«After a time he fell asleep, and some unsteady fairies had to climb over him on their way home from an orgy«.
La proliferación fingidamente descontrolada de abejorros observada esta primavera en Kensington Gardens no es más que un torpe homenaje del MI5 al centenario de la publicación de Peter y Wendy. No van a ser estas apresuradas líneas las que descubran el infinito subtexto que rezuma la obra de J.M. Barrie, pero es evidente que los servicios secretos de Su Majestad, si bien han estado atinados al subrayar el protagonismo de Campanilla, es posible que hayan marrado a la hora de afinar la esencia del personaje. Claro que las pequeñas hadas de Neverland comparten cualidades con los abejorros pero, tratándose de espias, se habría esperado una mayor agudeza, aunque fuera sólo visual, de su parte. Campanilla, tan atractiva como odiosa e incomprensible (y esto incluye tanto su lenguaje como su comportamiento), se ha ganado un puesto en el panteón de monstruos femeninos que combinan el espanto con la seducción sea por medio de la mirada, de la palabra o del canto: La Gorgona Medusa, la Esfinge, las Sirenas. De esta telúrica condición de las hadas nos deja J.M. Barrie una pista en la cita que precede a este texto, si (obviando las turbadoras imágenes que nos ofrece Google al teclear “tinkerbell porn” con el filtro desactivado) entendemos la palabra orgy en su acepción dionisíaca. Esta opción parece la más sensata a la vista de las abundantes referencias clásicas esparcidas por toda la novela, empezando por el apellido de Peter Pan. Bajo esta nueva luz no será difícil ver reflejados en él, en justa simetría, a Perseo, Edipo y Ulises; una frase que también parece dejada caer al azar, irrelevante como la anterior para el desarrollo de la narración, deja pocas dudas al respecto: «Fairies indeed are strange, and Peter, who understood them best, often cuffed them«.
Abejorros. Por favor.
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