Brian Wood – guión
David Gianfelice – dibujo
Dave McCraig – color
Planeta DeAgostini – Vertigo
Siempre que paseo aburrido mis pasos me llevan, como una traición del subconsciente, a mi tienda de comics. La mayor parte de las veces he pasado ya ese mes a devorar las novedades, hacerme con el número correspondiente de las series que sigo regularmente, y he gastado algún que otro euro en completar alguna colección que en su momento no comencé pero que ha llamado mi atención a posterior. Así que mi visita es un pasaba por allí descuidado que me lleva, de forma invariable, a dejar mis dineros en títulos que no me sonaban de nada, en ocasiones series nuevas cuyas portadas me intrigan, o cuyos autores, títulos, breves reseñas o recomendaciones cogidas de aquí o allá convierten en atractivas. De hecho, la mayor parte son referencias ya algo pasadas que se suelen quedar en las estanterías de la tienda deseosas, de que un lector compulsivo como yo las eche el guante y las acoja en las suyas. Desgraciadamente, tengo que admitir que he llegado a casa con bastantes títulos olvidables como Freshmen o Pobre cabrón, material mediocre, obras poco inspiradas que con razón se ajan en las tiendas. También reconozco que he comprado comics deleznables que sólo se editan debido al boom actual de la narrativa gráfica. Pero, siendo justos, tengo que decir que me llevo gratísimas sorpresas que hacen que ese dinero tantas veces desperdiciado en historietas de medio pelo cobre todo su sentido.
Northlanders es una de ellas.
Me gusta la Historia. Particularmente la Historia medieval. Eso quizá enturbie un poco mi juicio y me haga ser demasiado indulgente con los errores de esta serie de relatos gráficos, que los tiene, pero aun así es una lectura que recomiendo encarecidamente. Se trata de una serie nueva, ambientada toda en la Edad Oscura escandinava, cuyos tomos desarrollan historias autoconclusivas cuyo único nexo de unión es el marco histórico en el que transcurren. Por ejemplo, en el primer número, Brian Wood y David Gianfelice nos traen la historia de Sven, el heredero desterrado de un rey vikingo que ha pasado su adolescencia y primera juventud en un reino tan lejano y exótico para un nórdico como es Constantinopla, y que pese a haber encontrado fortuna y fama en la capital del Imperio regresa a casa tras la muerte de su padre, para encontrarse que su tío ha usurpado el trono y pretende matarle para legitimarse.
La historia de Sven tiene tintes épicos y también trágicos, al modo de los poemas nórdicos a los que alude constantemente y que son una referencia evidente, tanto en el tono de la historia como en su trasfondo. Tal y como reflejan las antiguas sagas y poemas épicos, la lucha violenta de Sven por demostrar que sigue perteneciendo al mundo de oscuridad y nieve, sus naturales dudas ante el esplendor y lujo de su antigua vida, nos remite al conflicto del héroe que debe afrontar la sangre y el fuego para transformarse en el hombre que quiere ser, el hombre que debe ser, recuperando la identidad perdida. Y de un modo alegórico, la pelea interior de Sven no es sino el reflejo particular de un proceso más general, las transformaciones ideológicas, sociales económicas e incluso raciales, del mundo nórdico antiguo, que poco a poco y a regañadientes va viéndose sustituido por el cristianismo en la Alta Edad Media. Esta idea de un cosmos primitivo, mítico, que gradual pero violentamente tiene que admitir la superioridad del nuevo orden es una idea en la que Brian Wood profundiza en los números siguientes con nuevos relatos y que remite a obras clásicas del género como Las torres de Bois-Maury, de Hermann. Los héroes, o antihéroes, de Wood luchan no sólo contra enemigos físicos, sino que actúan como paladines de un mundo condenado a desaparecer.
El dibujo de este primer número es espectacular. A ratos recuerda a Frank Miller, sobre todo en el tratamiento estético de la violencia, pero sin duda porque el color de Dave McCraig para beber del trabajo de Lynn Varley en 300. Empleando la paleta oscura en las tramas nocturnas, matizando en colores fríos cuando Sven se adentra en el mar de Norte, virando hacia los tonos cálidos en los flash-backs de Constantinopla , incide de una forma quizá poco sutil pero muy efectiva en la dualidad que atenaza al protagonista. En cualquier caso, siempre discreto, efectivo y directo. Por su parte, el trazo de Gianfelice puede parecer errático en algunas planchas, pero se muestra muy detallista, con especial énfasis en la expresividad de los rostros y la cinemática, realmente buena. Como añadido estético hay que resaltar el trabajo de documentación, el cual se evidencia en una ambientación a nivel de vestuario notable (con algunas licencias disculpables): thorsbergs, winingas, lamellares, yelmos basados en hallazgos históricos reales… Un cuidado en el detalle que sin duda favorece la inmersión y hace que el mundo de los vikingos de Northlanders, violento, crudo y despiadado, se enmarque en la Historia y no navegue entre las dos aguas de la ridiculez fantástica de Xena, la princesa guerrera y la mitología de Beowulf.
De una apariencia, pues, muy disfrutable, en el debe de esta obra sólo cabe resaltar que el guión tiene algún agujero que otro, sobre todo en forma de golpes de efecto un tanto cinematográficos, alguna que otra concesión a la galería del efectismo dramático, y unos personajes que a veces actúan con una coherencia digamos discutible, pero en todo caso son pequeñas taras dentro de una obra muy entretenida, muy visual y con un intencionado tono menor, de aventura, pero con un trasfondo sólido que se agradece entre tanta estética de baratillo y épica de artificio que contamina otras obras del estilo.