Fotografía, literatura, Israel, racismo, guerra, Bin Laden, catalanismo, extrema derecha, París… estos naipes y más repartimos sobre el tapete en nuestra conversación con Juan Pedro Quiñonero. Escritor, periodista, fotógrafo… observador, en definitiva; porque la observación es el fototropismo del intelectual. Hablamos con Juan Pedro sobre cultura y sobre política, anverso y envés de la condición humana. Le encontramos —cómo no— con la cámara colgada al cuello: la fotografía es una de sus grandes pasiones y no sólo impregna su última novela (Dark Lady) sino que determina el compás del deambular de Juan Pedro a través de la urbe: la lente es casi como su cordón umbilical con la realidad y, mientras hablamos y caminamos, Juan Pedro va destilando las esencias de una vibrante y primaveral Barcelona deteniéndose allí donde la ciudad le habla para retratar los momentos, los rincones y los rostros. Con esa vocación de vidente —en el sentido estricto del término, entiéndasenos— no podíamos dejar pasar la oportunidad de que nos regalase algunas pinceladas (o quizá él preferiría decir «instantáneas») de su mirada sobre lo que está sucediendo, ha sucedido y podría suceder en este convulso y fascinante mundo nuestro.
Tu próximo libro, Dark lady, tiene puntos de conexión con Nabokov, Proust, Shakespeare…
Dark lady es, efectivamente, la dama de negro de los sonetos de Shakespeare. En mi libro, es también un club nocturno. A través de la vida de un fotógrafo y de la historia de la fotografía, el libro es una parábola del fin de nuestra civilización. El fotógrafo no sabe quién es su padre; su madre le abandonó. Su educación comienza en una suerte de campo de concentración para niños abandonados, niños sin familia. Se iniciará a la fotografía en un centro de preparación para comandos de élite, donde se inicia a la fotografía militar en Francia: un tipo de fotografía muy dura. Como fotógrafo, hará de todo, estudio, calle, papparazzi, hasta descubrir la fotografía de moda. Llegará a ser un gran fotógrafo de moda en el París de los años 60 y 70, cuando tienen su momento álgido dos fotógrafos que me gustan mucho, Guy Bourdin y Helmut Newton. Mi fotógrafo es compañero de viajes de Newton.
¿Entonces mezcla realidad y ficción al estilo de La locura de Lázaro?
Está muy mezclado: la Guerra Civil de España, el destierro, una generación de hombres y mujeres que nacen de gente perdida durante la II Guerra Mundial. Desterrados, judíos que vienen del este, refugiados españoles, americanos que llegan a Europa y caen en la trampa de la guerra, gente que va a desaparecer en los campos de concentración. Y sus hijos, como el fotógrafo de Dark Lady, van a crecer intentando buscar las raíces. Todas las obras que atribuyo a mi fotógrafo en realidad son comentarios de fotografías bastante famosas, con las que yo dialogo. Como las del gran fotógrafo de moda, el alemán Horst, que huye al destierro: las últimas fotografías de Horst —ese celebérrimo corsé— están ligadas a las que hace mi fotógrafo. En sus comienzos como fotógrafo de guerra hace muchas fotos de cadáveres. Después se convierte en paparazzi «de nivel»: saca unas fotos de Ava Gardner mientras ella rueda su película Fiesta:
esas fotos son reales, y son esas fotos de Ava Gardner en Tossa del Mar las que a mí me inspiran. Me invento otras fotos de Gardner con Errol Flynn en el Hotel de París de Biarritz, que no existen pero son la síntesis de varias fotos reales. Esa es la carrera del fotógrafo. Y su novia, su compañera, a la que conoció en el internado para niños abandonados, llegará a ser gran modelo. Esa historia es la historia del fin del arte, del fin de la fotografía, de la corrupción y conversión de todo ello en mercancía.
¿La decadencia de la civilización a la que te referías es la decadencia del arte?
Es la decadencia y a la vez la salvación. Creo que la gran fotografía y la gran moda dicen más sobre la civilización que muchos libros de filosofía. Son mucho más interesantes fotógrafos como Bourdin y Newton, o dos modistos como Saint Laurent y Lagerfeld, que la filosofía francesa de esos años. Veo muy amenazada la influencia de Sartre, por ejemplo, mientras que las chaquetas trapecio de Saint Laurent siguen estando ahí.
¿Crees entonces que estos modistos tienen más influencia sobre la sociedad que los libros de Sartre?
No sé si tienen más influencia, pero yo los veo como cosas vivas. Yo fui, no amigo, pero traté al último Néstor Almendros…
Un genio.
Exacto. Yo le decía: «Néstor, tu obra habla de la lucha de la luz contra las tinieblas», porque Néstor tenía una visión muy olímpica de la fotografía. Todas las cosas que fotografía Néstor Almendros son bellas y las que no son bellas él las ennoblece. El gran creador inventa otros mundos. La fotografía de las películas de Fritz Lang o del expresionismo alemán no son realistas, crean otros mundos. Yo no sé si la Viena de Fritz Lang o la Viena de El tercer hombre son reales. También quienes retratan cosas felices inventan mundos mejores que el nuestro. El París de la fotografía de Avedon es mucho más bello que el París mondo y lirondo, que no tiene ningún interés. Avedon inventa un París imaginario que nos ayuda a ver con otros ojos el París real.
¿Y qué te parece la forma de fotografiar París de Woody Allen?
Yo creo que es un diálogo entre lo que Woody Allen quería hacer y lo que su operador jefe le hace. Son fotos de un convencionalismo patético.
(risas) De postal.
De postal. No he visto la película todavía. Las fotos muestran un universo declinante y moribundo. Estuve por la zona en donde estaban rodando, y recuerdo muy bien cómo lo hacían: envían una bruma falsa, ponen unos focos falsos… y sin embargo ese París de tarjeta postal tiene una brizna de ácido que no perturba demasiado a la gente bienpensante pero que es un guiño a los menos bienpensantes: «no os creáis este París, me lo estoy inventando».
Y tu visión de París, ¿a la de quién se parece?
Vaya usted a saber. Me gustaría dar visibilidad a una ciudad invisible, oculta tras las nubes tóxicas de la polución audiovisual. Decía Baudelaire que el corazón de las ciudades cambia más deprisa que el corazón de los mortales. Hay un París convencional e histórico, el París de Doisneau, el última vals de una noche del 13 al 14 de junio, noche de bailes populares, fotografiado sin flash —el otro beso para la revista Life me convence menos, es una foto publicitaria— y el equivalente de aquel París es invisible hoy. Es una ciudad mestiza: la ciudad de franceses, que no tiene ningún interés y es de una trivialidad pavorosa. Hay otra ciudad de negros, moros, inmigrantes, que está llena de vida y que nadie fotografía.
Quizá es que eso a los propios franceses les parece «demasiado marsellés»
Los franceses no lo quieren ver. Pero a mí, una mujer negra con un carricoche, subiendo o bajando las escaleras del metro, me dice muchas cosas. Dos adolescentes que todavía no saben que son lesbianas pero que lo van a saber esa misma tarde en un bar de la Goutte d’Or me habla de realidades muy profundas, de una belleza sin mancillar por el “buen gusto”. Hablo de cosas mías. No son fotos artística o técnicamente buenas, pero hay mucha vida ahí. Es el mundo donde me siento intelectualmente bien. Cuando vas a esos barrios, todo el mundo te dice que allí han vivido muchos españoles —que eran los negros y los moros de su época— y han dejado su huella. Voy a un bar donde se reunían los anarquistas ansiosos por hacer la revolución y ahora pertenece a una pareja de bereberes. Y hay allí unos «proletas» con una pinta de «proletas» terrible; me acerco a uno de ellos y me dice «¡yo soy gallego!». Y ahí está el gallego mezclado con unos negros. Hay una continuidad. El escritor español que más ha escrito sobre estos barrios es
don Pío Baroja, quien tiene una novela llamada El hotel del cisne, que apenas ha sido comentada por la crítica, pero que me gusta mucho porque creo que habla de un mundo real muy en sintonía con lo que está ocurriendo ahora.
¿Es ese mestizaje el futuro de París, el futuro de Europa?
En París, en Barcelona, se dice «es que los inmigrantes no se integran bien». Eso quiere decir que no son blancos, no son católicos y no creen en la Sagrada Familia. Pero la gente no se da cuenta de que entre los nuevos franceses hay muchos que son musulmanes o negros y que no piensan dejar de serlo. Aunque lo de musulmanes no tanto; los hay, como entre los católicos, integristas, que son minoritarios. Pero luego las chicas no llevan velo. Si los católicos no creen en Dios, no veo por qué los musulmanes van a creer en Alá… con todos los respetos para Dios y para Alá.
¿Cómo se está llevando la prohibición del velo islámico integral en París?
Hay unas dos mil chicas que llevan velo integral, el burka. El 60%, el 75% de ellas son francesas convertidas en musulmanas. Con las que yo me he topado son provocadoras natas. En mis tiempos, las chicas para provocar se ponían una minifalda. Hoy en día eso ya no es provocación de ningún tipo. Y con las burka pasa un poco eso.
¿Qué está sucediendo con el auge de la extrema derecha en Francia?
En bastante medida, es un fantasma de los periódicos. Yo llevo siglos en Francia y la extrema derecha sigue pesando lo mismo, ni más ni menos, ni menos ni más, que a primeros de los años ochenta del siglo pasado. Oscila siempre entre un 12% y un 16%, es un fondo de comercio que está ahí, que ni va a mucho más, ni va a mucho menos. ¿En otros países como en Finlandia tiene más importancia? Tengo una amiga, profesora de literatura en Finlandia, que comentaba cómo la prensa española se aterrorizaba encantada: «¡qué viene la extrema derecha! ¡qué viene la extrema derecha!». Pero luego no va a ningún lado. En las elecciones francesas del 2007… aquello fue un cataclismo total provocado por la soberbia del candidato socialista, convencido de que era la hostia, y la fragmentación del voto de la izquierda. Gracias a eso, Le Pen pudo eliminar al candidato socialista. En la actualidad ocurre lo contrario: quien está convencido de que es la hostia y de que tiene una mujer guapísima —y en eso no se equivoca— es Sarkozy. Hay otros candidatos de derecha, unos más centristas, otros más conservadores, que roban votos a Sarkozy y le hacen la cama a la extrema derecha, que puede eliminar a Sarkozy en la primera vuelta, favoreciendo el triunfo del candidato o la candidata socialista, en la segunda vuelta, la definitiva. Esto es así.
Pero esta coincidencia del auge de la extrema derecha en varios países crea una ola de preocupación en Europa.
Ahora que no nos oye nadie… yo, hace más de veinte años, ya hacía crónicas del tema «la extrema derecha arrasa en Europa». Pero en Francia siempre ha oscilado en torno al 15%. En lugares donde hay gente de derecha muy enérgica, no hay extrema derecha que valga: en Italia, Berlusconi se los come a todos. En España sólo hay que escuchar la radio, ver la TV, y te das cuenta de que nadie quiere hablar de extrema derecha pero esos sentimientos están ahí.
«Yo no soy racista, pero…»
Esa misma frase se la escuché a un patriarca socialista, Jacques Delors. Éramos vecinos. Íbamos a la misma peluquería. Con motivo de unas elecciones europeas, ya hablábamos del peligro de la extrema derecha. Un tunecino había instalado una tienda en el bajo de la casa de Delors, que estaba horrorizado. A las tantas de la tarde, nos sorprendió a todos con esa frase: “… ya sabéis que yo no soy racista… pero a los tunecinos ¡no los soporto”. En esas estamos: “Yo no soy racista, pero…”. Hay un problema cultural de fondo.
¿Crees que hay en la izquierda una corriente de antisemitismo, o mejor dicho, de antijudaísmo a raíz del conflicto palestino-israelí?
Sobre el problema de Palestina e Israel existe una ignorancia profunda que conlleva que cuando hay una matanza o una intervención militar expeditiva de Israel —tiran cuatro bombas y matan a todo el que pillan por medio— se percibe la tragedia, pero es una tragedia unilateral, siempre. Vengo cubriendo estos temas desde hace no sé cuánto tiempo y en Israel hay muchos judíos hijos de puta, como hay muchos palestinos hijos de puta. Pero también hay judíos que quieren llegar a un acuerdo. El problema de los palestinos es que: uno, los echaron de mala manera, para dar la tierra a los judíos. Dos, no solamente los traicionaron las grandes potencias ocupantes —en este caso, Inglaterra— sino que los países árabes no quisieron acogerlos porque los consideraban peligrosos. Tres, desde la fundación de la OLP en el Cairo, en los años 60, hay varias tendencias palestinas que pelean entre ellas a tiros, matándose. Y en esta situación, que es de una complejidad propia de tragedia del Antiguo Testamento, es más perceptible para la opinión internacional el sufrimiento de los palestinos que el sufrimiento de los judíos. En cuanto a la izquierda, hay que matizar: hay una izquierda libertaria que siempre ha sido pro judía, por la historia de los Kibutz…
…que eran un ejemplo.
Eran un antecedente. Y en cambio para la izquierda marxista es el horror supremo. Hay la tentación de decir «hagamos una manifestación de apoyo al pueblo palestino». Pero, ¿al pueblo palestino de Gaza donde manda Hamás o al pueblo palestino de Cisjordania donde manda la OLP? Complicado, porque normalmente no es tanto de apoyo al palestino como una manifestación anti-israelí.
Quizá es que la gente busca respuestas sencillas y culpables rápidos.
No hay respuestas sencillas. He discutido sobre esto durante muchos años en París, Madrid, El Cairo… la BBC ha hecho una película llamada La promesa, que está muy bien, y que cuenta los orígenes del terrorismo judío. La creación del Estado de Israel también es indisociable de actos de terrorismo terribles. El atentado al hotel King David, la matanza de soldados… los judíos lo hacían con una eficacia terrible. Echaron a los ingleses y los echaron a bombazos. Con actos de terrorismo que protagonizaron los grandes hombres de estado, Menahem Begin… eran todos terroristas muy eficaces. Cómo echaron a los ingleses… eran una gente temible. Al mismo tiempo, dar esa sola imagen de Israel me parece injusto para los judíos. Hay una frase que se atribuye a Golda Meir tras los atentados de Münich: «Lo que no perdono a los palestinos no es tanto que maten a nuestros hijos, sino que nos obliguen a matar a los suyos».
Otro pecado de Israel ante la izquierda europea es el ser percibido como la cuña de Estados Unidos en Oriente Medio.
Eso, además. Pero creo que los israelitas se las apañan para complicarse la vida ellos solos.
Y la tragedia de los palestinos es…
Hay muchas tragedias palestinas: la desposesión de su tierra, la diáspora, los campos de concentración, etcétera. Para colmo, una tragedia última: también hay dos embriones de Estado palestino. Hay un embrión de estado islámico en Gaza que quiere destruir Israel a bombazos, y otro embrión que quiere negociar apoyado por los Estados Unidos, que es el de la OLP y la Autoridad Nacional Palestina, en Cisjordania. Hubo un principio de acuerdo, hace semanas, entre Hamás y la Autoridad Nacional Palestina. Pero llevan en guerra civil, terrible, trágica, desde hace muchos años. Cuando los Hamás tiran unas cuantas bombas a los colonos del sur, los judíos lanzan una operación de castigo y destruyen no sé cuántas casas. En Israel son todos militares. Ves una chica guapa con la que estás ligando en una discoteca y resulta que es la ministra de justicia, que ha estado en el Mossad y que sabe cómo estrangularte.
¿Cómo ves las revueltas árabes, por ejemplo el futuro de Libia?
Con esto de las revueltas árabes soy bastante optimista, y con lo de Libia, optimista dentro de un orden. Los demógrafos están de acuerdo en que lo que está pasando es la emergencia de una generación joven, de entre quince y treinta años, que tienen una relativa cultura, acceso a Internet… y que de pronto descubren que la religión de sus padres y abuelos les interesa «ma non troppo», que el Estado es criminal… y se tiran a la calle a pedir pan y libertad. Quieren romper con la familia tradicional, con los hábitos culturales tradicionales. Y romper con unos estados que son parodias de estados. ¿Cómo acabará lo de Libia? Vaya usted a saber. Kissinger ha dicho que se necesita una intervención militar enérgica. Yo no me atrevo a dar lecciones de cómo acabar con Gadafi, pero la cosa no tiene por qué terminar mal. Para la comunidad internacional sería tan humillante que gane Gadafi, que es impensable.
Pero desde lo de Irak, la idea de una intervención internacional —y claro, «internacional» significa básicamente norteamericana— está muy mal vista.
Ya, pero precisamente por eso el presidente Obama lo vio claro desde el primer día. Y los europeos desconfían de los rebeldes, no les dan armas. Eso, en términos militares, un cuerpo de ejército estadounidense lo arregla expeditivamente en dos semanas. Desembarcan, capturan a Gadafi, lo ahorcan y aquí paz y después gloria. Pero no han tomado esa actitud y me parece positivo. ¿El inconveniente? Pues que está durando mucho. Los americanos tienen por Libia un interés relativo. Si la revuelta fuese en los Emiratos o en Arabia Saudita ya habría allí un cuerpo de ejército
imponiendo la «paz americana».
¿Y el futuro de Irak?
Uf… el día en que los americanos llegaron a Bagdad, ganaron la guerra y un soldado ponía la bandera, yo estaba en París con un gran orientalista español, Javier Teixidó, y él me preguntó: «¿Qué, cómo ves la cosa?». Yo le dije: «Los americanos son la hostia, han ganado, ponen un régimen fantoche y pasemos a otra cosa. ¿Tú cómo lo ves?». Entonces
Javier me dijo una frase que tengo grabada: «Lo que tendrían que hacer los generales americanos es mirar Los desastres de la guerra de Goya, porque eso es lo que les espera». Una guerra irregular, internacionalizada, con muchos flecos religiosos, que va a durar años. Hábilmente, Obama se salió de ahí: «Que se maten entre ellos». En Europa, en España, pensábamos que nuestros estados debía estar formados por ciudadanos blancos y católicos. Al resto, moros y judíos, decididos echarlos militarmente. Todavía estamos pagando aquella inmensa tragedia. En Irak, como en tantos países árabes, la realidad cultural es la de un mosaico étnico, religioso y cultural, muy complicado. Hay árabes de muy distinta sensibilidad religiosas, musulmanes, judíos, cristianos, agnósticos, qué se yo. Para colmo, en Irak, hay una gran “minoría” kurda, que quieren construir su propio Estado, con los kurdos de Turquía y Siria. En Irak, al mismo tiempo, hay una guerra de religión que viene de muy lejos, entre sunnitas y chiítas…. ¿Quienes ganarán esas distintas guerras civiles y religiosas? ¿Qué nuevo orden impondrá? Vaya usted a saber. La unidad de Italia no se consumó hasta el siglo XIX, la unidad de España tardó seis o siete siglos. ¿Se consumará la “unidad” de Irak más rápidamente? No lo tengo muy claro.
Los EEUU finalmente han cazado a Bin Laden: ¿qué podemos esperar a partir de ahora? ¿Han creado un mártir o han reforzado la seguridad de occidente?
Pues vaya a usted a saber. No hay un occidente, hay muchos. El occidente europeo está en crisis. Europa vive su relativo ocaso o eclipse histórico. Comenzamos a descubrir un mundo post occidental y post islamista. Es China quien
paga con sus créditos buena parte del tren de vida de los EE.UU. China, India, Brasil son las grandes potencias emergentes. Europa sigue siendo un foco de civilización. Pero no tiene la fuerza, la energía, ni la determinación para
seguir “pesando” en la nueva geografía mundial de manera determinante. Dicho eso, no veo a ninguna banda terrorista amenazar la seguridad de ningún occidente. El asesinato, el crimen, el terror de masas, pueden causar estragos, grandes matanzas. Los mejores especialistas piensan que, en verdad, las revoluciones y revueltas árabes ya dieron la puntilla política a Bin Laden y los islamistas. Los jóvenes árabes (que tienen muchas sensibilidades, son musulmanes, judíos, cristianos, incluso agnósticos) no se tiran a la calle pidiendo la instauración de repúblicas islámicas. Se tiran a la calle pidiendo pan y libertad, que es una muy otra cosa. Entre los musulmanes, hay de todo. Están tan divididos como lo han estado los cristianos, desde hace mil años. Hay musulmanes fanáticos, menos fanáticos, tolerantes, y de muy diversa sensibilidad. Quizá Bin Laden sea un icono para algunos de ellos. No creo que sean los musulmanes mayoritarios. Lo que quieren los árabes y musulmanes jóvenes es libertad, democracia, cosas incompatibles con el fanatismo subversivo, a mi modo de ver.
Obama anuncia que un comando secreto ha eliminado a Bin Laden y ha dejado caer su cadáver en el océano, sin juicio y (por ahora) sin imágenes. No es habitual que un presidente de EEUU hable abiertamente de una black operation nada más producirse ésta, ¿ya no es necesario siquiera el fingir
una apariencia de formalidad legal?
Los Estados siempre han resuelto esas cosas de la misma manera: a través del asesinato político. La Conjuración de Catilina sigue siendo un texto canónico. Las tragedias shakesperianas, también. Se trata de una realidad que el personal más joven y más sensible no acepta con facilidad. De la puesta en escena de Obama creo, sin embargo, sobraba una palabra. La palabra “justicia”. Puede pensarse lo que se quiera del asesinato a tiros de un criminal. Pero no creo que la palabra “justicia” sea la más adecuada para definir esos comportamientos. La justicia es una muy otra cosa. Tiene sus reglas, sus normas. Asesinar a Bin Laden y quedarse tan contento me parece comprensible. Incluso me parece sensato que un presidente de los EE.UU. salga en la tele diciendo que ha sido él quien ha tomado la decisión de matar a tiros a un criminal. Vale. Ok, boy. La justicia es otra cosa, oiga. Recuerdo al viejo Clint Eastwood dirigiéndose a un criminal, dispuesto a pegarle cuatro tiros, diciéndole, de entrada: “Make my day, boy”.
Y ya que estamos en Barcelona… el problema catalán.
El problema catalán no es un problema económico, ni siquiera político. Es un problema cultural: los catalanes quieren ser catalanes. Y hay muchas formas de ser catalán. Boscán era catalán de Barcelona y escribió en castellano. Los catalanes que hablan y escriben catalán defienden una Cataluña que viene de Ramón Llull… en Badajoz, Jaén, Cartagena, Cuenca… se tiene una idea un poco sumaria de lo que es «ser catalán». Hasta que los catalanes no convenzan a los de Cartagena y Jaén de que la cosa es «una miqueta» más complicada, el problema será sencillamente insoluble. Ya hablaba y escribía filosofía en catalán en el siglo X. Se trata de una realidad cultural milenaria. Habrá problema catalán mientras esa realidad no se comprenda en su raíz y consecuencia últimas.
El catalanismo se vende mal, tiene muy mal marketing.
El origen es la cuestión cultural que luego se complica al infinito, y sin contar la hipocresía esquizofrénica de los políticos, que piensan una cosa, dicen otra y hacen una tercera. Eso crea en los creyentes de la catalanidad una situación esquizofrénica tremenda: en casa se dice una cosa, en el trabajo se dice otra…
A continuación, pedimos a Juan Pedro su breve opinión sobre una serie de personajes:
Nicolas Sarkozy: «Un trepa»
Muamar el Gadafi: «Un criminal»
Barack Obama: «Un tío simpático»
Rodríguez Zapatero: «Uf… un insignificante. Un presidente accidental en
un país rico y complejo, con resultados catastróficos»
Mariano Rajoy: «¡Uf! Por sus obras los conoceréis. Mucha barba. Demasiado
galleguismo»
Marine Le Pen: «Lista temible»
Pérez Reverte: «Es un paisano, pero no lo he leído»
Pérez Rubalcaba: «Temible»
Vladimir Putin: «Peor que temible: un tío sinuoso. Inquietante»
Juan Manuel de Prada: «¡Corramos un tupido velo, por favor!»
Benedicto XVI: «Es un gran teólogo. Un hombre que es más listo y sabe más
de lo que parece. Creo que ganaría si se quitara la púrpura papal… hay unos
diálogos del Papa con el filósofo alemán Habermas, que son de una altura
intelectual considerable».
Javier Marías: «Qué te digo de Javier Marías… es el más listo de su
familia»
Salvador Sostres: «Un siniestro»
Silvio Berlusconi: «Siendo siniestro, es una siniestrez caradura. Por
momentos no te diré que me cae simpático, pero lo hace más llevadero»
Pedro J. Ramírez: «Inquietante, temible, siniestro»
Fotografía: Jesús Llaría
Nuestro agradecimiento al hotel Barceló Raval por su hospitalidad y por cedernos sus instalaciones.
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Para Quiñonero, ¿todos los de la diestra son siniestros?