El episodio que abre la serie más fielmente HBO que no se emite en HBO comienza con la fiesta de cumpleaños de Walter White, un aburrido profesor de química de Albuquerque (Nuevo México) de carácter lacónico y reflexivo y apariencia sospechosamente similar a la de Ned Flanders. Inmediatamente vemos como, pese a ser una celebración en su honor, es cuñado de Hank Schrader*, quien se convierte en el centro de atención. Un agente de la DEA (la agencia antidroga estadounidense), dicharachero y bravucón, que no pierde ocasión de alardear del arma que posee y de los narcotraficantes que detiene. Todo un hombre de acción —con dos “couhounes”, como dicen frecuentemente en la V.O.— a cuyo lado Walter parece sentirse acomplejado, como un nerd sin carisma ni valentía.
Pero la evolución posterior de ambos personajes nos muestra a Hank —pese a su papel secundario— como el verdadero alter ego del protagonista. Ambos experimentan un cambio similar, pero en sentido contrario. Así, una vez Walter es informado de que morirá de cáncer, comienza en su interior una profunda transformación: al asumir la certeza de que va a morir ya no tendrá miedo a nada. Y eso le hará capaz de todo, incluso de meterse en el negocio de las drogas.
Su cuñado, por el contrario, tras sobrevivir a la muerte en varias ocasiones, perderá la certeza de su invulnerabilidad y eso le llevará a un miedo paralizante, con ataques de pánico cada vez más frecuentes. Aunque tras el primer tiroteo que sufre (en el desenlace de un episodio sencillamente soberbio) se envalentona y disfruta de la admiración de toda su oficina, tanto la peculiar bomba a cuya explosión sobrevive como el intento de asesinato posterior terminarán por erosionar su ánimo y hacerle caer en la “fatiga de combate”.
Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que todos tenemos un límite para el número de calamidades que podemos soportar y que la creencia tan extendida de que cuantas más suframos, más resistentes nos haremos, carece de fundamento. Los golpes de la vida nos hacen madurar y crecer, sí, pero sólo los primeros. Porque, al acumularse, finalmente acaban doblegándonos. O como diría Houellebecq, “lo que no me mata, me debilita”. Es lo que acaba pasándole al bueno de Hank, un personaje dotado inicialmente de una contagiosa alegría de vivir pero que cada vez va volviéndose más frágil y sombrío, y cuyo patetismo (en el mejor sentido de la palabra) es aún más intenso para el espectador que sabe lo que él ignora: la familia que le da apoyo y sentido a su vida forma parte de aquello contra lo que él lucha y que casi lo mata.
*El actor que lo interpreta, Dean Norris, es el mutante marciano con una gran cicatriz en la cara de Desafío Total http://www.youtube.com/watch?v=bL7u_T8vJpI
Lo cierto es que en esta serie todos los secundarios son un lujo. La mujer, el abogado, el Sr. Pollo, el hijo discapacitado y por supuesto Hank.
Esta serie es una de las mejores cosas que se han hecho en televisión. A punto de terminar su cuarta temporada sólo puedo quitarme el sombrero. Chapeau.
Cierto es que Walter White se parece físicamente a Ned Flanders; y Hank Scharader, ligeramente a Homer Simpson.