Fotografía: Jorge Quiñoa
Laura Fernández (Terrassa, 1981) dice que escribe sit-coms galácticas y quién mejor que ella para definirse. Ciencia ficción, fantasía, referentes, maternidad, periodismo. Es caótica pero sabe bien qué quiere decir y cómo quiere decirlo (con onomatopeyas, mayúsculas y paréntesis, BOOM): así es su vida, freelance con tiempo para todo, alergia a las redacciones y necesita trabaja en bares. Su hipersociabilidad la convierte en un animal observador y detectivesco, y de forma incansable busca pasárselo bien. Hasta que algún año, en el Celsius, la secuestre su Annie Wilkes particular, seguirá con sus cientos de personajes infantiles, ridículos y luminosos. Lo absurdo es su mejor material literario. Arturo, su hijo de nueve años, y Sofía, de cuatro (vestida con planetas y cohetes), se van a la biblioteca con su padre mientras nosotros preparamos el salón para la entrevista.
Empezaste a estudiar Periodismo porque querías hablar con Cristina Rosenvinge.
No exactamente.
Con tus ídolos.
Sí, exacto. Yo tenía fascinación por el periodismo porque me parecía una profesión de aventureros. Llegabas a los sitios y decías: soy periodista. Y podías pasar. Voy a pasar más allá de la gente. Cuando ves las series de televisión de policías, es lo mismo. Soy periodista, pasas por debajo del cordón policial, entras. La idea de tener barra libre en todas partes. También aparece en algunos de mis personajes. Me gustaba mucho. Pero también he sido siempre muy fan de mucha gente, y siendo periodista los podría entrevistar. Lo de Flaubert: tocar un poco la capa del héroe y quedarte con algo del oro de la capa. Esa idea de tocar al ídolo. Ahí entronca con mi época Superpop, porque yo era muy fan de la reportera en Los Ángeles, una tal Linda Skipper. Yo quería ser Linda Skipper de pequeña. Entrevistaba a Leonardo DiCaprio y toda esta gente. Y me hacía mis películas: me iré allí, me verá DiCaprio y caerá rendido. [Risas] Iré de intrépida, enamoraré a todo el mundo. Ese era el plan. Cuando llegué a Superpop, muchos años después, me di cuenta de que eran tres personas en la redacción, todo tristísimo, y les dije: ah, ¿todavía tenéis contacto con Linda Skipper? Y entonces se miraron todas entre ellas pensando: ooooh, la tonta se lo creyó. [Risas] ¡Nunca existió! Toda mi vida ha sido una farsa.
Basaste tu vocación en alguien…
En un personaje de ficción puro y duro. Todo enlazaba. Entrar en Superpop me cambió la vida en ese sentido. Dije: la realidad es mucho más absurda.
Llucia Ramis, en Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys, dice que siempre hay un momento en que te ves obligado a sacar el carnet de periodista. La llave que abre todas las puertas. ¿Lo utilizas mucho?
Sí y no. Inevitablemente, cuando conozco a alguien, digamos que lo llevo puesto. Pregunto mucho. Hoy por ejemplo, de camino al colegio, me he encontrado con una madre que intuía que era extranjera, y me ha contado toda su vida. Los veinte años que vivió en Moscú. He ido indagando. Me gusta mucho, tengo mucha curiosidad. Aún hoy, cualquier día de mi vida, cuando voy por la calle y hay cualquier cosa, hay tres policías reunidos en algún lugar, me acerco, pregunto, qué ha pasado. Quiero saber, soy una ciudadana, soy periodista, trabajo para el diario tal. Eso se me quedó de la época de la agencia. Lo mejor de trabajar para una agencia es que tenías no solo el derecho, sino la obligación. Si veías que pasaba algo… y eso me encanta, el periodismo de calle, de la gente, que la gente te cuente su vida.
La madre del colegio te ha contado todo, pero ¿ella sabe algo de ti?
No. Eso también lo he pensado. Cuando nos hemos despedido, lo he pensado.
Haciendo preguntas no das tiempo a que te pregunten.
Exacto. Y normalmente la gente no tiene tanta curiosidad como tú, o simplemente no se da cuenta de que también podrían preguntar. Me he dado cuenta precisamente cuando nos hemos separado, he pensado: ella no sabe nada de mí, y yo ahora sé todo: de dónde es su familia, por qué está aquí…
Tienes ese poder.
Sí. La información es poder. A mí es que me gusta la gente en general. [Risas] Me gusta mucho la gente.
Me he enterado de algunas cosas leyendo sobre ti. ¿Trabajaste en un videoclub?
Sí. Durante cinco años de mi vida, y es maravilloso. Ahí también aprendí mucho sobre la gente, lo absurda que es la vida, y me lo pasé muy bien. Iba muy feliz al trabajo, pero sobre todo porque me reía mucho. La gente es muy absurda. No sabemos lo estúpidos que parecemos cuando vamos a algún lugar, y cómo vamos de perdidos. Era una gran cadena, un blockbuster. Todo funcionaba de una forma bastante maquinal. Teníamos un buzón de devolución muy grande, y había gente que desde la calle, mientras tú estabas vaciando el buzón, te decía: ¡esa, esa, esa! [Risas] Pero ¡si no has visto el título! No sabes nada. O llegaban y decían: dame la última que te haya entrado. Y yo decía: ¿cómo, la última? ¿Da igual? Sí, sí, la última, seguro que es la buena. ¿Y si es alguien que se ha llevado Bugs Bunny? Era maravilloso. Una señora vino y entró en espiral: cintas de grabar para grabar pero que no estén grabadas. Al final descubrimos que lo que quería eran cintas de la Pantoja de casete. Señora, esto es un videoclub. Casi media hora descifrando. Hasta que llegamos al momento Pantoja… [Risas] Teníamos una libreta y escribíamos las cosas que nos pasaban.
¿Ya eras periodista?
No, estudiaba Periodismo. Trabajaba de jueves a domingo, porque además el blockbuster abría hasta la una de la madrugada. Estábamos muchísimas horas. Superpop vino después. Ya venía entrenada, fue un gran aprendizaje.
Y en Superpop y en televisión.
En televisión trabajé dos o tres veranos seguidos en el corazón, los que llevan micrófono y persiguen a la gente.
El periodismo ha sido la excusa perfecta para rodearte de gente. Eres hipersocial.
Sí. Pero este es un trabajo más detectivesco que otra cosa. El de corazón de micro… en realidad lo que haces es estar en lugares en los que puede no venir gente. Son horas de guardias. Guardias en el aeropuerto todo el verano. Llegase quien llegase, correr detrás de él, preguntarle de dónde venía y adónde iba. Si no había nadie de la competencia, y veíamos a alguien, nos mirábamos: ¿tú lo has visto?, yo no. Si había competencia currábamos. Igual te llamaban de Madrid: oye, pues nos han contado que hoy ha venido Chenoa. Habrá sido cuando hemos ido a comer. [Risas] Era divertido. Un día fuimos a Nimes persiguiendo a Cayetano Rivera. Estábamos todo el día en el parking, esperando a que saliera por si iba con una chica para grabarlo. Veíamos pelis de Woody Allen en el parking, el cámara y yo.
Tenías que estar un poco al día…
Lo cierto es que yo no estaba al día. Entonces no teníamos internet en los móviles y me decían: viene no sé quién. ¿Y cómo es? Es rubia, me decían. ¿Rubia cómo? Pues tiene que parecer famosa. Un día de estos que Farruquito había atropellado a gente [risas], y venía a no sé qué a juicios, claro, se nos pasó. Salió en todos lados, y me llamó la jefa enfadadísima: estoy viendo en Telecinco a Farruquito. Yo no sabía ni la cara que tenía. Estuve dos años y jamás hice un vídeo. Fue el año que Chenoa lo dejó con Bisbal. Estuvimos un montón de tiempo en la Carretera de les Aigües, que vivían allí. Estábamos todo el día metidos dentro del coche leyendo.
¿Y en algún momento no pensaste: periodismo para esto?
No, porque a mí me encanta la idea detectivesca. Lo que no me gustaba era asaltarlos. Me sabía mal. Eran gente normal.
Necesitas que pase el tiempo para curtirte y que te dé igual.
Para que te dé igual ir, que te insulten. También pasamos semanas en Sant Feliu de Guíxols porque Tita Cervera adoptó a esas niñas gemelas, y la perseguimos por todo Sant Feliu. ¡La hemos perdido! Yo iba con la minicámara, el otro en el coche, y yo grabando por la calle, pero no se ve nada [risas]. A mí me encantaba, era como ser detective privado, me gustó muchísimo.
Ahora, en El Mundo, Qué Leer, Mondo Sonoro, PlayGround, Go-Mag, Vice. Freelance.
Freelance desde el principio de los tiempos.
Después del videoclub y Superpop, ¿freelance?
No, llegó la agencia. Estuve mucho tiempo trabajando en la agencia Europa Press haciendo cultura. Era la jefa de cultura porque solo hay una persona en cultura, eres jefe siempre porque no hay nadie más. Te mandan a todas partes, indistintamente: una exposición de Caixa Forum o a una obra de teatro, una entrevista con Ken Follet. Vas muy perdida, haces muchas cosas, es muy divertido, se curra mucho… a mí me encantaba. El corazón era en Europa Press, por eso curraba ahí en verano. De ahí ya pasé a El Mundo. Pasé una temporada muy corta en prensa en Mondadori. Un mes duré, solo. No me gustó nada estar al otro lado. Yo quería estar en la acción. Y luego ya freelance. Desde que estuve en El Mundo… año 2005, seguramente.
Tuviste oportunidad de estar en plantilla pero te fuiste.
Sí, siempre me salgo. He estado dos veces en plantilla y las dos veces me he ido. Estabilidad económica, sí, pero a mí cuando me ponen un contrato delante y una silla, la muerte la veo más cerca. Es así. Necesito poder hacer cada día lo que sea. Ver gente, moverme, tener la sensación de que me puedo morir en cualquier momento, y quiero que sea haciendo algo que quiero hacer, no quiero estar en una oficina ocho horas, ni diez. Además, el periodismo es casi un sacerdocio y estar en una redacción elimina buena parte de tu vida. No sé si ahora mismo tendría familia, ni la familia que tengo, ni como estoy, si estuviese en una redacción. Destruye un poco todo.
¿La creatividad?
También. Te cansa mucho. Aunque he de decir que toda La chica zombie la escribí estando contratada en El Mundo, y tenía todos esos mediodías. En periodismo, claro, cuando has ido a entrevistar a alguien a las doce, tienes luego de dos a cuatro y media, más o menos, dos horas y media, para ti. Yo ya vivía fuera de Barcelona. Eran dos horas y media que me iba a bares y escribía. Era tiempo regalado, porque no tenías familia, no tenías nadie de quien ocuparte, y es todo tuyo. Pero luego llegaba a casa a las diez y media de la noche, y ya tenía un niño pequeño. Ya estaba durmiendo, no lo había visto en todo el día.
La chica zombie la escribes en plantilla y con Arturo.
Sí. La época de cuando Arturo tenía un año, entré en plantilla. Estuve un año más. Y al año me fui, porque me di cuenta de que no tenía vida. Sí, tenía tiempo para escribir al mediodía pero la vida de familia desaparece.
Siendo freelance te conviertes en mujer orquesta, pero curiosamente te permite una vida familiar, aunque sea más…
Caótica. Pero me he dado cuenta teniendo a mi hijo, que es igual que yo, que me gusta hacer siempre más de una cosa a la vez, y funciono mejor así, que haciendo una sola cosa durante todo el tiempo. No hago un artículo solo, siempre me abro tres. Voy haciendo un párrafo de cada uno, tengo el cerebro superdividido. Quizá ha ido a peor con el tiempo.
Y periodismo vs. literatura.
Claro, lo que pasa es que con el tiempo tengo mucha facilidad. Llevo muchos años, probablemente en total quince o dieciséis, haciendo entrevistas y escribiéndolas. Lo hago muy rápido. Mi tiempo real de trabajo es muy corto, cuando es el trabajo de diarios. El resto del tiempo es para mí, es para leer, es para pasear, es para irlos a buscar al colegio, para estar en el parque. Y luego ya por la tarde, al final de todo, si tengo tiempo, a escribir. Siempre escribir es como el añadido. Es el regalo que te das. Para mí es así. De momento tengo tiempo para todo. Hasta tengo un acuario [risas].
Empezaste a escribir como Laura Malasaña.
Siempre escribí como Laura Fernández, lo que pasa es que esa novela, esa cosa, ocurrió algo raro con Barataria. Yo quiero mucho a Carola y me hizo mucha ilusión que la quisiera comprar, pero en el último momento me dijo que iba a quitar un capítulo entero. Eran cuatro historias, cuatro relatos que se seguían, con principio y final, y me dijo: la semana que viene tiene que ir a imprenta porque necesitamos un libro para junio, finales de junio, julio, y no puede ser tan largo. ¿Qué dices?
Y menuda época para publicarlo…
Me dijo que tenía que quitar un capítulo entero. Y dije: bueno, el último no, porque acababa, y el primero tampoco. Tiene que ser uno de los del medio. Digamos que pensé: va a quedar fatal. Y quise firmarlo de otra manera por si acaso. Y además el día que me llamó para decírmelo estaba volviendo de Madrid, en un Alsa, que siempre voy y vuelvo con esas cosas infernales porque nunca tengo dinero para el AVE, y pensé: oh, cómo me pongo. Malasaña. Queda bien. Como es novela negra, queda bien. Luego me arrepentí horrores, pero porque me pidieron relatos para una antología y me hicieron firmar ya así. Y pensé: ahora qué hago con esto. Querían mantener el seudónimo porque me habían conocido así, pero el relato que les mandé tampoco se parecía en nada a aquello, y ya se asustaron un poco. Cuando pude publicar con Elipsis… también me planteé si buscarme otro seudónimo, pero al final dije que no, porque si me ponía otro seudónimo distinto iba a parecer ya un chiste. O me pongo el mismo, o me pongo mi nombre.
¿Querías diferenciar el periodismo de la literatura con el seudónimo?
No, porque siempre he tenido un problema con mi apellido, que es un apellido muy común, y pensaba: de alguna manera tienes que destacar. Laura Fernández… hay diez millones. Pero luego tienes a Zadie Smith, que también hay dos millones de Smiths, o diez mil. Me quedé con Fernández porque fui a ver a Jorge Herralde con Bienvenidos a Welcome, antes de publicarla con Elipsis. Se la llevé a Herralde. Yo ya era periodista, me conocía, y quise ir a verle: quiero publicar esta novela, me gustaría que la leyeras. Me recibió en su despacho y me hizo dos preguntas: qué has querido decir con esta novela y cómo la podrías definir en un titular, tú que eres periodista. Y le dije: una pregunta, Jorge, tengo un problema con mi nombre, que me llamo Laura Fernández, no lo tengo claro… y me dijo: bueno, Fernández es muy común, pero Laura es un nombre muy bonito. No pasa nada. Y pensé: si Herralde opina esto, palante. Y aparte luego ya me sonaba mejor, incluso.
¿Desde el principio tuviste claro que querías hacer ciencia ficción?
No. Y además, no escribo ciencia ficción, escribo sit-com galáctica. Te lo vendo así. La galaxia de personajes, y en realidad lo que hago son sit-coms. Son comedias de situaciones todo el rato. Escenas de gente hablando. Yo lo veo así. Como los libros de Brautigan, que siempre tienen un subtítulo: una historia de detectives. Una sit-com galáctica de Laura Fernández. Otra sit-com galáctica de Laura Fernández. La tercera sit-com galáctica de Laura Fernández [risas]. En realidad me gusta mucho la figura del escritor de ciencia ficción, porque para mí es el escritor más puro. Si como dice Rodrigo Fresán el trabajo del escritor es el más infantil de todos, el del escritor de ciencia ficción aún es el más infantil, porque todavía es alguien que puede llegar a creer en marcianos y en mundos que pueden que no existan. Todo es ficción pura, y puede haber edificios que caminen, como en mis novelas, dinosaurios oficinistas o cosas así. Eso todavía me resulta más conmovedor, y me encanta la idea. Por eso esta novela. El de ciencia ficción es el escritor purísimo que sigue siendo como un niño. Sigue escribiendo como un niño, le sigue interesando el mundo como le interesa a los niños. Creo fervientemente en lo que decía Vonnegut: el mundo sería un lugar mejor si todos tuviéramos la mentalidad de los niños de diez u once años. El mundo sería mejor. Ya eres una persona superjusta, con once años, pero todavía no estás pervertido por nada.
Estás a punto de vivir con un niño de diez.
Sí. Y es genial. Se enfada cuando la gente tira papeles al suelo. ¡Es que la gente…! Todavía tiene esa pureza de defender el mundo, de defender el bien. Es iluso. Y todavía cree que va a inventar la inmortalidad. Inventaré, tú tranquila mama, voy a inventar la inmortalidad, nos salvaremos todos, lo haré a tiempo, cuando tenga dieciocho años ya seremos ricos porque ya habré inventado la cura contra la muerte. Nos va a curar de la muerte a todos en general. Va a tirarlo con zepelines por todos lados y nos va a curar a todos. Bueno, la gente mala, los que se portan mal con él, esos no. Y además nos va a devolver a la edad que queramos. Yo le he dicho que me voy a quedar con veintisiete. Me parece una buena edad. Las novelas no son puramente de ciencia ficción pero me gusta jugar con que nada sea imposible. En mis novelas nada lo es, pero si llegas al final, te das cuenta de que todo es más real, todo es puramente real, incluida esta última. Cuando llegas a la última página y dices: ah, perdona, que todo esto iba en serio. Sí que es cierto que tengo cuentos de marcianos y que me gusta jugar con los tópicos de la ciencia ficción, y para mí sería un honor que me consideraran una escritora de ciencia ficción, pero no lo soy.
Si no eres de ciencia ficción, es muy difícil catalogarte.
Los que me gustan, aparte de escribir sit-coms galácticas, son los escritores posmodernos, que todos jugaban con los géneros en general. La ciencia ficción, la novela negra… todos jugaban con la posibilidad de todo, y además con la idea de la forma, que la forma es muy importante, y la idea de mezclar la alta y la baja cultura. A la vez que te estás leyendo un Ulises, te estás leyendo Manolito Gafotas. Todo cabe. Nada es incompatible. Los posmodernos americanos de los sesenta… ahí es donde yo me siento a gusto, que ya no existe, pero sí que existe en otros escritores que lo hacen hoy en día.
¿Hoy?
Foster Wallace lo era pero ya está muerto. En España… yo creo que los de Generación Nocilla lo han hecho a su manera. Lo han hecho. No exactamente así, pero lo han hecho, y para mí abrieron muchas puertas para la literatura española, el poder mirar a otras partes. Juan Francisco Ferré creo que es muy fan de Coover y de todos los escritores que me gustan a mí. Yo creo que a su manera lo hace.
¿Mujeres?
En España… no lo sé. Pero creo que Pola Oloixarac… hace novela filosófica, pero hace unas cosas alucinantes, a mí me encanta. Es muy alta cultura lo suyo, pero luego también te mete canciones de los Smiths… Seguro que hay. Tendría que pensármelo. Menos pero hay. Me dicen también, y es verdad, que mis referentes siempre son masculinos, porque este tipo de literatura, o la que nos ha llegado a España, siempre habían sido hombres hasta ahora. Ahora es cuando llega Joy Williams, que a mí me ha cambiado la vida. Es cuando llega Joan Didion. Todo eso que en realidad ha influido… Joan Didion es Bret Easton Ellis, pero antes. Yo he leído Bret Easton Ellis, y luego cuando sabes de dónde viene… Todos esos escritores, como Nick Hornby también, que están influidos por mujeres, y lo dicen abiertamente. Nick Hornby dice: yo quise ser escritor después de leer a Anne Tyler, que ahora publica Lumen, pero hasta ahora no la habían publicado aquí. Ahora empiezan a salir esas mujeres con las que tú habrías encajado.
Y la ciencia ficción de Margaret Atwood apenas interesa aquí.
Durante un tiempo se publicó en la primera etapa de Bruguera, pero duró poquísimo. Sigue habiendo prejuicios con la ciencia ficción escrita por mujeres, y para mí completamente absurdos. La literatura es literatura. Hay buena y mala literatura, no hay nada más. Todo lo de los géneros creo que es absurdo. Para mí Margaret Atwood es igual de buena en El cuento de la criada que La mujer comestible. Es ella, y además lo ves. Le ves el fondo, la ves a ella todo el rato. Yo estoy a la caza, siempre. Como cualquier lector voraz. Estás a la caza de buscar más compañeros de viaje, y no descarto encontrar más compañeros de viaje vivos. Cuesta pero los hay. Joy Williams, por ejemplo. No por mucho tiempo, pero…
Mujer, periodista, escritora, ciencia ficción, crítica de música. Demasiados riesgos.
Sí. Y no solo eso, también tuve un grupo de música, que grabamos un disco.
Crítica de música y música. ¿Qué hacías en el grupo?
Tocaba la guitarra.
¿Todavía tocas?
Claro. Toco la guitarra y canto. Canto fatal. Tocar la guitarra es algo que hago muy de vez en cuando, porque ya con los niños… No es falta de tiempo, como se dice, es falta de interés. Relaja mucho tocar la guitarra. No necesitas pensar. Es muy relajante. Hubo una época en mi vida en que no tenía claro si quería ser estrella de rock o escritora. Y me di cuenta de que me gustaba mucho más escribir, y además que no sabía cantar. Y tampoco tengo oído para la música. Toco las canciones que toco, canciones de country, de Bon Jovi, o cosas muy simples, porque no doy para más, pero me lo paso muy bien.
¿Y dónde aprendiste a tocar la guitarra?
Aprendí en Terrassa, en unos cursos de guitarra que hacían en el centro joven, que se llama Casa Baumann, y de ahí salió el grupo de música, que éramos tres chicas y dos chicos. La época Dover. Nos llamábamos Inverness. Ganamos un concurso del Vallés Occidental, hicimos siete conciertos. Digamos que mi primer sueldo lo gané tocando en un bar de Sabadell. Y bueno, estaba muy bien, eran siete mil pesetas, en aquel momento, por tocar cuarenta minutos. Por persona.
¿Tenéis algo grabado?
Tenemos un disco en casete. Es una maqueta, pero muy guay. Hicimos fotos. Luego te la enseño, debo de tener alguna por aquí. No la he vuelto a oír porque no tengo radiocasetes para oírlas. Enseñé a tocar a Jordi, y luego tocábamos en los parques cuando nos conocimos. Muy hippie. Venían los señores y se paraban. Claro, pienso ahora, con diecinueve años tocando en parques, debíamos de parecer…
Si lo sumamos todo, es alto riesgo.
Sí, sí. Y la música mucho más incluso que la literatura. Crítica de música es algo que reivindico muchísimo. Soy la única en un suplemento nacional de diario, que es El Mundo. En Rockdeluxe sí que hay más.
No muchas más.
No muchas más. Lo reivindico mucho. Es muy duro el camino del crítico musical, porque realmente el problema es la precariedad. Los únicos que se mantienen es porque lo hacen con pasión. Te regalan el disco y haces la crítica, pero no ganas dinero. Siempre he creído mucho en la idea del modelo, de pequeña necesitaba modelos todo el rato, porque yo quería pensar que la vida no se acababa en hacer lo que se supone que hacen las chicas y ya está. Pienso que este tipo de figuras debemos existir para que haya niñas que en algún momento piensen: ¿se puede ser crítica de música?, mira, esta tía lo hace. Catlin Moran, que también está en una revista musical y tiene sus libros de cómo ser mujer, lo explica perfectamente. Pienso que es una especie de lucha. Nunca voy a ir a manifestaciones feministas, o sí que iré, pero creo en el feminismo diario, el que haces con tu ejemplo. Querer ser la persona que yo necesitaba que existiese cuando era niña y me iba a ver las pelis de Indiana Jones: vale, yo quiero ser Indiana Jones. Si mañana me ofrecen el papel de Indiana Jones mujer, lo hago, para que las niñas piensen: vale, podemos serlo. Primero luchas contra tu propia condición, y luego luchas con la mayoría.
Por ejemplo, en el instituto monté el único equipo de fútbol de chicas que ha existido jamás, y que después de mí continuó, y me parece genial. Le pregunté a la jefa de estudios: ¿qué hay que hacer para montar un equipo de fútbol de chicas? Me dijo: consígueme once chicas. Porque era fútbol 7. Fui por el patio preguntando. No teníamos ni idea. No ganamos ningún partido. ¡Nos lo pasamos tan bien! Nos pasaba la pelota por debajo… pero había que fundar un equipo de chicas en el instituto. ¿Por qué no? y venían las entrenadoras y decían: ¡a correr! Y decíamos: ¡cómo vamos a correr! No entrenábamos. Era horroroso, se ponían nerviosas. A mí lo que siempre me ha molestado es que te digan que no. Parece una tontería, pero… la última película de Rayo McQueen me gustó muchísimo, es una peli feminista, aunque no lo parezca. Nadie lo ha destacado, la han puesto a parir, porque evidentemente no es una peli que vaya a gustar a los críticos, que son gente de ochenta años, todos hombres. Hay un momento en que Rayo McQueen le dice a la chica que le entrena: tú no sabes lo que es esto, es muy duro ser corredor. Y le dice ella: yo me levantaba cada mañana para entrenar, lo que pasa es que un día, el día que me presenté a las carreras, me di cuenta de que todos eran más grandes que yo, todos corrían mejor que yo, y sentí que no podía. ¿Tú sabes lo que es sentir que no puedes? Y Rayo McQueen le dice: yo nunca he sentido que no podía hacer algo. En ese momento, vi encerrado todo el concepto de lo que es ser niña en ciertos ambientes. Cuando quieres jugar a fútbol en el patio y los niños no te eligen nunca porque eres niña.
Y cuando te eligen, no te la pasan.
Y tienes que demostrar que eres el triple de buena que cualquier pringado para que te la empiecen a pasar… todo eso está encerrado en tres segundos de diálogo. Y me pareció que había que hacerlo. Que cuando te dicen que no, tienes que decir: ¿y por qué no? Si quieres hacerlo, se puede hacer: pues vamos a hacerlo. Si luego no sigue el equipo, si perdemos todos los partidos, si nos echan de la liga… No teníamos ni traje, íbamos todas del mismo color y punto, ni número ni nada… da igual. Había un equipo femenino. Todas con zapatillas de deporte normales. Nadie nos vino a ver jamás, ni padres ni madres. Era de peli de Kevin Smith. Mi vida siempre es una peli de Kevin Smith [risas].
Eres, además, madre de dos niños todavía pequeños (nueve y cuatro). Tuviste a Arturo bastante joven, cuando tu entorno no tenía hijos todavía.
Tenía veintisiete. No era tan joven, pero para todo lo que he hecho, para haber estudiado carrera, para vivir en precario, sí. En mi entorno nadie tenía hijos.
Eso es lo que hacía parecer que fueras demasiado joven para ser madre.
A nivel creativo fue muy frustrante, porque tener un hijo ocupa mucho espacio. Anula buena parte de tu vida. Si el yo antes, teniendo pareja, era de un 60-70%, con hijo se convierte en un 2%. El yo, digamos, se hace pequeñín, pero en cuanto a mi entorno lo viví con mucha normalidad. Nunca me había planteado el hijo como algo que fuese a cambiar mucho mi vida. Como ni siquiera leí libros de ser madre… pensé: vale, va a venir un ser humano pequeño, al que hay que cuidar un poco más. Me crié viendo La Bola de Cristal y viendo a Alaska decir que los niños son adultos en pequeño, y yo pensaba que iba a ser así. Va a venir un adulto en pequeño al que tendremos que cuidar más, pero ya está. No me iba a impedir hacer nada. De hecho, después de que tuvimos al niño, viajamos más que antes. Antes habíamos ido solo a Londres, después del niño fuimos a Berlín, París, Roma, Londres otra vez, Venecia… viajamos muchísimo. Todo con el niño. Quizá fue el motor que nos hizo movernos. Lo viví con mucha naturalidad. Nunca me frustró en mi vida normal, porque ya no era una persona que saliese mucho, y me lo llevaba a todas partes. Me lo llevaba incluso a entrevistar a los autores.
A Sofía te la llevaste a una foto de una antología en la que escribimos.
Sí, pero es que a Arturo me lo llevé a entrevistar a Paolo Giordano y vomitó encima de la chica de prensa mientras.
Y por teléfono hablaba, ¿no?
Sí, hablaba con los entrevistados. Era todo muy orgánico en mi vida. Los niños estaban ahí, todo el rato. Y aún me los sigo llevando. Y él lo ha vivido con normalidad: bueno, mi madre es periodista. Lo viví como algo muy normal. Lo único, la frustración de no poder dedicarle tanto tiempo como querrías a escribir, leer y a hacer tus cosas. Pero por lo demás… es una aventura. No es que se acabe tu vida, como decía, es que te cambia. Empiezas una nueva vida, como madre y como alguien que cuida a un niño.
¿Y no echabas de menos un poco de tribu?
No, he de decir que no. No puedes echar de menos algo que no tienes. Yo iba con el niño a todos sitios. Era muy normal que yo fuese con el niño, o que viniesen aquí las amigas a celebrar el cumpleaños o lo que fuese, y que hablásemos de lo normal, de lo que hablábamos todas. Nunca hablábamos de temas de niños. El niño estaba ahí. Y también me alegro, porque después cuando conoces a gente con niños, ya solo hablas de niños. Ya no te conoces como persona, te conoces como padre de alguien, y eso también es una pena. Me alegro mucho de haberlo vivido así, y encontrándonos nosotros mismos las sorpresas por el camino. Que no haya nadie que te diga: ahora vendrá esto, y luego lo otro. Se hace mucho más largo, porque piensas que no se va a acabar nunca…
Antes hablabas del feminismo de modelos.
En mi casa he tenido mucha suerte porque mi padre siempre me ha dicho una frase que para mí ha sido la que ha abierto todas las puertas: si los dos tienen dos brazos y dos piernas igual que tú, puedes hacer lo que quieras. He crecido así, pensando que todo era posible. Y además indistintamente si eres o no mujer: si ese tío lo hace, por qué tú no. Por más que me costara algo, siempre pensaba: tiene razón mi padre, también lo puedo hacer. Supongo que eso poco a poco me fue calando y nunca me vi como niño o niña. Crecí en un entorno en el que era muy aceptada en los dos bandos. He tenido mucha suerte, o me lo he ganado, no lo sé, a veces no sabes si es la suerte o si es que tú también juegas a dos bandas. Feminista total pero en la acción.
Escribes y lo compaginas con entrevistas a muchos autores de aquí y también internacionales. ¿Eso te invita a reflexionar más acerca de tus métodos, tus personajes, tu estilo? ¿O eres impermeable a los demás discursos?
No, no soy impermeable. A mí lo que me fascina de los escritores es que en general somos todos iguales. Podemos tener nuestras diferencias, si hacemos o no esquemas, cómo desarrollamos las ideas, qué nos gusta hacer o qué no, pero todos venimos de algún lugar, todos tenemos nuestro padre y nuestra madre, también literarios, y eso es lo que más me interesa de todos. Y poder entrevistar a alguien de los grandes en el fondo es como tener una clase magistral. Cuando eres escritor y sabes qué preguntarle no solo le preguntas de la novela. Es como tener una clase magistral de una hora, de alguien que ya ha pasado por ahí. Lo que pasa con nuestro oficio es que es autodidacta, por lo menos en España, en el que aprendes de cara a la galería. Aprendes con las novelas, todo el mundo te está viendo aprender. Cada novela es mejor que la anterior, y es prueba-error. Y lo que me gusta siempre preguntarles a todos, porque yo sé que venimos de algún lugar, es cuál es el libro que leíste y dijiste: a partir de aquí quiero escribir. Quiero hacer lo que hace este tío o esta tía porque me encanta, no quiero hacer otra cosa en mi vida. Partiendo de esa piedra angular, entiendes lo que ha sido toda la biografía de ese autor. Siempre es igual. No cómo ha llegado, sino por qué tiene esos temas, por qué Joy Williams siempre tiene un personaje de una niñera… eso me encanta. Me encanta encontrar el átomo, de dónde partió.
¿Y cuál fue tu libro?
En mi caso, diría que he vivido dos procesos. Por un lado las películas de los ochenta, en concreto ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, que además es una película que mezcla personajes de carne y hueso con personajes de dibujos animados con vidas muy duras de adultos. En teoría eran personajes divertidos para niños, pero luego tienen vidas de mierda todos. Roger Rabbit solo está en el mundo para hacer reír a los demás. Ahí me siento muy identificada con eso. Me gustaría pensar que yo también, que hago feliz a la gente con lo que escribo, por lo menos un rato. Eso por un lado. Las películas como Los Gremlins, que vi muchísimas veces, y Cazafantasmas. La manera de construir personajes a partir de defectos y debilidades, de estereotipos. Y luego está John Fante, en el sentido de que con John Fante, con el personaje de Arturo Bandini, me encontré a mí misma, fue como un espejo. Es un escritor que se ríe de sí mismo, pero en realidad se toma muy en serio. Me siento muy cerca de Arturo Bandini. Y luego está Duluth, de Gore Vidal, un libro maravilloso, de donde viene Bienvenidos a Welcome, y donde nace mi estilo. Hasta ahí yo había escrito, y puedo enseñarte: Jordi tiene una novela mía antigua guardada, superdramática… muy bien escrita, pero superdramática, triste, dura, realista. Y cuando leí ese libro me cambió la vida. Me dije: puedo hacer todo esto y además divertirme. ¿Qué más quiero? Y en realidad Bienvenidos a Welcome es una versión de ese libro. Están todos los elementos de Duluth: hay una invasión extraterrestre, y es un libro de Gore Vidal, un tío que fue senador americano, un historiador muy importante. Hizo tres libros loquísimos. En ese libro en realidad reflexiona sobre la propia idea de ficción y de todos los personajes, sobre cómo los personajes se reciclan en otras ficción. Ese libro es como mi Biblia. Las mujeres son el personaje fuerte, porque Gore Vidal era gay, y los gays son los que más nos reivindican siempre. Los creadores gays son los que siempre ponen mujeres muy potentes delante, y todos los personajes femeninos de Gore Vidal son alucinantes. Esa novela es como mi Biblia. Con la distancia, la veo así. De ahí partió todo.
¿Y cómo llegas a Fante o Gore Vidal? ¿Quién te da eso a leer?
En mi casa no había libros, y era una lectora de Stephen King y de casi de todo. Libros de Círculo de Lectores.
Y Stephen King, ¿cómo te llega?
En Terrassa solo había un Pryca, entonces, que ahora son Carrefour. En la época del 94, 95 y 96, cuando ya empecé a leer libros adultos, eran los que más llamaban la atención, con esas portadas rojas maravillosas, y que empezabas a leer y eran buenísimos. Me los compré todos, uno detrás de otro.
En vez de ir a la sección de juguetes, te vas a la de libros.
Cuando era pequeña en casa había muy pocos libros, pero hay un momento determinado, a los ocho años o así, en que entra una señora de Círculo de Lectores a casa, y mi padre dice: huy, a la niña igual le va a gustar leer. Y me dice que coja dos libros. Elegí un libro que se llamaba El diablillo que vino en la lluvia, de Angela Sommer-Bodenburg, que es la que después hizo El pequeño vampiro, porque me gustó la portada, y luego mi madre eligió Mujer blanca soltera busca. Llegaron los dos libros y yo me leí los dos. Con ocho años.
Yo también empecé a leer con Círculo de Lectores.
Luego empiezas a leer y te gusta, entonces ya no pides juguetes, empiezas a pedir libros. Como te llevan al Pryca a comprar una vez al mes, te dicen: ¿quieres ir por la juguetería? No, vamos a ir a la parte de libros, que voy a comprarte uno. Empiezas a comprar Barco de Vapor, y luego ya llegan los Stephen King. Pero entonces abren una biblioteca en Terrassa, por fin. Una biblioteca pública. Y me voy allí como una psicópata y empiezo a coger cualquier cosa de cualquier manera. Y en esa época es cuando empiezo a leer a Martín Gaite, a Matute… lo leo todo de una manera voraz. Además, en aquel momento, de una manera muy militante, sobre todo intentaba leer mujeres españolas. Y luego ya lo dejé. Aparece un día en mi vida, cuando ya estoy estudiando la carrera, A sangre fría, de Truman Capote, y digo: huy, esto es muy distinto, qué es esto. Me leo ese libro y entonces era un Contraseña de Anagrama, en los que siempre pone detrás: si te gusta este libro, como tal autor hizo en… Y empecé a leer de forma totalmente autodidacta. A partir de los nombres que mencionan, voy a otro, y otro, y otro, y de repente tienes un Olimpo de Dioses, que casi todos eran hombres, y te lo lees todos. Cambias los Stephen King, cuando vas a librerías, por Anagrama.
Durante la primera etapa como lectora aciertas muchísimo. No has leído nada y eres virgen, todo lo que lees es buenísimo.
Es maravilloso, claro. Pero yo cuando leí A sangre fría ya pensé que era distinto. Es otra cosa. He leído otras cosas y no es igual. La estructura, que el libro se acababe en el centro, y un vacío en el centro que luego te explicaba al final… a mí eso me alucinó. Tengo un buen amigo que se llama Carlos Sala, trabaja en La Razón, es quien a mí me ha introducido todos los Fante, Hamsun… porque él es un lector voraz, le gusta lo mismo que me gusta a mí, todos los Vonnegut los leí por él, luego me los fui comprando, pero me leí sus libros, sus ediciones. Me daba uno, se lo devolvía. Le gusta lo mismo que a mí, y quedábamos para hablar de escribir. Carlos es mi Voss Van Conner. Es alucinante también tener a una persona que ha estado ahí. Y ahora ya, que estamos muy igualados, siempre me pregunta: qué estás leyendo. Es recíproco.
Al ser los dos periodistas estáis muy al día.
Sí, pero los dos curiosamente tendemos a buscar libros de humor, que es lo que nos gusta, y autores ya muy antiguos y muy muertos todos. Ahora estoy indagando en el humor femenino inglés. Como Stella Gibbon, que las hay. Durante mucho tiempo creímos que no…
¿Impedimenta?
Sí, está haciendo un curro importante por sacar todas estas autoras maravillosas de novela inglesa de risa, y de tías, que es alucinante. No es lo mismo que un tío se ría de ti, que una tía riéndose de cómo somos las mujeres. Los libros de Stella Gibbon… Vale, tía, ya sé que somos así, pero no seas tan cabrona [risas]. Encontrar libros de humor en los que se diga que es el libro más importante de humor de siglo XX, como el de La hija de Robert Poste… Me encanta que se diga eso de una novela de una tía. ¿Dónde estabais? Los ingleses… por supuesto que están mucho más adelantados que nosotros. En ese momento no traducían ni una novela femenina, ni de hombre, ni de mujer, ni de nada… de humor, me refiero.
A todos nos parece que tus personajes, y tú misma, son seres luminosos, pero esconden capas no tan humorísticas.
Hombre… están todos supersolos.
Tu primera novela, decías, era dramática, y luego cambiaste.
Creo que la idea te la puedes plantear como una comedia o como una tragedia, y yo prefiero verla como una comedia. Todos somos absurdos. La historia del Quijote es muy trágica, es tragiquísima, pero es una comedia a la vez. Es alguien absurdo, es alguien ridículo. Lo puedes vender así, pero a la vez es heroico lo que hace. Es como el personaje de Arturo Bandini. Un tipo que solo ha publicado un cuento en una revista, que se llama «El perrito que rio», y que es superdecante, y la única persona que le puede leer, su novia, resulta que no sabe leer porque es analfabeta, entonces le enseña a leer… Es una tragedia, y en realidad se convierte en un absurdo. El protagonista cree mucho en sí mismo. Creo que la idea es saberte reír de ti mismo. Por un lado te hace invencible, como digo siempre, pero también tienes que creer en ti, más allá de tu propia tragedia personal. La tragedia siempre va a estar ahí. Como dice mi doctora de cabecera, que es maravillosa: todo el mundo, si va al psicólogo, tiene un gran dramón que contar en cualquier momento de su vida. Pero puedes decidir no ir. Puedes decidir hacerte un escudo y seguir viviendo con eso y reírte de ti mismo. Puedes hundirte en el pozo sin fondo de toda esa tristeza, o puedes intentar convertir eso en un motor para vivir cada día. Estamos vivos. Catlin Moran me encanta, porque la siento muy cercana. En cada momento dice: ¡estamos vivos, todavía estamos vivos! Ella cada mañana, cuando se levanta, tiene que preparar también desayunos para niños, todo eso que implica ser madre y servir durante una hora y media cuando te levantas, pero lo primero que piensa es: ¡sigo viva! El mundo está ahí fuera. Hay un montón de cosas cada día para vivir y para ser feliz. Que tú elijas coger las que te ponen triste es una opción. Pase lo que te pase.
Y el ejercicio de convertir el drama en algo literariamente humorístico tiene mucho que ver con la ternura. A tus personajes dan ganas de abrazarlos.
Yo les quiero mucho.
Encaja con la mirada del niño.
En realidad los veo a todos como niños atrapados. Yo creo, tengo la teoría, y estoy convencidísima, de que nadie crece en realidad. Creces por fuera, pero por dentro… En un momento de tu vida te paras y ahí estás. Si quitas todas las capas que tenemos delante, al final estás tú ahí. Y yo veo a la gente así. Incluso a la gente que me cae mal la veo así, veo detrás de todas esas capas que hay un niño o una niña que te está pidiendo ayuda, o que te está diciendo que se lo quiere pasar bien. Mis personajes tienen muy a flor de piel el niño que son. Y ese niño se ve sobre todo en las debilidades. Creo que por eso parto siempre de debilidades, porque creo que es lo que nos hace humanos y lo que nos hace niños. De mayores parece que somos invencibles, lo sé hacer todo, lo hago todo bien… no es verdad. A mí por ejemplo ahora, con la novela que estoy trabajando, tengo un personaje que va de muy adulto, y no lo conozco aún. El otro día se lo decía a Carlos: tengo un personaje que no sé quién es, porque no lo veo de niño. Entonces me dijo: ah, es que también los personajes, cuando sigues escribiendo, a veces ya no son los de antes y tienes que aprender a conocerlos de otra manera. Me ha pasado un poco con la mujer de Voss Van Conner, también es un poco así, no la acabo de conocer. Es un personaje que ha pasado toda la novela entera y para mí sigue siendo un misterio. No es una niña, no la veo. No tiene una debilidad infantil, y me cuesta. Yo creo que el lector tampoco empatiza tanto con ella. Es un personaje muy cruel, muy duro. Es curioso, pero sí, tengo que entrar. Es muy egoísta: acostarse con otros rápidamente después de su muerte para castigarle… es muy de adulto, pero fingido. No se conoce a sí misma, y va hacia delante. Los personajes tienen algo de mí, y eso hace que los conozca. Ahora, cualquiera de ellos, y he hecho muchísimos en mi vida, sabría si entraran aquí —menos la mujer de Voss Van Conner— exactamente qué harían. Qué dirían, si se sentarían. Los conozco mucho, como si fueran yo.
Mercè Rodoreda hablaba con ellos.
Yo no hablo con ellos porque en realidad soy ellos, hablo por ellos.
Ser adolescente y zombi. Has dicho que no es tan distinto, estás a medio hacer.
Sí, para mí sí. La primera época de cuando se me ocurrió la idea, que alguien se despierta un día y está muerto pero tiene que seguir haciendo su vida, pensé: podría ser un oficinista, o podría ser un adolescente. Claramente un adolescente. Además entroncaba con lo de Carrie. Obligarse a ser adulto con un motivo sexual, en este caso. Cuando eres un niño pero te fuerzan a ser adulto en la adolescencia es cuando te dejas guiar por el resto y ya no eres tú, entonces te conviertes en una especie de zombi. Todo encajó, al principio no lo pensé. Oler mal, que te salieran gusanos, que te hincharas… todos la ven como normal, con granos, y ella dice que no, que mira el gusano, qué asco. Fíjate si es algo tópico, que desde entonces cada cierto tiempo me llama una asociación de psicólogos de Barcelona, porque se ve que es algo lacaniano, lo del adolescente como monstruo, y voy a dar charlas a adolescentes con estos psicólogos… cuando yo no he estudiado Lacan ni tengo ni idea. Vino un psicólogo, un capitoste de la psicología en Cataluña, que me ha adoptado, y cada vez que hay una charla, incluso para otros psicólogos, me invita. Yo, claro, lo hice como homenaje a Carrie y fue una idea que desarrollé, pero luego resulta que es un tópico del psicoanálisis.
¿Y tu adolescencia? Eres hija única a medias: ¿la adolescencia te pilló sola o acompañada?
Sí, en casa había dos tíos que vivían con nosotros.
No tíos como hombres… eras la sobrina.
Sí, sí. con el menor me llevaba diez años, y con el mayor yo creo que quince o dieciséis. Siempre había gente. Yo tenía la habitación más pequeña, siempre había gente en casa… pero yo era la hija, era distinta. Enseguida se pusieron a trabajar y yo estaba muy sola.
Sí, pero hay alguien…
Hay alguien y además tienes que compartir. tienes la peor habitación, y deseas tener la grande, y deseas que se vayan para tenerla. Y en coche íbamos todos… No tengo muchos recuerdos de eso, pero quizá me quedara algo. Mi tío, el mayor de todos, el que estaba en casa, escribía novelitas del Oeste a máquina por la noche. Según mi padre hacía un ruido… siempre peleaban por el ruido, porque él tenía que madrugar mucho. Claro, de pequeña no era consciente de eso, pero igual pensé: mira, la manera de fastidiar a mis padres es la máquina de escribir. ¡Trae la máquina! Ellos debían de pensar: ¡no, otra no!
Con las máquinas no podías elegir tipografía, pero siempre hablamos de la que usamos, el interlineado, el tamaño.
Ah, ya lo sabes: Georgia, 12…
Justificado…
No, ya no lo hago justificado. Lo hago todo a bandera para que no me entre ansiedad, porque si no tengo que dejarlo todo cuadradísimo. No quiero cuadrados. Además, queda como punki, uno es largo, otro corto… me gusta la imperfección. Es que si no tengo que rellenar hasta el cuadrado y ya no es mi novela, me ha poseído alguien.
¿Y el interlineado?
Un espacio y medio para que se parezca más al libro final.
Vives, además, con Jordi, que también está vinculado al sector de las letras. Pero, por suerte, habitáis mundos literarios distintos.
No es mi lector ideal, ni yo el suyo.
Seguramente es la combinación saludable.
A mí me gustaría que me preguntara, que me dijese cosas. Compartimos cosas, pero me gustaría compartir más, aunque supongo que sería peor. A mí me encantaría hacer estas cosas que hacen los escritores entre ellos…
Acabar una novela y dársela a leer.
Incluso durante el día: hoy he hecho una escena, me ha encantado, échale un ojo, a ver qué te parece. Ese tipo de cosas.
¿Y tú a él?
A mí me gustaría que él leyese lo mío, pero a él le da mucho apuro porque soy muy perfeccionista y le digo que cambie cosas. Yo esto no lo diría así. Tengo que cuidar más eso, porque luego cuando leí la biografía que publicó me encantó, y pensé: si la hubiera leído en Word igual le hubiera hecho cambiar cosas y está así maravillosa. Quizá está bien esto de separar, pero tengo idealizada la vida de dos escritores que conviven.
A veces la familia sirve para volver a la tierra. Tus padres, tus suegros, tus cuñados, tus tíos. ¿Se te admira en casa o es un baño de humildad total?
Baño de humildad total. Solo les hace gracia cuando salgo por la tele. Y luego cuando me leen hay un silencio demoledor. Y piensas: o no les ha gustado o no han entendido nada. Mi madre siempre me dice que no entiende nada, que hay mucha gente hablando. Y hay gente, amigos, por ejemplo mi amigo Manu, que es de toda la vida, el pobre lo intenta, se empieza las novelas, una y otra vez. No acostumbra a leer, y se fuerza. Es un baño de humildad, y también lo agradezco. Creo que está bien separar eso también.
Hay días en que querrías un golpecito en la espalda y es frustrante…
Eso es. Querrías que te quisieran un poco más. Pero en el fondo como escribimos para que nos quieran, ya está bien, porque los de casa ya nos quieren. Que te quieran los demás es mejor. Aunque estaría bien que te dijesen: ¡qué bueno este personaje, cómo me ha gustado! O que te pregunten si son algún personaje.
¿Tus hijos tienen idealizado que su madre sea escritora o lo normalizan?
Lo tienen normalizado. Arturo ahora empieza a mostrar interés. Hoy le hacía ilusión que me entrevistaran en casa. Cuando me ve por la tele le hace mucha ilusión. pero no acaba de entender. Cuando estoy escribiendo, viene y me dice: ¡buena suerte con la novela! Como si me fuese a alta mar. Gracias, cariño. Pero no es consciente, aunque tiene curiosidad. El que primero se quiere leer, dice, es Bienvenidos a Welcome. Todavía falta un poco de tiempo. Tiene curiosidad por los libros, los tengo puestos en un sitio y los mira… y cuando los ve en las librerías, mira, tu libro, pero lo tiene normalizado. Mi madre es escritora y punto. Vamos a librerías y está su libro ahí. No es algo excepcional.
Tu hijo, en tu última presentación, hizo una crónica sentado en una butaca de La Calders.
Sí, la hizo… Y él dice que no, que quiere ser científico, pero yo le veo que en el fondo le gusta un montón. Le gusta mucho dibujar. Tiene mucha imaginación. Es muy de copiar cosas y hacer su versión. Supongo que es normal cuando eres niño. A él le gustan mucho los cómics de Cutlass, y hace sus propios Cutlass. Cutlass en el paraíso, Cuttlas no sé dónde… Hace toda la historia, indios y vaqueros… no ha visto jamás una peli de indios y vaqueros, y hace toda la historia porque lo ha visto en Cutlass, y están muy bien. A veces hago como la madre de Stephen King, que le pagaba por los cuentos que escribía. Empecé a hacerlo. Hizo algunos, con la portada, la historia… y entonces yo le pagaba diez céntimos, quince, si era más largo, si lo pintaba le daba cincuenta céntimos. Stephen King empezó así, su madre le daba un dólar o lo que fuera, y claro, a partir de ahí los empezó a vender en el patio del colegio. Se lo he contado a las profes del colegio y les parece bien. Es una manera de incentivar.
Tus hijos tienen más fácil contemplar la opción de ser escritores, precisamente porque lo tienen normalizado. En tu caso, cuando te planteaste ser escritora ya casi lo estabas siendo.
Sí, y a mí también me cambió la vida leer El diario de Ana Frank de muy pequeña. Me impactó mucho. Y tuve la sensación, de una forma casi infantil, le hice una promesa: no pudiste serlo, pero yo voy a ser escritora. Yo de forma inconsciente, con nueve años, ya tenía claro que quería ser escritora. Como en mi casa era algo que no se entendía, el periodismo era la vía universitaria de ser escritora.
La justificación.
Exacto, la coartada. Y además leías los libros y en casi todos decía: periodista y escritor. Mi hijo me lo pregunta: ¿eres periodista pero también escritora, es lo mismo? No, son cosas distintas, pero una cosa puede llevar a la otra. En realidad la vocación inicial era ser escritora, pero el periodismo es el escritor con aventuras. Hoy en día, como hay mucha televisión, periodismo no es solo escribir. Yo quería periódico, no quería radio ni nada.
Tu última novela, la más extensa de todas, la has publicado con Literatura Random House. ¿Has encontrado tu editorial ideal?
Sí. Estoy convencida de que sí. Estoy muy a gusto. Es mi editorial favorita, junto a Anagrama. Y yo creo que para mis libros es el vehículo ideal. El lector potencial de mis libros es lector de Literatura Random House, claramente. Más que de ninguna otra, incluso más que Anagrama. Estoy muy contenta.
El lector final ni se imagina el trabajo de tú a tú que hay con determinados editores. En Connerland has trabajado duro con Albert Puigdueta.
El editor cuando hace de editor. En este caso, hay que pensar que la novela era el doble de lo que se publicó, casi. Tenía 693 páginas, creo que era. Al ser una novela monstruo, que entraba y salía, y sobre todo que repetía maneras de contar los personajes, más de uno tenía un otro yo… La había escrito de una manera muy caótica, y había que reorganizarla para que fuese hacia algún lugar. Tuve que renunciar a partes grandes de la novela porque había mucha digresión. Y reconstruir otras partes. Como escribo sin ningún tipo de plan, y además con esta me obligué a hacer dos páginas diarias de una manera un poco psicótica, era muy arborescente, y había momentos en que perdía el norte yo misma. Había creado personajes, había creado un club de fans al completo con siete u ocho fans, y al final se quedaron en dos, y un tercero que parpadea. Fue para mejor, porque el mensaje es mucho más claro ahora. Yo misma me entendí mejor cuando releí… Lo hice unas cuatro veces, la reconstruí, y ahora es mucho más clara. Había un tema con el padre que no había salido en la novela, y acabó saliendo gracias a tanta clarificación. Casi en la fase final… el final de la novela salió en esa fase de clarificación. Fue por darme cuenta de que había ahí un hilo muy gordo del que no estaba tirando, y había tirado de un montón que no tenían sentido. Hubo un espejo. He aprendido mucho y cuido mucho mi texto, porque mi texto es raro, con sus paréntesis y sus mayúsculas y sus comas en vez de puntos suspensivos, y lo cuido mucho para que sea como yo quiero, porque el ritmo es importante… pero también acepto mucho las críticas y sé decir: de acuerdo y gracias, porque no lo había visto.
No pasa nada por asumir que alguien que no seas tú ha visto algo esencial que a ti se te había pasado.
Claro, no pasa nada. Albert me decía: ¿te das cuenta de que esto lo haces siempre? Y al principio dices: noooo, qué va. Y luego empiezas a ver que tiene toda la razón. Él te lo plantea y tú vas con la solución. Incluso se te ocurren ideas mientras discutes. La figura del editor es necesaria, la de alguien que te lea bien y te conozca bien, y que sea tu tipo de lector, que haga una lectura exigente. No cualquier editor. Con Albert he encontrado una compenetración.
Connerland dibuja la vida de un escritor sin fama. Un drama teñido de humor: un hombre obsesionado con su éxito, su pelo y su secador.
Odio el secador de pelo. Me estoy riendo de mí. Nunca me seco el pelo. No soy capaz de recordar la última vez que me lo sequé. Y me hacía mucha gracia que se muriera de una manera ridícula, y en todas esas pelis de los ochenta y noventa de terror, siempre se morían cuando tiraban el secador a la bañera. Pensé: el secador es un arma. Él adora el champú, se siente mal porque se murió con el pelo mojado. Está todo el rato esperando que le puedan secar el pelo. Todo el rato le pregunta a la médium cuándo le va a secar el pelo.
Está bien que sea un hombre el que está preocupado por su pelo.
Me gusta mucho cambiar los roles, y poner nombres de hombres a mujeres y al revés. Me encanta hacerlo. Lo hago de forma consciente y militante. ¿Por qué no? En La cúpula, de Stephen King, el personaje se llama Barbie y es un hombre, y eso me encanta. Me parece genial.
Es como si estuviera, en algún sentido, condenado a no encajar.
Voss Van Conner, totalmente. Yo creo que los escritores estamos condenados a no encajar. Cuando leíamos en el cole los poemas de Machado, la idea de que el poeta ve más allá, pensabas: qué guay ser un poeta, como si fuera un superpoder. Es algo así. La manera en que deformas la realidad te hace ser distinto al resto, de alguna manera. O ya eras distinto y coges el camino del escritor. Por alguna extraña razón no eres como los demás, no te has sentido como los demás… quizá le pasa a todo el mundo, no lo descarto. Quizá es que eres demasiado consciente de ti mismo. La incomodidad de estar con los demás te afecta más, quizá por una mayor sensibilidad, no sé exactamente qué, pero sí. Creo que el escritor, en general, está condenado a encajar. El artista. Y está bien que lo esté, porque entonces te conviertes en un observador, que es lo mejor de ser escritor. Te observas a ti mismo, pero sobre todo observas a los demás. Es como vivir en una película constante. Yo lo vivo así. Una película en la que eres la cámara y el protagonista. Es genial. ¿Lo ves? ¡La vida es maravillosa!
Voss Van Conner está convencido de que no tiene ni un solo lector. Cuando vas a Gigamesh dices que juegas en casa. Tus lectores son fieles.
En Gigamesh, y sobre todo en Avilés, en el Celsius, el festival de ciencia ficción que se hace una vez al año. Es como la Semana Negra de Gijón pero de ciencia ficción y fantasía. He descubierto que vas a la feria de libro y no viene nadie a verte, y allí estuve cuarenta minutos firmando sin parar. Tienes fans que han venido de Murcia y vienen nerviosos, con todos los libros, y los quieres a morir. Me los traería a casa. Gente maravillosa. A mí me pasa con mis escritores favoritos. Esta novela va de eso: la conexión que hay entre un lector y su escritor favorito es casi de hermandad, es mental, una telepatía. Es la historia de amor perfecta. Excepto cuando pasa lo de Misery… mal. Es una novela de terror para un escritor definitiva. Tienes a tu lector ideal que te adora, que ha comprado todas tus novelas, y el día que llevas el manuscrito de la novela en que vas a matar a tu protagonista, a Misery, la protagonista de todas las novelas, tienes un accidente de coche y la tía que te rescata es esa lectora. Lee antes que nadie tu siguiente novela y se da cuenta de que vas a matar a Misery. Te secuestra en su casa para que escribas una novela en la que Misery vuelve a la vida. Te corta un pie, te pone una máquina de escribir chunga para que no te puedas mover, y nadie sabe que estás allí porque no existen los móviles, no existe internet. El escritor ha desaparecido. Es la novela de terror definitiva. Y es mi favorita de Stephen King de lejos. Te encantaría. Misery es una historia romántica. La típica historia de novela romántica, que el escritor está hasta los huevos de escribir, y piensa: por fin me voy a librar de Misery… y ahora viene la loca esta, Annie Wilkes, la villana definitiva. En el Celsius de Avilés tuvimos una cena en la que hablamos todo el tiempo de Annie Wilkes, porque es un ambiente en que todo el mundo teme a Annie Wilkes.
Porque son muy intensos, ¿no?
Claro. Tus fans son muy intensos, y si algún día haces algo que no les gusta, igual te echan algo en la bebida.
Escritores y ego: manual de supervivencia.
La novela también va de eso, de los distintos egos y cómo cambian en función del lugar en el que estás. Ahí está Chrissie Cattcher, que es la escritora famosa, y todo el mundo la odia entre los pequeños, porque es famosa. Pero ella no tiene la culpa de que la gente la lea. Para ella es una tragedia, ella se considera una especie de ser disecado en un museo de fauna salvaje. Es su propia atracción turística. Es una tragedia. Robbie Stamp la odia muchísimo, porque en realidad tiene envidia, porque a ella no la conoce nadie. Cuando en realidad Robbie Stamp en mis otras novelas es súper famosa. A Voss Van Conner le da igual. Mi situación ideal es la de Voss Van Conner: escribes, te da lo mismo, me parece bien que Chrissie Cattcher sea famosa, me parece igual de bien que Robbie Stamp no quiera ser famosa, me parece genial que haya un tío que hace libros malísimos y que sea aún más famoso que ninguno de ellos… yo ya soy feliz escribiendo, me dan igual tus egos. Ahí no entro. Pero como periodista literaria, que los veo cada día, es muy difícil convivir con los egos de los escritores. John Banville lo dijo cuando ganó el Premio RBA, que somos unos egomaníacos, los escritores, y es así. Pero claro, lo puedes llevar como Arturo Bandini, que delante de la gente haces que te ríes de ti, pero luego por dentro estás jodido. Bandini va por la calle diciendo: oh, algún día todos recordarán que Arturo Bandini pisó esta baldosa. Ese es el nivel de mi cerebro, pero luego de cara a la gente: ah, lo que hago, novelitas. Reírte hasta de eso, hasta de que te crees importante. Qué importante vas a ser. Como los periodistas, que quieren contar los primeros: no vas a cambiar nada, ya pasó. Los atentados de Barcelona ya han pasado, porque sepas una cosa más… ya está, ya pasó.
Cuando escribes y te dedicas al periodismo cultural, todo queda demasiado limitado. ¿Eso te afecta a la hora de leer un libro, de valorarlo, y finalmente de reseñarlo? ¿Está muy viciado el sector?
No, porque las lecturas de trabajo, cuando no son amigos, son siempre más o menos en diagonal. Es trabajo. Y yo siempre estoy leyendo el libro para mí… porque al final el escritor necesita alimento y son sus lecturas, y si no me alimento me muero… los libros se mueren y se nota cuando hace tiempo que no leo algo que me gusta, se nota en cómo escribo, no hay gasolina. Siempre estoy buscando. El otro día Jordi Puntí decía que hay dos tipos de escritores: el pescador y el cazador. El pescador, que espera, y el cazador, que sale a cazar. Me considero cazador: sales a cazar y siempre en la búsqueda. Y luego está el libro que leo por trabajo, que tengo que leer inevitablemente, pero me calculo un tiempo, que ya es mi tiempo de trabajo, que otra persona le dedicaría a escribir, pero por suerte yo lo escribo bastante rápido. A lo mejor coloco el nombre de un personaje de algún libro que haya leído en la novela que esté escribiendo, como guiño. Normalmente me influye cero. También es verdad que he descubierto a escritores que de otra forma no habría descubierto. Sarah Waters, por ejemplo, es una escritora que nunca me había llamado la atención, y por ejemplo, Los huéspedes de pago me ha gustado, y la forma en que contaba la historia. Hay autores a los que entras obligada y que luego también te nutres de ellos.
Ya no solo consumimos ficción en formato libro. Plataformas digitales, televisión a la carta, Internet. ¿Te influencian las series o el cine?
Consumo las series como novelas.
Al final todo es ficción.
Además, yo consumo las series literalmente como novelas. Yo creo que es la nueva novela. Cuando ves un capítulo, te estás leyendo un capítulo. Sobre todo se nota porque cada vez más las veo a solas. Cada vez más, y por mi entorno también veo que aunque vivas en pareja, la pareja también tiene series que ve por su lado. Nosotros vemos una juntos, y yo por separado, cuando se va a dormir, me veo la mía. Llevas algo en paralelo. Me influyen tanto como las novelas. Siempre he defendido, desde los inicios de mi carrera, que Mujeres desesperadas en cuanto a estructura narrativa es una genialidad. Adelantó a muchas series que vinieron después. En Wendolin Kramer para mí fue fundamental el estilo de iniciar el capítulo con un corto de una manía de un personaje: la señorita tal cada día hace tal… era sublime. La historia ya es muy pautada, pero si te ves los inicios de cada capítulo, son genialidades de tres minutos. Una novela entera en tres minutos. El primero, que es cuando se pega el tiro la primera ama de casa… se levanta y hace todo, lleva a los niños al cole, sonríe a las vecinas, y cuando llega a casa, abre el cajón de los cubiertos, pam, y se pega un tiro. Y empieza la serie. La narrativa audiovisual es clave. Y además en mis novelas… la que estoy haciendo ahora, como me doy cuenta de que parto mucho de eso, ya lo hago de una manera consciente. En la nueva novela el protagonista se llama igual que el protagonista de Los Gremlins, porque cuando se me ocurrió la novela se me apareció el chico del pelo esponjoso, y en la ciudad que pasa está siempre nevado, como en la película. Y pensé: se va a llamar igual, y el padre también. Les he puesto un middle name distinto, que en la peli no está. Entro en los Wikipedia de la película para meter más cosas y el friki que lo sepa todo vea detalles: cómo se llamaba el perro, por ejemplo. Son homenajes que no deberían avergonzarte, que es lo que tiene la literatura posmoderna: los autores que partían de cosas locas, de libros de pulp, en ningún momento se avergüenzan, eso te alimenta tanto como Sylvia Plath. Es la clave. Al final el libro es un catálogo de ti mismo.
Y para acabar… un libro y una película.
Qué difícil… Diría Jurassic Park, los cuentos de Joy Williams, o… querría que fuera algo divertido. Bueno, el libro: Sombrero Fallout, de Richard Brautigan. Y película, Yoga Hosers, de Kevin Smith.
Creo que el problema con las ventas de la Ciencia-Ficción escrita por mujeres siempre ha sido más por una cuestión de estilo que de sexo. El aficionado a la Ciencia-Ficción es casi por definición una persona de mentalidad abierta (con sus excepciones y sus sad puppies, claro), y no creo que se fije para nada en el sexo del autor.
Ahora bien, es casi tradición que las escritoras de Ciencia-Ficción se han centrado, generalmente, en temáticas alejadas de los temas más científicos, heroicos, o militares, lo que reducía bastante su mercado potencial. De hecho, ahí tenemos a Lois McMaster Bujold o C. J. Cherryh, que cultivando Space-Opera consiguieron vender muchísimo, siendo mujeres y sin que a nadie le importara ese detalle.
Por otro lado, grandes autoras como Ursula K. Le Guin, Octavia Butler, James Tiptree Jr, o Connie Willis, están en los altares del género y han disfrutado de notables ventas, cultivando una Ciencia-Ficción más feminista/humanista. Algo similar está ocurriendo con nuevos valores como N. K. Jemisin, Nnedi Okorafor, Lauren Beukes, Mary Robinette Kowal, o Aliette de Bodard. Están triunfando. Están vendiendo.
¿Podrían vender más? Pues sí, pero para eso tendrían que acercarse más a la Ciencia-Ficción que más vende. Ann Leckie lo está haciendo.
Yo no sé si Laura Fernández escribe ciencia ficción o siquiera si la lee, pero, como aficionado veterano, no me disgusta su elogio al género. Solo matizaría que una de las características más infantiles del escritor de ciencia ficción es tomarse en serio lo que escribe, por mucho que en las últimas décadas se haya vuelto más sofisticado estética e intelectualmente. No es un género que se lleve bien con la ironía posmoderna. Aunque precisamente por su seriedad, admite estupendas parodias, como las de Douglas Adams y Eduardo Mendoza.
?Acabareis agotadas!
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