Literatura

Ibargüengortia en Venezuela

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31 de julio de 2024, Venezuela, Caracas: El presidente venezolano, Nicolás Maduro, sostiene una Biblia en una rueda de prensa en el palacio presidencial de Miraflores tres días después de su controvertida reelección. Photo: Jeampier Arguinzones/dpa

La primera vez que Nicolás Maduro se presentó ante los venezolanos como líder heredero de Hugo Chávez ya emitió una espléndida fantasía: fue el encargado de comunicar, compungido, mejorando a Arias Navarro, la muerte del presidente de la República, y luego dijo que precisos exámenes de especialistas confirmaron que el cáncer que se lo había llevado no era natural sino una invención del imperialismo que lo había creado en muy avanzados laboratorios para infectar a Hugo Chávez confiando en que borrándolo iban a borrar su obra revolucionaria, su espíritu revolucionario.

La verdad es que uno se partiría de risa si por medio no hubiera tantos cientos de encarcelados, torturados, exiliados. La verdad es que, al lado de algunos tiranuelos de allá, los tiranos de las novelas son remedos impotentes, desde Tirano Banderas hasta el protagonista de El otoño del patriarca. Yo creo que el único escritor que ha sabido de veras retratar esa figura del tirano americano ha sido Jorge Ibargüengoitia por la sencilla razón de que es el único que no podía tomárselos en serio, por serios y ciertos que fueran sus crímenes. Los años los convierten en figuras inevitablemente cómicas, a pesar de todo el dolor que hayan podido infligir y por bobo que sea pensar que el tiempo pone las cosas en su sitio, porque lo único que hace el tiempo es quitarle el sitio a todas las cosas.

Después de aquella fantasía de los tumores antinaturales creados por la CIA para infectar a Chávez, Maduro siguió mintiendo a no sé cuántos disparates por semana, en cualquier caso una velocidad altísima. Ya digo: si esa cabalgata de disparates no hubiera ocasionado tantas víctimas, si el arma principal del régimen bolivariano no fuera el miedo, la mentira sin escrúpulos, la complicidad del silencio de tantos (aquí en España medios que pusieron el grito en el cielo por la victoria de Milei augurando que el fascismo conquistaba el cono sur, no han publicado ni una entrada siquiera sobre la situación en Venezuela: y luego dicen que el periodismo es la mejor profesión del mundo), uno podría defenderse con la carcajada. Pero hay demasiadas víctimas como para encima afrentarlos con la risa. Aunque reconozcámoslo: si alguien quiere convertir a Maduro en un buen personaje, tendrá que acudir a ella y hará bien en seguir la estela de Ibargüengoitia.

Ya que el filósofo Boris Groys escribió un libro sobre Stalin considerando sus afanes como «la obra de arte total»,  permitámonos la licencia de considerar obra artística lo sucedido en Venezuela desde el pasado 28 de Julio, domingo en el que Maria Corina Machado goleó 7 a 3 a Maduro, a pesar de que ni la dejaron presentarse a las elecciones. Tomémoslo como una especie de happening: por el lado cómico es insuperable, para qué vamos a engañarnos.  Primero, la misma noche del 28, el Comité Electoral dando los resultados trucados mediante un Excel: ole, no se puede tener más arte. El director de ese ente, que encima se apellida Amoroso, diciendo que al 80 por ciento escrutado la tendencia irreversible daba por segura la victoria de Maduro con el 51% contra el 43% de la oposición. ¿Es que no había ningún matemático o estadístico entre las filas del chavismo? No hacía falta, lo que había y hay era mucho orwelliano que sabe que en una mazmorra 2 más 2 son 5 cuando así lo exija la autoridad competente. Si le llegas a preguntar a Amoroso si no se daba cuenta de que si faltaba el 20 por ciento en ser escrutado, la diferencia de 600.000 votos que declaraba oficialmente podía revertirse dado que faltaban por contarse dos millones de votos, atendiendo al índice de participación que él mismo había declarado, seguro que te hubiera contestado que esas cuentas son antirrevolucionarias, que las matemáticas son antirrevolucionarias. Al día siguiente ya estaban proclamando presidente a Maduro, cosa nunca vista en parte alguna, sin haber terminado el conteo de votos, por la mañanita temprano: ole otra vez, en serio. Y cuando se dan cuenta de que ha habido militares que han dejado que los opositores se llevasen copia de las actas, hasta alcanzar un total del 84% de las mismas, ahí tienes al propio Maduro presentando una impugnación ante el Tribunal Supremo. ¿Impugnación de qué? ¿Se estaba impugnando a sí mismo? Es para partirse de risa, pero no, hay ya unos cuantos chavales muertos, casi mil desaparecidos sin la menor garantía procesal, acusados de terroristas por participar en marchas de protesta. Pero, en serio, ¿cómo aguantarse la risa o parar el bufido de abierta incredulidad cuando el Fiscal General, el señor Saab, con su rostro impávido (a lo que ayuda sin duda el medio millón de operaciones estéticas que carga su cara) dificultosamente avisa de que han sido víctimas de un hackeo desde Macedonia del Norte que pretendía alterar el resultado electoral y consiguieron dominar? Saab es un personaje mayor no solo del régimen sino también de un país en bancarrota (espléndidamente mostrada esa bancarrota en la magistral The Night, la novela de Rodrigo Blanco Calderón, una de las grandes novelas venezolanas del siglo). De muchacho, enamorado de Chávez, lo visitaba en la cárcel y le llevaba de regalo sus poemas (tiene varios libros de versos publicados). Ahora, en su papel de fiscal, el poeta Saab, con la voz aplanada por las dificultades de dicción que conlleva tanta operación estética para estirarle la piel, aseguraba que el hackeo había sido promovido por la fuerza opositora. ¿Mostraba alguna prueba? Para qué. Formaba parte del happening o la performance, y en estos se exige de los espectadores la afamada suspensión de la incredulidad para el conveniente efecto de la ficción puesta en marcha. Suspensión de la incredulidad que ya solo parece prestarle, a pesar de que la sucesión de patrañas influye sobre la realidad de los otros y no meramente sobre una ficción donde puedan controlarse los daños, algún faro inmoral de Occidente, como el observador internacional Zapatero, el mismo que decía que era un disparate considerar terrorismo las protestas durante el procés catalán, callado. Yo también considero que considerar terrorismo aquellas protestas es un disparate, pero por eso mismo me parece indigno que lo que en Cataluña me parece una cosa en Caracas me parezca otra. Supongo que debe ser la superioridad moral de la izquierda ¿o es la superioridad mortal de la izquierda? de la que habla Ignacio Sánchez Cuenca, ilustre autor que es capaz de decir cosas como «La paradoja que me fascina en la izquierda es esta: que incluso cuando se cometen los mayores crímenes, cuando se ha hecho en la Unión Soviética o en China, ha sido en nombre del género humano y para que la gente viviera en una sociedad nueva, distinta, igualitaria, en la que todo el mundo tenga la posibilidad de desarrollarse como quiera. Incluso en los momentos más siniestros de la violencia de izquierdas, incluso ahí es posible detectar una motivación moral muy elevada». Para no hacer de chavista, diremos en honor a la verdad que luego el hombre dice que eso no hace que sean más disculpables los crímenes de China o Rusia que los del Chile de Pinochet o la Argentina de Videla. Menos mal.

Ya digo, considerado como una performance cómica, lo de Maduro y Venezuela es obra de maestría incomparable. Es una pena que sea una realidad tropical y alucinante, llena de víctimas, el insomnio de millones de exiliados, y el hambre. No sé si llegará el día en que se puedan hacer risas de todo esto. Supongo que tardará. En cualquier caso, nos queda Ibargüengoitia, que tiene un libro de crónicas espléndido que Javier Marías publicó en su Reino de Redonda con el título de Revolución en el Jardín. Y tiene otro libro, más difícil de conseguir, titulado Viajes en la América Ignota donde una de las crónicas desopilantes se titula «Cuento para el niño revolucionario» y ahí se lee esto que dicha la verdad, tuneo en homenaje a Venezuela :

«Todo lo que vemos a nuestro alrededor, niño revolucionario, es producto de la Revolución Bolivariana, que como todos sabemos empezó como movimiento armado y se transformó en un movimiento social en el que participan todos los venezolanos sin distinción de clase social y tiene por finalidad alcanzar una más justa distribución de la riqueza, e igualdad de oportunidades y de trato ante la ley. Pues bien, niño revolucionario, este señor que ves aquí, tocando el claxon de su Audi A5 para que la criada venga a abrirle la puerta, es un humilde revolucionario a quien la Patria ha recompensado sus esfuerzos en pro de la justicia social. La altanería que le notas no es aire de aristocracia, sino el orgullo propio de nuestra raza: nos bastan unos años de no pasar hambre para sentirnos parte de la mejor sociedad. No me preguntes, niño revolucionario, en qué hizo su dinero este señor, ni qué es lo que sabe hacer, probablemente nada, pero esta circunstancia constituye uno de los misterios instructivos que tiene nuestra sociedad. La Revolución Bolivariana es como una madre amorosa y tan ciega como una de ellas. Al hijo que escoge parar querer, lo quiere de veras sin que le importe el mérito que tenga, ni la calidad de su inteligencia».

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5 Comentarios

  1. Galle1987

    Critica que la izquierda perdona las dictaduras desde una altitud moral, mientras el autor no ha escrito un solo articulo sobre el golpe de estado en Perú, ni ha escrito sobre los muertos, desaparecidos e injustos encarcelados de los gobiernos de derecha de Ecuador y el Chile de Piñera. Lo de Venezuela es un fraude grande como una casa, y el gobierno de Maduro es totalitario sin lugar a dudas, pero el autor debería de cuidar de pecar de aquello a lo que acusa a los demás, decidiendo cual de todas las dictaduras actuales ( ni mencionemos el caso de Emiratos, Arabia, etc) es criticable desde un articulo haciendola parecer la unica.

  2. Ojo con la errata en el título.

  3. Pablo Acacia

    Es lo de siempre, son unos hijos de puta pero son nuestros hijos de puta.
    Se puede decir Franco era un hijo de puta y Fidel Castro era un hijo de puta y no te salen llagas en la boca.
    Lo de Zapatero es para mear sangre, que sujeto más abyecto.

  4. Cuando la gente se aferra al poder durante mucho tiempo, sabes que eso no esta bien. No hace falta ser un genio, ni siquiera pensar: lo sientes en las tripas.

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