Cine y TV

La televisión es buena: desde Gran Hermano a The Wire

Tontos llama Vicente Verdú a quienes llaman «caja tonta» a la televisión. Un medio de comunicación del que afirma que no sólo une al mundo al acercarlo a cada casa, sino que también reúne a cada familia en torno a él. Reivindicar la televisión en estos tiempos en los que triunfa Telecinco puede resultar un tanto temerario, pero no es el único en hacerlo. El divulgador científico Steven Johnson va aún más lejos y en su libro Everything bad is good for you dice que la cultura pop en general, y la TV en concreto, lejos de idiotizarnos, nos hacen más inteligentes. Y no se trata del manido “cada vez que alguien enciende la tele me voy a otra habitación a leer” del mayor acaparador de citas célebres junto a Churchill y Woody Allen. No señores, lo dice en serio y se basa para ello en dos hechos: Uno, que en el mundo desarrollado el CI promedio está aumentando 3 puntos por década. Es lo que se conoce en el ámbito de la psicología como Efecto Flynn. Y dos, que los productos audiovisuales (TV, cine, videojuegos) se han ido volviendo más y más complejos durante las últimas décadas, exigiendo cada vez una mayor atención y esfuerzo intelectual por parte del espectador. Dice este hombre que el segundo habría influido en el primero, pero puede haber tantas razones alternativas (mejoras en educación, alimentación…) para explicar ese creciente rendimiento en los tests de inteligencia que mejor no nos metemos en semejante jardín. Así que mejor centrémonos en el segundo punto, puesto que es una observación que difícilmente puede ponerse en duda.

El cine clásico es entrañable, sí, tiene grandísimos momentos, actores y actrices inolvidables…. pero en muchos casos, admitámoslo, son historias de una ingenuidad y un maniqueísmo que en un estreno actual serían inconcebibles. Incluso las películas contemporáneas destinadas a niños como Shrek o Megamind tienen muchos más claroscuros, con historias donde el malo es el bueno y el bueno es malo, rebosantes de guiños irónicos y metanarrativos. Y qué decir de los thrillers contemporáneos, donde necesariamente tiene que haber un final con tres giros y dos requiebros en el que se descubre que el asesino en serie es el policía investigando sus propios crímenes sin saberlo y que en realidad es sólo el amigo imaginario de la primera víctima, que fue en verdad quién mató a la segunda, mujer del policía fantaseado, pero debido a su personalidad esquizoide y satánica nunca llegó a darse cuenta de que estaba muerta y por ello delata a su agresor enviando una pieza de ajedrez que es la clave de todo a la dirección de dicha señora. O algo así.

También la telebasura es mejor

Incluso la televisión basura ha mejorado y se ha vuelto más sofisticada, siendo su paradigma Gran Hermano. Si bien a juicio de quien esto escribe desde la expulsión de «Carloh el Yoyas» dicho programa perdió todo interés, es muy respetable el criterio de quien siga viéndole la gracia. Como sabemos, se trata de un programa que muestra a diez concursantes compitiendo durante tres meses y, de acuerdo a las reglas de la combinatoria, entre diez concursantes existen 45 relaciones distintas entre un concursante y otro. Así que A inicia una relación simbiótica con B que, a su vez, quiere al C, el cual amenaza con darle dos yoyas que le tiemblen las orejas al A… como vemos, un planteamiento sencillo acaba dando lugar a un entramado de relaciones sociales complejo y multidireccional. Al menos durante las cinco o seis horas al día que los concursantes logran estar despiertos.

Variantes de estos realities, donde el objetivo es sobrevivir en una isla, hacerse superamiga de Paris Hilton o ligar con un millonario que finalmente resulta ser un albañil suponen un reto intelectual similar. Como bien dice Verdú a las personas lo que más nos gusta son otras personas. Somos animales sociales y esta clase de programas -en contra de lo que inicialmente pueda parecer- son un estímulo para nuestras mentes, evolucionadas en un entorno de continua interacción personal.

Series, foros, dvds…

Pero si hay un fenómeno que ha dado que hablar en los últimos años es sin duda el de las series de televisión. Decir que vivimos una edad de oro en este género es una afirmación que a estas alturas sólo puede ser recibida con bostezos de puro obvia.  Como tantos otros, durante los últimos años he dedicado una parte apreciable de mi tiempo a ver series y a maravillarme con su sutileza, su talento, su humor en ocasiones negrísimo…debo aclarar que fueron descargadas en mi ordenador debido siempre a un error informático. Nada más lejos de nuestra intención una vez aprobada la Ley Sinde que promover conductas lesivas para con esto o lo otro, así que apelamos a la conciencia del lector. De forma que si decide descargar contenidos, lo haga a conciencia.

Producciones ya legendarias como Canción triste de Hill Street o Doctor en Alaska parecen ser el más claro precedente de esta explosión de creatividad: series corales con más de una docena de personajes y varias tramas por episodio cuyo arco argumental podía extenderse a lo largo de toda una temporada. Los seguidores de la segunda en España disfrutamos del reto intelectual añadido de ver cómo sus capítulos eran emitidos de forma aleatoria, sin respeto alguno por el arco argumental ni la temporada. El hecho de que hubiera personajes que aparecieran repentinamente, luego no dieran señales de vida y, por último, en otro capítulo, fueran presentados a la audiencia, podía inducir erróneamente a algunos a pensar que en la sala de control de TVE2 habían puesto al mando a un chimpancé drogado. Nada más lejos. La historia del arte nos enseña que la experimentación a menudo tarda en ser comprendida y apreciada.

Fue precisamente el productor de dicha serie, David Chase, quien años después regaló al mundo otro clásico contemporáneo: Los Soprano, que incide también en las características anteriormente señaladas. Como también lo hacen Lost, 24, The wire… y qué decir de sus personajes: desde Ben Linus, pasando por Bobby Baccalieri hasta llegar a Omar: son retorcidos, ambiguos, con muchos matices, difícilmente pueden encasillarse sin reflexión alguna. Y bien, ¿por qué esta edad de oro en estos productos televisivos? The wire, por ejemplo, es una obra maestra que ha sido definida como una moderna tragedia griega en la cual los hombres son aplastados por dioses sin nombre en la forma de Estado, burocracia, Iglesia, escuela o bandas criminales. Es considerada por muchos nada menos que como la mejor serie de la historia y ha logrado el aprecio de mentes tan preclaras como el escritor Félix de Azúa o la directora de esta publicación. Pues bien, David Simon, su creador, no duda en atribuir el mérito a la existencia de la televisión por cable. Una televisión que ya no necesitaba agradar un poco a muchos, sino que podía permitirse el lujo de agradar mucho a unos pocos, al sustituir los ingresos de publicidad por las cuotas mensuales, momento en el que los guionistas pueden permitirse el lujo de decir, en palabras textuales de Simon “Mire, no me importa si confundo a algunos espectadores. Si no pueden seguirlo, que se jodan”.

No hay duda de que es un factor, pero no puede ser el único puesto que la televisión generalista y el cine mientras tanto también se han hecho más sofisticados, como decíamos. Así que hay que señalar otros elementos que también hayan influido en mayor o menor medida. Como la aparición del DVD, cuyas colecciones pueden ser muy lucrativas si previamente se ha logrado convertirla en un producto de culto, así como diverso merchandising (los productos de la línea blanca de Dharma cual Hacendado sci-fi, camisetas con el logo Bada-Bing, incluso para algunos los calzones largos de Al Swearengen…). Una trama compleja con varios arcos y personajes llenos de aristas hace que merezca la pena ver cada temporada más de una vez e incluso revisar un mismo capítulo si uno se queda con la sensación de haberse perdido información fundamental. Y por tanto un buen motivo para darse el capricho de adquirir la colección completa de dvds.

Por último, pero no menos importante, está la aparición de Internet. Un medio que en el que las series de calidad pueden gozar de una larguísima estela, rebosante de foros de debate donde impera la publicidad gratuita en las recomendaciones de unos internautas a otros, donde pueden hacerse eco de rumores sobre posibles desenlaces, así como realizar una minuciosa exégesis de cada episodio con airadas tomas de partido. Pues igual que en el fútbol las jugadas más polémicas son las menos claras, una narración lineal y maniquea dejaría a sus seguidores sin excusas para entrar a los foros a debatir los giros argumentales y de paso aludir a la condición sexual, genealogía y mesura intelectual de la contraparte. Usando otras palabras, claro.

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2 Comentarios

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