Kurt Busiek, Brent E. Anderson y Alex Ross
Norma Editorial, 2011
Quiero echarle la culpa a los ochenta. O a los viajes en el tiempo, que también les estoy empezando a coger manía : Su abuso en recientes series no ha dado más fruto que unas tramas interesantes al principio pero, a la larga, insostenibles. Y sería exagerado decir que ha sido un descalabro, pero la segunda parte del tercer arco argumental mayor de Astro City –La Edad Oscura– no ha dejado a la misma a la altura de las otras dos grandes, Confesión y El Angel Caído. Hagámoslo a la clásica usanza : Primero las malas.
No obstante, vaya por delante y para coger fuerzas, como ya señalamos en su propia reseña, Hermanos y otros extraños es un buen libro. Sienta las bases de una gran historia, portadora de algunas de las mejores tradiciones de la serie, a la vez que la sumerge en una ambientación completamente distinta respecto a lo que estábamos acostumbrados. Este nuevo trasfondo establece una forma de hacer relatos, arquetipos antiheroicos y un tono general de las historias, típicos del cómic de superhéroes de los setenta y ochenta (principios de la era moderna de los cómics), donde lo oscuro empieza a vender más que lo brillante, los antihéroes se llevan a todas las chicas y los relatos de acción y venganza son los que atraen la atención del impresionable respetable. Aun vistiendo su serie bajo buena parte de esos patrones, Busiek y Anderson siguen manteniendo el doble juego temático -que es su firma en Astro City- de buscar lo humano en lo superhumano y/o hacer protagonista al hombre corriente, en un contexto altamente superheroico. Pero esas señas de identidad propia, se difuminan considerablemente en este segundo tomo. Los hermanos Williams, protagonistas humanos de esta historia, gente de la calle como cualquiera, pasan de la indecisión personal y el zarandeo impotente de sus desgraciadas vidas (tal y como se relatan en Hermanos y otros extraños) a la acción de primer orden : Toman la iniciativa y se trazan como rumbo existencial la ejecución de un acto de venganza pendiente en su pasado. Los Williams dejan de ser testigos del proceso de la edad oscura y acaban formando parte de ella. Los niveles narrativos “humano-protagonista” y “superhumano-anécdota” se acercan, se cruzan y entonces hacemos el doble mortal, por el otro lado, el clásico del género : El humano se vuelve superhumano . Y el “espíritu Astro City” se desvanece un poco. Sí, quizás es una buena forma de encajar con la propuesta de la saga. Pero el coste es una pérdida relevante de profundidad; a medio plazo, los Williams acaban por llegar a ser los Punishers de este universo . Y ello acaba convirtiendo el relato de los hermanos en un juego del gato y el ratón, muy en línea recta, sin mucho más que el ir subiendo las apuestas del “hasta donde vamos a llegar”. Un cuento que, por otra parte, ya nos habían contado en otras historias de Astro City, incluso de forma más breve, contundente e ingeniosa (en suma, mejor). Así, la sensación general es de un paulatino y progresivo desmadre y de repetición innecesaria de algún que otro giro argumental ya llevado a cabo con anterioridad.
Por otra parte, la saga presenta un buen puñado de sucesos y misterios que, dentro de la misma, no acaban teniendo respuesta. Es cierto, como decíamos, que Astro City presentaba como anecdóticos en muchas de sus historias eventos cósmicos y grandes enfrentamientos, narrados casi como si fueran el parte meteorológico de la ciudad o un chismorreo de calle; pero en esas ocasiones, esos sucesos no formaban parte esencial de la historia que se quiere contar. En La Edad Oscura se presentan grandes sucesos que suceden, sí, alrededor de los personajes, pero que parecen omnipresentes y muy importantes; y hasta llegan a cruzarse directamente con la historia directora de los Williams, sin llegar a contestar quién, cómo o porqué. Todo permanece en las tinieblas de esta época. Es feo comparar, pero recordando lo redondas que fueron Confesión o El Angel Caido, La Edad Oscura le deja a uno con preguntas y con una sensación de haber ido sembrando cosas hacia adelante, sin que hayan dado fruto en la misma saga en la que se inician. Y últimamente, al olor de posible gran metatrama, como lectores es natural coger aire y algo de distancia, por si las moscas.
Por lo demás, el trabajo de los autores en cuanto a la construcción de la etapa más tenebrosa de su particular universo, a nivel atmosférico, me parece sobresaliente, en toda la saga. Los temas contextuales de todo un momento en la tradición superheroica ya apuntados en los episodios de la primera parte, aquí acaban de desplegarse : El miedo/odio a lo metahumano (Anderson posiblemente haya tenido algún deja vu de Dios ama, el hombre mata), la proliferación de antihéroes y personajes con moviles “el fin justifica a los medios”, el oscurecimiento de algún personaje de estilo clásico y corte amigable y la búsqueda del “realismo” en el género a través de la ilustración de la violencia y todo lo que ello desencadena. A momentos también me ha dado la impresión de estar delante de una especie de “Kingdom-Come-a-la-Astro-City”. Un choque entre el idealismo, perfección e intachables actitudes morales de la vieja escuela con pijamas de colores de los números anteriores, al “realismo” oscuro, violento y callejero de las nuevas generaciones del cuero y las cadenas, de este paréntesis siniestro.
Y el escaparate de nuevos personajes en mallas no deja de ser original y bien diseñado, como siempre. Tanto los “homenajes” y mestizajes entre conceptos de personaje del mismo momento, como los conceptos más o menos propios, están construidos con ingenio. Desde Espejismo, una especie de ilusionista tecnológico, defensor de Las Vegas, enfundado en negro y neones, hasta los Apolo Once, una especie de cruce entre los Inhumanos y los Guardianes de la Galaxia (quizás alguno más) ; es una lástima que estos últimos aparezcan en la saga, tengan un amago de relevancia y desaparezcan sin más. Ahora bien, de todos los personajes creados para esta obra, me quedo con el impresentable Hombre Punta (y mira que ya se salieron con El Fanfarrón) : Una mezcla -atención- entre Superman, en sus colores, vistosidad y presencia voladora; y Lobezno, en sus capacidades ofensivas cortantes y medios generales de resolver conflictos, digamos, algo despreocupados . Como es de esperar, poner el macarrismo del canadiense al nivel de liga de superhéroes del tipo que lidian con catástrofes cósmicas, sólo puede resultar en… mejor verlo uno mismo.
Hay que cerrar Hermanos de Sangre con algo de esperanza, aconsejo. Ya el epílogo ayuda a descolocarse de la verbena de sombras que venimos de contemplar y a abrir esa puerta del Astro City que veníamos de leer con anterioridad (con otra vuelta de campana extraña, pero lógica según la cronólogia de Astro City). La serie ha continuado con regularidad : Ya existe en Estados Unidos, un siguiente tomo –Shining Stars– que recopila historias centradas en personajes específicos (Samaritano, Agente de Plata, Belleza…), que posiblemente, esperemos, revele algo más del entramado de sucesos paralelos a la historia de los Williams. Yo soy partidario de cerrar esta saga pensando que quizás no es la mejor, pero no es necesariamente desechable. Toda vida tiene su “noche oscura del alma” y quizás no es del todo inapropiado que Astro City la tenga en esta.