A los más veteranos quizá les suene este nombre porque, durante los años ochenta, era el nombre de una adorable niñita de ojos azules y rizos dorados que martirizó a medio mundo con la melosísima balada On my own. Aquella canción tuvo un repentino y colosal éxito, sobre todo en países como Italia y España, y durante una temporada resultaba imposible huir de ella, porque básicamente se hacía sonar en todas partes: radio, televisión, etc. etc. Aunque la chiquilla cantaba muy, muy bien para su edad, el aroma de lo prefabricado planeaba sobre todo el asunto: no en vano su padre era un personaje importante en la industria musical, Don Costa, nada menos que arreglista y director de orquesta del mismísimo Frank Sinatra. Y como suele ocurrir con muchas estrellas infantiles, el éxito de Nikka Costa se desvaneció tras el impacto inicial y la mayoría dejamos de oír su nombre durante unos cuantos años. Pero ella continuó metida en la música, evolucionando fuera de nuestro campo visual hasta convertirse en algo que no podíamos haber previsto. El impacto —al menos para quien escribe— llegó en 2001, cuando algunos programas emitieron el videoclip de Like a feather. La canción era un tema funky simplón pero efectivo, aunque lo realmente chocante era asociar el nombre Nikka Costa con lo que uno veía en pantalla. La niña de las baladitas había desaparecido y en su lugar estaba una mujer de melena pelirroja que se contoneaba en torno al micrófono derrochando carisma y sexualidad. El contraste entre el recuerdo de On my own y la nueva Nikka Costa —que parecía salida de un concierto de Parliament— era de por sí bastante asombroso. Pero aún quedaba mucho más: cuando investigaba en su música, en sus discos y en sus directos, descubría a una artista de magnitud colosal.
Durante la última década Nikka Costa ha sido, y esto puede afirmarse tranquilamente sin temores, una de las mejores cantantes femeninas del mundo. Su técnica vocal es sencillamente prodigiosa: basta ver su interpretación en directo de Need a litte sugar in my bowl —uno de los “standards” de la emperatriz del blues, Bessie Smith— en la que Nikka parece un híbrido de Janis Joplin y la propia Bessie. Pero es que, además de bordar un blues o un jazz con gusto exquisito y exhibiciones vocales ultramundanas, Nikka Costa puede berrear rock con la furia de unos Led Zeppelin, contonearse con el funk con lasciva chulería o llevar su voz hacia toda clase de registros opuestos entre sí. Y sobre un escenario tiene pocos rivales: la manera en que se mueve, la insultante seguridad en sí misma que desprende, su entrega y su arrollador carisma son suficientes como para avergonzar a las Beyoncés y Shakiras de este mundo.
Sin embargo su carrera se ha estado desarrollando en un segundo plano, sin que una gran parte del público se haya percatado de su existencia. No ha gozado de la resonancia —merecida por otra parte— de féminas como Fiona Apple. Ha sido constantemente ignorada e infravalorada pese a apabullar con su talento, energía e integridad a los pocos que se han acercado a su figura. Sus magníficos discos, repletos de música de calidad, y sus arrolladores directos son un secreto a compartir entre unos pocos; lo cual, por descontado, es buen motivo para reivindicar su figura desde estas líneas. Incluso podemos perdonarle el giro hacia la música discotequera más facilona que dio en su último disco: durantel 2010, quizá cansada de que nadie hablase de ella pese a publicar trabajos exquisitos y dejarse la piel sobre los escenarios, soliviantó a muchos de sus seguidores con singles nefastos como Ching Ching Ching. Singles donde sigue cantando de maravilla —porque básicamente puede hacer con su voz lo que le dé la real gana— pero no es la clase de música de raíces a que nos tenía acostumbrados. Se lo podemos perdonar, como decía, porque nos ha brindado muchos grandes momentos y porque sabemos que destrozaría sobre un escenario a muchas de las estrellas pop del momento.
La carrera de Nikka Costa es un baúl repleto de sorpresas tanto para los aficionados a la llamada “música negra” en sus diversas variantes —blues, soul, funk, etc— tanto como al rock o al pop de calidad. Es una figura a descubrir porque tiene todo lo que una grande debe tener, excepto el éxito. De hecho resulta incomprensible que no se haya hecho más famosa siendo poseedora de semejante voz, semejante talento y semejante presencia escénica, pero los designios de la industria y del público son inescrutables. De todos modos, que no se diga que desde aquí no hemos intentado poner nuestro granito de arena. Quien se acerque a la música de Nikka Costa lo agradecerá.
Para mi, Nikka Costa lo ha sido todo. También sacó un disco en español en el ’89
Pues si a mi me parece que nunca se la a valorado como la artistaza que es .Yo siempre estoy atento a ver si hace algo nuevo,pero hasta ahora nada despues del ep que saco (Pro Whoa).Poro lo menos he conseguido su concierto en el Meelweg de Amsterdam y el del Roxi que son fantasticos.