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Fargo T3: Sartre, la náusea del androide y una verdad invisible (2)

Fargo T3 2
Fargo temporada 3. Imagen: MGM.

Viene de «Fargo T3: Sartre, la náusea del androide y una verdad invisible (1)»

Los olvidados juegan al bridge

¿Conoce usted la leyenda del judío errante? No es el Joel Fleischman de la maravillosa Doctor en Alaska ni el Alfie Solomons de Peaky Blinders (aunque este último así lo afirme). Más bien, la historia remite a un supuesto hombre judío que afrentó a Jesús de un modo sin acordar por las distintas versiones cuando iba de camino a la crucifixión. Mal momento para afrentar a nadie, claro. Y falto de tacto, dada la situación. Pero cuenta la leyenda que Dios castigó a ese hombre de una forma que al que aquí escribe le parece desproporcionada: vagando por la Tierra hasta la Segunda Venida de Cristo. De momento, el mesías ni está ni se lo espera, así que por ahí andará todavía el condenado. Podría usted pensar que se habrá hecho productor de Hollywood, aunque en Fargo III se nos da un retrato distinto. Pero antes, Ray y Nikki.

Ray Stussy es el hermano fracasado de un empresario de aparcamientos multimillonario. Su oficio es más pedestre: es agente de la condicional. Quizá suene aburrido, pero por ese trabajo conoce a Nikki Swango (interpretada por la actriz que, en la vida real, es pareja del actor que interpreta a los hermanos; por si le va a usted esta clase de cotilleos), que, lejos de ser un expediente más en su escritorio, le roba el corazón a base de encontrarse. Para cuando los conocemos, ya están juntos, aunque la serie sugiere que Ray la ama mucho más que ella a él. No parece que le moleste. Quizá ni se dé cuenta. O tal vez, simplemente, sea un tipo agradecido.

La cuestión es que, en el primer episodio, ambos acuden cogidos del brazo a una fiesta en la mansión de Emmit. En un aparte en el despacho de este, Ray le demanda una justa restitución de la herencia que su padre le dejó, los valiosos sellos de los que antes le hablé, y que acusa a Emmit de haberse apropiado engañándole a lo Tom Sawyer con la valla. La versión de su hermano es que fue él quien suplicó para intercambiar las herencias, porque el descapotable de Emmit le seducía más que unos estúpidos sellos. Y hablando de que la existencia precede a la esencia y de que uno está condenado a ser libre: la escena que representa el sello que Emmit tiene colgado en su despacho, al estilo del primer dólar que gana un multimillonario, es a Sísifo empujando la roca de su castigo interminable. Para más información, le remito a la segunda temporada

Sea como fuere, Emmit se niega a darle los sellos a Ray. Y dinero tampoco, pese a que el hombre quiere pedirle matrimonio a Nikki. Su hermano no lo aprueba, y de forma pasivo-agresiva, le recuerda la cantidad de veces que le ha ayudado económicamente a lo largo de los años. Esto no parece suficiente para Ray, que trama con Nikki una y mil maneras de hacerse con dinero de su hermano. Lo consiguen de vez en cuando, pero solo provocan reacciones por parte del millonario (quien, como veremos en la siguiente sección, tiene sus propios problemas) y comienza una espiral que, por otra parte, emana de la situación misma que Ray y Nikki tienen en el mundo. Ellos son pobres, y la pertenencia a ese estrato social no es solo una cuestión de clase, sino del núcleo mismo de sus vidas. La carencia de recursos comporta carencia de libertad y de proyectos, y nada en el sistema está pensado para sacarles de ahí. Tanto es así que la mejor idea que conciben es la de participar como pareja en torneos de bridge. Valga aclarar que son bastante buenos en ese juego, pero no lo suficiente como para financiar una solución a sus continuos conflictos con el mundo exterior: hermanos, policías, carceleros…

Todo lo que vale para mí vale para el prójimo. Mientras yo intento liberarme del dominio del prójimo, el prójimo intenta liberarse del mío; mientras procuro someter al prójimo, el prójimo procura someterme. No se trata en modo alguno de relaciones unilaterales con un objeto-en-sí, sino de relaciones recíprocas y mutables. […] El conflicto es el sentido originario del ser-para-otro (Sartre, 2013 p. 499).

Y esto se lo toman Ray y Nikki al pie de la letra en varias intentonas. La más notable es que Ray contrata a un bala perdida, que está con la condicional bajo su supervisión y que ha dado positivo en su examen de drogas, para que vaya a robarle el sello a su hermano. El tipo acepta sin enterarse de la mitad de lo que le piden. Ray, que se lo imagina, le escribe el nombre y la dirección en un papel, pero por esa contingencia sartreana, por esa sucesión de eventos de consecuencias mastodónticas que, cuando uno se fija, nacen del puro azar, el bala perdida lo pierde. Así que acaba buscando en la guía, violencia mediante, un nombre que se parezca al que él recuerda que le han dicho. De esta forma, en lugar de en la mansión de Emmit Stussy, acaba en la casita de Ennis Stussy, el padrastro de Gloria.

Naturalmente, este no tiene sello millonario ninguno; solo una buena historia y la maldita mala suerte de haber escogido en su juventud un nombre que le granjearía la muerte. Porque sí, el delincuente lo mata, revuelve la casa y va a ver a Ray, que se está dando un baño con Nikki. Orgulloso y ajeno a su inutilidad, expone su fracaso, y cuando Ray se enfada, el bala perdida se mosquea hasta el punto de chantajearlos con ir a la policía. Abandona el apartamento con una demanda exorbitante, dejando a Ray abrumado por lo directamente que, en su caso, han correlacionado las malas decisiones con los malos resultados. Nikki, por su parte, es mucho más pragmática, y la vemos contando en voz baja los pasos que necesita el delincuente para salir del edificio y, por tanto, los segundos de los que ella dispone para soltar el inestable aparato de aire acondicionado que cuelga de su fachada. Cuando Ray comprende lo que está haciendo, no opone mucha resistencia. No es hombre de iniciativas ni de buenos planes. Así que, siguiendo las instrucciones de Nikki, la mente maestra, golpea el cacharro hasta soltarlo sobre la cabeza del bala perdida. Bravo por las matemáticas de Nikki. Este es el suceso que lleva a Gloria a la puerta de ambos: investigar el crimen cometido contra su padrastro por un error azaroso.

Ahora que tiene usted un esbozo mental de quiénes son Ray y Nikki, comprenderá que todo aquello con lo que lidian les viene grande. No obstante, ellos solo siguen la estela de muchos otros antes: la de salir de su situación de pobreza y opresión sistémica, cuanto antes y como sea.

Sin duda, el esclavo no podrá obtener las riquezas y el nivel de vida del amo; pero tampoco son estos los objetos de sus proyectos: no puede sino soñar con la posesión de esos tesoros; su facticidad es tal que el mundo se le aparece con otro rostro, y que tiene-de plantear y resolver otros problemas; en particular, le es menester fundamentalmente elegirse en el terreno de la esclavitud, y, con ello, dar un sentido a esta oscura coerción. Si elige, por ejemplo, la rebelión, la esclavitud, lejos de ser previamente un obstáculo para esa rebelión, solo por esta cobra su sentido y su coeficiente de adversidad (Sartre, 2013, p. 743).

El coeficiente de adversidad es, en este caso, alto, pero, moralina aparte, debe entenderse que, en el mundo de Fargo III, donde uno mismo y sus planes resultan insignificantes frente a un destino cruel y un sistema hermético, no quedan muchas opciones. Jean-Paul Sartre, renombrado defensor del marxismo, da cuenta de cómo la lucha de clases genera una desigualdad cuyo mayor problema es estar blindada frente a cualquier cambio no violento. Este descubrimiento lo encabeza Nikki, porque Ray es de proyectos mucho más pequeños. Casarse y jugar al bridge está bien para él. Nikki, en cambio, persigue más, aunque quizá ni lo sepa. Lo que sí descubre Ray, para sorpresa de su hermano, es que tiene algo de amor propio, debajo de su estupidez y su inocencia mental. Y es que, tras seis episodios de tira y afloja, Emmit cede y se presenta en casa de Ray con el sello de Sísifo enmarcado. Que se rinde, dice. Que acaben ya con todo eso. Que se lo da. Y le tiende el marco. Ray lo mira desconfiado. Matiza que no puede darle algo que ya era suyo. Emmit no quiere discutir, pero ese ataque de dignidad basta para que acaben forcejeando con el marco por el conflicto inverso: Emmit quiere darle el sello, y Ray lo rechaza. Este nuevo tira y afloja dura mucho menos que el anterior, y termina con el cristal estampándose en la cara del hermano menor. Un simple accidente, claro. Pero, por ese cruel azar, a Ray se le clava un enorme fragmento en el cuello. No sangra mucho, aunque la imagen impresiona, en conjunto con los otros cortes. Y antes de que Emmit pueda decir nada, Ray se saca el cristal.

A estas alturas todos sabemos, aunque quizá no podamos identificar dónde lo aprendimos, que en situaciones así, lo peor que uno puede hacer es arrancarse lo que quiera que tenga dentro, porque esto da vía libre a la hemorragia. Todos menos Ray, por lo visto, porque él se extrae el cristal y se desangra ante los ojos horrorizados de su hermano. Un final triste para una vida triste. Pero la cosa va a peor, porque fuerzas externas de las que a continuación hablaremos orquestan todo para que Nikki parezca la responsable. El plan es que la detengan y, una vez bajo custodia, matarla, policía corrupto mediante. Pero este intento fracasa, y tiene la oportunidad de poner a Gloria sobre la pista de las corruptelas de Emmit antes de que la manden a la cárcel esposada en un furgón lleno de presidiarios.

Por esta situación le preguntaba acerca del judío errante. Y es que el furgón es atacado con el objetivo de acabar con Nikki, pero entre las habilidades de ella y las del compañero al que va engrilletada, ambos logran escapar e internarse en el bosque nevado. Ese compañero, no está de más decirlo, es Wes Wrench, el sicario sordomudo que se enfrenta a Malvo en la primera temporada y al que vemos a punto de ser reclutado por Hanzee al final de la segunda. Imagínese el combo. O no se lo imagine, que ya se lo cuento yo: Nikki y Wrench logran escapar y llegan, heridos, cansados y hastiados de la eterna huida, a una bolera. Allí, un hombre sentado a la barra la espera. Le sonará la imagen, porque está calcada de la película de los Coen El gran Lebowski (1998), y le sonará el hombre en cuestión, porque es el mismo que habló con Nikki sobre el sentido de la existencia en el avión hacia Los Ángeles. Paul Marrane, se hace llamar, pero nosotros podemos llamarle el judío errante, porque a todas luces lo es. Y no solo por las referencias bíblicas, una de las cuales, sobre Job, le suelta a Nikki nada más sentarse. Ella replica que ha sido un día muy largo, y él contesta: «Todos lo son. Es la naturaleza de la existencia. La vida es sufrimiento. Creo que empiezas a entenderlo». Sartre estaría de acuerdo; escuche:

Se sufre, y se sufre por no sufrir bastante. El sufrimiento de que hablamos no es jamás enteramente el que sentimos. Es un sufrimiento que tiene ser. Se nos ofrece como un todo compacto y objetivo, que no esperaba nuestra llegada para ser, y que rebalsa la conciencia que de él tomamos (Sartre, 2013, p. 155).

Pero, hablando con el judío errante, Nikki toma, por fin, conciencia de su misión. El hombre le habla de gilgul, el término hebreo de la Cábala que designa cómo un alma vieja se une a un cuerpo nuevo, pero, matiza, no todas las almas pueden encontrar cuerpo, y algunas quedan perdidas. Un ejemplo son las víctimas judías de la masacre de Uman en 1768 a manos de los cosacos, y tantos otros que el judío errante no cita pero que le delatan como tal. Al final, le da a entender a Nikki que ese lugar no es una bolera, y que todos acabarán ahí para ser juzgados, como ahora les pasa a Nikki y a Wrench. Sobre este, el judío errante dice: «Algunos creyeron que él debía quedarse atrás, pero yo les convencí de que iba por el buen camino». A un servidor le gusta pensar que le llegaron las palabras que Molly le dedicó en la primera temporada.

Entonces Nikki, que es de quien estamos hablando, le pregunta: «¿Y yo?», a lo que el judío errante contesta en hebreo algo que se traduce como «¿Quién se levantará por mí contra los malignos?, ¿quién estará por mí contra los que obran iniquidad?». Después le hace entrega de las llaves de un coche que espera en el aparcamiento y concluye: «Esta es la gran ironía del universo». Por último, le pide que, cuando llegue su momento frente a los malignos, les dé un mensaje, bastante largo y barroco, cabe añadir. Y así, Nikki y Wrench desaparecen durante un tiempo, solo para volver a atormentar a Emmit pasado vaya usted a saber cuánto.

Llegado cierto punto del último episodio, ambos vengadores se encuentran frente a una ingente cantidad de dinero, pero Nikki rehúsa cogerlo y se lo cede todo a Wrench. «Yo solo quiero al hermano», afirma. Y aquí comprende uno que, contra todo pronóstico, realmente amaba a Ray. Hasta tal punto es así que su cruzada concluye en una carretera desierta, teniendo a un Emmit derrotado al otro lado de un fusil. Él acepta que va a morir, y ella empieza a recitar el mensaje que el judío errante le dio para los malignos. Por desgracia, aparece un policía y se ve obligada a abortar el plan. El agente, con buen olfato, se detiene, se apea de su coche e insiste en que tanto Nikki como Emmit se identifiquen. Esto lleva a la primera a echar mano del fusil y disparar al policía, pero no a tiempo de evitar que él le dispare a ella en la cabeza. Ambos caen muertos en la carretera, y Emmit, saturado de suerte, se larga impune.

Ni el judío errante pudo apartar a Nikki ni a Ray de la senda de fracaso imprimida en su destino desde el momento mismo de su nacimiento. Claro que esto es una gran farsa. Nadie está destinado a nada; esa no es la cuestión. Más bien, cuando el que aquí escribe piensa en Ray y en Nikki, lo que le viene a la cabeza son las siguientes palabras del gran existencialista:

La historia de una vida, cualquiera que fuere, es la historia de un fracaso. El coeficiente de adversidad de las cosas es tal que hacen falta años de paciencia para obtener el ínfimo resultado. Y aun así es preciso «obedecer a la naturaleza para mandar en ella», es decir, insertar mi acción en las mallas del determinismo (Sartre, 2013, p. 655).

(Continúa aquí)


Bibliografía

Ellul, J. (2003). La edad de la técnica. Octaedro.

Sartre, J.P. (1999). El existencialismo es un humanismo. Edhasa.

Sartre, J.P. (2013). El ser y la nada. Losada.

Sartre, J.P. (2016). La náusea. Alianza.

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8 Comentarios

  1. Con estos artículos me asaltan varias sensaciones. Una que he visto la serie a medias porque se me habían escapado un montón de cosas, otra que lo que los seres humanos son capaces de hacer, pensar o sentir, ya está inventado, al menos los filósofos ya lo conocen y ahora yo un poco también !!!.
    Expectación ante lo que sigue

  2. Siempre es curioso reconocer el imaginario colectivo que se repite una y otra vez en las narrativas desde tiempos remotos, y aún más curioso darse cuenta de lo familiarizado que estamos con el estadounidense en particular, inundados como estamos de sus historias de una u otra manera. No descubro nada, pero como decía no deja de ser curioso, incluso agradable, reconocerlo y sentirse un poco más en casa en la mente de otros.

  3. Un artículo iluminado por una mirada profunda…la ese judío errante que, de alguna manera, late dentro de todos nosotros.
    Me ha encantado.

  4. Me están gustando mucho esta serie de artículos en los que el autor relaciona la ficción de una serie con el pensamiento universal de grandes filósofos.
    Me hace sentir que el tiempo que dedico a ver la serie tiene una utilidad porque me permite cuestionarme sobre las personas, el sentido de sus vidas, el propósito de la adversidad,…
    Creo que en la sociedad anestesiada en la que vivimos hacen falta muchos más artículos como éstos que nos conecten con nuestra esencia humana.

  5. ¡Estos sí que son amigos, Narcob!

  6. Vista toda la temporada es evidente que Nikki amaba a Ray. Y Nikki (y la actriz que la encarna que la relación con Ewan Mcgregor surge a partir de que se conocieran en la serie) es tan magnética que se entiende que Ray esté chiflado por ella.
    Otra gozada de artículo. Se espera con impaciencia la continuación.

  7. Interesante visión

  8. Pingback: Fargo T3: Sartre, la náusea del androide y una verdad invisible (y 3) - Jot Down Cultural Magazine

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