Cine y TV

Psychopiñatas

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Scream, o El Día En Que Los Cuadros De Munch Atacaban a La Gente

Probablemente en la historia evolutiva del hombre no fue demasiado amplio el lapso de tiempo que separó la invención del “cuchillo” de la invención del “cuchillo clavado en hombre”. El ser humano tiene instintos básicos en su naturaleza: dale una herramienta para bosquejar y en algún momento pintará un pene, dale una para cortar y se la clavará a alguien. Con el tiempo y para dotar de color al acto, arraigaron divertidas costumbres que embellecían las lesiones a terceros: caretas que infunden respeto, selección de víctimas adolescentes unicelulares, entretenimiento en forma de  acertijos y similares complementos que agradecerían los fanáticos del terror en el celuloide. Pero la selección darwiniana a base de puñaladas que ejercían los psychokillers no fue demasiado bien entendida y a estos villanos se les vapuleó, golpeó, prendió fuego, arrastró, mató y remató una y mil veces. Y ellos se emperraban en volver. El subgénero del slasher, más allá de cualquier body count de secundarios, nunca tuvo piedad alguna con la mayor de sus víctimas: el psicópata, apaleado eterno, serial Sísifo. Psychopiñata.

Wes Craven, otrora influyente director y últimamente facturador de importantes deposiciones en el género del terror (La Maldición, My Soul to Take), retorna a la dignidad en pantalla con Scream 4, probablemente aquejado por la falta de dinero para la gasolina del cochecito de golf con el que recorre los pasillos de su mansión tras haber creado con las anteriores entregas la saga de horror más rentable de la historia del cine. Scream se estrenó en el 96 y su gran acierto fue no huir de los clichés del género, sino rebozarse en ellos convirtiéndolos en trama: en la cinta el casting era diezmado si recorría los tópicos del género y el asesino, disfrazado de cuadro de Munch, mostraba tres velocidades significativas: correr cuchillo en mano, tropezar y recibir palos. La segunda parte seguía siendo una película más que digna que en esa ocasión se inclinaba sobre los estereotipos de las secuelas, mientras que lo más destacable de Scream 3 era lo bizarro de los cameos (Roger Corman, Jay y Bob El Silencioso o Carrie Fisher) y la absoluta falta de ingenio de todo lo demás. La cuarta, diez años después, recupera el espíritu primigenio. Pero lo realmente curioso es que durante todas las entregas ningún personaje tratara de identificar al asesino investigando los hematomas de los sospechosos.

Antecedentes Penales

Históricamente Craven no inventó el slasher, simplemente recuperó una ya reescrita concepción del mismo: sus antecedentes lejanos se encuentran el giallo italiano de los 60 y 70, un subgénero pulp que abogaba por el espíritu de Cluedo a la hora de identificar al asesino tras la careta, plagado de muertes sanguinolentas estilizadas, excesivas y hasta poéticas, entre planos gratuitos de desnudos varios. Mario Bava (Seis Mujeres para el Asesino, Bahía de Sangre), Dario Argento (Rojo Oscuro, El pájaro de las Plumas de Cristal), Sergio Martino (Torso), Umberto Lenzi (Siete orquídeas Manchadas de Rojo) y muchos otros cultivaron estas raíces con barroquismo conceptual y una brutalidad elegantemente europea que se perdería en sus hijos bastardos fílmicos.

John Carpenter, poniendo mucho el ojo sobre los italianos, pegó el taquillazo con Halloween en 1978 lanzando a la fama de las scream queens a Jaime Lee Curtis e inventando al legendario Michael Myers, asesino aficionado durante la infancia a trinchar a su hermana, que lucía careta aséptica y carecía de prisas al andar, creando así leyenda y siete secuelas con detalles tan insólitos como obviar por completo al propio Myers (Halloween III), recuperar a Jaime Lee Curtis (Halloween H20) o situar la matanza en una especie de Gran Hermano chusco para Internet con Busta Rhymes y Tyra Banks (Halloween Resurrection). Y, en general, una profunda sensación de cabezonería por parte de un villano tiroteado, decapitado, arrojado, electrocutado y apuñalado.

La audiencia comenzaba a disfrutar del sadismo contra el antagonista y se mostraba curada de espantos: cuatro años antes Tobe Hopper había impactado al espectador con La Matanza de Texas; filme de culto que, mediante una familia muy disfuncional, un escenario campestre y un zumbado homicida con máscara ecológica (piel humana), defendía la motosierra como utensilio de trabajo para la fabricación del picadillo de teenager. Su legado se extendió a lo largo tres secuelas (siendo la última de éstas un pseudo remake chusco protagonizado por una Renée Zellweger pre-Briget Jones).

Tomate Ochentero y sus secuelas

a hora do pesadelo
Freddy Krueger, manicura francesa.

A raíz de estos éxitos comerciales se gestaría Jason Voorhees, superstar de Viernes 13 (1980),  adorable infante de dos metros que feneció (o no) ahogado en Crystal Lake. Icono de los 80 que no empezaría a matar hasta la segunda parte (en la primera el verdadero psycho era una bastarda y campy inversión de los roles de Psicosis), no llevaría la conocidísima máscara de hockey hasta la tercera, adquiriría poderes sobrenaturales en la sexta (justificando su presunta inmortalidad para ejercer de punching ball), sería enviado al espacio en la décima (un recurso de las sagas chicle, cuando la tierra está demasiado explotada la trama se transforma en un from outer space, véase Critters 4) y participaría en un crossover (anteriormente insinuado al final de Viernes 13 IX) con Freddy Krueger en su undécima aparición.

Y es que Freddy Krueger era la otra mitad del horror ochentero. Creado por Wes Craven para Pesadilla en Elm Street, Krueger era un ser sobrenatural poco preocupado por las modas (estilismo fijo: jersey a rayas, sombrero y guante con cuchillas), carisma a raudales y rostro a la parrilla que asesinaba a sus víctimas dentro del mundo de los sueños, permitiéndose con dicha excusa transmutar la franquicia en un festival humorístico gore muy jocoso con todo desmadre imaginable posible: desde escenarios con forma de laberintos de M.C. Escher hasta jóvenes deglutidos por su propia cama (un imberbe Johnny Depp), pasando por chicas obligadas a merendar sus propias entrañas, personajes cuyas venas son utilizadas como cuerdas de títere o la infame escena de Pesadilla en Elm Street 6 en la que Freddy araña una pizarra con las cuchillas hasta hacer explotar la cabeza de su objetivo. Mención especial merece la primera secuela, cinta que escondía (aunque no demasiado) insinuaciones gays con tanta sutileza como para convertir la frase “Pesadilla en Elm Street 2 es muy homosexual” en un mantra de la época. Freddy, además, tuvo el dudoso honor de no ser sólo vapuleado, incendiado y dinamitado al final de cada película por chavalería diversa, sino también por Jason Voorhees (otra psychopiñata) al clavarle éste su propio guante, con el resto del brazo incluido, en el acto final de Freddy Vs Jason.

Siguiendo la senda de lo sobrenatural y también durante la década de las hombreras, se estrenaba Muñeco Diábolico y Chucky hacía acto de presencia. Encantador juguete infantil poseído por el alma de un serial killer con afición por lo afilado y poco respeto por la vida ajena. El alma de plástico de Chucky lo convertiría en el personaje troceado y tiroteado con más sadismo del género. La serie, inicialmente centrada en el terror, tuvo un punto de inflexión en su cuarta reencarnación a finales de los 90: La Novia de Chucky, cómico y oscuro homenaje al género (empezando por el cartel parodia de Scream y acabando porque rinde un tributo a Hellraiser de la manera más enrevesada jamás vista: claveteando la cabeza de John Ritter) y genialmente autorefencial. Fue seguida de una nefasta continuación (La Semilla de Chucky) en donde lo más absurdo no era que el hijo de Chucky se pareciese a Ziggy Stardust y Bimba Bosé (que, de todos modos, vienen a ser lo mismo), sino la pésima calidad de  todo el metraje, que incluía sutilezas como un Chucky al volante sacando de la carretera el coche de Britney Spears y un reparto con elecciones extrañísimas como el rapero Redman y una de las rubias del S Club 7.

La fiebre por el slasher propició decenas de subproductos cochambrosos con delirantes asesinatos: una colchoneta sustituida por una cama de pinchos durante una prueba de salto con pértiga en El día de Graduación o un tipo al que fríen la cabeza en un microondas abierto en El Retorno de Martin. Lo peor venía en forma de absurdos antagonistas sin el necesario carisma redentor: un leprechaun en cinta homónima protagonizada por Jennifer Aniston o el muñeco de nieve al que combatir con secadores en la versión de Jack Frost del 97. Unos cuantos sobrevivieron al polvo del videoclub dudosamente, como en el caso de Siete Mujeres Atrapadas, Los Ojos de un Extraño o San Valentín Sangriento.

Cuchilladas Recientes, el Teen Horror

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Jigsaw, con el albornoz de Sugar Ray Robinson

A mediados de los noventa y por culpa del efecto Scream, se recupera un slasher más comedido y destinado a la gran pantalla. El film de almodovariano título Sé lo que hicisteis el último verano, aparte de una secuela de título rastrero (Aún sé lo que hicisteis el último verano) y cierto estilimo prestado del giallo, alumbraba un asesino (fusión de Capitan Pescanova y Hook) con razones de peso para matar a la cuadrilla de jóvenes al ser atropellado y arrojado al mar por la chavalería antes siquiera de descuartizar a nadie. Leyenda Urbana, producción con malvado vistiendo careta de esgrima,  presumía por su parte de cierta gracia al mimetizar con las muertes las diversas leyendas urbanas del folclore moderno (incluyendo una sutil y camuflada mención al affaire entre Richard Gere y un hamster). El chiste se acabó pronto porque la cinta era un pestiño importante, pero la cuerda duró para dos secuelas más.

Una de las propuestas más ingeniosas vino de la mano de Destino Final (película que jamás se proyectará durante un viaje en avión), donde se obviaban tanto la presencia física del homicida como las probabilidades de apaleamiento del mismo y la oportunidad de supervivencia del grupo. Aquí el verdadero enemigo era la propia muerte que se cepillaba a los protagonistas con divertidas máquinas imposibles dignas de Rube Goldberg, hiperbólicas hasta lo disparatado, con más sangre que de costumbre y un sentido del humor negro rendido al blockbuster. Sus diversas secuelas, carentes del ingenio de la primera, no aguantaron el tipo ni con el salto a la tercera dimensión (Destino Final 4). La marea llegó hasta terreno patrio dando lugar al desfile por pantalla grande de producciones que copiaban con poca gracia el formato: la abominable Tuno Negro con Silke, Sergio Pazos, Alexis Valdés, Javier Veiga y Maribel Verdú haciéndose pasar por universitarios; School Killer, que recuperaba a Paul Naschy para la serie B; o El arte de morir, que dio alguna alegría en taquilla pero dejaba con la duda de si también se asesinó por el camino al logopeda de María Esteve.

El guión de Scream 4 recalca la reciente sequedad cerebral de los mandamases de la industria hollywoodiense, arenal neuronal de ideas que propició una lluvia de remakes en los últimos años: Pesadilla en Elm Street, Un San Valentín Sangriento 3D, La Matanza de Texas, Viernes 13, Halloween (de la mano del zumbado de Rob Zombie, quién rodó tanto la revisión como una continuación de la misma) o Hermandad de Sangre son ejemplos de versiones modernas mucho menos desenfadadas, carentes de alma campy y con psicópatas a años luz de los primigenios. Otra longeva saga actual como Saw presenta a un malvado (Jigsaw) que asesina jugando al Profesor Layton con sus víctimas. Pero la propuesta provoca sonoros bostezos, resultado de sólo tener una entrega entretenida (la primera) y de las infantiles triquiñuelas para estirar una serie cuyo antagonista oficial lleva muerto desde la tercera parte (de siete).

Así pues, quizá haya que buscar alternativas curiosas como Behind the mask, un falso documental sobre un serial killer que prepara la escena del crimen para conseguir el efecto visto en el cine durante cualquier película; Alta Tensión o el aterrador descubrimiento del francés Alexandre Aja; bizarros experimentos como el slasher gay Hellbent; el retorno del  protagonismo del hacha en Hatchet; o la genial propuesta de Tucker and Dale vs Evil, cinta que se antoja un cruce entre Dos tontos muy tontos y Viernes 13 al presentar a dos afables pueblerinos tomados erróneamente por un grupo de estudiantes como psicópatas asesinos y degenerando el enredo en desgraciadas y sanguinolentas muertes producidas por una serie de catastróficas coincidencias que refuerzan la falsa idea de la pareja protagonista.

Mientras tanto y entretenido con el aperitivo de Scream 4, el fan del slasher sigue esperando al próximo psicópata hostiable como Dios manda.

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