Con la corona en el suelo el pueblo tiende a sentar en el trono al primero que pasa. Steven Spielberg perdió la magia mucho antes de remezclar Encuentros en la tercera fase con el universo de sombrero y látigo para rodar un anuncio de neveras de dos horas bajo el subtítulo de El reino de la calavera de cristal. Lejos quedaba la hitchcockiana El diablo sobre ruedas y el terror submarino de Tiburón. El maestro tenía esporádicos destellos en cintas como Munich pero insistía con propuestas insustanciales con Tom Cruise y alienígenas, valga la redundancia. Y hete aquí que algún iluminado contempló una foto de otra joven promesa junto al Rey Midas y coronó al recién llegado como sucesor espiritual de Spielberg. Dicho personaje era nada más y nada menos que J.J. Abrams: guionista, compositor, actor, maestro de la publicidad viral y wannabe tras la cámara. De su mano han llegado algunas de las más fructíferas series de la televisión reciente y hypeadas películas con el denominador común de que más allá de gozar de una calidad aceptable (que no sobresaliente) parecen ser productivas gracias a la excepcional capacidad de promoción encubierta que las rodea.
Y es que casos como el de la serie Perdidos, de la que es co-creador y productor, se basaban en engañar al público haciéndole creer que asistían a un ingenioso puzzle gigantesco y no a una serie chicle estirada que utilizaba una y otra vez el mismo repertorio de trucos. El problema vino cuando se cerró la aventura (tras seis temporadas) de forma decepcionante y los fans acérrimos quisieron creerse que la munición de fogueo era en realidad una jugada inteligente y difícil de descifrar. Lo novedoso es que a la serie la acompañó cierto misticismo bien llevado, una ensalada de flashbacks y flashfowards que permitían todo tipo de divagaciones sobre los enigmas y un juego de realidad alternativa (The Lost experience) que invitaba a los seguidores a estar atentos a anuncios de televisión crípticos, números de teléfono que otorgaban pistas, supuestas webs institucionales falsas con pistas ocultas o artículos del universo de la serie, como unas barritas de chocolate, que se comercializaron en las tiendas de modo exclusivo y como parte del juego de detectives que algunos llevaban a cabo en la vida real.
Monstruoso, una película también producida por Abrams (y dirigida por Matt Reeves) adquirió vida en la red muchos meses antes de su estreno con la forma de páginas de extrañas compañias japonesas de bebida o de perforaciones, blogs y dominios con una serie de fotos y pistas e incluso números extraños a los que se podían enviar sms recibiendo bramidos del monstruo a cambio. Al final la película resulto ser un Blair witch project meets Godzilla divertido y bien hecho pero tan insustancial como para preguntarse si realmente tanto bombo era productivo, sobre todo cuando el universo creado en la red en realidad no tenía relación directa con los eventos del film. La alevosía de su publicidad por medios poco usuales quedaba demostrada con la jugada realizada para otra de sus producciones más recientes. Abrams se encargó en 2009 de un número de la revista Wired y en un artículo dedicado a los mensajes ocultos en discos de grupos musicales consiguió colar sin que nadie se diese cuenta a una agrupación desconocida llamada Violet sedan chair.
Dos años más tarde se descubriría que aquella era en realidad una formación ficticia cuya existencia era crucial para la trama de un capítulo de la serie Fringe (producida y creada por Abrams). Para rematar la jugada en diversas tiendas de discos de segunda mano comenzaron a aparecer misteriosamente vinilos de Violet sedan chair de cuidado aspecto vintage, y en Youtube florecieron las supuestas grabaciones de algunos de los temas de dichos LP’s lanzando a los más melómanos a registrar tiendas de coleccionismo y, si había suficiente suerte, compartir el descubrimiento con la red de redes [1].
Como director, Abrams tiene en su haber la tercera parte de Misión: Imposible (entretenimiento correcto con Macguffin evidente y una de las peores muertes de villano de la historia) una celebrada remodelación de la franquicia Star Trek y la muy reciente Super 8 que acaba de ser estrenada en USA y por una de esas locuras de distribución aquí no llegará hasta dos meses más tarde cuando todo el mundo se haya visto el viewer’s screener cut. Super 8 no carece de campaña promocional curiosa ya que se lanzó un breve pero espectacular trailer interactivo como extra en el videojuego Portal 2 que, sin mostrar nada, calentaba muy bien los motores. Pero lo más llamativo de la película es que sus trailers dejan entrever que las comparaciones con Spielberg (que en esta película ejerce de productor) en este caso son más certeras que nunca. Es como si el propio J.J. Abrams hubiese acabado creyéndoselas y este fuera su intento de mimetización fílmica con la leyenda de barba y gorra. Super 8 [2] es una cinta de género fantástico ambientada en el 79 con niños como protagonistas y monstruo terrorífico de dudosa procedencia que a primera vista parece compartir muy poco veladas insinuaciones a que el director la rodó poseído por el espíritu de su productor. El problema viene cuando el espectador recuerda que a Abrams si algo se le da bien es vender su producto a pesar de la calidad del mismo, y que sus empresas tienden a prometer demasiado y al final quedarse a medio gas. Por ahora la crítica ha respaldado la propuesta y la taquilla la ha encumbrado al número uno de la semana en USA, aunque no con una recaudación tan espectacular como los nombres implicados dejaban adivinar.
En agosto podremos comprobar en nuestras salas si el hombre tiene algo potente con lo que respaldar las teorías que le etiquetan como el nuevo Steven Spielberg o, en cambio, seguirá encasquillado en su tónica de eterno mesías del coitus interruptus.