Un personaje que se llama como el autor de la novela, Antonio Orejudo, y que al igual que él es escritor y profesor de literatura en la Universidad de Almería tras su paso por Estados Unidos. Un antiguo compañero de universidad, Cifuentes, va a visitarlo a la caseta de la Feria del Libro, donde Orejudo firma ejemplares. Cifuentes pasa por una mala racha: problemas en su matrimonio, problemas con su hijo adolescente y problemas con una chica de la universidad que le ha puesto en graves aprietos. Ésta es la sinopsis de Un momento de descanso. La novela analiza el papel que representa el escritor y contiene una constante crítica de la universidad y los estudios de humanidades. Además de mucho sentido del humor, algo característico en todos sus libros. No se puede desvelar nada más sin recurrir al “spoiler”, palabra con que en algunos foros españoles ha pasado a traducirse el carnicero destripamiento. Pero es suficiente para adentrarnos en la charla con Antonio Orejudo.
La charla tiene lugar en una taberna de la Plaza Flores, en Almería, donde en un banco se encuentra sentado un John Lennon de metal, recuerdo de su paso por esta ciudad en los años sesenta, donde dicen pudo escribir Strawberry Fields Forever. Cerca, en la plaza de Juan Casinello, transcurren los últimos días de las acampadas-protesta del 15-M, asunto que se tratará en la conversación con este escritor que recibiera el Premio Tigre Juan a la primera mejor novela con Fabulosas narraciones por historias (1996) o el Premio Andalucía de la Crítica con la segunda, Ventajas de viajar en tren (2000). Luego llegaron La nave (2003), Reconstrucción (2005) y esta Un momento de descanso (2011) que el que suscribe estas palabras hace dedicar con una firma antes de pasar a desempeñar su labor como entrevistador:
A propósito de esta dedicatoria, en su último libro un personaje se dedica a estudiar a los escritores no a través de sus obras, sino precisamente de las dedicatorias a los lectores. Usted debe de haber firmado ya seiscientos millones de ellas. Supongamos que ese personaje decide estudiarle a través de las dedicatorias que ha hecho hasta el momento. ¿Qué conclusiones sacaría?
Que soy un tipo sin pizca de imaginación. La dedicatoria te coloca en una situación algo embarazosa. El lector espera un destello de talento… que no siempre se produce. No es posible ser brillante veinticuatro horas al día. Yo, si tengo una hora de lucidez a la semana, voy listo. Por eso, la conclusión que sacaría es que no sirvo para escribir.
La industria editorial está dominada por la novedad constante. Se editan muchísimos libros y además existe toda una guerra comercial para llevarlos a la “primera línea de batalla” del escaparate de las librerías. Usted sin embargo es un novelista que escribe lentamente. Ha editado novelas cada cuatro o cinco años. ¿Cómo se las apaña para escapar de esa dinámica que sí afecta a otros muchos escritores incluso cuando no son superventas, de ese “quítate tú pa ponerme yo” de los escaparates?
No ha sido una cosa que haya planeado. Publico cuando tengo un producto competente y competitivo, como diría el ejecutivo de una empresa. Para trabajar así de lento lo primero que se necesita es una fuente de ingresos en otro lugar, como es mi caso. Me gano la vida dando clases de literatura en la Universidad. Eso me permite ser tan chulo como para decirte esto que te estoy diciendo. Lo demás lo pone la escasa velocidad de mi intelecto. Hay gente que produce sin parar y produce además con calidad. Yo soy incapaz.
¿Cómo salva la tentación, llamémosla ególatra, de dedicarse de lleno a la literatura? De decir «dejo mi trabajo y solamente voy a escribir, que ya tengo un gran reconocimiento».
Es más peligrosa otro tipo de tentación ególatra. Después de publicar una novela, durante la promoción, te hacen sentir el centro del universo. Y lo que sí puede ocurrir es que quieras publicar otra vez, cuanto antes, para seguir siendo el centro de ese pequeño universo. Eso se soluciona poniendo una calavera en la mesa para recordarte que eres mortal, como aparecen los sabios en los retratos del Renacimiento.
¿Tiene que hacer a cambio de esa libertad algún tipo de concesión al editor?
Lo único que tengo que hacer es soportar la llamada del editor al segundo año preguntando cada dos meses “¿cómo va lo tuyo?”. Bueno, en realidad existe un pacto tácito. En el fondo están de acuerdo con el principio general de que no se puede hacer una buena novela en menos de tres años.
¿Hay algún estudio realizado sobre la media de tiempo en la que un editor se cansa ya de llamar a su novelista?
Un editor nunca se cansa. Yo siempre les contesto lo mismo: «Es posible que no vuelva a escribir una novela».
Un momento de descanso está llena de estudios literarios de diverso tipo, con nombres bastante rimbombantes. ¿No le causa “repelús” que dentro de un tiempo sea usted también objeto de estudios con un nombre igualmente rimbombantes para, por ejemplo, la tesina de alguien?
Bueno… alguno tengo ya. Lo que me gustaría es aparecer en los libros de texto, si tal cosa existe dentro de unos años, con bigotes y orejas de burro pintados por el alumno. Esa es la prueba inequívoca de haber alcanzado la gloria literaria.
O dar nombre a un colegio.
También, o a un complejo polideportivo.
A propósito de alumnos, en su última novela aparece una alumna vengativa. No sé si al ser profesor de Universidad y escritor, algunos alumnos a los que no les caiga especialmente bien tienen más fácil manifestar su resentimiento al estilo «buah, si es un mal escritor, fíjate».
Algunas veces, en algunos foros, me ha parecido entrever en algunas críticas demasiada ira como para haberla provocado yo con mis libros. Esa ira sólo puede provenir de un alumno… o de un colega.
Una de sus características como escritor es que trabaja la estructura de la novela de una forma novedosa, o al menos muy alejada de la narración clásica.
Hay escritores que siempre escriben lo mismo. Su obra es un solo libro escrito una y otra vez. Yo soy más frívolo y procuro hacer algo diferente en cada novela. Pero no pensando en el lector, sino pensando en mí. Es que me aburro en seguida de mis obsesiones.
El otro día leí a un lector en un foro que comparaba esas estructuras con la de las películas de Spike Jonze.
¿Sí? (Risas) Qué barbaridad. Es sorprendente. Nunca lo había pensado. Pero bueno, el lector es soberano. Puede hacer lo que le dé la gana. Incluso tirar el libro a la basura. En el caso de mis libros y los de cualquiera. Se lo digo a mis alumnos. Que dejen los libros en la página cincuenta si no les gustan. Hay muchas cosas para leer.
Un momento de descanso también critica los estudios sobre humanidades y en general a la universidad española.
Hay una confesión de un estado de ánimo. Muchos colegas y yo decidimos dedicarnos a las humanidades al terminar C.O.U. Bien, pues estos saberes, que han estado en la vanguardia del conocimiento durante siglos, ya no sirven para nada en el nuevo mundo emergente. Resulta amargo saberse en el margen cuando uno creía estar mejor situado.
Y se trata de otro desengaño, el que llega a cierta edad cuando los hijos crecen y el matrimonio se tambalea.
Cerca de los cincuenta se produce una hecatombe. Da igual lo que hayas hecho en la vida. Seas rico o seas pobre, al llegar a los cincuenta tienes la sensación de haberte equivocado en todo.
Desde hace años se ha puesto de moda una pregunta en las entrevistas a novelistas: «¿Es autobiográfica?». Esto no sucede en otros campos creativos. Ni en el cine, ni en el arte ni en los cómics. Al menos no con esa constancia machacona. En su novela uno de los protagonistas tiene su mismo nombre y se dedica a lo mismo que usted. Y no le voy a preguntar si la novela es autobiográfica, sino por qué cree que existe esa obsesión en preguntarlo casi siempre.
Pues mira, no me lo preguntas pero yo te lo contesto. Sí, es autobiográfica. Lo es en la medida en que todas las novelas son autobiográficas. ¿De dónde saca los materiales el escritor? De su memoria y su imaginación. Pero no es más autobiográfica que una novela escrita en tercera persona. Claro, hay un personaje que en lugar de llamarse Héctor o Clara se llama Antonio Orejudo. Además aparecen fotos mías. Entonces se produce un efecto óptico y se piensa que es más autobiográfica que si estuviese escrita en tercera persona. Dicho esto, mi idea de por qué ese morbo por preguntar a los novelistas por si su novela es autobiográfica se debe a que la novela ha perdido fuelle y peso social. Entonces la gente se las toma como una fantasía para niños: “este señor se lo ha inventado todo”. ¿Qué hace la novela para intentar recuperar la fe de quienes la han abandonado? Pues se encamina hacia dos lugares: uno es el reportaje o ensayo periodístico, y estoy pensando en las novelas de Javier Cercas. Otro es la auto-ficción: “este señor no me lo estoy inventando yo, esto me ocurrió a mí y para demostrarlo voy a llamar al personaje principal Antonio Orejudo… o Vila-Matas«. Hoy, la gente entra mejor en un testimonio que parezca real que en un testimonio inventado.
Precisamente Vila-Matas aboga en artículos recientes por las novelas llenas de imaginación e inventiva y critica a los que optan por el realismo.
El realismo es también una manifestación de la imaginación. Ni siquiera una fotografía es la realidad. Si haces una fotografía de esta calle, no es esta calle. Ha habido una selección de lo que aparece, una mirada. Contar una cosa —y tú lo sabes que eres periodista— implica también esa selección. Yo no hago esa distinción entre literatura de imaginación y literatura realista.
El sentido del humor es una constante en tus novelas. Recuerdo que hace unos años, no sé si en una entrevista que le hacían o en uno de sus libros autobiográficos, el escritor Martin Amis se definía a sí mismo como novelista-humorista. Eso creo que es impensable en España.
Me parece algo muy valiente, pero el mundo anglosajón es muy diferente. En el mundo cultural español, está prohibido. Y es curioso, porque si echas un vistazo a la tradición encuentras sobre todo libros de risa. ¿Por dónde empieza la cosa? Pues empieza por El libro del buen amor que es una especie de comedia de Lina Morgan pero situada en la edad media. Los personajes aparecen bailando, cantando… un número tras otro, como en una revista. La Celestina, que está muy mal explicada en el bachillerato, es también un libro de risa donde personajes que simulan estar enamorados lo que quieren es follar. El lazarillo de Tormes no invita a la carcajada pero es una sonrisa permanente… y la mala hostia que hay detrás. Y por supuesto el Quijote. Pero la risa parece prohibida en el siglo XIX y en el siglo XX, que es un siglo muy trágico. Y además en España hay una idea penitencial de la lectura. La gente cree que, o le duele, o la lectura no aprovecha. Es algo muy católico. Si alguien dice: “es un libro de humor”, a continuación otro añade “pero de humor inteligente”. Como si la característica fundamental del humor fuera la imbecilidad. Hay un exceso de solemnidad en las letras.
Utilizando la denominación de Amis, el caso de un novelista humorista español tan bueno como Eduardo Mendoza refleja esta situación. Sus novelas más serias son las más valoradas. Y eso que ha escrito varios monumentos al sentido del humor.
Sí, se valoran sus obras serias. Y sin embargo en El misterio de la cripta embrujada, considerada por la crítica sesuda una novela menor, es un intento de escribir algo que no se había hecho antes: una novela que funda la tradición policiaca con la picaresca. Es un experimento literario de primer orden, tratar de combinar el género negro americano con el género picaresco puramente español, a ver lo que ocurre. Esa novela tiene mucho valor. Pero como es de risa… parece mentira que esta cultura nuestra, con esa actitud, tenga al Quijote como su primer libro. Es alucinante la contradicción.
¿Qué autores basados en el humor puedes destacar en este momento?
Si hubiera escrito Desgracia de Coetzee, Ruido de fondo de Don DeLillo y Pastoral americana de Philip Roth no hubiera escrito nada más porque todo lo que tenía que decir lo hubiera dicho ya. Esos tres novelistas y esas tres obras me parecen un resumen envidiable de lo que yo querría hacer. De los tres, el menos humorístico es Coetzee, que aun así tiene su punto. Philip Roth tiene un humor soterrado. El más humorista es Don DeLillo.
Con la alumna vengativa en el instituto americano que aparece en Un momento de descanso podría pensarse en una adaptación en parte de Desgracia, que también tiene un profesor en apuros a causa de un problema con una alumna. Sólo que trasladado, como haría Eduardo Mendoza, a otro estilo de novela.
Cualquier persona que escriba sobre la universidad en Estados Unidos tiene que hablar de eso antes o después. No es una adaptación. Hay otra novela de Philip Roth, La mancha humana, que también habla de eso. Es que hablar de ese tipo de problemas en la universidad anglosajona es como hablar de los problemas de endogamia en la universidad española. Son los dos grandes problemas de un sitio y de otro.
Los anglosajones llaman a ese género o subgénero, como queramos denominarlo, “novela de campus”. En otras ocasiones ha manifestado que sería imposible hacer una aquí debido a las características de la universidad española.
Es un poco cutre la universidad española, sí. Bueno, tú has estudiado ahí…
Lo lamenté mucho y todavía lo lamento.
Es muy casposa, es tan grosera que si haces una novela realista sobre la universidad española te sale una astracanada. Sale una película de Paco Martínez Soria… no, de Pajares y Esteso. Eso es lo que sale. Es otro tipo de desgracia. No, la universidad española no da para un El mundo es un pañuelo, de David Lodge o un Lucky Jim de Kingsley Amis, el padre de Martin.
Hemos hablado de ese desencanto o frustración que llega con la edad. Ahora asistimos a un tipo de desencanto, por ejemplo fijándonos en las acampadas-protesta, que llega a una edad joven. ¿Puede tratarse del mismo tipo de frustración sólo que acelerada por los acontecimientos económicos y sociales? Antes, alguien de veintitantos empezaba su vida laboral con ciertas perspectivas. Ahora antes de empezar ese camino parecen sentirse ya en una situación de desmoronamiento.
Es un desencanto diferente. El desencanto del que te hablaba antes es descubrir que todo aquello en lo que basaste tu vida no sirve para nada, que los saberes que estuvieron en el centro de la cultura están ahora en el margen. Estos chicos se encuentran con que no van a encontrar trabajo. Pero sí hay una relación: ambos desengaños forman parte de un mismo proceso. Desde hace quince o veinte años el mundo está cambiando de una manera brutal, como el paso de la edad media al renacimiento o del renacimiento a la edad industrial. Estamos viviendo un momento muy apasionante para los investigadores futuros. Nosotros, protagonistas de este momento, lo vivimos con mucha incomodidad. ¿Por qué? Porque nos hemos educado en unos principios que se están revelando inútiles e inservibles en el nuevo mundo. Tú menos, que eres más joven, pero yo por ejemplo he aprendido que el saber está en los libros…
Igual que yo. Me eduqué en esos mismos principios. De hecho durante la carrera no se había introducido Internet y he llegado a trabajar en algún diario que todavía no tenía Internet ya en el año 2000.
Entonces entenderás perfectamente lo que te estoy diciendo. Para mí el saber está en los libros. Pero en este mundo que empieza a emerger el saber no tiene que venir necesariamente de la información contenida en los libros. El hombre culto es una cosa mucho más compleja que el hombre culto del renacimiento, que es el que hemos vivido, un hombre que lee, que sabe lenguas. Eso por un lado. Nosotros, los de mi generación y también la tuya, consideramos como un valor la verticalidad y la profundidad. Tú coges un libro, te vas a tu habitación y lo lees en silencio y sin distracciones, en vertical. Y cuanto más profunda y concentrada sea esa lectura, más consideras que te aprovecha. Pues los nuevos cerebros, los de mis hijos o los amigos de mis hijos, han cambiado la profundidad y la verticalidad por la horizontalidad. Estoy pensando en Facebook, un ejemplo claro de horizontalidad. Y los niños, los jóvenes, cada vez soportan menos un producto cultural que les obligue a focalizar su atención en vertical, profundamente. Sustituyen la verticalidad, el enfoque y la profundidad por la diversidad y la horizontalidad. Eso cambia la manera de enfrentarse al mundo. Al final, lo que tenemos en común los de mi generación y los que están ahí acampados es un malestar ante un mundo que está cambiando y cuya forma final no conocemos. En su caso significa desempleo. En el mío significa desengaño.
Es usted profesor universitario y también padre, o sea, tiene contacto constante con gente joven. ¿Cómo ha vivido el asunto de las acampadas?
Cuando hice la presentación de mi libro en la universidad era el día siguiente de empezar las acampadas. Tomé la palabra y les dije “Estoy muy contento de que estéis aquí y hayáis llenado el aula magna para ver a vuestro profesor, del que tenéis que estar hasta los cojones, pero me hubiera gustado más que el aula magna hubiera estado vacía porque todos vosotros estuvieseis en la acampada que hay ahí en la plaza de abajo”. A mí me parece que es un buen indicio que incluso en Almería, que siempre ha sido una ciudad muy pasiva, los chicos hayan hecho algo. Ahora bien, si nos quedamos en que hemos hecho algo pero no sabemos para qué sirve ese algo, hemos convertido esto en un folclore. Y me temo que se va a quedar en folclore. No veo a la familia Botín aterrada por las acampadas que se han producido en toda España. No, no veo a Botín inquieto.
¿Para qué cree que han servido al final las acampadas?
Esto ha servido para construir una tarima desde la cual quizá se puedan hacer cosas en el futuro. Si dentro de unos meses la plataforma 15-M decide convocar lo que sea ya no va a ser una platlaforma desconocida. Se ha construido la tarima y se ha puesto el micrófono para anunciar actos en el futuro. No creo que se haya hecho más.
Como profesor ¿cómo ve el futuro de esos alumnos que parecen abocados al paro? Para colmo es usted profesor de literatura, en cierto modo uno de esos valores que ha comentado que no sirven ya para nada, o al menos no en el modo en que servían antes. Casi tendría que advertirles. Recuerdo que en la carrera de periodismo, que empecé hace casi veinte años, ya había profesores que el primer día de clase te recomendaban dejar la carrera.
Me gustaría preguntarles cuál es el malentendido que se ha producido en su adolescencia para venir a estudiar filología a la universidad de Almería. Se debe de haber producido algún malentendido, quizá un enamoramiento, una mala canalización de algún impulso sexual… algo ha pasado ahí, pero no es normal que en la universidad de Almería haya más de cien tíos estudiando humanidades y filología en primer curso. Pero, por otra parte, estoy molesto con que nos hayan metido en un tipo de universidad sin comerlo ni beberlo y hurtándonos el debate. Se ha hecho una universidad que tiene que servir únicamente para satisfacer las necesidades del mercado. Ese es el Espacio Europeo de Eduación Superior, más conocido como Proceso Bolonia. ¿Qué quieren las empresas? Pues eso vamos a producir nosotros. Y estoy un poco decepcionado con que los estudiantes no hayan protestado ante el desmantelamiento de la universidad como centro de conocimiento y su conversión en factoría de mano de obra.
Y es un proceso imparable.
No se ha debatido, no se ha discutido. Se ha impuesto. Y lo que más me preocupa y me entristece es que los chicos no se han rebelado.
Quizá le pida demasiado a gente muy joven a la que desde el colegio han conducido a la carrera universitaria.
Es que el sistema es muy hábil. Esto se ha impuesto después de que se haya procedido —desde hace diez o quince años— a una infantilización brutal de la juventud. Recuerdo, cuando estaba en 6º de bachillerato, haberme puesto en huelga contra la selectividad. Eso que se hacía en el instituto ahora ni siquiera es posible en la universidad. Lo de las acampadas por ejemplo: cuando yo estudiaba, la universidad hubiese desempeñado un papel importantísimo en un movimiento con el 15-M. Posiblemente las acampadas se hubiesen hecho en la propia universidad.
¿Qué cabe esperar entonces de la universidad en el futuro?
Que funcione como un perfecto engranaje de mano de obra barata y diseñada para cuestiones concretas. ¿Qué necesita la industria de la energía renovable? Pues tome. ¿Qué necesitan los laboratorios farmacéuticos? ¿Qué quiere Microsoft? Quedarán desterrados todos los saberes que no tengan una aplicación inmediata y tangible. Con las humanidades pasará lo mismo que ha pasado con mis colegas de latín y griego. Se nos pide publicaciones de impacto, así las llaman. Pero ¿qué impacto puede tener hoy una nueva edición de La Celestina? Hasta que dentro de unos siglos (o quizás dentro de unas décadas, a causa de la aceleración histórica) descubramos el disparate y se viva un nuevo Renacimiento.
Esa crítica constante a las humanidades en Un momento de descanso, ¿parte del desengaño ante lo que ya se va a perder o crees que todavía pueden aplicarse de otra manera?
Las humanidades se pueden enseñar de forma que desarrollen el criterio propio y ayuden a no convertirte en un ciudadano fácil de engañar por la publicidad política y económica. Para eso sirven los comentarios de texto. Sí, los comentarios de texto. Los comentarios de texto como tales pueden parecer actividades aburridas. Es como hacer abdominales, una cosa que cuesta pero que es útil si quieres tener tableta. Del mismo modo, cuando desarrollas la habilidad de interrogar a un texto, ya no creerás lo primero que intente decirte un político, un banquero o un jefe de personal. Has hecho una gimnasia y has desarrollado una capacidad para analizar los discursos y la retórica que envuelve la mentira. Y eso hace ciudadanos más responsables, con criterio, más difíciles de engañar.
Ese poder político que trata de engañar al ciudadano, como ha explicado, ya no se encuentra con esa especie de contrapoder que era la universidad. Pero tampoco los medios de comunicación ejercen de contrapoder, no hay cuarto poder. Es como si todos se hubiesen fundido, se hubiesen hecho uno.
Es como una maquinaria. Yo, que tengo una mente un poco conspiranoica, diría que realmente se reúnen en un sótano y deciden cómo va a ser el mundo en los próximos años. Es fascinante pensarlo así. Pero no creo que suceda de ese modo. Creo que el sistema está tan bien hecho que lleva a que confluyan las fuerzas sinérgicas. Y que todos quieren lo mismo. El proceso de infantilización no sólo en la universidad sino en la sociedad española en los últimos veinte años es abrumador. En el mismo kiosco donde yo compraba la prensa hace veinte años mi alumnos compran ahora chuches. gominolas, caramelos y regalices.
Aunque ese proceso llega a edades más altas, incluso a gente camino de los cuarenta.
O más. Mira, recuerdo que en los setenta, durante el proceso de transición, había un programa donde se preguntaba a la gente por los cambios políticos. Los periodistas salían con el micro y la gente respondía. Y hoy sorprende si consigues ver esos programas la facilidad de palabra, la diversidad de registros de vocabulario que tenía la gente de la calle. Decían de una manera tranquila «bueno, sí, esto lo que pasa es que tal, en principio…». Y se explicaban como un catedrático. Ahora coges gente por la calle y es que no sabe hablar: «¡Ejj que yo…!» (imita a alguien que vocifera con voz ronca)
A mí me sorprende eso mismo cuando he visto entrevistas a gente muy pobre en algunos países sudamericanos. Tienen un español excelente.
Un español excelente y una exposición de ideas perfecta. Eso indica que son gente con un cerebro muy claro. Eso aquí ha desaparecido. Hasta tal punto de que ahora tengo que leer varias veces los titulares de los periódicos, donde cada vez hay más becarios, para saber qué diablos quieren decir.
Retomando el asunto de la profundización y la verticalidad y el contraste con la horizontalidad y diversidad de ahora, ¿considera que esa horizontalidad puede afectar al escritor en el estilo o en el proceso de creación de la novela? Hay blogs con respuesta inmediata de los lectores, foros donde unos y otro, lectores y escritor, pueden charlar al mismo nivel, está Facebook…
Sin duda, es lo más apasionante de todo. Eso va a tener efecto. Y no sé si lo voy a ver yo. Va a tener efecto en la estructura de la novela… si es que sigue existiendo. No tengo nada claro que mis hijos vayan a consumir ficción en forma de novela. No lo tengo nada claro. Que van a consumir ficción seguro, porque es una necesidad humana. Pero la ficción ya no se produce solamente en forma de novela. Está en blogs, en cine, en otros formatos de Internet, en videojuegos. La novela fue un género que reinó pero ha ido cediendo terreno en los últimos cincuenta años.
No será usted también un apocalíptico de la novela, a la que han matado muchas veces.
A ver. Yo creo que la ficción va permanecer y sus consumidores también. Pero no sé si en forma de libro. Mis hijos no leen, y no será porque en casa no hay libros.
¿No leen ni siquiera los libros de su padre?
Esos son los últimos que leerían. Para que entiendas lo que quiero decirte te pondré el ejemplo de un alumno, que me dijo: “Mira, Antonio, cada vez soporto menos un producto cultural que me exija una atención mayor de tres cuartos de hora”. ¿Qué hará mi alumno con la obra de Proust? No veo a ninguno de mis estudiantes sumergidos en la lectura de En busca del tiempo perdido, un producto cultural que requiere atención profunda y vertical no ya durante tres cuartos de hora sino durante muchas semanas. A lo mejor la novela, que siempre ha mostrado una gran capacidad de metamorfosis, encuentra una forma que no requiera atención profunda, que no esté construida hacia dentro, sino que sea horizontal, como Facebook. Que no requiera de una atención profunda en algo porque enseguida ofrece otra distracción. De hecho mi novela es criticada por los más sesudos porque tiene muchas «cosas», me dicen. YA-LO-SÉ. Pero no es un descuido, es una voluntad de hacerla así.
¿Ha probado ya a experimentar la escritura combinando recursos de la red como blogs, foros, Facebook y demás?
Sí. Fíjate que algunas novelas recientes, incluida la mía, tienen fotos. Esa es la influencia más elemental. Eso antes se hacía en los blogs y ahora empieza a entrar en la literatura. Pero yo creo que va a haber influencias más profundas, esa es muy superficial.
Antes hablamos de Cervantes. En alguna ocasión ha comentado que libros suyos son una copia o un plagio de las novelas ejemplares de Cervantes.
Ésta. Me costó mucho hacerla. Empecé en tercera persona y no me salía, y no me salía, y no me salía. Pensé en abandonarla. Me he atrancado y ya está, y hay que saber decir «me rindo». Y logré sacarla a flote porque me pregunté: “Bueno, ¿ésto cómo lo hubiera solucionado Cervantes? Pues como ha hecho en toda su obra, hubiera puesto a dos tíos a hablar”. Puse a un personaje en la caseta de la feria del libro y al otro que llega y se ponen a hablar. De pronto, todo empezó a fluir de manera natural. Yo creo que Cervantes es nuestro escritor más posmoderno. Explica este mundo mejor que muchos contemporáneos. A él le ocurre una cosa parecida a nosotros. Él también se ha educado en un mundo que desaparece. La desazón por ello, el desengaño, está muy presente en sus libros. Se ha educado en las verdades monolíticas de un imperio que sin embargo se está desmoronando, alumbrando la España de los próximos quinientos años. Él también tuvo fe en unos principios que se diluyeron como azucarillos. Eso mismo nos sucede a nosotros.
En un mundo que como comenta no se va a leer profundamente, y casi seguro poco a Cervantes, podría convertirse en una especie de divulgador de su obra. A lo mejor hasta ha tenido esa intención.
Es que el escritor lo que tiene que hacer es mirar a las generaciones anteriores. Y hacer la lectura contemporánea de esos clásicos. Mi generación y sobre todo las posteriores han menospreciado un poco a los clásicos en castellano. No a los de lengua inglesa, a los americanos… pero sí por ejemplo a nuestros escritores del Siglo de Oro, tan mal explicados en la escuela. Cervantes no es cool. Cuando publiqué mi primera novela y en las entrevistas hablaba de Cervantes en vez de hablar de Carver, me miraban como a un antiguo.
Aquí llega el momento donde acabamos con el concepto de originalidad tan relacionado siempre con el arte. Aprovecho para retomar a Vila-Matas, quien siempre ha apoyado el uso de citas de otros escritores entre otras cosas.
Es que la literatura no es otra cosa que la reelaboración de materiales anteriores. Quien crea que puede crear de la nada es en primer lugar un tipo muy ignorante y además muy fatuo.
¿Entonces sólo es original el primero de todos si rebobinamos?
La originalidad es una nueva mirada sobre cosas existentes. Además es que en la literatura los temas son cuatro: la muerte, el tiempo, el amor y el sexo. Pensar que eres el único estupefacto ante la muerte, atraído por el sexo, enloquecido por el amor o angustiado por el paso del tiempo es una ingenuidad. Esos asuntos han interesado a muchísima gente de talento desde que el mundo es mundo. Un escritor tiene que ir de flor en flor por otros escritores libando lo que le gusta y regurgitándolo como la miel, dando un producto nuevo que esté relacionado con lo antiguo.
Además de la crítica ya comentada a las humanidades, aparece en Un momento de descanso una constante contraposición de dichas humanidades al saber científico, que según la novela explica mucho mejor el mundo actual. En los últimos años otros autores —por ejemplo Houellebecq— incluyen cuestiones científicas en sus novelas, que parecen muchas veces una especie de mezcla de ensayo y ficción.
Houellebecq me gusta mucho, también podría incluirlo entre los que interpretan muy bien el mundo actual. Hubo un tiempo en que los humanistas explicaban el mundo. Pero parece que ellos mismos han renunciado a seguir haciéndolo. Y hoy el mundo no se puede explicar sin conocimientos de neurobiología o de computación. No se puede entender la culpa sin acudir a un neurobiólogo. Ya no basta con Freud. A mí me gusta cada vez más leer a estos escritores científicos estadounidenses que tienen una capacidad muy grande para explicar asuntos complicados, que son tan divulgativos, con perdón. Junto a la risa eso también está prohibido en España, ser divulgativo.
Precisamente hace poco he terminado un libro de Steven Pinker…
Steven Pinker es un buen ejemplo. ¡Con qué claridad explica cosas complicadas! Que alguien de la talla de Pinker se rebaje a explicarme a mí, que no tengo ni idea de neurobiología, cómo funciona el cerebro está muy mal visto en España.
¿Qué papel representa entonces la novela si antes explicaba el mundo y ya está un poco al margen de ese papel?
Pues sirve para hacerse preguntas: “Dios mío, ¿dónde diablos vamos?”. Y también a para dejar constancia del mundo, como ha hecho siempre. Lo que pasa es que hoy día no sólo la novela deja constancia del mundo. También lo hacen las películas, las series de televisión y los blogs de Internet. Hay un montón de gente dejando constancia del mundo. La literatura también ha perdido terreno en ese aspecto. Los historiadores del futuro tendrán un montón de información para entender lo que pasa hoy. La novela ya no es la única fuente de información. Sin embargo seguimos creyendo que sí, que la novela es la fuente por excelencia. Pero hace mucho tiempo que ya no es así.
Pingback: Texto casi Diario: María Pilar Clau & Mariano Gistaín » Top Antonio Orejudo
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Rubén Díaz Caviedes: Sentarse y esperar
Hola buenas, muy interesante la entrevista, pero creo que hay una falta de ortografía donde dice «…es que los chicos no se han revelado» debería decir «…es que los chicos no se han rebelado».
Espero no haber quedado de pedantillo, pero es que me parece que los periodistas deberían ser muy estrictos a la hora de las reglas de ortografía. El otro día en la universidad un profesor de lengua española decía que mucha culpa del lenguaje tan pobre actual era porque en las universidades de periodismo no se enseña bien la lengua española.
Hola corrector, muchas gracias por el mensaje y por indicarnos la falta de ortografía, ha sido un error en la transcripción por parte del equipo de maquetación y no del redactor del artículo. Intentaremos ser más cuidadosos en nuestro trabajo.
Pingback: Antonio Orejudo: “La universidad española es casposa y grosera”
No conocía a este autor, cosa que no es extraña porque, aunque leo mucho, poco de ello es narrativa. Sin embargo, me llama muchísimo la atención la coincidencia exacta de opiniones -las suyas y las mías- en lo que se refiere a la desactivación de la juventud y de la Universidad (vivimos más o menos las mismas épocas académicas, por lo que deduzco: tengo 56 años). Y coincido también en esa crítica de la enseñanza de las humanidades en tanto que no contribuye a desarrollar el criterio propio y a formar ciudadanos críticos. Bien, habré de comprar «Un momento de descanso» y me parece que no me voy a arrepentir.
Yo tengo 33 años y coincido en la infantilización de la Universidad (en mi carrera, una ingeniería, había profesores que me pedían los «deberes», me sacaban al encerado y me ponían faltas de asistencia) y en la nada positiva profesionalización del conocimiento. El problema de la juventud lo llamaría adormecimiento. Yo podría considerarme aún «algo» joven y me sorprendo de la falta de «chispa» de mis coetáneos. Incluso ya en el trabajo, donde nos han mamoneado descaradamente desde el comienzo del proyecto en el que ya no estoy, mis compañeros solo agachaban la cabeza y decían: «¿qué vas a hacer?». A mi juicio vamos de cabeza hacia, si no estamos ya en, una nueva Edad Media con ausencia de conocimiento, señores y villanos.
Si la universidad en la que estudiaste y diste clase es casposa, que poco debe valer tu título. Por suerte, eso no pasa en la mía…
No es el lugar en el que estudias el que da valor al título, sino la persona que lo logra y lo que aprende.
Muy buena entrevista!
entre los alumnos de otra épocas, que se iban a fumar creyéndose mayores o los de ahora que son considerados infantiles por ir a comprar chucherías… me quedo con los segundos
Toda la razón. Además muchos profesores en las universidades se ofenden si les corriges y así no se avanza.
Pois si que me gusta a entrevista.
Dice cousas que son certísimas no canto de falar da Universidade, e do mesmo xeito cando fala da literatura…..
Gustoume.Gracias
«Fabulosas narraciones por historias» me parece una de las mejores novelas que se han escrito en España en los últimos 30 años. Y de las más divertidas.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Victorino Ruiz de Azúa: “El País se ha convertido en el símbolo del capitalismo de rapiña que se ejerce en este país”
Pingback: Humor. Amor. Dolor. | Vendiendo humo desde 1983
Pingback: Victorino Ruiz de Azúa: “Juan Luis Cebrián se ha convertido en el símbolo del capitalismo de rapiña que se ejerce en este país” : The Magazine
Pingback: Me preocupa Dede | díaz-rullo,
Hay algunas cosas de las respuestas y reflexiones del entrevistado que me han chocado. Por ejemplo, ¿la universidad un contrapoder? Ni en la Edad Media.
Por mucho comentario de texto que hagas no vas a aprender Derecho o Economía. Para tener un espíritu crítico e independiente tienes que saber algo de Derecho y Economía. La Filología no convalida.
Tampoco creo que sea verdad que esa soberana estupidez de Bolonia implique supeditar la universidad al mercado de trabajo. De hecho, las carreras totalmente desconectadas de él siguen. Es más, todo sigue igual. Bolonia es un atentado de los pedagogos (otro) y, en efecto, otra infantilización y victimización más de los jóvenes (y no tan jóvenes). Los burócratas, encantados. Es al profesor al que se califica, al que se cuestiona y quien tiene que demostrar que merece estar donde está. Le evalúan los administrativos y los estudiantes. Éstos trabajan «en grupo», todo son informes, formularios, listas de ítems, fechas límite, vistos buenos, sellos y firmas. Pero para nada supone Bolonia una mercantilización de la universidad. El mercado no consentiría estas estupideces (impondría otras quizás, y desde luego habría arrasado con los burócratas, con el Latín y el Griego, y habría convertido a los estudiantes en clientes y no en usuarios de un servicio público).
Tiene razón Orejudo en lo que señala sobre la falta de movilización de los estudiantes. La universidad es ya un aparcamiento, un depósito.
Los franceses siempre han sido mejores que los españoles en todos. Yo nunca me he sentido orgulloso de ser español, sino avergonzado. No entiendo cómo puede haber gente que se sienta orgullosa de ser española. Francia ha sido y es un país muy importante, con una gran cultura, mientras que España es el culo del mundo. En Francia se dio la Revolución Francesa, en españa la Inquisición. La literatura francesa es probablemente la mejor del mundo, la española me parece, a excepción del Quijote y tal vez algo más, aburrida, casposa e insustancial. Francia ha dando grandes filósofos, de Déscartes o Diderot a Voltaire o Michel Foucault. En España solo ha habido cuatro filosofillos de tres al cuarto, como Unamuno u Ortega y Gasset, sin ninguna relevancia. En Francia ha habido grandes pintores y ha ido a la cabeza de algunos movimentos pisctóricos. En España tenemos a Goya, que no sabía pintar (pintaba figuras cabezonas, desproporcionadas) pero se hizo muy famoso, o a Picasso, que inventó el cubismo, una manera de forrarse pintando burrapatos como los de un psicótico. En España el nivel cultural de la gente es muy superior al de España. Y así podríamos seguir comparando. Eso no quiere decir que Francia sea un paraíso, ni mucho menos. Pero que es mejor en todo, lo es.
Pingback: ANTONIO OREJUDO: FÁBULAS CONTRA DOGMAS | Estado de la literatura española actual UC3M
Pingback: Eduardo Mendoza: que el espíritu de Gurb te posea en el estrado
Pingback: María Ángeles Naval: «La crisis de 2008 y los movimientos del 15M desempeñaron un papel importante en la revisión crítica de la democracia y la socialdemocracia en la literatura transicional del siglo XXI» - Jot Down Cultural Magazine