Las Tres Dimensiones
James Cameron, en un brote mesiánico, anunció el estreno de Avatar como una revolución comparable a la llegada del sonido y el color al celuloide (1), y probablemente se le olvidó insinuar que además limpiaba el aura, te hacía mejor persona y curaba el cáncer terminal. Pero con el bombo mediático arrastró a cientos de incautos a las salas de proyección y les convenció para que pusieran buena cara mientras se tragaban ciento sesenta minutos de cortinillas de un juego de Xbox.
La supuesta revolución en tres dimensiones se jactaba de demoler, gafas polarizadas mediante, barreras entre el espectador y la pantalla. El efecto convertía la escena en un Dónde está Wally gigantesco casi al mismo tiempo que se olvidaba de contar una historia interesante. La masa, embobada y con el cerebro frito ante tanta profundidad de campo, comulgó con ese refrito perroflauta de Pocahontas, Bailando con Lobos y FernGully: Las Aventuras de Zak y Crysta protagonizado por alienígenas color pitufo; y acabó endiosándolo de manera absurda. Entre tanto, Orson Welles, un revolucionario cinematográfico de verdad, entraba en modo batidora en su ataúd. La tercera dimensión en el cine ni siquiera es una novedad, más bien resulta una moda víctima de cierta tendencia cíclica: de 1922 data el film The Power of Love, al que había que acudir armados con gafas bicolores cual sicario de Regreso al Futuro. Y en 1952 Bwana Devil reciclaba el 3D (utilizando monturas con cristales grises polarizados similares a los actuales) convirtiéndose, por un lado, en el primer estreno con “Natural Vision 3 Dimension” e iniciando, por otro, una auténtica fiebre del formato que se extendería con decenas (2) de películas prometiendo a la audiencia ir mucho más allá de la bidimensionalidad.
Entre aquella impresionante y excesiva avalancha de títulos se encontraban clásicos como Crimen Perfecto de Alfred Hitchcock, y también Los crímenes del museo de cera, cinta que debería ser carne de culto, no sólo por el hecho de estar protagonizada por Vincent Price (un actor que en la época era considerado rey del 3D, por aparecer en varias películas con este formato), ni por ser un remake que a su vez inspiró otro remake más actual (La casa de cera, dirigida por el catalán Jaume Collet-Sierra, cuyo único aliciente real consiste en ver cómo a Paris Hilton le atraviesan la cabeza con una barra de metal), sino por ser su director, André de Toth (3), tuerto cual pirata y, por tanto, una persona que estaba rodando en tres dimensiones efectos que nunca sería capaz de ver con su único ojo. En los años posteriores a 1955 el furor se apagó y resurgió en contadas y curiosas ocasiones saltando de un formato de gafas a otro. A partir de los ochenta la moda 3D se puso sangrante, decantándose por el puro espectáculo popcorn infame de Pesadilla final: la muerte de Freddy, Amytiville 3D, Emmanuelle 4, Tiburón 3: el gran tiburón o Viernes 13 III Parte, así como otras obras de similar peso intelectual; hasta llegar al reciente resurgimiento de principios del siglo XXI.
Lo trágico es avistar que una tecnología que comenzó como mero complemento visual a día de hoy se haya transformado en el fin último. La prometida revolución de Avatar ha propiciado instrumentos de tortura como Resident evil: ultratumba (película que reúne dos cosas que producen terrores nocturnos: los zombis y Sergio Peris-Mencheta), rodada con el mismo sistema de cámaras patentado por el mesías Cameron. O la cuarta de la franquicia Torrente que, como ya amenazaba en sus promos (4), incluye la tecnología tridimensional en un producto que no la necesita en absoluto, consiguiendo como resultado esputos hacia cámara y algún atrevimiento, como la escena de las duchas, que hará a más de uno maldecir las gafitas.
Dejando aparte documentales y conciertos de futuros toxicómanos (Justin Bieber: Never Say Never, Jonas Brothers: The 3D concert experience, Hannah Montana & Miley Cyrus: Best of both worlds), la morralla colateral llegó en forma de desastres de mercadillo como Furia de Titanes y su 3D acartonado, el slasher sobado de Un San Valentín sangriento o Destino final 4, Airbender, El Último Guerrero firmado por un Shyamalan revolcándose entre sus propias deposiciones, comedias trisómicas como El oso Yogui o Los viajes de Gulliver, la escatología paleta de Jackass 3D, la insipidez de The green hornet de un Gondry perdidísimo, la atracción de feria de Viaje al centro de la Tierra, protagonizada por George de la Jungla, G-Force o Bruckheimer pagando una de acción con… ¡cobayas!, la insoportable Saw 3D…y todo pastiche de consumo rápido que luzca el mongólico epitafio de “Rodado en 3D” con tan poca vergüenza como Nicolas Cage luciendo pelo oxigenado en la reciente Furia Ciega.
Se salvan las películas de animación, en ciertos casos por su naturaleza (Bolt, Monstruos contra alienígenas, Gru, mi villano favorito) y en otros por su calidad (Rango, Coraline, Cómo entrenar a tu dragón, Toy Story 3), pero lo normal es que se utilice como mero adorno para rentabilizar las producciones (Gnomeo y Julieta, Megamind); aunque lo cierto es que para disfrutar de cosas como la patada emocional que se marcan a los diez minutos de Up no hacen falta tecnologías añadidas, si acaso le sobran. El colmo del exceso viene desde Corea de Sur, donde un cine proyecta Avatar 4D. Dicha nueva (y añadida) dimensión implica contemplar la película en una sala acondicionada con más de 30 efectos especiales entre los que se encuentran sillones que vibran, olor a pólvora, aspersores de agua, luces o rayos láser (5). ¿El objetivo? Probablemente convertir la experiencia en una atracción de parque temático. Y la noticia más absurda vino de la mano de 3D Sex and Zen: extreme ecstasy, un «soft-porn» made in Hong Kong estrenado en cines, vendido como porno en tres dimensiones (falsamente, pues no llega a ser suficiente hardcore para ganarse la etiqueta), y cuya recaudación derribó anteriores marcas (caja realizada el día de estreno) fijadas por el engendro de Cameron.
El futuro no parece deparar esperanzas: a las recientes Rio, Marte necesita madres y Thor hay que sumar los próximos estrenos de Piratas del Caribe: en mareas misteriosas, El sicario de Dios, Transformers 3, Los Pitufos, Kung Fu Panda 2, la última entrega de Harry Potter y una posible Triple X …anuncios que no parecen apostar por la innovación más allá del efectismo gratuito. El desaguisado es patente cuando toda esta tecnología añadida no se utiliza como mecanismo narrativo útil, sino más bien como efecto alienante. El único uso que los realizadores actuales han sabido darle consiste en tirar todo el mobiliario contra el espectador. Y dicha fanfarria circense de arrojar cosas a la cara en favor del puro show también tiene un antecedente histórico: la película Asalto y robo de un tren (6) de 1903, además de ser un ejemplo de raccord innovador, incluye un último plano en el que un bandido dispara directamente contra la cámara, provocando entre la audiencia de la época que todo el mundo se agachase para evitar el plomo.
Esta cómica estampa, de asistentes comiendo moqueta por puro pánico a que las balas atravesasen la pantalla, era probablemente la primera vez que una ficción de celuloide se atrevió a romper la cuarta pared.
La Cuarta Pared
La cuarta pared es el muro invisible que se levanta entre la película y el espectador, entre los personajes que viven la misma y aquellos que contemplamos sus gracias y desgracias.
Un ejemplo claro de esto ocurre en Todo en un día, donde el protagonista hace participe al público dirigiéndose directamente a él, hablando a cámara y convirtiéndole en confidente invisible pero integrado de todos sus tejemanejes. Romper la barrera siempre ha parecido ser el fin último de las tres dimensiones, pero la torpeza y la falta de imaginación actual hace que la supuesta inmersión palidezca ante otros que se han atrevido a saltar el muro con más ingenio. Durante Funny games, uno de los psicópatas protagonistas se gira hacia cámara y guiña el ojo al espectador en un momento de especial tensión. De este modo tan simple, un gesto cómplice y gamberro integra al público en su papel de audiencia voyeur con más efectividad que las nuevas tecnologías. Más adelante, el mismo personaje se atreve ya directamente a hacer escombros la pared invisible rebobinando la propia película para su beneficio en la infame (para muchos) escena del mando a distancia. Kiss Kiss Bang Bang incluye un narrador (el propio protagonista: Robert Downey Jr.) que parece sentarse al mismo nivel del espectador al ejercer su papel: olvida contar detalles importantes de la trama (disculpándose y maldiciendo al darse cuenta de ello) y se despista ante la visión de un pezón deslizándose fuera de un sujetador en una escena de la propia película.
En la rareza JCVD un Jean Claude Van Damme interpretándose a sí mismo rompe por completo el ritmo de un momento dramático para ascender al techo del plató (literalmente), encarar al espectador y soltarle un monólogo sobre su vida, la percepción que la gente tiene de él, sus mujeres y sus problemas con las drogas. Todo mirando a cámara y con parte del decorado descubierto a sus espaldas (7). Woody Allen, en la celebrada Annie Hall, saca al director
Marshall McLuhan de su escondite tras un cartel de atrezzo con el objetivo de finiquitar una discusión sobre dicho realizador para posteriormente preguntar al público de la cinta porqué la vida no resulta tan sencilla como la fantasía del cine. El narrador y protagonista de la mitómana 24 Hours party people tiene la osadía de comentar los cameos de la propia película (entre los que estaba incluida la persona a la que interpreta dicho narrador) y no se corta al declarar que ciertas escenas rodadas no están disponibles hasta la edición en DVD. Incluso los propios cameos pueden quejarse si no están de acuerdo por la forma en que los hechos (basados en anécdotas reales) son retratados en la cinta. En Tienda de locos, producción menor con los hermanos Marx, Groucho describe el color de un traje con palabras alegando que la película es en blanco y negro porque “el technicolor es muy caro” (sic).
El club de la lucha introduce en el montaje un plano de un pene en la catarsis final, insinuado que el propio Tyler (personaje del film con un humor especial para lo que viene a ser la revisión del cine infantil) ha metido mano también en la sala de proyección de la propia película. Los caballeros de la mesa cuadrada, película gestada por los Monty Python, arrancaba con unos títulos de crédito saboteados por traductores y editores, y finalizaba con un coitus interruptus cuando la policía hace acto de aparición en la última escena deteniendo una batalla y apagando la cámara (9). Pero la genial formación se desataría con El sentido de la vida: no se contentaban con presentar un cortometraje previo al film cuyo reparto octogenario asaltaría la película posterior, ni con efectuar interludios cuando les viniera en gana (la mitad de la película da pie a un segmento llamado La mitad de la película), o con agarrar al espectador y sacarlo de paseo por la campiña inglesa para luego insultarlo, sino que rizaron el rizo cuando el mismo trailer de promoción exhibido en cines se negaba a mostrar ninguna escena con la excusa de colocar a los Python dirigiéndose al público de la sala y tratando de transmitir telepáticamente (“Telepathy Trailer”, lo llamaron) las mejores imágenes del film (10). Otras comedias de pretensiones tontorronas se han saltado la barrera en forma de autoparodia, en muchas ocasiones bromeando sobre la supuesta calidad de la propia película. Estos casos, más sinvergüenzas, comprenden desde Aterriza como puedas a Top secret, pasando por empresas incluso más insustanciales como Jay y Bob el silencioso contraatacan, La loca historia de las galaxias, Las locas locas aventuras de Robin Hood o la saga Austin Powers.
La verdadera gran duda es si toda la fanfarria de perforar la tapia invisible consigue hacer cómplice al espectador del universo ficticio presentado o si tan solo es una forma de decirle que lo que está viendo no es real.
En cualquier caso, y en comparación con el ingenio del que suele hacer gala el cine con medios más escasos, las promesas revolucionarias de Cameron y la moda tridimensional que está generando parecen un despliegue de recursos bonito, pero exagerado y vacuo; sobre todo cuando muchos con anterioridad ya han demostrado que para hacer entrar a la audiencia en la historia a veces sólo hace falta tener la imaginación suficiente y, en otras ocasiones (las que más), lo único que se requiere es parir algo tan poco común como una buena película.
1- James Cameron sobre “Avatar”.
2 -Lista de películas en 3D
3- André de Toth, director bidimensional.
4- Teaser de “Torrente 4”.
5- Corea en 4D.
6- “The great train robbery”.
7- Van Damme en el confesionario.
8- Momentazo de “Annie Hall”.
9- Así cierran los Python una película.
10- El mejor trailer jamás creado.
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¿Para escribir en Jot Down -o en cualquier sitio- es condición necesaria rajar de Shyamalan?
Porque el propio Shyamalan criticó el 3D y no lo quería en su película, una inocente película de fantasía, pero se la impusieron los estudios.
http://www.elmulticine.com/noticias2.php?orden=41098
Pero adelante, sigan revolcándose en sus deposiciones. ¿O son las vuestras?
Y antes de hablar de Nicolas Cage hay que lavarse la boca, que su pelo es un pájaro. El 3D de Furia Ciega es junto al de Pina (que, casualidad, no la he visto nombrada) uno de los más honestos de los últimos años. El primero por apoderarse de su sentido exploitation, el segundo por darle una mirada artística que dignifica, enriquece e incluso justifica el uso de las tres dimensiones.
PD: Woody Allen me criticaría por esto, pero McLuhan no es un director de cine.
Ad hominem contra el autor del mensaje anterior:
http://vimeo.com/12693041
Se puede ser menos «poético», pero Airbender, el último guerrero, de M.N.S. es muy mala.
Es Sergio Peris-Mencheta, no Sergio Perez-Mencheta.
por si acaso RANGO no tiene versión 3D, se hizo en grandioso 2D, como lo dijo Roger Ebert
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