El teniente Columbo se ha ido para siempre.
Mis primeras palabras al escuchar la noticia de su fallecimiento han sido, literalmente, “¡no jodas!”. Supongo que uno de los alicientes de la profesión de actor es que, a veces, gente que no les conoce de nada les acaba queriendo casi como si fuesen de la familia. Porque eso es lo que nos sucede a muchos con Peter Falk.
Para quienes crecimos viendo episodios de Columbo hasta prácticamente aprendérnoslos de memoria resulta completamente imposible separar al actor del personaje. Según cómo se lo tome el intérprete, este encasillamiento puede constituir una bendición o un castigo, pero desde nuestro punto de vista como espectadores ese encasillamiento es básicamente un acto de amor. El teniente Columbo es uno de los contados personajes que consiguen que veas una serie de televisión única y exclusivamente porque aparece él. Los guiones eran entretenidos, de acuerdo, pero seguían una fórmula muy repetitiva y con otro protagonista hubiesen terminado cansando. Pero, ¿cómo puede cansarse uno de ver a Columbo en acción? Su carisma te enamoraba al instante; ese atractivo indefinible que poseen ciertos actores cuando encarnan a ciertos personajes y que nadie más podría reproducir. Su cabello despeinado, la ropa sin planchar y un aspecto cochambroso empeorado por la horrorosa costumbre de fumar puros a todas horas eran su sello de identidad. La antítesis del héroe policiaco televisivo: nunca empleaba la violencia, nunca ligaba, nunca realizaba grandes hazañas físicas. Buena parte del mérito de esa caracterización corresponde al propio Peter Falk, quien prácticamente diseñó el personaje por su cuenta y riesgo, acentuando a propósito su falta de elegancia —en lo cosmético, porque después Columbo era todo un caballero— y su estampa de individuo despistado y de fácil descuido. Para colmo, Columbo se encargaba de desenmascarar a asesinos que eran su perfecto revés: guapos, ricos, elegantes, triunfadores, con una inteligencia que asomaba con cada frase y cada gesto (al contrario que la inteligencia del teniente, oculta tras una cortina de manierismos estrafalarios). Criminales que invariablemente menospreciaban la capacidad del ridículo tenientillo sin comprender que tras su apariencia torpe y la mirada distraída de su ojo de cristal se escondía una inteligencia prodigiosa. Lo fascinante de la serie —porque desde el principio siempre sabíamos quién era el asesino— y lo realmente emocionante consistía en ver a Columbo tejiendo su tela de araña en torno al criminal, haciéndose pasar por idiota hasta que el asesino se daba cuenta —siempre demasiado tarde— de que se hallaba en presencia de un genio. Columbo era diferente a todos los demás policías de la TV: él resolvía las cosas pensando.
Otra de las claves del éxito de Columbo residía en la facilidad con que Peter Falk supo captar las claves de las simpatías de la audiencia. En la televisión se tenía la idea de que el espectador quiere siempre encontrar héroes que son mejores que él mismo en todo, pero Falk trascendió esa creencia y demostró que a la gente común también le gustaba ver sus propios defectos y carencias reflejados en pantalla. Columbo nunca hubiera posado para Vogue ni hubiese sabido comportarse en la recepción de una embajada: apagaba sus cigarros en cualquier parte y desayunaba huevos duros que llevaba en el bolsillo de su gabardina. Le gustaba mucho el buen comer y era de hecho bastante gorrón: imposible olvidar cuando investiga un asesinato en un restaurante y se pasa todo el episodio perdiendo la dignidad, con una indescriptible cara de gula, intentando que le inviten a la mayor cantidad de platos posible. O aquel otro capítulo en que sus torpezas sacan de quicio a la asistenta de una mansión, que le echa la bronca cada vez que le ve hasta que el teniente huye de ella con expresión de pánico, como un niño que acaba de romper un plato. Columbo era un hombre del pueblo, adorablemente imperfecto, uno de los pocos personajes que representaban al verdadero americano medio y, por extensión, al verdadero ciudadano medio de cualquier otra parte del mundo. No sabe vestirse, tiene un coche de mierda, va por ahí sin peinar y no es precisamente fotogénico: el teniente Columbo es un hombre de verdad.
Podría pasarme horas escribiendo muchas más cosas sobre Columbo —es más, no descarto hacerlo en un futuro— pero al terminar esta nota apresurada creo que sería injusto olvidar lo buen actor que fue Peter Falk en otros registros, por muy inevitable que resulte asociarle con el célebre teniente de Homicidios. La mayoría de la gente recuerda también su papel en La princesa prometida, pero merece la pena echar un vistazo a sus tempranos papeles como gangster (curiosamente, esa fue su primera especialidad cinematográfica) y sus intervenciones en dramas o películas bélicas. Y cómo no, recordar su maravillosa vis cómica citando Una pareja chiflada, en la que él y Woody Allen interpretaban a un par de viejos cómicos seniles que intentan trabajar juntos tras muchos años de separación y enemistad (hecha la referencia, es también muy recomendable la versión que filmaron en su día Walter Matthau y George Burns).
Yo, por mi parte, voy a volver a ver algunos de aquellos episodios de Columbo que ya sé cómo terminan pero que jamás pasarán de moda. Ver al teniente en acción siempre me alegró el día y no creo que eso vaya a cambiar ahora, aunque Peter Falk fuese uno de los individuos más queridos de la televisión mundial, nos haya dejado y estemos todos uno poco más huérfanos.
«Ah, se me olvidaba…»
Bueno, en realidad es bastante posible que al poner la serie me caiga una lagrimilla. Ya veremos.
Difícilmente se podría haber escrito un panegírico mejor sobre este tipo, entrañable y eterno. Te amo, colombo.
Me gusta la serie Columbo y, aunque la repitan 1millon de veces , no me cansaré de verla , me gusta un montón. D.E.P.