En 1940, con once años, Ursula Kroeber envió un relato a la revista Astounding Science Fiction. Fue rechazado. La niña siguió escribiendo durante los siguientes diez años; toda su preadolescencia, adolescencia y primera edad adulta, pero no volvió a intentar que la publicasen. En 1953, recién licenciada en Literatura Francesa e Italiana por la Universidad de Columbia, la joven obtuvo una beca Fulbright para continuar sus estudios de doctorado en Francia. Realizó el viaje a Europa en el Queen Mary. Allí conoció al historiador Charles Le Guin, con quien se casaría ese mismo año en París. Tras la boda, Ursula adoptó el apellido de Charles aunque siempre conservaría la «K» inicial de su familia. A su regreso a Estados Unidos, él continuaría sus estudios de doctorado; ella los abandonaría para dedicarse a contar historias.
En la década de los sesenta, y pese a que consiguió publicar varios relatos, Ursula K. Le Guin aún no tenía agente, así que contactaba ella misma con las editoriales. En 1968 envió un manuscrito de casi trescientas páginas a Terry Carr, editor de la recién creada Ace Books, especialista en libros de fantasía y ciencia ficción. Como «Terry» era un nombre decididamente andrógino, Le Guin asumió que se trataba de una mujer y comenzó su carta de presentación con «Estimada señorita Carr». El error de género importó poco al editor porque tenía delante algo como no había leído jamás. Compró el manuscrito inmediatamente y lo publicó a principios de 1969. La novela se llamaba La mano izquierda de la oscuridad y el primer párrafo comienza así:
Haré mi informe como si contase una historia, pues tal y como me enseñaron en mi mundo natal, la Verdad es un material de la imaginación. El hecho más sólido puede fallar o puede prevalecer según se relate: como la joya orgánica de nuestros mares, que brilla cuando la lleva puesta una mujer, pero se desgasta, se embota y se convierte en polvo cuando la viste otra. Los hechos no son más sólidos, coherentes, rotundos y reales que las perlas. Pero ambos son sensibles.
La narrativa es el único dios verdadero de la especie humana. Comprendemos el mundo con narrativa. De hecho, construimos el mundo con narrativa porque pensamos en narrativa. En historias. Toda la civilización y todas las civilizaciones se han generado y estructurado a través de las historias que nos cuentan y, sobre todo, de las que nos contamos a nosotros mismos. Y las historias se articulan mediante mecanismos, algunos muy poderosos. Quizá el más poderoso sea «por tanto»; establece la relación capital entre la causa y la consecuencia, afirma sin fisuras que todas las cosas suceden por algo. Saber que la realidad no es una amalgama caótica sino un conjunto de patrones nos tranquiliza, nos acomoda en medio del territorio no mapeado de la existencia. «Por tanto» nace en el embrión de cualquier sistema lógico de razonamiento y, por tanto (por tanto), es la máquina perfecta para pensar. Durante casi seis décadas de producción literaria, Ursula K. Le Guin exploró esa máquina porque supo, desde el primer párrafo de su primera novela publicada, que, al despojarla de fisuras e impurezas, la narrativa se podía convertir en un pilar capaz de sostener cualquier mentira. Aunque la mentira fuese la propia civilización.
La mano izquierda de la oscuridad alcanzó un éxito sin precedentes en el mundo de la literatura de ciencia ficción. Se publicó en paperback y en tapa dura. Ganó los premios Hugo y Nebula y, en estos cincuenta años, se ha traducido a todos los idiomas y se ha reimpreso más de treinta veces. En 1987, el crítico Harold Bloom afirmó que, con La mano izquierda «Le Guin, más que Tolkien, había elevado la fantasía a la categoría de alta literatura». La propia escritora se mostraba sorprendida por la acogida de la novela, pues ella misma creía que tanto la estructura como el contenido tenían más que ver con la «literatura dura» que con la ficción especulativa. Es curioso que, en la polisemia de género, Le Guin puso en cuestión la raíz de ambos significados: desafiaba las convenciones de la literatura de ciencia ficción y reflexionaba sobre el género y el sexo como armazones fundamentales de la sociedad. Porque la obra de Le Guin, como cualquier gran literatura, es esencialmente una herramienta para hablar de nuestro mundo, aunque la trama se desarrolle en otra galaxia.
En La mano izquierda se narran las peripecias de Genly Ai, emisario del Ekumen —una suerte de conglomerado interplanetario— para convencer a los poderes del planeta Gethen de las bondades de dicho conglomerado y así lograr así su adhesión. Gethen no es un planeta exageradamente exótico ni sus habitantes imposiblemente alienígenas; son más o menos humanos salvo en una peculiar circunstancia: la mayor parte del tiempo permanecen perfectamente ambisexuales, andróginos latentes sin sexo fijo, y solo adoptan determinados atributos sexuales masculinos o femeninos durante dos días de cada mes, en el periodo de fertilidad llamado «kemmer». Los gethenianos varían su decisión a capricho sin preferencias obligatorias o coordinadas. Sencillamente lo hacen. Gracias a esta androginia efectiva, la violencia sexual ha desaparecido casi por completo en el planeta pero, por desgracia para el emisario protagonista, la organización social de Gethen y sus naciones le resulta prácticamente indescifrable, al menos al principio.
Con La mano izquierda, Le Guin fue considerada (y acusada) de emblema pionero del nuevo feminismo en la ciencia ficción. Sin embargo, ella no presentaba a Gethen como una utopía sino como un sistema igualmente complejo, con la misma cantidad de problemas y dificultades que tendría una sociedad sexuada, solo que distintos. La escritora no se limita a discutir la estructura de nuestro mundo, sino de cualquier mundo, porque ninguna verdad es limpia y pura.
Algo similar haría en 1971 con La rueda celeste, relato entre la poética, la ciencia, la razón y la emoción. La novela narra los sucesivos intentos de George Orr, protagonista con la capacidad de alterar la realidad, para mejorar el planeta y librarlo del hambre, la pobreza, la enfermedad o la guerra. Sin embargo, cada nueva modificación da como resultado un mundo tan imperfecto como el nuestro, y a veces incluso peor. Cuando quiere eliminar el racismo, todos los habitantes del planeta se convierten en seres uniformes de piel gris; cuando quiere conseguir la paz mundial, todas las naciones se unen contra un enemigo extraterrestre común en una guerra total.
Si La rueda celeste nos dice que el bien y el mal no son únicos y, desde luego, no son inmutables, con Los desposeídos, Le Guin investiga el sistema político como elemento portador de ese bien y ese mal. Publicado en 1974, el libro se estructura de forma conscientemente anticronológica para describir dos mundos y tres naciones, cada una de ellas gobernada por sistemas a priori antagónicos. Uno es ultracapitalista, otro es una dictadura actuando en nombre del proletariado y el otro se presenta como una sociedad anarco-sindicalista perfecta. Las referencias a la Guerra Fría parecen bastante obvias y, en manos de otro (alguien más convencido, más rígido o más imbécil), la novela podría acabar convertida en un relato panfletario. Ursula K. Le Guin era lo contrario a la rigidez o a la adhesión inquebrantable; creía profundamente en la libertad, en la igualdad y en el progreso social. Era izquierdista convencida como casi cualquier persona interesada en la ficción especulativa, pero nunca fue condescendiente. Por eso, la opresiva distopía jerárquica hipertecnificada y patriarcal de A-Io en Urras alberga en su interior la única capacidad para el avance científico. De igual manera, el paraíso anarquista e igualitario de Anarres puede ser también una cárcel en favor del bien común. Una cárcel separada del mundo por un muro circular entre el desierto y el único espaciopuerto del planeta. Un círculo dentro de otro círculo mayor; incomprensibles el uno sin el otro. Necesarios el uno para el otro.
Los desposeídos también ganó el Hugo y el Nebula, aunque se acusó a Le Guin de poco feminista y de ambigua. Algo que a la autora no debió extrañar demasiado porque el propio subtítulo ya lo anticipaba: Los desposeídos: una utopía ambigua. Pero es que, además, ese convencimiento de que nada es inmaculado, de que cualquier sistema de realidad es imposible sin su contrario interior no había nacido del vacío creativo. Respondía a la fascinación de Le Guin por el taoísmo, por su radical concepto de equilibrio. Ya lo había explicitado en el poema del kemmer:
La luz es la mano izquierda de la oscuridad
y la oscuridad es la mano derecha de la luz.
Dos son uno, vida y muerte, tendidos
uno junto al otro como amantes en el kemmer,
como manos entrelazadas,
como el final y el camino.
Incluso la saga de Terramar, una serie de libros ilustrados de fantasía destinada a lectores adolescentes, algo a priori poco propenso a la profundidad intelectual, fundamentaba la base de su trama en el equilibrio. La magia de Terramar obedece al equilibrio, y las desviaciones, aunque sean hacia un supuesto bien absoluto, pueden ser catastróficas.
Ursula K. Le Guin murió el pasado 22 de enero a los ochenta y ocho años de edad. En sesenta años de carrera escribió decenas de novelas, relatos y cuentos y recibió todos los premios del género. Charlie Jane Anders, escritora transexual de ficción especulativa, dijo que su literatura lo significaba todo para ella. Stephen King, autor de básicamente la mitad de los libros de género del siglo XX, afirmó que no había sido únicamente una escritora de ciencia ficción, sino un icono de la literatura. La propia Le Guin solo se consideraba una «novelista americana».
Todos tienen razón. Como escritora estadounidense, Le Guin se coloca al lado de Washington Irving y de Thomas Pynchon. Como icono literario, debería estar en las estanterías junto a Lem, Borges o Saramago; no tiene sentido considerar como género menor a la ficción especulativa cuando todos los autores que acabamos de citar dedicaron la práctica totalidad de su corpus a reflexionar sobre el mundo a través de fenómenos inexplicables o sobrenaturales.
Y sí, la exploración de la diferencia como esencia interna de la normalidad ha servido de inspiración a millones de lectores (y creadores) también diferentes. Al fin y al cabo, responde a una de las mal denominadas «grandes preguntas» de la humanidad, quizá la más importante. Que afirmar que la verdad es única es afirmar que nuestra verdad es única. Si despreciamos las contradicciones o las impurezas estamos preludiando nuestra extinción. Como ella misma escribió: «Quien niega la existencia de dragones a menudo es devorado por dragones. Desde dentro».
Cuando lei sobre la muerte de Le Guin me embargo una tristeza extraña que duró toda la jornada. Por mi cabeza no dejaban de pasar palabras como Anarres y Urras, ansible, kemmer, Shevek, «tolk», «Ged». Hace años que defiendo que «Los Desposeidos» debería ser lectura obligatoria en cualquier facultad de Economía porque es la única descripción real de un sistema capitalista y uno comunista puro que he visto jamás. Nada en la obra de Le Guin era banal, ni en su literatura más «infantil» y como ya señala el artículo, el concepto de equilibrio está siempre presente. Sólo puedo decir que ha muerto una maestra de la Literatura (con mayúscula) y casi nadie se ha dado cuenta. Y me vuelve a embargar la tristeza.
No hay géneros buenos o malos, hay buena o mala literatura. Para mi Úrsula es una de las grandes, sus libros tuvieron la capacidad no solo de sorprenderme sino de aportar una visión muy equilibrada, reposada y profunda.
Hasta pronto Ursula, ya nos reencontraremos por Anarres.
«Terramar, una serie de libros ilustrados de fantasía destinada a lectores adolescentes, algo a priori poco propenso a la profundidad intelectual»
¿La persona que escribió esto leyó Earthsea? No lo parece. O le hace poco honor a tan magnífica saga del género maravilloso (o fantástico, según se mire), tan de alta literatura como sus otros libros de ciencia-ficción…
¿Esto es rendirle tributo?
Estaba esperando este artículo. Gracias.
Creo que solo me falta leer «Lavinia» y «El eterno regreso a casa» y no quiero quedarme sin libros de ella. ¿Qué hacer?
He contado esto varias veces. En la «La mano izquierda de la oscuridad» ella usa los pronombres masculinos para los habitantes de Gethen/Invierno y yo me los imaginé como hombres de aspecto andrógino. Ella cambió de opinión después y en cuentos como «Rey de Invierno en Karhide» o «Mayoría de edad en Gethen» usó pronombres femeninos y me las imaginé como mujeres. Los personajes eran siempre humanos hermafroditas de otro planeta con un aspecto que en la Tierra sería «oriental», pero un simple cambio de pronombres cambió completamente mi modo de imaginarlos.
Aparte de las novelas que siempre se mencionan, quiero destacar los cuentos «Del diario de la rosa», «Día del Perdón», «Los que se alejan de Omelas» y «El asunto de Seggri», entre muchos otros.
Eso de que Terramar estaba orientado a adolescentes será opinión del señor Torrijos, porque Úrsula nunca dijo tal cosa – y por eso tiene tanta o más profundidad intelectual que sus libros de ciencia-ficción.
Existen dos tipos de escritoras feministas: las que trazan líneas que dividen (por ejemplo, Joanna Russ), y las que trazan líneas que unen. Ursula Le Guin lo unía todo con sus líneas, pues como bien dice el autor del artículo, ella entendía el equilibrio, la relatividad de la verdad.
Sus obras son una delicia, para el cerebro, el corazón y el alma. No es que haya que leerla, es que hay que releerla, una y otra vez.
Y si novelas como «La mano izquierda de la oscuridad», «La rueda celeste», «Malafrena», o » Los desposeídos» son de por sí subyugantes, pocas veces a lo largo de mi vida me ha impactado tanto un texto como lo hizo el impresionante «Los que se alejan de Omelas». Me dejó sin habla, aturdido y, por qué negarlo, avergonzado.
Doña Ursula se fue, porque ya le tocaba, pero no se fue del todo. Siempre la llevo conmigo.
Hace unos meses, Nórdica publicó una hermosa edición ilustrada de ‘El día antes de la revolución’, un cuento protagonizado por una anciana anarquista, una estupenda precuela de ‘Los desposeídos’ https://despuesdelhipopotamo.com/2017/09/01/dia-antes-revolucion-le-guin/
«Era izquierdista convencida como casi cualquier persona interesada en la ficción especulativa»
El periodista que ha escrito este articulo parece que especula más la propia Ursula, ¿no creen?
Esa afirmación esta muy lejos de ser verdad.
Ahí tiene a izquierdistas convencidos como Heinlein y Larry Niven o hasta el propio Asimov.
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