La nueva serie de la cadena Starz sobre la leyenda del rey Arturo Pendragon era una de las «esperanzas blancas» del 2011 televisivo. Emitidos ya varios episodios en los Estados Unidos, el resultado es desigual: sorprende positivamente en algunos aspectos, decepciona en otros y simplemente cumple en lo principal. Siempre es difícil trasladar los mitos artúricos a la pantalla de manera convincente y en ocasiones el tamaño del despropósito resulta espectacular: son buenos ejemplos los inapreciables divertimentos juveniles de la reciente serie Merlín o los sinsentidos pseudohistóricos de la risible King Arthur (sí, aquella barbaridad en que el rey Arturo era un legionario romano). Pero incluso para un esfuerzo de adaptación más serio —como lo es Camelot— resulta complicado estar a la altura de versiones que resultaron prácticamente inmejorables (hablo naturalmente de la magistral Excalibur de John Boorman: será difícil que alguien supere aquella adaptación algún día). Pero, comparaciones aparte y con todos sus defectos, de Camelot puede decirse al menos que pertenece al grupo de las versiones respetables. Aquí no hay nadie paseándose vestido de romano.
Es una serie entretenida. Lo cual no es poco. Los guiones son fluidos, con un buen balance entre diálogos y acción; además hay algunas secuencias intensas y sorprendentes en cada capítulo. El único defecto argumental notable es cierta tendencia a reescribir algunos episodios clásicos de las versiones más conocidas de la leyenda, lo cual no suele funcionar con los mitos populares. Es el peligro de intentar resultar «original»: un puñado de guionistas difícilmente encontrará mejores soluciones en unos meses que toda una tradición oral y literaria a lo largo de los siglos. Pero si exceptuamos las fallidas licencias del guión, la serie está bien construida, es relativamente inteligente y nunca aburre, todo lo contrario.
Lo que casi —y digo «casi»— consigue arruinar el resultado final de Camelot es el reparto: una cadena como HBO y su fantástica política de casting podría haber convertido esta serie en algo monumental (véase Juego de Tronos) pero cuesta imaginar en qué estaban pensando los responsables de Starz cuando le dieron el papel del propio rey Arturo a Jamie Campbell Bower, un rubito aniñado salido de la saga Crepúsculo. Terrible. Tampoco Joseph Fiennes es un Merlín muy acertado y la reina Ginebra resulta igualmente insulsa, sólo por nombrar algunos personajes principales. Aunque, todo hay que decirlo y ahora es cuando llegamos al punto fuerte de la serie, Camelot puede presumir de haber tenido uno de los mayores aciertos de casting de los últimos años: Eva Green interpretando a la bruja Morgana. Menudo triunfo. La actriz francesa se merienda sin esfuerzo alguno a todo el resto del reparto; está simplemente un par de escalones por encima de todos los demás. Camelot va a convertirse en el vehículo de lucimiento personal de Eva Green: ya conocíamos bien la sexualidad de su presencia en pantalla, ahora además conocemos también el alcance de su talento y su carisma.
En resumen, Camelot es una buena serie con un reparto irregular: una opción a considerar para los amantes del drama épico o sencillamente para quien busque un entretenimiento eficaz; no se sentirá decepcionado. Siempre y cuando, claro está, a uno no le dé por empezar a añorar el aura sobrenatural de Excalibur… pero no seamos exigentes: sería demasiado pedir que una serie de televisión construya secuencias enteras en torno a la Marcha fúnebre de Sigfrido.