Disculpe que no me levante.
(Falso epitafio de Groucho Marx)
Acudimos al lugar de la cita con puntualidad esperando que un personaje tan legendariamente desenfadado nos haga esperar. No es así; lo encontramos frente al café en que nos habíamos citado, fumando con deleite un puro, fiel a su propia imagen icónica. Daños colaterales de la ley del tabaco, tenemos que celebrar la entrevista durante un paseo por la ciudad.
No lleva bigote.
Para pasear despreocupadamente prefiero ir de incógnito. Harpo siempre lleva encima su bocina, pero ese muchacho está loco.
Me refiero a que el bigote que lleva en sus películas es falso…
He topado con otro entrevistador audaz. Pero no llore: ¡yo también carezco de talento! Veamos qué cuento esta vez. Hace varias decenas de años, cuando trabajaba en teatros de provincias, utilizaba un bigote falso que me pegaba sobre el labio antes de cada actuación. Como es obvio, cuando acababa mi representación me lo quitaba o, de lo contrario, a los pocos días las sucesivas capas de bigote habrían adquirido el aspecto y consistencia de un mapache adulto. El bigote era relativamente fácil de poner, pero despegarlo siempre me acarreaba un sufrimiento atroz. Una vez, puede ser que lo propiciara inconscientemente, llegué con el tiempo tan justo a la representación que me era imposible colocarme el mostacho falso, por lo que cogí pintura y me lo dibujé. El público no notó la diferencia o pareció no importarle. Y así adquirí la costumbre de pintarme el bigote.
Ha hablado usted sobre la época en la que trabajaba haciendo giras por teatros de todo Estados Unidos. ¿Cómo comenzó en ese mundo?
El colegio siempre me pareció una pérdida de tiempo. No sé cómo, un día me topé con un anuncio en el periódico para un casting en el que buscaban un chico que cantase para un número de variedades. Ofrecían comida, pensión y cuatro dólares a la semana, una cifra inconcebiblemente alta para un muchacho que tenía una asignación de cinco centavos cada siete días. Así que allí me presenté. Tenía quince años y sabía tanto de la vida como un retrasado mental de ocho. Pero me eligieron a mí entre los treinta chavales que nos presentamos.
¿Cómo se tomaron en su casa que emprendiera una gira teatral?
Yo esperaba que, con mi marcha del hogar, sobre mi familia se abatiera una gran desesperación, una escena llena de lágrimas y reproches, pero la verdad es que se formó una fiesta espontánea que sólo se ensombrecía cuando no acertaba a decirles el día exacto de mi partida ya que, al parecer, todos deseaban fuera más pronto que tarde.
¿No temían por usted? Al fin y al cabo, era solamente un adolescente.
Es cierto que en aquellos tiempos los actores no tenían buena fama precisamente. Los padres de muchachas adolescentes las encerraban en casa cuando llegaban las caravanas de espectáculos de variedades. Hasta las pensiones se mostraban reacias a acogernos porque la gente del mundillo arramplaba con todo lo que había en las habitaciones que no estuviera atornillado; en una ocasión, sorprendí a un actor intentando meter en la maleta a un enano que trabajaba en otra representación. Se puede decir que no era el mejor ambiente para un muchacho impresionable e ignorante como lo era yo. Pero viéndolo desde otro punto de vista, por aquel entonces Chico no quería tocar el mundo del espectáculo ni con un palo y se movía en círculos selectos de apuestas ilegales, billares y partidas de cartas clandestinas, muy cerca de nuestro hogar familiar. En ese sentido, mi madre se sentía bastante tranquila con mi marcha.
¿Y su padre?
Mi padre estuvo siempre más centrado en su frenética carrera por ser el peor sastre de la historia que en sus hijos. Mi madre era la que estaba más pendiente de nosotros y fue la visionaria que tuvo la disparatada idea de juntar a los hermanos sobre un escenario.
Estando desde los quince años en el mundo del espectáculo, habrá conocido a gente con talento. ¿A quién destacaría?
He conocido a mucha gente con poco talento, a poca gente con mucho talento, pero solo a un genio: Irving Thalberg. Fue el productor de Ben-Hur (la primera versión), La tragedia de la Bounty, Mata Hari, La parada de los monstruos… y nuestras Una noche en la ópera y Un día en las carreras. Los Hermanos Marx rodamos 14 películas. Algunas eran bastante buenas; otras, deplorables. Las dos que hicimos con Thalberg fueron las mejores.
Irving Thalberg, el mismo que da nombre al premio que se entrega en ocasiones, durante la ceremonia de los Oscars, en reconocimiento a la labor de producción cinematográfica, ¿verdad?
Exacto, ni que lo estuviera leyendo de la Wikipedia. Se trata de un premio que ha recibido gente como Steven Spielberg, Alfred Hitchcock, Walt Disney, Clint Eastwood, Billy Wilder, George Lucas… -este último, antes de la segunda trilogía de Star Wars, claro-, por lo que tiene tiene cierto valor. Por eso, considero sumamente acertado darle el nombre de Irving.
Entre el cine y el teatro es obvio que existen muchas diferencias, ¿qué es lo que más le llamó la atención?
Hay muchos actores que citan la ausencia de público, pero yo he hablado con los espectadores en prácticamente todas mis películas. Si tengo que destacar un solo aspecto del mundo del cine frente al teatro es que, en Hollywood, te puedes labrar una buena carrera siendo agente de un disfraz de gorila.
Ehm, uhm… ¿Habla usted metafóricamente?
En ocasiones. Pero ahora estaba hablando literalmente.
!!!
Eso es, yo mismo no lo habría expresado mejor. Rodando Una tarde en el circo tuvimos que presenciar un enfrentamiento aterrador entre el agente de una piel de gorila y el agente de un actor que se metía en la piel de gorila. La piel no transpiraba correctamente o el actor no respiró correctamente. No me quedó muy claro. El caso es que el actor y la piel se cayeron al suelo desmayados, y cada agente discutió acaloradamente defendiendo a su representado. En aquella época ganábamos mucho dinero, pero había situaciones que no se pagaban ni con todos los dólares que circulan por el mundo.
Ganando mucho dinero y pasándolo tan bien, ¿cómo es que dejó el cine?
Me di cuenta de que debía abandonar Hollywood mientras rodábamos una de las últimas escenas de Una noche en Casablanca: estaba colgado en una postura inverosímil de la portezuela de un avión de cartón, con un ventilador azotándome aire helado en la cara. Poco antes, Harpo se había quejado amargamente al director de que, con los crujidos de mis articulaciones, no le dejaba escuchar los diálogos.
¿Es cierto que tuvo algún tipo de polémica con el título de Una noche en Casablanca?
Los Hermanos Warner se pensaban que, por haber puesto el título de Casablanca a una de sus películas, jamás se podría volver a utilizar esa palabra como reclamo cinematográfico. Su protesta dio origen a una fantástica relación epistolar entre sus representantes, y yo a medida que me pedían extractos del guión les respondía con argumentos cada vez más delirantes. Finalmente, les dije que en nuestra película, yo interpretaría a la amante de Humphrey Bogart, Harpo se casaría con el detective del hotel y Chico se iría a trabajar a una granja de avestruces. Eso les debió convencer de que conmigo no se juega, porque no volvieron a preguntarme nada. Hay gente que no tiene sentido del humor.
Hablando del sentido del humor, en una época de crisis como la que estamos atravesando, con gran parte de la población mundial sufriendo problemas económicos por el paro, la hipoteca, la incertidumbre financiera… ¿el humor debe pasar a un segundo plano o es ahora más que nunca cuando debemos echar mano de él?
Le contaré una historia cómica sobre las crisis: a mediados del año 1929, si no invertías hasta el último centavo de tu dinero en valores de bolsa, eras considerado en el mejor de los casos un excéntrico socialmente rechazado. Las cotizaciones subían como la espuma del champán agitado, no mezclado. Incluso un día arranqué a Harpo de la cama del hotel y, así, en batín y calzoncillos, corrimos a adquirir unas acciones muy prometedoras que me habían recomendado en el ascensor; era tal la euforia que, si tardabas unos minutos en comprar, ya habías perdido cientos de dólares… pero en realidad ese dinero nunca lo tenías en tu bolsillo, sólo veías unas gráficas y tablas con colores alegres que te remarcaban que podías comprarte una pequeña república bananera con las ganancias. Hasta que, de repente, voló el dinero, volaron las ganancias y, literalmente, volaron los inversores desde las cornisas de Wall Street. En medio del pánico llamé a mi agente, que solo me dijo: “la broma se ha acabado”. Nunca volví a verlo. Evidentemente, yo perdí hasta el bigote, por eso me lo pinto. Olvide mi explicación anterior del pegamento.
Ya… pero, ¿cuál es la historia cómica?
Sustituyendo los valores y acciones por viviendas e hipotecas, la situación se ha vuelto a repetir. El ser humano es tan fascinante que lo puedes golpear con una vara de avellano como si no hubiera un mañana y, pasado el tiempo, si te acercas al mismo tipo balanceando una cachiporra de roble, no sospechará nada. Es cierto que tal vez no sea una historia muy cómica, pero tampoco pretenda encasillarme.
Muchas gracias, Sr. Marx.
Oh, vamos. No sea así. ¡Encasílleme si eso es lo que quiere!
¡Bravo!
Gracias Arturo, por recordarnos a este genio. Desde luego hay que tener mucho valor para “embarcarse” en una entrevista así. Si te he de ser sincero, cuando he visto el titulo de la entrada, me ha parecido una idea genial hacer una entrevista ficticia a un personaje como Groucho Marx. Las posibilidades eran infinitas, cualquier cosa podríamos esperar de una persona con tanto talento, agilidad mental y de improvisación.
El problema creo que es ese, me he marcado unas altas expectativas, y solamente en parte la entrevista me ha decepcionado. No quiero decir que esta mal, que no lo esta, pero yo la habría enfocado de otro modo. Mucho mas histriónico, mucho mas alejado de la verdad, mucho mas loco, mucho mas Groucho Marx.
Espero que no te moleste esta crítica, totalmente constructiva.
Pues a mí me ha pasado lo contrario. Siendo una gran admiradora del gran Groucho, me resulta harto difícil intentar enfocar la entrevista a su estilo único, y que salga bien. Al margen de que, por supuesto, no es Groucho Marx, y que nadie puede imitar su genial verborrea, creo que has hecho un buen trabajo.
Enhorabuena por la revista, me gusta.
Deporte de riesgo, entrevistar a Grouxo y querer hacerse el gracioso a su costa (pero de buen rollo) http://www.youtube.com/watch?v=dQOfzNDhOY0
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Victorino Ruiz de Azúa: “Juan Luis Cebrián se ha convertido en el símbolo del capitalismo de rapiña que se ejerce en este país”
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Victorino Ruiz de Azúa: “Juan Luis Cebrián se ha convertido en el símbolo del capitalismo de rapiña que se ejerce en este país”
Pingback: Un apunte sobre las entrevistas ficticias | Periodismo y otras plagas.