España está actualmente considerada como la primera potencia mundial del tenis masculino (el tenis femenino es otro cantar que quizá merezca un análisis aparte). Y sería la primera potencia incluso sin contar los logros de Rafael Nadal: en la última década ningún otro país ha tenido tantos tenistas en el Top 100 de la ATP. Los cien primeros jugadores de la lista son los que realmente cuentan a la hora de medir el estatus de un país en este deporte. El tenis español —incluso sin que hubiese existido Nadal, insistimos— ha plantado cara en número de jugadores de élite a potencias históricas como Estados Unidos, Australia o Francia y ha dejado atrás a nuevos competidores que han vivido también una edad de oro reciente, como Argentina o Rusia. Además, hemos estado ganando títulos grandes: Nadal es sólo la culminación casual de una retahíla de tenistas españoles sobresalientes. Pero ¿sigue la maquinaria española produciendo campeones con el mismo ímpetu?
Para empezar, pedir la aparición de un nuevo Nadal es tan absurdo como irrealista. Es la clase de tenista del que se rompió el molde y que aparece pocas veces a lo largo de un siglo. Y ya que la senda Nadal es imposible de seguir, todo cuanto podemos pedir es que la Armada Española siga contando entre sus filas con jugadores potentes como los Ferrer, Verdasco, Almagro, etc., que hacen que España siga siendo dominadora del Top 100. Y a partir de ahí, confiar en que alguno de ellos o de sus sustitutos retome los éxitos de los Bruguera, Moyà o Ferrero y que, con suerte, traigan a casa algún trofeo más del Grand Slam. Pero, ¿están esos recambios en camino?
Todos tenemos la sospecha de que las perspectivas, por el momento, no están a la altura y también podemos pensar que hay una pequeña crisis de producción de nuevos valores. No es que no haya jugadores prometedores, es que no aún no se vislumbra una nueva Armada que vaya hacer olvidar a la anterior. Aunque siempre es arriesgado juzgar el futuro de jugadores jóvenes —unos se estancan, otros dan más de sí de lo previsto y otros sencillamente explotan tarde, como le pasó a Ferrer— los nombres que canalizan nuestras esperanzas son relativamente escasos, al menos teniendo en cuenta que nuestro país es la potencia dominante en este deporte. Podríamos vernos sumidos en una situación similar a la de Estados Unidos: tienen muchos jugadores buenos, pero desde Roddick no ha surgido un jugador excepcional capaz de llevarse los grandes torneos a Norteamérica.
¿Puede la mejor red de academias del mundo garantizar que habrá otro supercampeón?
No. España tiene, efectivamente, una de las mejores redes académicas del tenis mundial si no la mejor: incluso muchas promesas del extranjero vienen a España para formarse. Pero no hay forma de garantizar que aparecerá otro Nadal. De hecho, el mallorquín no es un auténtico producto de la red de academias española, sino que fue entrenado por su tío (lo de ser entrenado en familia ha sucedido con otros campeones en el pasado) y como fenómeno tenístico podría haber surgido aquí como en cualquier otra parte del mundo. España, como nación deportiva, puede sentirse orgullosa de Rafael Nadal, pero en la práctica sólo su familia puede apuntarse el tanto.
Entonces, ¿qué sí puede garantizar la potente escuela española de tenis de cara al futuro? Lo que sin duda seguirá aportando es un nutrido caldo de cultivo de jugadores técnicamente bien formados… pero superar el escalón que conduce a lo más alto depende de características personales de los tenistas, que las academias no pueden realmente proveer. Muchos jugadores que han barrido en el tenis junior y que parecían destinados a la gloria no han conseguido trasladar esa eficacia al mundo profesional. Para triunfar en la ATP —y en otros muchos deportes individuales— se necesitan cualidades como la disciplina, la capacidad para soportar la presión y dominar los nervios (en el tenis no hay un equipo que te cubra las espaldas durante las malas rachas) o la concentración. El factor psicológico es importantísimo, especialmente durante los primeros años de profesionalismo; tanto para encarar los partidos como —imprescindible también— para afrontar el tipo de vida que la competición conlleva.
Así pues, de cada hornada de jóvenes tenistas que produzcan nuestras academias, un buen porcentaje no reunirá esas cualidades personales. Quienes sí las reúnan podrán llegar al difícil Top 100. Pero, ¿cuántos de éstos Top 100 alcanzarán la cumbre, esto es, llegar a establecerse entre los diez primeros del ranking o incluso ganar uno de los cuatro grandes torneos? Es imposible decirlo. Sólo podemos confiar en que, cuantos más jugadores preparados produzca España, más probable es que aparezca un campeón. Pero «probable» no significa «seguro»… volvamos a recordar el ejemplo de Estados Unidos, o incluso el de Francia.
Las nuevas promesas: tres nombres de cara al futuro.
El más joven y quien más dio que hablar durante algunos años es el alicantino Carlos Boluda: se llegó a hablar de él como del «nuevo Nadal» y el propio campeón mallorquín elogió su estilo de juego (hace unos años Nadal llegó a decir «juega mejor que yo a su edad»). Sus logros como tenista infantil fueron sobresalientes, incluyendo el ser el único tenista junior que repitió victoria en el torneo francés Les Petits AS, el mayor escaparate europeo para talentos de 12-14 años, y que en su día ganaron nombres como Nadal o Ferrero. La progresión de Boluda parecía imparable. Sin embargo esa progresión se estancó un tanto —al menos en relación con las expectativas creadas— y, aun siendo pronto para decidir cuál es su potencial definitivo, existe algún que otro problema: por ejemplo su baja estatura. El talento natural de Boluda está ahí, pero el paso de ser un prometedor jugador joven a convertirse en un jugador consagrado en la élite requiere bastante más que talento. De momento ya hemos comprobado que pedirle a él o a cualquiera que repitiera la temprana consagración de Nadal era demasiado.
El madrileño Javier Martí, un año mayor que Boluda, es quien más rápidamente está progresando y es quien ahora mismo está captando la atención como gran promesa española (paradójicamente, en las categorías inferiores, Carlos Boluda era su bestia negra). También ha sufrido, en cierta medida, las consecuencias de ser innecesariamente comparado con el portento mallorquín (no olvidemos que a la misma edad que ahora tiene Martí, Rafa Nadal era ya campeón de Roland Garros) pero de momento ha conseguido sortear el bajón y pulir uno de sus puntos débiles: su mal carácter sobre la cancha. Es uno de los mejores jugadores de su edad a nivel mundial en una hornada que presenta a renombrados niños prodigio como el australiano Bernard Tomic o el estadounidense Ryan Harrison.
El asturiano Pablo Carreño sigue a distancia y con más discreción la progresión de Martí. Ha estado situado también entre los mejores junior del mundo. Dejó su Asturias natal —que no es una de las zonas tenísticas más destacadas— para pasar por el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, en Barcelona. De físico espigado, su juego no responde al de tenista español «al uso» y de hecho su ídolo es el valenciano Juan Carlos Ferrero, del que sigue cierta senda estilística con un elegante tenis de fondo de pista pero sin complejos a la hora de subir a la red.
Estos tres nombres no son los únicos, pero sí los más destacados por el momento; son el marchamo de la nueva hornada y están en el punto crítico (18-20 años de edad) de su establecimiento como profesionales. ¿Hasta dónde llegarán? Como hemos señalado ya, es muy difícil de adivinar. Lo que sí sabemos es que las comparaciones con Nadal, aunque en cierto modo comprensibles, son erróneas e injustas. Nadal, con 18 años, vencía por primera vez a Roger Federer en la pista dura de Miami. Era un caso aparte ya por entonces. A ningún jugador español joven le ayudará que se pretenda proyectar la sombra del fenómeno de Manacor sobre él.
¿Podemos ser optimistas?
Relativamente. Y siempre partiendo de una base: el estado actual del tenis español en el Top 100 es envidiable (nada menos que catorce jugadores en esa lista de élite en el momento de escribir estas líneas) y dada nuestra infraestructura cabe pedir que lo siga siendo, pero por ahora no hay garantías. La media de edad de los jugadores españoles en ese Top 100 es alta. Ningún joven valor se ha destacado aún del pelotón mundial, aunque desde luego hay que tener paciencia. No todos pueden explotar a los 18-19 años, de hecho eso es cada vez más raro en el mundo del tenis. En nuestra opinión, ser optimista equivale a pensar que dentro de diez años seguiremos teniendo entre diez y quince jugadores en la élite de la ATP. Sin hablar de grandes títulos, eso ya es otra cosa.
Tenemos que estar preparados por si sucediera una sequía de títulos como las que ahora sufren otras grandes potencias, y no desesperarnos ni juzgar por ello el verdadero estado de salud del tenis español. Rafael Nadal nos ha acostumbrado mal. Podríamos tardar décadas en volver a disfrutar de un tenista así, si es que lo vemos en nuestras vidas. Nosotros, naturalmente, querremos tener otro campeón de Roland Garros o del US Open, pero otros países querrán tenerlo también y siempre hay que contar con que la casualidad hará que nazcan grandes campeones en otras partes del globo. De hecho, no sólo Nadal nos ha malacostumbrado, sino también los otros tenistas españoles que obtuvieron grandes victorias en las últimas décadas… y no es fácil, nada fácil, llegar a ganar uno de los grandes títulos. Algunos grandes jugadores de la historia, que parecían tener el talento y la personalidad necesarios, no lo consiguieron nunca: la competencia es demasiado grande.
Ahora bien: si los años pasan y, debido a la edad, los actuales Top 100 españoles empiezan a descolgarse sin que surjan suficientes relevos… entonces podremos hablar de un declive. No es cuestión de grandes títulos; es cuestión de cuántos jugadores tenemos en posición de ser capaces, al menos, de aspirar a competir por ellos. Diría aún más: de nada sirve tener a un Rafael Nadal excepto para inspirar a futuros nuevos tenistas y facilitar la colaboración de las autoridades. Nadal no nos ha mostrado ninguna fórmula mágica para producir campeones; su existencia es, en cierto modo, un capricho del destino. Como lo es la existencia de todos los grandes monstruos de la raqueta (¿o pensamos que con todo el dinero y todos los relojeros de Suiza, podrían fabricar otro Federer?) Si los estadounidenses no han hallado la fórmula para fabricar nuevos Sampras o nuevos Agassi, es que probablemente nadie más puede hacerlo. Y sabe Dios que los americanos lo han estado intentando. No pensemos que nosotros vamos a ser más listos que ellos.
Mientras, disfrutemos de los triunfos de Nadal y aprendamos a valorarlos: traer a España un título del Grand Slam es toda una hazaña, pero traer nueve —y en todas las superficies— es una anomalía histórica. Estamos siendo testigos de algo grande: no nos dejemos malcriar, aplaudamos lo que el presente nos está ofreciendo y seamos modestos y realistas con nuestras esperanzas de cara al futuro. Hay que exigir, pero no exigir victorias en el Grand Slam. Fijémonos —hay que insistir una vez más— en el Top 100 de la ATP: es ahí donde podremos comprobar si el tenis español tiene realmente futuro.
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Lo de Nadal es como lo de la Selección. No nos damos cuenta de que estamos viviendo algo histórico y tremendamente complicado y a veces exigimos más de lo que realmente es «exigible».
Nos han malacostumbrado y es muy fácil estar repantigado en el sofá exigiendo al televisor que cada torneo de Nadal o cada Mundial y Eurocopa que venga tiene que ganarse.
Estamos condenados a ser unos cuentabatallitas. «Pues yo en mis tiempos…». Por lo menos, tendremos algo que contar.
Un saludo.
Carreño le pega mil vueltas a Martí, y Boluda dudo de que llegue al top-100.
El mejor de todos es Carreño. Tiene muy buena cabeza. A Boluda no lo ví pero dic en que baja estatura y Martí muy mala actitud en pista. No es mejor que Carreño ni de coña día de hoy
Carlitos Alcaraz… confío en él :P