simpática novela de John Irving, Un hijo del circo, donde se detallan algunos de los procedimientos quirúrgicos que permiten a un sano hombretón de la India convertirse en una bonita mariposa. Licencias poéticas aparte, nos encontramos ante uno de esos casos de cultura “arcaica” que abre espacios y faculta a los hombres descontentos con su sexualidad para desempeñar una importantísima función dentro del organigrama de la sociedad de castas hindú. El hijra, al contrario que el transexual occidental, no es estudiado como una anormalidad psicológica, sino un representante de Bahuchara Mata, una de las múltiples encarnaciones de la Diosa Madre, generadora de vida y destructora. Una tipa que hace crecer las amapolas o te castra con unas tenazas al rojo, según le dé. Como ser “asexuado” (la palabra suele traducirse como “eunuco”) incapaz de producir vida, el Hijra es capaz en cambio de generar fecundidad en los demás. La reconversión tiene lugar durante un elaborado ritual en el que se amputan los órganos genitales mediante dos cortes en forma de “V” por los cuales se deja correr la sangre para que la esencia viril huya del cuerpo (alguno recordará aquí el drenaje de aceite masculino al que es sometido Bender en su afán de representar a Robonia en los juegos olímpicos). Acto seguido el ser renacido es alzado entre vítores en compañía de sus ya iguales y de un “gurú” iniciador que sufraga la operación y se lleva, a cambio, una parte de los ulteriores beneficios del iniciado.
Hablamos de un asceta en teoría, una persona que se presenta en las bodas para dar su bendición y desear que la feliz pareja joda mucho, joda bien y engendre a tutiplén. Claro que también, si no es convenientemente retribuido, puede castigar con la esterilidad y la impotencia a los celebrantes. Es cierto que hablo en gran medida de un pasado que se evapora por momentos. La irrupción del gobierno británico forzó al Hijra a ejercer en la clandestinidad, esta vez sí y lamentablemente, el oficio más viejo del mundo.
Si usted practica asiduamente el turismo sexual habrá recalado alguna vez en Thailandia. Allí tienen su propio transexual, el Kathoey, relativamente abundante en los mercados de la carne. Siendo su recorrido bastante parecido al de los europeos (personas que no se sienten en armonía con su sexo biológico ) se benefician de la tolerancia del budismo ortodoxo. En Thailandia la transexualidad tampoco es una anomalía a erradicar, sino una doble naturaleza inscrita en el dharma (el camino trazado de antemano) y que puede ser la consecuencia de las turbulencias experimentadas en una vida anterior. Lo peor que se puede decir de un Kathoey es que paga con tribulaciones y sentimientos de impotencia las vivencias pretéritas.
A pesar de lo cual tampoco es que se pueda decir del Kathoey que disponga del rico imaginario cosmogónico del Hijra. No deja de ser una constante de muchas sociedades y no sólo la occidental, el lanzar a sus hij@s díscol@s al abismo de la prostitución.
Sin embargo, todos los asiáticos que por uno u otro motivo traspasan o pretenden traspasar las barreras impuestas por la asignación de género pueden celebrar su diversidad durante las festividades del (agárrense la escrotera) Kottankulangara Chamayavillanku, el macrofestival de travestismo y transversalidad de género que tiene lugar en Kollam (India), donde por espacio de unos días todo pudor y recato ceden a la adoración de de la diosa Bhagabathy, una especie de deidad oficial de todos aquellos travelos que en el orbe terráqueo son.
Aquellos travestís salvajes
Hace un par de siglos, cuando los colonos europeos entraron a saco en el comercio intertribal norteamericano llevándose su tajada –hablamos de las exploraciones de cuáqueros y comerciantes renegados buscadores de pieles—, durante aquella época en la que británicos y franceses se partían los maxilares por un quíteme usted esa alianza transfronteriza, los últimos observaron un fenómeno que decidieron bautizar, no sin un poquito de mala hostia, como berdache. Las hordas de la corrección política de épocas más recientes corrieron a rebutizar a sus practicantes como dos espíritus : personas que adquirían el porte, maneras y vestimenta del género que técnicamente no les había sido asignado. El caso es que este este tipo de travestismo indígena es un hecho ampliamente documentado en infinidad de tribus norteamericanas, las cuales no parecen experimentar ningún tipo de trastorno de la convivencia por ello. Ocurre que en casos como los Pima incluso aceptan que llegada cierta edad, cuando un niño no comparte las características y ocurrencias típicamente masculinas (cazar, cabalgar, sacarse los sesos con un tomahawk, etc), pueda darse una elección de género. Ante el indeciso se disponen un arco a un lado y un cesto al otro, objetos tradicionalmente asociados a tareas masculinas y femeninas respectivamente. De su decisión dependerá que a partir de ese momento se le considere hombre o berdache. ¿Y saben ustedes qué? –no me mire usted así—, lector que se lo ve venir no pasa absolutamente nada.
Otro caso singular de cruzamiento de género es el xanith omaní. Es uno de esos raros exponentes de travestismo-transexualidad temporales y perfectamente integrados en la tradición. Hay que reconocer en este punto sin embargo que la voluntariedad del acto puede ponerse en entredicho, dado que la palabra define un tipo de prostitución homosexual consentida en épocas de carestía. Los jóvenes xanith, al contrario que en otras formas de transexualismo, no tratan de modificar su apariencia imitando el porte y las actitudes del otro sexo, simplemente ciñen su túnica (masculina) realzando la curva de la cintura, el talle femenino, y adoptando ocasionalmente maneras también femeninas, una ligera afectación. Durante esta etapa xanith los muchachos se ofrecen para disfrute homosexual a cambio de remuneración económica y una vez superado el bache vuelven al redil sin que se produzca ningún tipo de reconvención o castigo.
Igualmente temporales eran las transformaciones de los jóvenes efebos que, debido a un edicto del shogunato Tokugawa en 1630, representaban los papeles femeninos en el teatro kabuki. Las razones expuestas por la administración para restringir el acceso de las mujeres en los escenarios fueron de orden público. Al parecer su presencia atraía a numerosos crápulas de elevada extracción social, lo que al a postre se tradujo en un aumento en el número de actrices que accedían a convertirse en la querida de algún señorón con monóculo y chistera. Las consecuencias no fueron las esperadas, dándose que acudían incluso más que antes, esta vez a la caza de actores masculinos, jóvenes y todavía tiernos. Esta tradición trans-homosexual nipona viene de largo. Dicen los propios japoneses que esta suerte de relación erastes/efebo procede de los primeros tiempos de la expansión del budismo en las islas, concretamente de las enseñanzas (y posiblemente también de las prácticas) del monje Kukai, fundador de la escuela esotérica de Shingon. Existen varias fábulas que ilustran este tipo de amor homosexual en el que una de las partes (el enseñante o iniciador) ejerce cierto patronazgo sobre algunos muchachos travestidos ad hoc por la mera delicadeza de sus rasgos y un kimono color lavanda. Apréciense las similitudes con otras religiones, esta vez más próximas a nuestras latitudes.
Sin embargo este tipo de relación no quedó circunscrita a los monasterios y los viejos tratados literarios, sino que se introdujo de lleno en ese baluarte de la masculinidad más recia que es la milicia. Lo que comenzaran los monjes lo terminaron los guerreros. Samurais maduros instruían a menudo a sus pupilos en el mundo de las relaciones homoeróticas, frecuentemente cubriendo la virilidad de sus objetos de deseo con los rasgos, vestimenta y colorido maquillaje de las mujeres de la corte.
Estos son sólo algunos ejemplos de lo que se puede uno encontrar por ahí en este ámbito. Al contrario de lo que nos gusta pensar, travestismo y transexualidad no son novedades vendibles en sociedades opulentas, sino fenómenos universales que llevan siglos produciéndose a nuestro alrededor. Aquí, claro está, predominan las imágenes ligadas a la iconografía popular. Hay signos reconocibles del cabaret de principios de siglo (esos ecos de la Comedia del Arte con sus andróginos arlequines, hombres/mujeres maquillados y ataviados de manera que los matices entre ambos sexos queden reducidos a la nada) , aunque sin duda su expresión más rotunda se produjo a raíz de la eclosión del Glam Rock. Sin llegar a engañarse, sujetos como los New York Dolls no eran damiselas necesitadas de protección, sino auténticos demonios del submundo, macarras de lo peor. Bowie, Bolan, Reed, jugaron con la estética andrógina y la transformación sexual, aunque no siempre quedó clara su vocación de transformistas de la música moderna. Recordemos que el duque acabó felizmente instalado en un régimen monógamo de lo más convencional y no fue hasta hace poco que el bueno de Lou recibiese la absolución de aquellos que le condenaran por renunciar a la homosexualidad, abandonando al travestí con el que vivía para contraer matrimonio a la manera tradicional.
Y el resto es más o menos conocido: Chueca, Drag Queens, cirugía de reasignación sexual, etc…poco importa a pesar del empeño de muchos medios de comunicación de masas por reducir este fenómeno a la condición de rareza posmoderna, cuya máxima expresión folclórica (enterrada bajo varias toneladas de seborrea) serían bufones mediáticos como La Veneno o Carmen de Mairena; la historia de estos vamps & tramps es lo suficientemente extensa e intensa para romper los moldes que hagan falta, incluso cuando estos moldes han sido facturados en el seno de el que se pretende el mejor y más liberado de los mundos posibles.
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Muy tremendo.
Equisdé.
Me gustan sus artículos, me parecen bastante profundos, pero no utilice conceptos de manera transhistórica. Confunde varias veces en el artículo la sexualidad al referirla a contextos muy diversos. La sexualidad no existe antes del dieciocho, así que no afirme que esas prácticas, orientaciones e identidades existían previamente, no lo hacían. Si conoce la historia de la Grecia clásica, se dará cuenta que la homosexualidad o la heterosexualidad no existen, por ejemplo.
Bueno, uso el término para referirme a cualquier hecho en el que podamos hablar de prácticas sexuales, o su representación, con independencia del sentido que se le dé para cada caso particular dentro de cada contexto (es un tajo etic/emic muy bestia pero no hay otra).
Totalmente de acuerdo en que no hay nada peor que la extrapolación de una visión muy nuestra de lo que es el fornicio. Ahora, que no existiese la sexualidad… ¿En qué sentido? ¿Como conceptualización de las relaciones eróticas, como teoría del género, como problema derivado de la homosexualidad…?
Gracias por tu comentario y un saludo.
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¿Podría saber las fuentes consultadas para redactar el artículo? Gracias
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