«Tragedia» y «drama» fueron dos de las palabras más repetidas en los medios digitales españoles para contar el domingo futbolístico de Buenos Aires. Iban bien arriba en las portadas, y no se referían, como podría pensarse, a los más de 70 heridos, dos de ellos en estado grave «con traumatismos de cráneo por impacto de proyectiles», que dejaron las algaradas de una parte de los aficionados de River Plate tras un partido contra Belgrano. El drama y la tragedia, y también la noticia, eran el descenso de River por primera vez en sus 110 años de historia, de cuya consumación parece consecuencia natural el vandalismo criminal de los hinchas.
Es conocida la afición al lenguaje épico del periodismo, especialmente del deportivo, pero es obsceno ver destacadas las lágrimas por el destino de un balón cuando unos bárbaros que lo seguían están a punto de matar a dos hombres. Interviene en estos textos el conocido kilómetro sentimental, que además de las distancias físicas mide las culturales y las económicas y la cotización del pasaporte de las víctimas. Que en Argentina el tratamiento mediático haya sido el mismo no significa nada. Allí la violencia hace tiempo que es parte integrante y resignadamente normalizada del espectáculo del fútbol, como demuestra que el patibulario entrenador Passarella no haya encontrado mejor metáfora tras los incidentes que «sólo saldré de River con los pies por delante«.
Quiero pensar que la prensa española actuaría muy distinto si el Madrid bajara a segunda con dos antidisturbios debatiéndose entre la vida y la muerte en el hospital de La Paz, pero atención, porque además del «kilómetro sentimental» hay que tener en cuenta «la bula del fútbol». Al amparo de la comprensión masiva del pueblo, el fútbol lo puede permitir todo. Desde alterar las normas del tráfico en día de partido hasta los heridos y la ruptura de escaparates de las grandes celebraciones, nada es suficiente para robar protagonismo a la pelota.
Hace tiempo, tras una falsa amenaza de bomba en el Bernabéu, el jugador del Madrid Guti aseguró que el fútbol debe estar por encima de todo. Lo dijo Guti entonces y lo sentimos muchos, cuando con la cerveza o las pipas va a empezar el partido que hemos esperado semanas. Como ante ciertos sexos sin condón, podemos y nos podemos hacer daño, pero por nada renunciaríamos a esos minutos prometidos de disfrute.
Permitimos que el fútbol esté por encima de todo y el llanto, con dos personas al filo de la muerte en una cama de hospital, es por el descenso de River. Las bengalas caen al césped detrás de la portería del viejo campo de Giulest.
El Rapid gana al Steaua y el estruendo de los petardos redobla nuestro entusiasmo.
Sobre el tartán del estadio ya no está la ambulancia, pero no nos importa que se llevara a un bombero herido.
Qué verdades surtidas las suyas aquí y ahora, oiga. Como puños. Y se agradecen, no se crea, porque a fuerza de silencio y cri cri de grillos de fondo, los legos en estas lides muchas veces pecamos, gilipollasmente, de pensar que en el ajo están todos, desde los aficionados al mismísimo Guti, que Dios lo tenga en su gloria.
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