A Clockwork Baroque
Mucha gente le tiene un miedo cerval a la música clásica: piensan que es casi siempre aburrida o incomprensible o, sencillamente, no saben por dónde empezar a escucharla. Oyen palabras como «barroco» o «sinfónico» y huyen despavoridos pensando que van a ser abducidos por una Soprano del Infierno y que pasarán el resto de sus días prisioneros dentro de una aterradora ópera de cinco horas. Sin embargo, para cualquier aficionado a la música contemporánea (y hablo de estilos en principio tan alejados de la música clásica como el rock o el pop), no debería resultar difícil llegar a apreciar a los compositores clásicos porque los paralelismos y semejanzas son a menudo mucho más marcados de lo que podría parecer a primera vista.
Y no, esto no es un sesudo tratado sobre música docta repleto de expresiones en latín. Todo lo contrario: imaginemos que en vez de un autor del barroco estamos hablando de algún músico psicodélico de los años 60. Un tal Henry Purcell que grababa sus discos en alguna oscura discográfica de California. La idea no es tan absurda como parece. Hagamos una prueba:
Quien haya visto La naranja mecánica de Stanley Kubrick, probablemente recuerde la impactante secuencia inicial en la que vemos el rostro del protagonista fijando sus ojos en la cámara, acompañado por una música inquietante y tétrica, que suena «tan Kubrick» que parece encargada a propósito para la película. Pero esas tenebrosas melodías eran en realidad la versión en sintetizador de la marcha fúnebre que el compositor barroco Henry Purcell escribió para el funeral de una reina en el remoto siglo XVII (Música para el funeral de la reina María). De hecho, y como ocurre con la música de Richard Strauss y 2001: un odisea del espacio, muchos espectadores al escucharla y aun sin haber oído el apellido Purcell en su vida, asocian de forma automática esa melodía a La naranja mecánica y la mirada psicopática de Malcolm McDowell.
Considerado por muchos como el mejor compositor británico de la historia, el gran atractivo de la música de Purcell para el oyente profano es el trasfondo de oscuridad de muchas de sus piezas y su aura sobrenatural, que a veces parece propia de un sueño o de un viaje de ácido. Obviamente es música barroca y no suena exactamente a rock o a psicodelia, pero tal y como sucede con Bach, no es rock pero en determinados momentos perfectamente podría serlo.
Siempre me han gustado los grupos de rock que adornan sus canciones con elaborados juegos de voces, especialmente si esos juegos de voces tienen matices oscuros o disonantes: Alice in Chains (No excuses), King’s X (It’s love), los Deep Purple de la etapa Coverdale/Hughes (You fool no one) y, cómo no, los Beatles de la etapa más tardía y experimental. Y aunque parezca mentira, la música coral de Henry Purcell tiene bastante en común con las polifonías vocales de esos grupos y también con las más etéreas y suaves de Simon & Garfunkel (su impresionante versión de Scarborough fair), de Crosby o Stills & Nash (su no menos impresionante versión de Blackbird). Tal vez la obra de Purcell se trate de música barroca y en muchos casos religiosa, pero esos adjetivos ¡no deberían asustarnos! Piezas como Hear my prayer, O Lord o Remember not, Lord, our offences son pura psicodelia atmosférica y no desentonarían en un disco de Pink Floyd o de King Crimson. No, no estoy exagerando. Quien sea aficionado a fumar el producto de sus propias macetas (y quien no, también, no es que esté haciendo apología) experimentará una revelación si se tumba en un sofá, baja la intensidad de la luz y tras escuchar algún tema de Pink Floyd hace sonar Hear my prayer, O Lord en su equipo de música.
De hecho, la influencia de Purcell en el mundo del rock efectivamente existe, incluso más allá de la conocida afición de muchos grupos de heavy metal por la música barroca (aunque los grupos heavies suelen preferir la alemana contundencia de Bach). Purcell es, por ejemplo, una de las muy diversas influencias que los Beatles destilaron en su música. También The Who reconocieron abiertamente su amor por el compositor y las notas iniciales de Pinball wizard (y otros fragmentos de su disco Tommy) son un homenaje directo. Incluso algunos fragmentos de canciones de Led Zeppelin revelan matices propios de Purcell, y no pensemos que el mismísimo Jimi Hendrix era ajeno a ello, como resulta fácil comprobar en varios pasajes de su Electric Ladyland, disco en el que por cierto también se adivinan influencias de Bach o Mozart. Otros artistas de rock han llegado incluso no sólo a absorber esa influencia, sino a interpretar directamente alguna de sus piezas, como hizo Jeff Buckley, quien sobre el escenario adaptaba a su estilo El lamento de Dido (lo del lamento es muy apropiado para la melancólica voz de Buckley, desde luego), un aria de Dido y Eneas, una de las obras más famosas de Purcell.
Si eres de los que se aburren con el monótono canto gregoriano o las ininteligibles óperas de tres horas, no tienes por qué preocuparte: Henry Purcell no te martirizará con ninguna de esas dos cosas. Escucha por ejemplo los violines y los envolventes coros de Welcome to all the pleasures: no cuesta demasiado trabajo imaginar las guitarras de Dave Gilmour o Robert Fripp sonando en mitad de todas esas oníricas armonías.
Así que, si te gusta cualquiera de los grupos de rock que he mencionado (o el pop siniestro, o cualquier estilo con la etiqueta «gótico», o el electro-ambient-trance más etéreo, o incluso el heavy metal con fragmentos atmosféricos y envolventes), sólo necesitas un pequeño ejercicio de voluntad para llegar a apreciar —y a que te entusiasme después— la música de Purcell. Todo lo que necesitas es una habitación en penumbra, una buena almohada, un vaso con hielo, tu licor favorito y algunas varillas de incienso. Ignora el hecho de que estás escuchando música escrita en el siglo XVII y visualiza un vinilo con dibujos psicodélicos en la portada. Convéncete de que Henry Purcell era un antiguo miembro de Pink Floyd que se lanzó en solitario a publicar discos sobre visiones cósmicas y viajes astrales, o que es algún gurú del electro-ambient londinense que decidió eliminar las baterías sintéticas de su música dejando sólo las armonías de acompañamiento.
Por mucho que hasta hoy te hayan frenado tus prejuicios, por mucho que hayas pensado que hay una barrera insalvable entre tus gustos y esa amenazante «música barroca» cuya sola mención te pone el vello de punta, haz el experimento y llegarás a olvidar que estás escuchando música clásica. La música es sólo música. Y funcionará, te lo garantizo. Palabra de un devoto adorador de Jimi Hendrix… y de Henry Purcell.
Jooooder.
Pues qué quieres que te diga, no hace falta tanta parafernalia psicorock para amar hasta el fin de los días a Bach o la música barroca. Basta con ponerse un disco de Glenn Gould (el más romántico de los más grandes interpretes de Bach) cerrar los ojos y dejarse llevar, su grabación de las variaciones Golberg del año 81 es una montaña rusa de emociones y sensaciones por si misma, para disfrutarla basta tener la mente un poco abierta y no estar sordo.
Me encantó!!!!!